Exceso de sensibilidad
cuento de L. S. Garini

Se oían las voces o los gritos del hombre que estaba arando, o sembrando. Y el visitante, o invitado de la granja vecina, se dirigió al lugar, y junto al cerco medianero o límite de las dos propiedades, comenzó a hablar: "Usted no puede hacer eso con ese animal indefenso, que apenas puede moverse, y usted le grita, y lo castiga, usted es un mal hombre".

Y el hombre, el granjero, o arador, o sembrador, le decía que él no sabía lo que era, pero que él se estaba metiendo en lo que no le importaba, y en lo que no, conocía, y que era mejor que se fuera.

"Yo no me voy, el que se va a ir es usted. Voy a hacer que lo metan preso, porque eso no se hace con un animal noble, que trabaja todo el día para usted, y no cobra nada por su trabajo. ¿Qué se ha creído que es usted?"

Y el hombre le respondía que de dónde sacaba semejante disparate de que un caballo supiera que trabajaba; que trabajaba porque era un animal, y que mejor sería que se fuera y que lo dejara tranquilo.

"Sí, me voy a ir, pero si usted llega a matar a ese animal, si el caballo se muere, tendrá que oírme, y le va a costar muy caro. Y he observado también que hace unos días cuando llovió, el animal estuvo afuera, mojándose. Eso no está bien". Y el hombre, el granjero, le decía qué era lo que quería, que le comprara una capa o un impermeable, y que debería meterse en sus cosas, y que le resultaba una persona un tanto imbécil.

"Yo seré un imbécil, pero usted es un ser que está muy por debajo del caballo, y de cualquier animal. Me quedo con cualquier animal y no con usted".

Y el hombre del caballo, el granjero, dijo algo así como: ¡Qué carajo! y que lo dejara trabajar.

"¡Carajo!" "¡Carajo!"; qué manera de hablar. Yo jamás he dicho una palabra así en toda mi vida. Se ve que usted no tiene ninguna educación".

Y el hombre le volvía a decir que se fuera, que lo dejara trabajar, que no podía perder el tiempo con personas como él, y oyendo estupideces.

(El animal había sido obligado a trabajar hasta muy tarde, y unas horas después, tres, o cuatro, ya estaba muerto).

Ese mal hombre tendría que haberse dado cuenta de todo eso. ¿No era acaso un entendido en caballos? Y el pobre animal había luchado hasta el final. Le faltó muy poco seguramente, para caer junto al arado, o enganchado en el arado. Le haría ver ese detalle al hombre, y le diría muchas cosas fuertes. (Y se dirigió hacia donde se hallaba el granjero, que araba con un caballo nuevo). "Usted no sirve ni para abonar las plantas. Se secarían, sí, se secarían, o quedarían envenenadas. Tendría que haberse muerto usted, y no el caballo, que era lo único de valor, y el que trabajaba".

Y el granjero, dijo que era él, el que trabajaba, que el caballo era haragán, que tenía que estar siempre sobre su lomo, que no le gustaba trabajar, que le gustaba comer y estar echado, y que no sabía lo que era un caballo, que no conocía más caballos, que los de las figuras de las revistas.

"El que no sabe lo que es una caballo, es usted. Y no sabe nada que valga algo. Usted lo único que sabe es amontonar dinero, y reventar a todo lo que se le acerca, para tener más dinero. Eso es usted, una bestia de la peor especie. No quisiera, ni en broma, depender de usted. Sería el castigo más grande que podría recibir. Y usted habla de trabajo. El que trabajaba era el caballo. Usted fumaba, y en cuanto podía, hablaba con algún vecino. Y creo que no le daba de comer bien al pobre animal. Lo hacía trabajar, y no le daba de comer suficientemente. Creo también, que en el invierno, no le daba una ración especial. Usted es un explotador, y me gustaría saber lo que pensaba el pobre animal de usted".

El hombre, el granjero, le decía que el caballo no podía pensar, que era un animal, que no dijera disparates.

"El animal es usted, y en el sentido malo de la palabra".

Y el granjero, que estaba loco, que el caballo no podía pensar, que no tenía nada en la cabeza.

"El que no tiene nada en la cabeza es usted, y vale mucho menos que el caballo, muchísimo menos, usted tendría que tirar del arado. Y es usted un estúpido y un mal hombre".

El granjero le pedía que repitiera lo que había dicho.

"No repito nada, no soy un aparato para repetir".

El hombre le pedía que se retirara, que no le hiciera perder la paciencia.

"No tengo por qué retirarme, no estoy en su predio, puedo quedarme aquí todo el tiempo que se me ocurra. Usted no podrá echarme, porque usted es una porquería de hombre. Eso es lo que es. No, no es ni siquiera un hombre. Es una basura, una basurita, menos que una basurita".

Y todavía lo habían arrastrado con una máquina, hasta el camino principal para cargarlo; lo habían vendido seguramente, como carne, para un zoológico. Ni siquiera se respetaba su condición de ser entero, completo, un todo unido. Ya habían quedado algunos pedazos en el recorrido desde el lugar donde había muerto, hasta la calle principal. Lo mismo que les sucedía a esos otros pequeños animales silvestres, que algunos vehículos aplastaban en las carreteras de mucho movimiento, y que después, las ruedas llevaban a otros sitios. Pedazos de carne y de piel, que eran desmenuzados y repartidos por un gran trecho de camino. Indudablemente, era una falta de respeto de aquellos conductores apresurados y estúpidos, que no reparaban en otra cosa, que en la velocidad de sus vehículos. Aquel cuerpo que siempre había formado un todo unido, y que se había movido durante un tiempo sin perder, una sola partícula, era desmenuzado y repartido. Y, con el caballo, habían hecho lo mismo. Y el caballo, él lo conocía, había estado muy cerca de él, y hasta lo había acariciado. Era un poco el amigo, y un ser noble, muy noble. Primero lo habían despojado de sus órganos sexuales, y después, un "idiota", se había trepado sobre él, y con castigos, lo había doblegado, y también humillado, hasta casi convertirlo en otro ser. Y después, todavía, otros lo habían utilizado seguramente, para ir de un sitio a otro, no importaba que fuera de día o de noche, o que hiciera calor o frío, o que estuviera lloviendo, o que el sol quemara la piel, y después aún, cuando ya comenzaba a estar viejo, o ya no era joven, lo habían enganchado a aquel artefacto, y lo habían obligado a remover aquella tierra, para alimentar a otros, y ya no había tenido un descanso completo.

Podía haberse hecho cargo de él. Estuvo por decírselo al hombre. Podía habérselo comprado para dejarlo envejecer con tranquilidad. Habría alquilado un predio, etc. "Sí, sí, lo voy a denunciar. Tiene que ser castigado. ¿Qué es lo que cree que es? ¿Dueño de las vidas ajenas? No, no puede ser, de ningún modo. Lo voy a, denunciar; sí, lo voy a denunciar".

Cuando en el almuerzo va a comer una ensalada, no puede comerla. Sabe que las hojas y las otras verduras, son de la granja del caballo muerto, y no podrá ni llevárselas la boca. El animal ha muerto allí muy cerca, y todos están alegres, y dispuestos a comer todas esas verduras. No puede ser. Eso resulta infame.

Está asqueado. Se levanta de la mesa y se dirige al dormitorio para preparar sus valijas y marcharse. Ya no puede soportar esa situación. La dueña de casa trata de convencerlo de que está equivocado, de que así no se puede tomar la muerte de un caballo, de un animal, de un bichito, etc., etc.

¿Qué clase de personas son éstas? No quisiera estar siempre con gentes de esa clase. Sería una gran desgracia. Felizmente se va. En la ciudad no sucedían cosas así. Se respetaba a los animales y se les quería. Allí no se podía vivir. El y esas personas, no están en el mismo país. Están en el mismo país, sí, pero son de especies diferentes. No tienen nada en común. Con esa clase de gente, no se puede hablar. Sí; no se podía vivir, no se podría estar un instante más. Sería una gran desgracia, tener que vivir con esa gente.

cuento de L. S. Garini
Equilibrio y otros desequilibrios
Ediciones Géminis - Colección narradores de hoy 
Montevideo - junio 1979

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                      L. S. Garini en Letras Uruguay                                              

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