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Dencuentro
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos, Urbanos"
Maximiliano García

El cuarto repone incentivos vagando a oscuras cuando cada cuento escurre su almohada. Observa un techo que ve entre plumas desveladas. Lúcidos días corren mientras los grillos del patio hacen aura al levito suceder de sus deseos e inconformes pareceres. Desnudo, y con esfuerzo, se sienta sobre la derecha de su cama. Apoya los pies en una tela andina, traga una flema meditativa. Los brazos reposan al costado de sus nalgas. Prende la lámpara. Mira la piel por su cuerpo apático caer arrugada, liviana. Busca espacios en el cielo raso de madera que patinó un niño al ser piso. Una valija duerme llena de libros en el rincón horizontal derecho. Un viejo ropero tapa la puerta al dormitorio contiguo. Una enana mesa a sus pies llena por hojas garabateadas casi poéticas. Dos mesas de luz resguardando dos camas unidas por su calchón. La sonrisa comienza a despertar complicidad al insomnio dando una ternura casi sicótico. Poco demoró en cruzar del cuarto al baño. Orinó, y cuando enjuagaba sus manos vio los oscuros ojos en el espejo acordándose de él. Del transcurso cursado, de no saber si el fin pasó frente a su postal. Decidió caminar las calles. Fue al ropero, sacó un pinzado pantalón gris ceniza, una remera negra, medias de hilo negras y zapatillas tenis blancas casi grises. La hora cero cuarenta y ocho. Volvió al baño. Mojó un peine y estiró sus canas hacia atrás. Su cuerpo tenía la alta temperatura que embauca al ansia contenida por la paciencia expediente. Las manos fueron al espejo tocando duros rasgos en delgada cara. Rió. Tomó la dentadura postiza con un pañuelo que guardó en una bolsa de gamuza atada a su muñeca. Pasó nuevamente al cuarto arrebatando del sillón un largo saco negro tejido en lana. Agarró una petaca de vidrio vacía sobre su mesa de luz. Juntó la rama de ciruelo que su nieto lijó hasta ser palillo cual querubín los domingos en lonjas desliza bucólicos candombes por la rambla. Sacó del ropero la frazada donde guarda la botella de ron. Llenó la petaca, y vació lo poco que quedaba bendiciendo papeles por aquella compañera cubana que bailó sonrisa al calor del rumbero.

Cuando transita mansamente habla, prácticamente recita al ambiente…

– Agasajadores muebles hitos del despojo que esta vida me ha cometido. Os dejo al cuidao de este lúgubre lugar donde mis palabras se divierten en mi ausencia como ufano espíritu.

Al trabar el zaguán algo pasó en su rastro. Nuevamente entró. Fue al requecho de equipo con aquellos viejos parlantes philips de madera que aún bien suenan. Prendió la radio donde ancla su dial. Dizzy Gillespie aventuraba exquisitos vuelos acompañado de piano, batería y contrabajo. Gozó con su mueca oscura esa big band en plena función. Inclinó su cuerpo regocijando gracia a ese acid jazz y encerró un mundo.

Caminó las dos cuadras de calles adoquinadas que lo separan del puerto. Sentado en la esquina escalonada vértice del puerto y el barrio da espalda al clausurado bar “El Paso”. Mira los caudales del arroyo acodar su geografía entre flotas olvidadas de leprosos oxidados marinos barcos pesqueros esperando ayuda; un par de remolcadores desocupados, una chata sin nada que cargar. Un carguero retenido por ley recuesta sus setenta metros de eslora como paseo, juguete, mirador, pared de graffiti, lugar para amantes y trampolín de múltiples alturas. Todo parece paisaje a deriva pero mas quien sucede misterios anclando en esa paz. A lo lejos cerca del mini market se ve otro movimiento. Se ve el hervor de sangre mas joven engolosinar la magia del puerto. Isidro degustó un primer trago como aire que respira. Estiró el brazo observando en la petaca sus ojos fascinados al calmo fresco que cuida la nítida figura de Escorpio en el cielo y habla – Gracias a ti el cazador nos a dejado libre. Gracias a ti Orión no caza bohemios pero nos podemos hundir en tu veneno. Salud. – bebió.

Del portal recostado al bar, donde se esconde un conventillo salió la silueta femenina de anchas caderas. Arregla una minifalda de cuero pronta a reventar. Había sido debut con apogeo en las calles portuarias hacia ya como veinticinco años. Cortas morrudas piernas engañadas por taconadas botas, una mediana boquilla reluce cada campechana pitada mitificando noches y un viejo compañero de buenas charlas le asombra encontrarla – Cachimba. Encanto del paseo portuario ven. Acompaña la joven alma que recrea a este ser.

- ¿Pero quién es el que pulula palabras al cielo y a mi presente estampa?

 

- Deja de dar vueltas que te perderás. Isidro es quien pide, ruega tu compañía.

 

- Maldita seas noche. Sigues arrastrando benefactores príncipes vagos en este oscuro laberinto.

 

- Vamos siéntate a mi lado adoleciendo tus dotes de reina.

Cachimba caminó hacia Isidro meneando las caderas, exponiendo elegantes melones pechos cuales blandieron livor en pretendientes consternados por la figura pebeta de sus tiempos mozos. Desinfló su personaje – Ya Isidro deja las alabanzas, haces que crea cualquier cosa.

Cachimba suspiró. Dio otra pitada, miró al río y apoyándose en el hombro de su compañero tomó asiento. El divino Silencio pasó abrazado con Percepción. Diluyeron diálogos en un cosmos apoteótico y apetecible a dos sombras atónitas. Misterios parecieron cuchichear tímidos finales abiertos. Cachimba tragó saliva y quebró Silencio – ¿Sabes Isidro?

- No la verdad que no debo saber nada.

 

- Déjate de joder payaso inescrupuloso que me pasan temblores por el alma apática de buenas compañías y tú pareces un pendejo boludo.

Isidro quedó sorprendido inclinando su cabeza con el signo de pregunta impregnado en altas cejas. Se sintió un poco atropellado pero su calma estaba inundada por ese puerto. Ella contó tiempos que soñaba tener un lugar alejado, cerca del río, lleno de meretrices agradando a perdedores bohemios corazón errante con poesías, y canciones centellando bocados libres enredados de placeres cuando Isidro la corta.

– ¿Sabes una cosa? Por momentos dilucidé jóvenes sonrisas endulzar solas reflexiones en un salón encerado, lloviendo blues y candombes, batiendo voces damas y caballeros.

- Por supuesto que cualquier insinuación de amor, o incipiente relación in entendible de relaciones imantadas tendría plena aceptación de la Madama. O sea yo.

Cachimba sin cerrar las hojas del sueño condujo un mustang año setenta y tres escuchando “Nacido para ser salvaje” supuso Isidro intentando prender su tabaco cuando la conductora cantó – “decí por dios que me as dao que estoy tan cambiao no sé mas quien soy.”

El barón repuso el habla torciendo su boca con aires piltraferamente cancheros… – Déjate de cosas muñeca y remuéveme un rock and roll.

- Achica tu mambo viejo. Si no te gusta “Malevaje”te bajas acá. Piantadito. Y a ver si te me pones los dientes así pareces más gurí.

Isidro se puso la dentadura. Todo se quebró en idóneas carcajadas que al instante vació Silencio paseando la vieja Nostalgia por sueños inconclusos.

Murmullos sin fin migraron hacia ellos desde la calle que desemboca en la esquina del bar. Silencio y Nostalgia se desvanecieron dentro del zaguán espaldas al espectáculo que descubrían Cachimba e Isidro. Una llama atravesó el espacio. Quemó al tiempo y extinta ya descubrió la sonrisa de un saltimbanqui. Uno tras otro aparecen personajes de ropas multicolores jugando en los adoquines con el fuego alegórico de sus equilibrios. Once en total deambulaban aquel circo; dos jóvenes con torsos descubiertos reviven a escupitajos el fuego, una delgada dama mueve cadenas encendidas haciendo zumbar el aire. Dos amalgamados payasos juegan con clavas encendidas. Giro tras giro el palo del diabolo es controlado. En lo alto de los zancos una dona malabarea pelotitas y cuatro personas son el sequito llevando vongó, mochilas, vino y queroseno.

- Felicidad efímera – Sugirió Isidro viéndolos formar un imperfecto círculo en la ancha calle portuaria. Y prosiguió – Aislados parecemos aburridos camellos babilónicos asqueados mascando secos pastos.

 

- Vamos desgastao hombre, que es una dicha lo de estos payasos equilibristas avivando el escenario. Y en cuanto los camellos son demasiado feos para ser como esta hermosa dama. Sean de la ciudad que sean.

 

- Perdón noble dama no quise herir sus sentimientos de autoestima.

 

- Si al vender mi cuerpo no pusiera algo de autoestima caería arrodillada, degradada ante cualquiera que busque sofocar mi persona por el solo hecho de penetrarme. Además los años pasan, y la experiencia lleva sus regalías en busca de sorpresas más difíciles de encontrar.

Apareció una figura frenética. Vestía calzas negras, remera justa de rombos rojos, blancos y negros acompañando maquillaje de base blanca y una boca remarcada color púrpura escudada por delineados ojos negros. En su cabeza usaba un bombín negro. Sus movimientos ostentaban percepción de reptil. Ubicó a la dupla de espectadores y caminó hacia ellos. Cachimba al ver que se acerca comenta.

– Alguien atormentará nuestra pasible noche.

El arlequín llegó tan cerca que pareció querer olerlos antes de comenzar su expresivo discurso – Desvirtuada vida, frenética decisión e iracunda realidad.

- ¡Cállate bufón! Aléjate.

 

- Cachimba. Deja hablar a este arlequín, más no tenemos nada que perder. Prosigue muchacho. (Isidro amansó la fiera)

 

- Solidaria compañía encontramos en este puerto. Juntos, reflexión y lisonjería. Anonimato. Beatitud a este universo construido para sucumbir con la misma incógnita que se creó. Región, lugar, simple tiempo. Maduras personas – el arlequín se sacó el bombín, abrió sus brazos, dio un paso atrás e inclinó su cuerpo. Volvió a verlos – Que mi gracia sea absurda sonrisa en aquellos que no quieran reír. Más me agradaría vuestra presencia acompañando unas cuadras nuestro humilde séquito epicúreo.

Terminada la invitación su sonrisa quedó expectante y Cachimba atónita.

- Isidro. Explícame de que trata la fiesta. ¿Qué quiso decir este muchacho?

 

- Algo así que son seguidores de Epicúreo. Un antiquísimo filósofo griego que argumentaba la felicidad como principio filosófico, ético, de vida. Decía algo como que la felicidad; según Epicuro consiste en la serenidad que resulta del miedo. Creo dijo algo así – rasco su mentón con los dedos índice y pulgar de la mano derecha mirando el cielo – “cuando somos, la muerte no es, y cuando estamos muertos, no somos”

El arlequín gesticuló más su sonrisa sincronizada con un movimiento del cuello en dirección a Isidro – Instruido señor. ¿Tendría la amabilidad de contestar la invitación?

Cachimba interpuso – Somos una pareja bohemia y ustedes deben ser artistas itinerantes. Así que debemos ser familiares. ¡Pues caminemos juntos pariente!

Los tres rieron. Isidro convidó ron al arlequín cuando Cachimba mira el cielo y repite. – ¡Maldita noche! ¡Maldita noche!

Pausa. El fresco aire imperante penetró deliciosa brisa en el suspiro renovado de una ajetreada mujer. Isidro y Arlequín contemplan desde los adoquines el instante jactancioso, íntimo. La alta vereda su pedestal, su escenario.

– Imaginación fehaciente al sueño – Comentó Isidro.

Los brazos de Cachimba se extendieron acariciando un ruego. Su boca y ojos cerrados exaltaron el néctar del universo penetrando sus fosas nasales.

– Bella inspiración bizarra bohemia – Sentenció arlequín.

Cachimba concretó su acto y dejó caer los brazos. La cartera colgaba de su muñeca izquierda, la boquilla calló de su mano derecha. Los párpados descubrieron al abrirse una mirada simpática casi de niña como que en este pasaje el espíritu marginó al cuerpo llamando la inocencia. Pero todo lo que sube tiene que bajar o perderse en la inmensidad. El trance terminó. Comenzó a buscar impaciente dentro su cartera al tiempo que pregunta al muchacho si tiene fuego. Isidro le alcanzó un encendedor bic. Ella encontró un doblado cigarro entre los preservativos, caramelos, papeles, calmantes y maquillaje. Levantó la boquilla, colocó el cigarro en forma de pipa y encendió su tan amado vicio. Un largo beso desprendió placer en ardiente brasa. Bajó los escalones con desapego envuelto en cierta aristócrata presencia…

– ¿Caminamos señores? Ahora ya me siento bien.

Se dirigieron hacia los saltimbanquis que estaban a cien metros quemando espacios y reflejando vida por un puerto monótono. Cuando recorrían la mitad del camino se escuchó a Cachimba – La vitalidad en estos muchachos me cala hondo.

Para arlequín fue el llamado de la selva. Les tiró el bombín que atrapó Isidro. Salió corriendo despedido como por un resorte, hizo una rueda de carro, un fit- flat, una mortal y cayó al centro del círculo circense. Nuevamente adoptó posición reptiloide, expectante, secundada por gesticulaciones picarescas. Parecía buscar una víctima entre las quince personas que se habían acercado al espectáculo en su personaje locamente pasionario. Parecía un cazador de apatías. Y allí dijo, repitió las palabras de Epicuro – “Cuando somos, la muerte no es, y cuando estamos muertos, no somos”

Padecía un interactivo deseo con la sonrisa y la incógnita cada vez más grande. Isidro se puso el gorro, y con Cachimba se acercaron apostados en figuras casi monárquicas, londinenses, de principio del siglo veinte, dos figuras parafernalias a sus anchas en su territorio. Parados a unos cinco metros del perímetro de acción internaron a los espectadores en su propio teatro.

Maximiliano García
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos, Urbanos"

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