Gracias, Buenos Aires .... aguantame un cacho más"

Testimonios recogidos durante el sepelio de Aníbal Troílo


por María Ester Gilio y Vicente Zito Lema

"Le importaba el cuore de la gente"

 

A las nueve de la noche del lunes 18 de mayo, la cola de los que pretendían dar su último adiós a Pichuco, se había vuelto un anillo en torno al Teatro San Martín. Se hacia difícil saber dónde el anillo empezaba y dónde terminaba. Me acerqué a un grupo de jóvenes, casi niños, que resultaban curiosos en medio de aquella multitud de gente adulta.

 

"¿Qué sienten que han perdido al perder a Troilo?”, les pregunté.

—Nosotros no venimos aquí para que nos hagan notas.

—Venimos a rendir un homenaje.

—Colaborar para una nota puede ser una manera...

Un señor de atrás: "Ah, no ... pero usted se lo merece. ¿Cómo le va a preguntar a esos mocosos?

—Justamente, quería saber cuál era...

—Pero no, es a nosotros que lo mamamos desde los primeros bailes. Estos ¿qué saben? (Mirada fulminante de los jóvenes hacia atrás.) —Luego, en voz baja—: Sabemos que esto es historia. ¿Entiende?

—Sí.

—Perdemos un bandoneón y un hombre grande.

—¿Hace mucho que lo escuchás?

—Desde que nací.

—¿A quién lo compararían, como pérdida?

—A nadie.

—¿A Gardel?

—Nadie, nadie.

Yo seguí caminando. Mientras caminaba oía cómo crecía y se encendía la discusión sobre los derechos a opinar de aquellos casi niños. Así comenzó esta experiencia. Mi peregrinación de seis o siete horas en torno al velatorio del Gordo recogió, además del amor y del dolor, esa pasión por la polémica que se sobrepone en el porteño a las lágrimas de los adioses postreros. La polémica, nadie podría discutirlo, tiene en este país una salud de hierro.

 

—Yo estuve en la función del sábado. Yo quería ir a saludarlo, pero mi esposo es tímido, no quiso. Cuando él dijo: "Gracias Buenos Aires. Aguantame un poco más"... yo me puse la mano sobre el corazón y pensé: "Escúchalo, Dios mío, escúchalo". Dios no quiso.

—Él murió entero, como Gardel, como Julio Sosa. Así es mejor.

—Para mí mejor sería haberlo visto llegar a viejo.

—Nooo, los ídolos tienen que morir así.

(Varios: "Seguro". "Seguro". "Eso es". "En la cumbre".)

Y la mujer, tímidamente: "Yo no sé, ellos también son personas".

Una voz ronca en la que se adivinaba el vino cantó detrás nuestro, en la oscuridad:

"Me hubiera gustado verte. Carlitos Gardel añooso, con el cabello canoso, pero tenerte, tenerte."

"Sí. eso es. dijo la mujer deteniéndose una lágrima con el índice, yo pienso eso."

 

—Mire, yo me pasó las dos últimas semanas cantando La última curda. Ahora sé que fue una premonición.

—¿Qué piensa que perdimos con la muerte de Trollo?

—Un pedazo de Buenos Aires. Un pedazo muy querido de Buenos Aires.

—No, un pedazo de Buenos Aires, no. El Pabellón Nacional es lo que perdimos. Era nuestro pabellón porque era pueblo.

Y allí está todo. Como Perón, como Gardel. Y se acabó. Allí está todo.

—El pueblo sabe lo que significa un ídolo, Gardel, lo demostró. Perón lo demostró y Troilo lo está demostrando.

—No mezclen cosas.

—No mezclo nada. Todavía falta San Martín.

—Pero no puede ser. ¿Cómo va a poner a San Martín?

—Sí señor. Cada uno en lo suyo y nadie le roba nada a nadie.

Esto último fue dicho en un tono tan marcial que todos quedaron en silencio. Comencé a alejarme, pero el gesto de una mano me llamaba desde la cola. “¿Usted también quiere hablar?"

—Sí. ¿Qué le parece este cuarteto?: Perón, Gardel, Pichuco y Fangio.

—¿Fangio? Bueno, no sé.

—¿Cómo? ¿Fangio? Pero, ¿de qué está hablando?

—¡Qué Fangio! Pará la mano... Si dijeras Oscar Gálvez. A Fangio le dieron todas las oportunidades. Él corría con una (no entendí), y después con una ...

A los del comienzo se fueron sumando tres, cinco, ocho. Todos hablaban a un tiempo, nadie escuchaba a nadie. En aquel batifondo sólo distinguía de tanto en tanto "Masserattl", "Ferrari", "Alfa Romeo".

Uno me tomó de un brazo: "Escúcheme, cuando Perón andaba en la mala le dio vuelta la cara".

—¿Quién?

—¿Quién va a ser? ¡Fangio!

—Yo quisiera saber de dónde saca eso.

—Lo sabe cualquiera. ¡Espere! ¿Adónde va?

—Sigo.

—Espere. Diga ... diga que Aníbal Trollo... Que nadie sabe lo que perdimos. Los milongueros sabemos. Eso, los milongueros. Escríbalo.

 

—¿Sabe lo que más me duele? Que no va a ver campeón a River.

El que hacía un momento cantaba a Carlos Gardel añoso abandonó la cola y vino corriendo. "Escúcheme. Ponga lo que dijo Celedonio: El tango tiene sabor a vida y gusto a muerte."
—Está bien. ¿Y Trollo?

—¡Gordo querido! Caminar ahora por la calle Corrientes ... ¡qué tristeza! —dijo, y tomándome por ambos brazos para que no me moviera empezó a cantar:

“Acaso te llamabas solamente María

no sé si eras el eco de una vieja canción ...

Un vigilante se acercó: “De a uno, contra la pared, de a uno”.

—¿Hasta aquí venís a gritar?

—¿Pero qué quiere que haga el hombre si la gente es sorda?

—Que no grite, que no empuje.

—¿Pero no ve que son sordos? El hombre cumple órdenes.

—Pero no precisa empujar.

—De a uno, contra la pared, de a uno.

Un joven dijo: "El que toma café en la cabecera de aquella mesa es D'Arlenzo".

—Sientesé —dijo D'Arienzo—. Éstos son unos amigos. Aquí a mi derecha, el boxeador Sostaita.

—D'Arienzo es la última baraja que nos queda en este ispa del gotán —dijo Sostaita.

—¿Y Piazzolla?

—No lo entiendo, es otra música.

"Piazzolla no es tango." "Piazzolla deshace el tango." "Si Piazzolla quisiera podría hacer tango, pero no quiere."

—Si no hay ritmo la melodía se desvirtúa. Y no hay derecho —decía D'Arienzo—. Es una falta de respeto. El Gordo en el cuarenta tocaba tango rítmico como lo hago yo. Digamé ¿a usted le gusta Piazzolla?

Sostaita silbaba.

—¿Qué es eso?

—"Pablo". Cuando el Gordo tocaba yo le gritaba '"Pablo". "Ya va Oscar", me decía. Y lo tocaba.

—A Piazzolla no lo entiendo —Insistió D'Arienzo.

—¿Quiere poner un párrafo aparte?— dijo Sostaita—. Lo más Importante del Gordo fue la autenticidad.

—¿Qué entiende por autenticidad?

—La entrega. Era un hombre que se entregaba a la música y se entregaba a los amigos. Y no le importaba que por ahí fueran fuleros. Le importaba el cuore de la gente. Si los amigos eran fuleros con él. entonces sí, no servían. Lo conocí a los catorce años.

—Yo tengo 45 años de cabaret, dijo D’Arienzo—. Marabú, Chantecler, Bambú, Florida. El Gordo venía a escucharme con Carlitos Gardel y Leguisamo.

—Este es el último del gotán que nos queda en este ispa —volvió a decir Sostaita.

—Catorce millones de discos tengo vendidos en RCA. Mire, allí está Nelly Vázquez.

Nelly Vázquez tenía los ojos enrojecidos y el aire tembloroso: "Como si me hubieran arrancado un pedazo del alma. Todo lo que sé me lo enseñó él. Era como un padre. Compartíamos el trabajo y después del trabajo una larga mesa. El siempre pagaba. "Estos son mis pollitos, decía".

Cuando fui a salir, dos hombres obstruían la puerta. "Si vos lo llamás mito querés decir que no existe."

—No, le llamo mito por lo grande. Grande como un mito.

—Mito no. Troilo es grande y existe.

Y aunque haya muerto va a seguir existiendo.

—Por eso te digo que es un mito.

—Para mí mito es otra cosa... y si no... Mirá no me vengás con mitos, ¿te das cuenta?

 

A las diez y media de la mañana siguiente la puerta del San Martín parecía una colmena de abejas furiosas.

"Quería verlo y se lo llevaron." "Como un delincuente se lo llevaron." “En este país estamos todos locos.” “¡No! Qué locos... Es para que uno no falte al trabajo." “Es por no parar el tránsito, por la contramano." “Juego de mosqueta nos hicieron con el Gordo, nos hicieron."

 

Cerca de las once se generalizó la voz de “Vamos igual a la Chacarita". Muchos corrimos hacia el subte y corrimos luego al llegar a la Chacarita. Pero el entierro había terminado hacía una hora. Entre los que salían y los que entraban se formaban grupos donde el tema era la confusión de horario. Hasta que un señor que salía con los ojos llorosos se acercó para explicar a todos que el destino era sabio. A Troilo le había tocado el mismo número que a Fiore. Con lo cual el tema de la confusión de horarios fue desplazado por la relación Fiore-Pichuco. "Cuando Fiore cantaba, no se oía un suspiro. Y no era un cantor. Pichuco lo sacó del bandoneón y lo metió a cantar".

 

Una voz anunció que Pugliese venía llegando. Todos se volcaron hacia un señor delgado que ensayaba melancólicas sonrisas para responder a los saludos. "Maestro". "Maestrito". "Pugllese es lo único que nos queda". Pero no faltaba el que volvió a decir: "¿Y Piazzolla?." "Pero qué tiene que ver." Con lo cual recomenzó la discusión pasional e inevitable.

—Pará la mano que cuando el Gato quiere hacer tango ...

—El tango es para bailar. SI no se puede bailar no sirve.

—Pero ¿quién te dijo? Hay tango para escuchar. Ese lo hace Piazzolla. Yo lo escucho como si estuviera en misa.

—Qué misa, si vos no vas nunca a misa.

 

Frente al panteón de SADAIC la gente iba, volvía, daba vueltas, protestaba. Hasta que, convencida de que no la dejarían entrar, optó por la calma y el recuerdo. Los que lo habían conocido de cerca se transformaron en el centro de oídos ansiosos que querían saber más. “Era el hombre más bueno del mundo. Lo conocí en el 37. Irradiaba felicidad. Uno le decía: ando mal. ‘No Gallego, me decía, tené confianza, creé en la vida’."

 

Junto a una verja un gordo que había llegado a las ocho "para evitar sorpresas” le contaba a otro el discurso del delegado de River. Cuando terminó dijo: “Pichuco era el socio 778". El otro dijo, casi como una respuesta: "¿Por qué se murió si podía haber vivido diez años más?"

—Él precisaba su gusano, no podía dejar de tenerlo. Si no actuaba no respiraba.

—Yo creo que se murió de tanto pensar. Son setenta y una teclas. Y él siempre cerraba los ojos para concentrarse con todo y ver si les podía sacar sonidos nuevos. ¿Quién puede hacerle ahora un responso como el que él le hizo a Homero Manzi?

—Y... Piazzolla.

—¿Vos creés?

Una señora con flores en la mano y una voz muy queda se acercó a decirme que era Rosa Gómez, la señora de Flliberto. "¿Quiere saber qué decía Fillberto'de Pichuco? Que era el verdadero, el último músico del arrabal. En todo”.

—Venga, venga, ése que está hablando es Arias, el guitarrista del Gordo.

Arias decía: “Hablábamos de un muerto......Basta, dijo el gordo......Pero Gordo!.....Yo no tengo ningún apuro", dijo el Gordo."

Era cerca de la una de la tarde gente en lugar de disminuir aumentaba. La esperanza de una historia nueva del mundo tanguero me retenía. Pero no se dio. Apenas una mujer, ya mayor, del brazo de su hijo, poniendo flores junto a la placa de Homero Manzi.

—¿Usted lo conoció?

—No, las pongo en nombre de Troilo porque sé lo que él lo quería.

m. e. g.

 

 

"Dios tenía músicos, poetas, ahora tiene el fueye”


1. Sentí que ya quedábamos pocos de los de antes: que él se fue y uno se quedaba más solo. Porque vea, uno ya es un hombre grande, y a las cosas que quiere y se las pierde ya no se pueden reemplazar. Claro, todavía nos queda el maestro Pugliese... Yo lo llevo a Troilo muy adentro de mi corazón, lo quería mucho, eso que también hizo macanas, eso de grabar algunas cosas "modernas”, como de ese Piazzolla, aunque claro, cuando él las grababa más o menos se entendía que era tango, les salvaba la ropa. Qué quiere que le diga, quedamos pocos ... y bueno, pasará lo de Gardel, uno lo podrá escuchar en la vitrola y soñar que nada ha cambiado. ¿Qué más quiere que le diga... ? ¡Siga el corso! Total, allá arriba o abajo todos nos vamos a encontrar...

 

2. Vea amigo: no creo que haya otro tipo que toque el fueye como el gordo Pichuco. Y le voy a decir por qué: la mayoría de los bandoneonistas se aplican a la melodía, a llevar el tiempo que está escrito en los pentagramas, a seguir las indicaciones del director. Para "Pichuco” tocar el bandoneón era una forma de hablar. A veces parecía que deletreaba las palabras de la música. Eso ocurre cuando necesitan que lo entiendan, que entiendan mejor un pasaje, le va diciendo al que escucha: "Mirá, ahora hay que sentir más este pedacito". Porque muchas veces un tango es un pedacito, un cachito de la melodía y el resto no tiene importancia. Ese pedacito era donde el autor puso su corazón. Y no es lo mismo donde uno pone el corazón, que lo demás. Y el Gordo sabía distinguir bien dónde estaba el corazón de los autores, incluso el suyo propio.

 

3. La muerte de Troilo no significó nada para mí. Sí estoy aquí es por sus tangos. Sólo cuentan sus tangos ... Esos de Florentino y Marino de su primera época... Sobre todo Fiore... La muerte, hoy por hoy. creo que ya no asusta tanto. En cambio, la vida, preocupa mucho más. Por eso. ¿alguien puede vivir en Buenos Aires sin silbar algo de Pichuco?

 

4. Me es difícil explicar por qué estoy aquí. No soy hombre que le gusten las cosas de la muerte: y si voy a un velorio lo hago por compromiso, porque hay cosas que uno tiene que hacer, y no es que uno no tenga corazón ... también se me ha muerto gente de la familia, y uno lo ha sentido... pero, no sé, yo las veo como cosas distintas. Y aquí lo ve, me vine al velorio del Gordo... Claro que esto es distinto, es en un teatro, está lleno de gente, está la televisión, pero, ¿la verdad?, si hubiera sido en cualquier otro lugar, en una casa o hasta en uno de esos sitios que ahora se usan para velar a los muertos, también hubiera estado presente.

 

Cuando hoy le dije a mi mujer que iba a venir acá. me miró medio raro, no es que desconfíe y sabe que al Gordo lo quería ... pero me conoce ... Y bueno, estoy y me pienso quedar unas horas; hubiera tenido que venir con un amigo, pero me puse a pensar y me dije: ¿con quién voy? Y la cuestión es que por esto o por aquello no me decidía por ninguno. Es para pensarlo, ¿no? A lo mejor resulta que al final uno está más solo de lo que se creía...

 

5. Mire, este año el país es un quilombo. Usted lee el diario y ve que mataron a uno y que mataron a otro, aquí la gente muere que da calambre... y si no es la inundación se viene abajo un avión, o chocan los trenes o los subtes o un ómnibus en la montaña... Hasta que al final uno se asusta o se pudre de todo... Pero con el Gordo es distinto, el Gordo es un tipo que uno conocía, aunque más no sea por haber bailado un tango de él. La gente ahora baila poco, pero antes, de muchacho, uno lo hacía. Si supiera cuántos sábados bailé cuando tocaba el Gordo ... ¡Cuántas cosas se terminan ... ! ¡Qué jodido que es todo!

 

6. Tengo más de 40 "pirulos", y desde que me puse los largos hasta que me casé, casi todas las noches me las pasé con la barra, nos reuníamos en el "Cedrón". Y... allí de lo que más se hablaba era de tango: de las orquestas y de los cantores. Y siempre Troilo estaba en el tapete, solo, o con Fiore o con Marino o con Rivero ... pero siempre el "Dogor" ... Y ahora, bueno, no sé si está bien decirlo, pero para mí todo eso es pasado, y ahora que se murió él la historia se completa: y enfiló nomás derecho, pero para abajo...

 

7. Para mi lo de Troilo es como si se hubiera muerto también un poco de Buenos Aires, este Buenos Aires de todos los días. De pronto uno se entera, y quiere algo, y se viene para aquí... Da bronca... ¡se nos están muriendo todos los viejos! Esos viejos queridos, como Pichuco. como Jauretche, como ese otro gran viejo que era Perón.

 

8. La muerte es algo bravo, no hay vuelta que darle, y quién más quién menos todos le tenemos miedo. Parece que siempre le va a tocar a otro, hasta que de pronto ... se lo agarra a uno... A mí me gustaría, es un decir, morir del corazón ... dicen que no duele, que uno ni se da cuenta... Dentro de todo el Gordo tuvo suerte, dicen, parece, que la cosa le vino bien, que no sufrió nada... Se lo merece, porque cuando alguien muere, vio, todos lo empiezan a pintar como si al final el fulano fuera otro Jesucristo; pero el Gordo era bueno de verdad, un pedazo de pan ... tan noble que por cualquier cosa se largaba una lágrima. ¡Y cómo tocaba ...!

 

9. Con la muerte del Gordo ¿sabés a quién vengo a despedir, pibe...? Al tango. Se murió Troilo y se murió el tango.

 

10. ¿Sabe por qué estoy acá? Hace ya algunos años murió un gran amigo, al que quería mucho: esas cosas de la vida nos habían distanciado un poco ..., para serle franco, andábamos medio cabreros. La cuestión es que me enteré que había tenido un accidente un poco raro, y que estaba muerto. Para esto ya había pasado cosa de un mes. Pensé en pasar por la casa y saludar a la familia, pero no me animé, tampoco sabía cómo encontrarlo en el cementerio ... ¿y sabe qué hice?, me tomé el tren y me fui hasta La Plata, y repetí, solo, todo lo que una vuelta, hace ya años, habíamos hecho juntos. Jugué unos cuantos mangos a los burros, pero como a él le gustaba, siguiendo más al jockey que al animal, y después me fui a una parrilla, cerca de la estación, donde pasan tangos: comí, y bueno, no podía fallar, pasaron los de Troilo con Florentino ... "Tinta Roja", "Malena", "Barrio de Tango"... él era fanático de Pichuco, especialmente cuando cantaba Fiore ...Y bueno, ahora yo venía con el colectivo 60, por Callao, y al cruzar Corrientes me sentí como empujado y me bajé... Sabía que había muerto Troilo, y que lo velaban en el San Martín, pero no iba a venir... no me gusta cuando hay mucha gente ... pero, ya le digo, de pronto, sin pensarlo mucho, me bajé... ¡Qué sé yo! la vida, la muerte, los amigos... va a creer que le estoy contando un tango ...

 

11. Uno a Troilo lo quiere mucho y todo ¿no?, pero yo creo que el Gordo ésta se la buscó o se la buscaron. Si se sabía que estaba enfermo, que andaba bastante jodido, ¿para qué lo dejaron trabajar todas las noches en el Odeón? Era mandarlo al sacrificio; porque tocar el fuelle nunca fue para Troilo una cosa así nomás, de compromiso; él, cada vez que tocaba se jugaba entero, y eso gasta. Además, a él mangos no le faltaban, fama tenía de sobra, y la gente no lo iba así nomás—¡qué digo así nomás, nunca!— a dejar de querer, a olvidar. Y estaban los discos...; yo no digo que dejara de tocar, pero podía haberlo seguido haciendo de vez en cuando. en un espectáculo a lo grande, y por televisión, para que lo vieran todos ...

 

Pero el Gordo, vaya a saber, él también tendría sus cosas. A lo mejor necesitaba tocar en el teatro, no podría dejar de hacerlo ... Pobre Gordo, me dijeron que la última noche que tocó, se despidió de Buenos Aires pidiendo que lo aguantaran un cacho más. Cómo se iba a despedir así. Justo él, que es el corazón de Buenos Aires ...

 

12. Dios tenía músicos, poetas. Ahora tiene al Fueye.

 

V. Z. L.

 

Anibal Troilo con Fiorentino -MALENA-

 

Aníbal Troilo - Francisco Fiorentino - Tinta roja

 

"Gricel" Orquesta Anibal Troilo canta Francisco Fiorentino

 

María Ester Gilio  y Vicente Zito Lema
Revista Crisis Año III Nº 27

Buenos Aires Julio de 1975

 

Ver, además:

Hoy Aníbal Troilo cumpliría noventa años - Pichuco o el mejor sello del bandoneón, por julio Nudler

Ese bandoneón que se definió Pichuco, por julio Nudler

Aníbal Troilo y un recuerdo del Tupí Nambá, crónica de Rebar (Raúl Barbero)

 

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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