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La historia cuando el trovador canta
por Maximiliano García

El sábado por la noche mientras bebemos en una peña nos enteramos que la historia haría un esbozo, una marca de música y poesía en Conchillas. Que tal vez la última pluma trovaría los acordes dejando sello, llama encendida de ideales, de respeto, de brasas calientes. Así que en la tarde del domingo salimos a escuchar a esa leyenda que muchos llaman he interpretan como nuestro Dylan pero que yo diría que es solo él, pues lo precede y aún sigue con su criolla a cuestas. La verdad me resulta innovador, significativo que tocara en ese lugar colonizado, ahorcado por las inversiones y economías de desarrollo? En ese pueblo donde el despliegue familiar da pinceladas a la nostalgia, y cuando digo nostalgia sé que es más inocente, sentimental he hiriente que el recuerdo, me voy a tiempos que ya en Carmelo es difícil de ver, me retrotrae a mi niñez de una ciudad que aún era pueblo sin tanto ruido, ni celular, donde la familia no se veía solo para comer, donde la imaginación volaba a la hora de la siesta sin querer dormir. Allí en ese ambiente de ríos con arboledas autóctonas, de pocas especies extranjeras y agresivas tocaría el señor Viglietti. 

Caía el sol, las nubes espesas, oscuras, tridimensionales dimensiones que pudiera haber pintado Dalí desafiando, amenazando en un despliegue mitológico. Nadie alteró su calma confiando en el mortal talentoso y sabio. La invitada a compartir el espectáculo fue la interprete coloniense Conce, ella se encargó conjunto al dios del viento Eolo de alejar la nubes y romper el hielo con su voz. Luego el presentador hizo hasta el cansancio una panfleteada de elogios políticos circenses como si todo esto fuera una bendición, cuando es un derecho humano casi obligatorio no siempre bien entendido por nuestros gobernantes, el arte debe ser de todos. Ahora si apareció él, él y ella, la guitarra y el hombre de voz grabe, profunda, combativa, solidaria, sus pantalones negros así como su gorra, su camisa casi roja que despertó la sonrisa cómplice de Bakunin y Kropotkin cuando pasan a verle en la última nube. Ese hombre de setenta y un años comenzó a cantar verdades de un siglo que pasó a las bofetadas, que vapuleó el alma del ser humano como ningún otro, que también se rebeló he hizo los cimientos de esta América del siglo XXI. Ese trovador canta con gestos de amistad y lucha compartiéndose y compartiéndonos letras, músicas propias, de Aníbal Sampayo, Alfredo Zitarrosa, Violeta Parra, Mario Benedetti, José Carbajal, cañeros y compañeros que mi cabeza no recuerda sus nombres pero que él se encargó de recordarlos antes de cada canción. Algunos coreábamos, para otros era el despertar tardío que ese zurdo no era tan malo, pero que ninguno lo olvidará. Un amigo junto a mi que estuvo años en Europa me repetía haciéndome correr cierto orgullo - Sólo en Uruguay se ve un genio como este en un lugar así. Es increíble. Es increíble – el genio mezclaba chamarras, candombes, coplas, poesías, cuentos por veces deteniéndose en acordes conceptuales a la letra en dejos sicodélicos del power flower sin sacar los pies de la tierra. Más de dos horas estuvo en escenario volando su espíritu adolescente de sentimiento expediente y locuaz. El cielo le daba las gracias empachado de estrellas con varios amigos que soplaron la tormenta para dejarle dar su clase de historia. Yo me sentí en deuda, mientras mis amigos buscaban la foto tras aplaudir de pie fui en busca de un par de mis libros, era lo que podía trocar. -La cultura es salud. ¡Salud! Por la cultura- 

Volvimos con la energía retroactiva como en un concierto de rock, me digo – Hoy el escritor será un documentalista. Gracias Daniel-
Me desperté al otro día, comencé a escribir estas líneas...

Maximiliano García

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