L.S. Garini y su mundo entre comillas

 

El escritor que se esconde bajo el semiseudónimo LS. Garinl nació en el departamento de Soriano, fue estudiante de abogacía y arquitectura, residió dos años en Francia y tiene escritas cuatro series de relatos, pero Una forma de la desventura (1963) es su primer libro. No obstante, Garini no pertenece a la promoción de jóvenes narradores aparecidos a partir de 1960, y en realidad es algunos años mayor que los escritores del 45.
Una forma de la desventura junta quince relatos, algunos de ellos brevísimos. Cuesta bastante acostumbrarse a la rara mezcla de estilo despojado y sensación de pesadilla, que singulariza los relatos de Garini. "A él no le importaban ni esas leyes, ni ese orden" escribe en pág. 46. "A él le importaba su propio orden, el de su casa con su gato y sus costumbres: y estaba dispuesto a defender ese orden suyo, particular. También Garini, como autor, tiene su orden particular y está dispuesto a defenderlo.
La principal dificultad radica en que son escasos los datos que el lector recibe para sacar sus propias cuentas, para formular su propia interpretación, para saber realmente qué es lo que está pasando. No faltan datos, en cambio, para quienes tienen la obsesión de pasarlo todo por el filtro del psicoanálisis. Es seguro que, para éstos, el libro de Garini (con su atmósfera onírica, bien provista de gotas de sangre, lechos, redes, carnes rojizas, aves de patas gruesas, gatos, caballos, mechones de pelo y otras tantas contraseñas de simbología erótica) ha de ser un manjar de los dioses. Sin embargo ni aun con el falible socorro del psicoanálisis, es posible introducirse verdaderamente en las últimas intenciones de estos cuentos oscuros. Se intuye que, por debajo de la palmaria sirnbología, de cierta cáscara verbal casi impenetrable, de una precisión obsesiva e implacable para describir los objetos (convertidos a menudo en presencias casi monstruosas), existe una actitud única, cuya esencia permanece en el misterio.
Existe en Garini una curiosa mezcla de afán de narrar y designio de ocultar, como si la presencia inevitable del lector fuera para él estimulo a la vez que estorbo. Uno se explica que Una forma de la desventura haya sido precedida por tres series de relatos inéditos, ya que Garinl parece sobre todo escribir para si mismo, O quizá algo más Insólito aun: escribir para sus personajes. Entre el autor y los personajes, hay seguramente un lenguaje en cifra, una complicidad destinada a que el lector quede poco menos que al margen.
Claro que, en tanto que el lector puede quedar afuera sin remordimientos, el critico en cambio debe esforzarse por hallar y emplear su propia ganzúa. Hay en los cuentos de Garini tres o cuatro rasgos que permiten otras tantas aproximaciones. Uno de ellos es su predilección por los etcéteras. "Tendría que volver, etc.", es el titulo de uno de los cuentos. Otro de los relatos, precisamente el que da título al volumen, termina con la palabra etcétera. Pero, además, ésta aparece constantemente en el libro, aun en los sitios más inesperados y chocantes. Otra constante del autor son las comillas, usadas aquí (además del empleo funcional en los diálogos) para destacar o apartar palabras, y a veces para desprestigiarlas, para desmontarlas de su significado ortodoxo. Por último, todos los relatos están escritos en tercera persona. (La excepción seria "El accidente o la libertad", pero aun ésta es una versión crítica y, en definitiva, exterior).
El empleo abusivo de los etcéteras parecería indicar por lo menos dos cosas. Por un lado, cierta convicción (tal vez heredada de Borges) de que en algún instante, en algún sitio, en algún punto, todo vuelve a empezar, a reiniciarse. En ese mundo de recurrencias, cada etcétera sería así la mera indicación de que comienza un nuevo ciclo. Pero hay otra interpretación posible. Llega un instante en que el escritor se vuelve escéptico con respecto a la eficacia, a la profunda validez de la palabra, y entonces corta repentinamente el hilo verbal. En este último sentido, cada etcétera será simplemente un tijeretazo, un no va más. En esos momentos, Garini parece formularse una doble pregunta: ¿A qué seguir, si de todos modos el lector no entiende? ¿A qué seguir, si no me importa que el lector entienda? Y el etcétera es la respuesta simple a la pregunta doble.
Más importante, a los efectos de obtener algún dato, parece el otro empleo abusivo: el de las comillas. Por medio de ese inocente signo ortográfico. Garini logra poner distancia entre sus personajes y el resto del mundo. Seres y cosas no aparecen con su real aspecto, sino distorsionados, entre comillas. Para el protagonista de "La forma nueva", por ejemplo, la ciudad es sólo la "ciudad": el de "Los papeles" proyecta quejarse, no a las autoridades sino a las "autoridades"; en el último relato, el hombre del caballo (sin comillas) no se enfrenta a un señor, sino a un señor". Los personajes de Garini están tan encerrados en si mismos, tan encarnizadamente solos, que ven el resto del mundo como a través de un vidrio esmerilado: no ven exactamente la realidad tal cual es. sino una "realidad" confusa y desprestigiada ("El objeto desprestigiado" es, precisamente, el título de uno de los cuentos), una realidad que por lo general lleva descuentos e impurezas. Acaso Garini utilice la carga peyorativa de las comillas para dar a entender que es apenas una parodia de realidad la que adviene a sus cuentos: pero también puede ser que, al poner virtualmente al mundo entre comillas. quiera simplemente llamar la atención sobre su condición subsidiada, sometida, lamentable parodia de algo que no existe. Frente a nosotros no está el Mundo sino el "mundo", presencia mediocre, anodina, sin sentido. Por algo se habla en los cuentos, de un ex-caballo, de una ex-casa, que es otro modo de decir que se trata de una realidad que ha dejado de ser tal, para reducirse a una bastarda "realidad" entre comillas.
En cuanto al último rasgo (el relato en tercera persona) común a tantos narradores, en Garini parece tener un significado anexo. En rigor, es otra manera de dejarlo solo al personaje, de no estorbarlo. El autor no le concede al lector la mínima ventaja: por lo tanto, renuncia a colocarse él mismo dentro del personaje, desiste de contarle lo que el personaje piensa o cavila. Un lector apresurado puede creer que no es así, ya que en algunas ocasiones el autor da a entender que está registrando los pensamientos de su personaje. Adviértase, sin embargo, que esos aparentes pensamientos son sencillas aprehensiones de objetos, o, para colmo, de objetos deformados. De ese modo, la realidad pasa por dos filtros: primero la distorsión en el tránsito objeto-personaje, y luego, el distanciamiento (en un sentido no demasiado distinto de la teoría de Brecht) en la relación personaje-autor.
Aunque Una forma de la desventura es algo así como un Felisberto Hernández sin picardía y por lo tanto más opaco y hasta monótono, los relatos de Garini tienen un impulso y un modo personales, una mezcla de vigilia y pesadilla, que les confieren un sello muy particular. No obstante, la empresa que se propone el autor es tan árida y tan ardua, que el libro no alcanza a ser una obra literariamente satisfactoria. El mejor nivel está dado posiblemente en cuentos como "La lucha" (muestra fascinante de una dinámica del asco) o "El accidente o la libertad". donde el autor llega a dar un impulso lírico a la frustración y a la derrota. Pero en la mayor parte de los relatos, y particularmente en los tres que clausuran el volumen, la cuota de misterio se vuelve gratuita y uno tiene la impresión de que al autor se le fue la mano en el desinterés.
Para ser un arranque tan inclemente y negativo, quizá le falte a esta serie de relatos una más espeluznante agresividad, un odio más indeclinable, un horror más puro, y sobre todo una más clara enunciación de su impertérrita iracundia. El lector, ya que está obligado a quedarse afuera, quiere de todos modos conseguir algún dato-clave que le permita imaginar si le hubiera gustado estar adentro. Tal como ahora existe, el libro es la obra de alguien que ve con claridad su propio caos, su propio conflicto, sus propios reflejos sensibles, pero que no puede lo más probablemente no quiere usar esa lucidez para ayudar a que otra mirada, curiosa y ajena, llegue a entender los verdaderos términos de ese conflicto y esa sensibilidad; negativa a la que, en última instancia, el escritor tiene pleno derecho, y que si bien puede llegar a ser otra forma de la desventura, sirve para otorgar al libro una cualidad autodefensiva que lo convierte, de buenas a primeras, en un testimonio dramáticamente personal.

Mario Benedetti - 1964

Mario Benedetti - Obras fundamentales
Literatura Uruguaya Siglo XX (Tercera parte)
La República - Montevideo 1991

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