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El "estaquiao", de Valentín García Saiz
Valentín García Saiz

 

En una pulpería de las afueras de mi pueblo, de muchacho, entre pestilencias de "caxaca" y fuerte humo de tabaco brasileño, escuché absorto, en una rueda al finalizar una partida de "truco", esta narración que vuelco con visos de verdad, palabras más, palabras menos, al papel, evocando un personaje real, que, para el caso, no interesa el nombre.

 

Con gran llaneza, mi hombre comenzó así:

 

-"Cuasi al amanecer, el ejército había acampado cerquita'el arroyo, el que estaba bastante panzón de tan crecido. Dende temprano andaban consiguiendo "pipas" y tablones pa'hacer una balsa. Nos tráia medio apurao l'enemigo; nos venía pisando los talones. La retaguardia nuestra venía tironeándose con las avanzadas contrarias.

 

Esto que les vi'a contar, aconteció en una de aquellas guerras d'iantes, entre orientales, dejuramente. Yo no sé si ustedes saben, o si han óido contar que en más di una ocasión me'"limpiao" a más di'uno en tiempos de guerra. Y no porque estuviera cebao, ¡no!. "Limpiaba" por órdenes superiores. En un redepente me ordenaba un sargento, un teniente... y ¿qué diba' hacer? ¿no eh?... Por gusto nunca "toqué el violín". A veces dispués de terminar una pelea, ustedes saben, asigún venga la cosa, si no hay puerta pa' disparar, el redotao se la ve fea y deja el tendal d'heridos. Ayircito nomás, como caranchos, cae la recua de "carchadores". Hay que haber servido en nuestras guerras pa dispués hablar y saber lo que es la necesidá.

 

"Si to he "despenáo" a más de uno, por cuenta mía, creanmeló, ha sido pa' hacerles un favor, pa no verles sufrir. ¡pobrecitos!. Unos, locos por la sé, dispue´s que se enfrían las heridas, piden: ¡matemé! ¡peguemé un tiro! y otros, a juerza de tanto verlos "boquiar" nu hay más remedio que ser caritativo, había que "despenarlos".

 

"Dispués, sí... era cuando me fijaba si el finao tenía algún relos o cadena di'oro, algún puñal de plata novecientos, algún aniyo de valor... Ustedes saben lo qu'es la prática n'estas cosas; la esperencia enseña mucho. Uno véia si estaba mal baliao, el lugar de la herida, si aquello no tenía más remedio. Fuera o no compañero, pa' mí era igual. ¡Cuántas veces, uno de "nuestro pelo" cayó en la voltiada!. La prática, la esperensia. ¿Y yo qué diva'hacer? ¿no, eh?...

 

Es cuestión de coraje y tener güen corazón n'estas ocasiones".

-"Güeno... como yo les diba diciendo, tábamos acampao cerquita'el arroyo que ni lo nuembro porque el ricuerdo me tráe tantas cosas a la cabeza que aveces me viene hasta ganas de yorar y me acosa una tristeza por una sinfinidá de días. Yo cumplía órdenes de mis superiores, ¿no, eh?... ¿y que'iba hacer?... ¿no, eh?

 

"Ahura me doy cuenta porque me tenían aquel rispeto y hasta miedo más de uno; tendría fama, no hay duda, de "tocar" muy bien el "violín", como dicen. ¡Miren si me habré limpiao cristianos! Si habré escuchao veces los alaridos d'esas pobres gentes, sobre todo cuando me daban órdenes, y en cuantito veían desenvainar mi "refalosa" de cuasi tres cuartos, sin probar filo, con los pelos erizaos por el miedo y los ojos como el carnero cuando va p'al gancho del galpón:

 

"¡Por su madre, no me degüelle! ¡no! ¡no! ¡no! - ¡Perdonemé, - y de vez en cuando algún viejo: -"mi ñetita queda solita n'el mundo!"

 

"Y ansina me los diba dispachando, p'al otro mundo, siempre apurao, pa'no escuchar lamentaciones. Al fin yo estaba tan cansao d'esas cosas que las palabras me dentraban por un óido y me salian por el otro. Les desiba, eso sí, como si estuviera muy apenao: ¡Es la orden, hay que cumplirla! ¡Tené pasencia! Y cuando alguno me pedía que le metiera un plomo en la cabeza, yo le contestaba: -mirá m'hijito, la munisión hay que guardarla pa'las peleas, áhura no hay necesidá. Y yo seguía con mi oficio, no les véia "pelo ni marca".

 

A veces, de lástima nomás, asentaba el cuchiyo, que siempre estaba ensangrentado, n'el caño de mi bota, pa' que la cosa anduviera más pronto y el cristiano sufriera menos. Y no es que crean que yo no tenía corazón y güenos sentimientos como áhura, es que yo era, -y esto va en secreto- algo así como el degollador más diestro del ejército. Más de una vez, me dentró pena n'el alma al agarrar a más de un prisionero de las barbas si las tenía, de los pelos de la cabeza, o si no bien afirmao los dedos de mi zurda en el hocico pa que no me apretara el gañote y se me escurriera con el cuerpo llenito de temblores. ¡Mire que hace juerza un cristiano n'ese trance!".

-"Pues sí... uno no es culpable d'esas cosas... ¿no eh?... Si a uno le ordenan hacer algo, hay que hacerlo...¿no,eh? Pues... miren: yo cierta vez, desobedecí una orden, naides lo supo, y áhura, dispués de tantos años, les viá contar como jué, pero crean que entuavía cuando mi acuerdo me dentra una pena n'el alma que me dura varios días, y me persigue día y noche, vayan sabiendo, los ojos de un negro que habían ordenao el "estaqueo" en plena marcha en esa ocasión, y con seguridá que sería comido vivo por cuanto bicho; por los zorros, por los caranchos. Taba mesmito bajo unos talas junto al arroyo. Si sería grande mi fama, entonces, de "tocar el violín", que cada vez que pasaba cerquita'el negro (yo siempre andaba apurao, no le daba cortesía a naides) me miraba con sus tremendos ojazos sin decir esta boca es mía. Sin duda el negro me conocía bien y pensaría pa'sus adentros que lo diba a limpiar de un momento a otro. Por dos veces me preguntó al pasar: -¿me va degoyá, don? -y yo, como siempre, no l'hice caso. Pero me quedó adentro, como pegao en los ojos, la mirada de aquel negro, mirada de unos ojos que daban en verdá, lástima. Mi acerqué y le pregunté por qué estaba "estaquiao". Me contestó:

 

-"Por robo"

 

-"Y qué robaste, tizón?"

 

-"Unas garras"

 

-"Nada más?"

 

-"sí señó. -Nada más"

 

-"Y vide otra vez aquellos ojos grandotes de aquel negro y cuando me juí de su lao, vide las guascas que temblaban al mismo tiempo que su cuerpo, cuasi desnudo, tapao apenas por un chiripacito, bien maniatao a las estacas. Cuando me alejé de su lao, yo me decía: ¡Por robar unas garras! ¡Por robar unas garras!... ¡en tiempos de guerra! ¡Esto no es justicia! Y han de creer ustedes, entoavía me seguía persiguiendo como luz mala los ojos del negro; aquellos ojos grandotes los véia por tuitos láos y también los temblores de su cuerpo, los temblores de las guascas...

 

"Efectivamente, averigüé un poco dispués y me dijeron que se había apoderado de un apero viejo y que lo había vendido por unos riales nomás, en una pulpería cercana.

 

"Jué entonces cuando yo me dije: "viá hacer justicia una vez aunque masno sea". Como les decía, tábamos acampao, juntito al arroyo queestaba crecido. Yo había empezado a construír la balsa pa' que pasara el ejército: taba ya oscureciendo, naides podría saberlo. Taba oscurito mesmo. Entonces, decidí hacer justicia una vez en la vida por mi propia mano. Yegué junto a los talas. Me diba acercando despacito, recién acababa de armar "un chala", diba "pitando". A unos veinte pasos más o menos divisé al negro, le relumbraban lo blanco de los ojos en medio de la oscuridá. Y yo diba despasito, diba con el cuchiyo, picando el "naco" pa convidar con un "chala" al pobre negro. El, sin duda, dende lejos me vió llegar, paso a paso. Yegué. Taba bastante oscurito. Náide lo sabría..."

 

-"Ché... tizón, querés "pitar" antes? -le dije, con segunda.

 

-¡Me vá... degoyáaaaa!!!

 

Y vide otra vez el relumbre blanco de los ojos del negro que daban espanto en medio de la noche, vide como tamblaban otra vez las guascas, vide los temblores de su cuerpo, cuasi desnudo...

 

-Tomá, tizón - le dije nuevamente al tiempo que yo le ponía en la boca "el chala" prendido, y, en seguida, de un tajo certero corté...¡epa!... compañeros, no se asusten... corté... las guascas que lo maniataban en las estacas... y el cuerpo del negro había cesado ya de temblar. Dispués dándole una patada le ordené: Sentate, ¿tas envarao? - Me corrí a los pieses y le corté los tientos.

 

-Tás en liberté, tizón... ¡juyite! - Y han de creer ustedes qu'el negro ni se movió, taba durito, estirao n'el suelo, y entuavía me seguía mirando fijo, sin pestañear. Ya ni temblaba, las guascas habían sido cortadas...

 

-¡Tás en libertá, paráte pués!...- repetí-. ¡Y vean ustedes! lo que son las cosas; taba con "el chala" en la boca, echando humo. Y, nostante, ¡taba muerto!...

 

Y yo siempre he pensao, ante el recuerdo de los ojos di aquel negro, que se había muerto de susto... ¡de susto!... ¿no, eh?... de purito susto nomás... ¡Vayan viendo lo qu'es la fama de los hombres!... Tamién... es cierto que yo tráia en la mano mi cuchiyo..."

Valentín García Saiz
"Pilchas" Cuentos de campo y ciudad. Editado en 1946

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