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Entre caudillos
Valentín García Saiz

 

Atardecía. En la estancia "Los Molles", don Severo Meneses daba en el galpón a los alambradores las últimas instrucciones para que, al rayar el nuevo día, repusieran unos postes viejos, carcomidos por los años y el arreglo de la tranquera del potrero grande, cuando Timote, su nieto lo llamó aparte y le dijo:

-Mi padrino don Zoilo viene dentrando, Tata-viajo. no oye a la perrada?

A la media hora, poco más o menos, en el comedor estaban de gran charla aquellos viejos amigos, losque solo se veían de tiempo en tiempo según las exigencias de las circunstancias. La última vez que se apeó por aquellos pagos, fue cuando don Severo tuvo la desgracia de perder a su hijo mayor, el padre de Timote.

Cada visita de don Zoilo era comentada por todo ser viviente de aquella casa, no faltando quien anduviera en "puntas de pie" para escuchar detrás de alguna puerta lo que hablaban; pues era augurio de algún acontecimiento de importancia en la comarca.

-¿Qué viento lo ha traído por estos láus, compadre? -dijo don Severo después de un grande abrazo.

-Nada... de paso ... contestó el recién llegado. A visitarlo nomás... somos viejos amigos, ¿verdad?

-Pucha... si podremos serlo -respondió con efusión don Severo-. En tuitas las ocasiones peliagudas de la vida, hemos estado acollaraos pa'bien de uno y otro, como si juéramos hermanos.

Tras breve silencio y frunciendo el entrecejo, increpó con acritud a su nieto:

-Muy bonito, timote... ¿cómo es que te has olvidado de pedir la bendición a tu padrino?. ¡Qué crianza! ¡Arrodíyese!

Después de obedecer temeroso la orden de su abuelo, y una vez recibido de labios de su padrino las sacramentales palabras "Dios te haga güeno", don Severo ordenóle:

-Andá' la cocina y decile a la piona que apronte un mate de la yerba paraguaya pa' convidar a mi compadre.

Hablaron "largo y tendido" referente a los conocidos, de las haciendas, de las pasturas, del tiempo y otras conversaciones camperas, cuando don Zoilo de improviso "se le fué al grano".

-Lo vengo a convidar otra vez... -díjole con sorna campechana, en tanto liaba en chala un "fumo chileno".

Sorprendido don Severo por tal invitación, contestó:

-¿Cómo? ... No me diga, compadre! ¿Dendeera, otra vez tenemos regüelta?

-Asujete el pingo, amigaso, no talonée tan pronto. Lo vengo, esta vez a convidar...¿sabe? pa' dir juntos a votar cuando yeguen las elecciones. Ansina como juimos tantas veces a las "patriadas", iremos juntos tamién, a depositar nuestros votos: pues parece que la cosa se le pone fea al gobierno, por la retitú de la nueva Constitución. - Aconseje a la muchachada y digalés a tuitos, en mi nombre, que se trata nada menos que de la presidencia; que todos vayan en tropiya a las urnas pa' bien del páis; y que se escuendan bien las tacuaras pa' defender a la patria, por si alguna nación extranjera pretendiera algún día pisar el poncho de nuestra unidá.

-Dejuro que no me lo hubiera imaginao, al óirlo hablar ansina, compadre, -dijo don Severo. Y después de pasar la diestra por la enmarañada barba, agregó:

-¡Tá güeno!... ¿Y usté cree que la penca se corra fija?

-Tanto como "eso" no; pero usted sabe que los tiempos han cambiado. Hoy se puede dir a votar tranquilamente. Los comesarios no tienen arte ni parte; la polesía no puede meterse en esos asuntos; y sobre todo, amigaso, el voto es secreto. Va bién repartida la cosa, compadre. ¡Los dotores, sin distingueos políticos parece que se han portao! Le dan a cada cual lo suyo. ¡Y ansina debe ser!.

-¿Y si el gobierno la perdiera, usté cree que "largaría el güeso", dispués de estar tantos años en el poder?

-"Eso" ya sería otro cantar, -replicó don Zolio-. Entonces... no habería más rimedio... (un silencio), ¡que resinarse!.

Aquel diálogo quedó trunco con la presencia de la peonada que traía el "amargo" y la "nueva" de que Timote se había hecho un tajo muy hondo en la planta del pie.

-Vamos a ver al ahijado que si ha hecho; - dijo don Zoilo- todos juimos traviesos cuando "gurises".

Al pasar por el patio, una negra "motuda" entrada en años, "riyéndole" al recién llegado y al mismo tiempo que mostraba sus blancos dientes "pororó" manifestó sin inmutarse:

-Está en la cocina, el gurisito, patrón; arreciencita, lo acabo de vendar.

No bien losvió llegar el muchacho con cierta timidez exclamó:

-¡No me vaya a retar, Tata-viejo: jué sin querer!

-¿Cómo te hiciste esa lastimadura? ¡hablá!

-¿No me pega?

-¡No!

-Pero... ¡si no sabe nada!... ¿No ve que ya no yoro? Risulta que yo estaba escuchando, toda la prosa e ustedes, de atrás de una puerta, y dispués, entusiasmao, me subí al altiyo donde tenía usté escondida aquellas tacuaras. Entonces agarré una, aquella de banderola y ahí nomás me puse a ensayar contra la paré pa' ver si podría servir de lancero, ansina los acompañaba. ¡Y en uno d'esos sabe, Tata-viejo! ni sé cómo jué, ¡una de las chuzas me tajeó! ¡Taba tan oscuro!...

Por las mentes de aquellos dos caudillos, vivorearon los recuerdos de pasadas hazañas en defensa de su credo partidario y sintieron escozores en sus nervios "ñandubays" al escuchar el relato de aquel niño, quien les habló tan oportunamente de las viejas tacuaras, las mismas, con sus antepasados, "a botes" de lanza, hicieron el inmenso solar de la patria!

Después con faz serena, don Severo pronunció esta sentencia a su nieto:

-¡Cuidadito con pisar otra vez por el altiyo! Deje las tacuaras quietas. No se precisan por áhura, porque las cosas han cambiao, y tuitos, en tropiya, vamos a dir a votar, es la orden de mi compadre!

Y Timote, "metiendo la cuchara":

-¿Y yo, también puedo dir a votar, Tata-viejo?

-Sí...¡cuando sea hombre!

-¿Vió que gurí machazo, éste? -dijo don Severo

-Tiene güena sangre, ¡vaser de lay!

Don Zoilo tendióle los brazos a su compadre y emocionado, díjole momentos antes de partir:

-¡Como siempre, juntos!

-¡Como siempre!.

Valentín García Saiz
"Pilchas" Cuentos de campo y ciudad. Editado en 1946

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