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Anécdotas de una girilla
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos, Urbanos"
Maximiliano García

Por esos días tomaba vino tinto en abundancia para bajar mi adicción a la cocaína. Pasaba noches enteras en la mesa del patio vomitando palabras por cuanto papel acaecía cerca de mi nefasto universo persiguiendo la vida, ahogando la abstinencia en una mirada inmóvil, caminando de aquí para allá cuando todos dormían. Mil proyectos brotaban sucediendo tan rápidamente que no llegaba a concretar ninguno, y, desconforme con la propia conformidad me alejaba a la casa de un paciente colega llamado Alejandro. Allí tenía un lugar de confesionario leyendo lo que podía entender de mis palabras desajustadas encontradas en una árida estepa; las letras desparramadas se parecían a jeroglíficos descuidados que se reinventaban en el momento despedazándose como olas contra el acantilado. Alejandro en ese entonces era un periodista activo del semanario local, y conductor de un desprolijo programa radial que nunca llegué a escuchar más que en alguna grabación. Reservado, metódico de una tesitura casi misógina solía tranquilamente razonar entre el mar caótico de mi prosa; o eso era lo que me hacia creer. Bueno, a los locos hay que correrlos para el lado que disparan, dicen. Así padecía los días escupiéndolos como platos de comida rancia en la vida de un burgués vulgar. Las letras seguían apareciendo llenas de vacíos, soledades, locuras, amores inestables totalmente desmerecidos y sueños de personajes marginales que el subconsciente los llamaba yo mismo. En ese momento la vida parecía un total absurdo rezongando contra la muerte.

Yo morava en casa de la vieja participando de comidas entre cantores de folklore, tango y demás deudos que semana tras semana cataban orgullosos vinos caseros en diferentes casas. Por lo general en estos lugares retraído por mis paranoias no me sentía tan raro, sí sensible, pero pasaba bastante anónimo, me daba cierta tranquilidad sin dejar de parecer un enfermo. En general era gente de unos cuarenta a setenta años repartiendo tesoros guitarreros que se dejaban correr en alguna playa sentimental de otro tiempo del que se hallaban parte, socios, colegas de la añoranza. Que “Vieja Viola” y “Garúa”, que “Doña Soledad” y “Malevaje”. Que “Mano a Mano” y “Naranjo en Flor”. Yo hablaba poco. Esté día en lo de Braulio bebía en la esquina de un largo tablón esperando comer (porque al fin y al cabo a eso iba, a comer y chupar como “trapo de concha” decía Fabián entre vino y tambor); cuando se sentó a mi izquierda un personaje extraño con cierto parecido a Larry, el de los tres chiflados. Era un extranjero que se hospedaba en la habitación que el dueño de casa alquilaba para turistas o conocidos en el fondo mismo de su propiedad. Entonces el vasco Alberto interpretó “Adagio a mi país” con su rasposa vos, y Larry me comentó si había escuchado la versión de Andrés Calamaro. Cual como maña del destino supo despertarme una mañana de esa semana. Nos pusimos a hablar de música, de tangos y blues. De este personaje derivaba un tono muy catedrático, casi demasiado mimoso, de ese que adoptan los hijos únicos embadurnados de cariños de seda que cuidan mujeres maduras. Ese que tiene el oculto manto de una inocencia descompensada. Por allí nos fuimos intrincando hasta que en un momento comenté de los proyectos que tanto rondan en una cabeza inicua de pragmatismos. Le hablé de la pretensión de juntar un programa de radio con algún lugar donde se podría sostener un poco de rock, blues, soul, fank, candombe, jazz, en una estética rústica y pretenciosa de cambios. Le dije que sólo era supuesto porque si bien alguna vez había hecho algo ahora solo bebía; y bebí otro trago de vino. Pero esto pareció incentivar la charla, había dado en la tecla. Así fue que me habló de la “Whiskey blues band”. Una banda que él producía en Buenos Aires donde tocaba un ex - batero de Charly (García). Chau, para mi eso era un flash. Al toque trajo un cassette. El tipo tenía unos cuantos años más que yo, andaba pasando los treinta y pico y yo andaba por los veinte. Creo que se llamaba Winston. Sí, sí, se llamaba Winston. Enredado por la ansiedad que nos acometía quedamos en hacer una fecha en la única ciudad fundada por Artigas (cual antes que la fundara era unas de las primeras Barracas donde se desglosaban esclavos para Buenos Aires, Montevideo y demás ciudades. Para mi allí quedaron rondando los espíritus clamando libertad y estoy convencido de ello) y otra en Colonia. La charla quedó latente.

Ya el cuerpo defendía un toque de embriaguez dentro del sol de octubre. Quedamos en comunicarnos pues él volvería en un par de semanas.

A los tres o cuatro días mientras bebía solo en el patio escuché aquel cassette donde una voz femenina seducía aires de glamour y melancolía raspando el desgarro de un tono grabe. De los tres temas del demo uno se llamaba “Silencio de negra” y ese es cual recuerdo todavía un poco “Silencio de negra/ negrura total/ camino ligero/ para entrar al bar/ La noche enseña/ su último dolor…” Comencé a divisar aquella mujer intrincada con sus laureles opacos de fantasías en un bar semivacío de una calle parca. Redondas mesas de madera tenuemente acompañan como cortejo el peregrinar a una barra de ébano para tomar un whisky, y dialogar con su cantinero favorito algún absurdo comentario que le hiciera reír. Algo así como un puticlub. Debía vestir de negro y tener una larga gabardina cubriendo el sensual vestido en compañía de fuertes piernas enmarcadas por botas de cuero negro. La incógnita e hipnotismo absorbió gravemente mi mente sumiéndola a incentivar la necedad de presenciar esta magia que por sorpresa calló cerca de mí.  

Los días pasaron, y la primera semana de noviembre Winston andaba otra vez por la ciudad. Los dueños del local; el Porca y el Chizu estaban de acuerdo pero, había que conseguir los pasajes. Ellos pagaban luego de actuar con lo que sacaban de entradas. Salimos a la agencia de lanchas. Les dimos manija al  espectáculo intentando transar los cinco pasajes que necesitábamos por publicidad. Estuvimos una media hora con los encargados poco más que rogando por unos pasajes cagados. Terminamos llevándonos todas las banderas que tenía para la propaganda de ese día y, como gurí chico robé también un cenicero por todo el tiempo perdido; además me hacia falta. –  Misión cumplida. Tomemos una cerveza bien fría.

  Es buena ésa Winston. Vamos acá frente al puerto hay un almacén. 

Tras un par de cervezas y fumar un poco de mariguana Winston se fue en el ómnibus a arreglar en Colonia la otra fecha. No recuerdo haber tenido demasiados diálogos, o por lo menos no deben haber sido interesantes. Esas malditas lagunas. Por mi parte seguí colgado con la libreta compañera catártica de imágenes sin nombre. Un amigo pasó en su camioneta de reparto gritando –  ¿Te levantaste a soportar el mundo? –. Le levanté el dedo mayor de mi mano derecha y ambos nos cagamos de la risa siguiendo cada cual nuestras loables resistencias.  

II

Para el primer fin de semana de diciembre pudimos arreglar aquella girilla de blues. Los fui a buscar al puerto ese viernes a las once de la mañana en una camioneta ford belina que me había prestado a duras penas el tío Eduardo. Pues no soy un buen conductor. Pero el tío Eduardo es bastante desbandado, lo que congeniaba a la perfección con este sobrino que más de una vez lo trajo del bar. El día era digno del mejor verano con una temperatura de treinta grados. Aproximadamente. Cuando doblé la esquina que llega a la aduana, al puerto, ya habían desembarcado. Estaban desperdigados por los adoquines reconociendo el terreno fuera de la metrópolis, o por lo menos yo supuse que serían ellos. Las guitarras en sus fundas colgando y una dama sentada en lo que parecía un equipo de amplificación me daban la pauta. Paré la camioneta a unos cuantos metros para caminar hasta allí del brazo de la intriga. Al acercarme ninguno se percató del individuo, nadie dio bola a esta presencia. Unos porque no me conocían y el otro por andar colgado hablando con un tachero. Yo quedé inundado por ese frenesí ansioso que corre por los puertos empachados de escapes y encuentros. De alegrías y desconciertos cruzando la barrera de una frontera vagalleando la suerte y la vida en la doctrina de alguna coima suicida. Los cantos camuflando el desfile ¡CAMBIO! ¡CAMBIO! ¿Señora un taxi? ¡Empanadas, pasteles! El rugir de ómnibus que combinan a Montevideo conteniendo el barullo humano asemejaba una extraña armonía. La vida, movimiento y su estimado narrador con el brillo de una mirada agradable, orgásmica.

- Danilo…

 

- Winston al fin te diste cuenta de mi presencia hermano.

 

- Ja… ven a conocer a la Whiskey – allí estaban ellos. La pequeña dama de poco más de veinte años con un corto y holgado vestido blanco lleno de rosas sentada sobre el equipo marshall de guitarra, legando un aura liviana mientras habla con su hámster delineando suave postura en compañía de aquellos ojos negros que me encontraron parado a su lado.

 

 Ella es  Andrea,  y él es el amigo de quien les hablaba. 

 

- Danilo ¿Danilo era tu nombre? ¿no?

 

- Sí. – Su voz agradable y glamorosa también se sentía distante. Besé su mano cuando se arrimó Archi – Hola muchacho yo soy Archi y ella es Gloria.

            

Archi era el batero. Un tipo al que el golpe de vista lo vio muy alegre e introvertido con un estilo de rocker muy a la transición ochenta noventa. Short jean, corte cerquillo y pelo largo con el eslogan “Nos vamos a divertir”. Gloria, su compañera, parecía una especie de grupi entrada ya en años (por su aspecto andarían cerca de los cuarenta al igual que él) con su video cámara documenta cada movimiento de su ídolo. Llenándolo de vestigios laureles de power flower.

 

- Supongo que ellos son los que faltan.

            

En la grúa, significado del peaje del tiempo por los años que se cargaba piedras de las canteras del cerro. Las mismas piedras que construyeron la avenida más ancha del mundo (según se dice). En esa reseña que también festeja los campeonatos el bohemio club del barrio. Allí, se colgaban dos cuerpos jugando como niños. Winston les pegó un par de gritos. Luego de un par de gritos más se acercaron. Ellos se llamaban Morgan que es el guitarrista y Cintia que toca el bajo y hace coros. El andaba como por los cuarenta. Estaba pálido, ojeroso con su panza de diario alcohol. Su cabello largo y enrulado con una bandana roja que lo sostenía descubriendo atónitos ojos negros. No mediría más de uno setenta. Cintia marcaba su presencia en una mirada color cielo desconfiada, intrigante, secundada por pómulos delgados en una cara curtida, su edad no pasaba los veintidós. El pelo rubio y lacio hasta su cintura flaca como todo ella. Los próximos tres días tendrían la adrenalina con la marca incógnita en la frente de aquel grupo humano. Caminando con la cabeza gachas dejando caer su pelo, vestido de jean y una remera negra con la tapa del disco “Led Zeppelin III” saca la cinta de seguridad de los cigarrillos Mauren, el sonidista compañero de varías batallas con Archi y Morgan. Archi trajo tres cervezas Patricia – ¡Por el camino muchachos!

 

- ¡Qué nunca falte!

Tomamos unos tragos y llevamos los equipos, la batería y demás accesorios en la camioneta con Winston y el Archi al local donde nos aguardaba el Porca. Los demás caminaron. Sólo había que cruzar el puente y caminar derecho.

El Porca nos esperaba en ese aire campechano tan particular que le permitía  darse aires de buena onda. Era un tipo grande. Parecía siempre estar sacando pecho el loco, sino lo conociera pensaría que es un pelotudo más. Pero las apariencias engañan y como les decía antes, tenía la mejor disposición el pelotudo ese. Se acercó a la camioneta.

– Vo,  les ayudo a bajar

 Dale loco. Yo soy Archi. Todo bien

 Yo soy Javier. Me dicen el Porca

Dejamos las cosas en la entrada donde tenían una pequeña barra. Era algo así como un apartado con cinco láminas de pinturas de Dalí colgando en sus paredes (“La persistencia de la memoria”, “Gala desnuda mirando el mediterráneo y Abrahama Lincoln”, “La última cena”, una foto de “Cara de Mae West que puede ser empleada como sala de estar” y “Crucifixión”). El Porca puso “Legend” (de Marley). Miramos el afiche que se había pegado por la ciudad. Se veía la figura de una mujer muy provocativa cantando a contra luz. Es decir, sólo se veía su sombra de contorno erótico y el micrófono en la mano. A el Archi le pareció un tanto cabaretero – Pero esto es blues y rock and roll no hay nada que hacer, somos unos verdaderos prostitutos.

El Porca sacó una cerveza y se excusó – Que querés men. Lo único que sabía es que cantaba una mujer. Y una mujer cantando blues me pareció muy sugestiva.

Nos tomamos la cerveza fumando un poco de marihuana esperando al resto del grupo que venía caminando no muy lejos de allí. Archi se internó por el pasillo de aquella construcción de ladrillos que daba a un estar donde estaba el horno de barro para las pizzas, y luego llegaba hasta un salón donde sería el espectáculo. Contra la pared del fondo se encontraba la cara de un león pintada en un marco profundo de unos dos metros de lado. Archi quedó muy colgado. Lo vio mientras escuchábamos “Buffalo Soldier”. Caminó hipnótico hacia él. Yo me acerqué.

 – ¿Te diste cuenta que tiene la cara de un hombre?

- Claro eso era lo que me parecía raro loco. Que colgado el pibe que lo hizo.

 

- Sí, dice que tiene cara humana porque somos todos unas verdaderas bestias...

 

- Está fascinante, los rasgos. Esa expresión austera. Parece que nos está retando. ¿El pibe este que lo pinto viene hoy?

 

- No. No está acá. Anda por la Europa creo.

Se escuchó un tumulto de gente entrar por el portón del patio que ahora estaba abierto. Cintia saltaba como niña dando vueltas con sus brazos abiertos volando en la pradera con Mauren y Gloria al ritmo de “Get up stand up”. Andrea caminaba por el pasillo hacia las pinturas de Dalí introducida en ese personaje enigmático que se aislaba seduciendo preguntas que solo parecía responder en las caricias de su hámster. Morgan tomaba un trago y preguntaba donde iban a tocar. Le presenté la gente al Porca, quedamos de volver como a las siete y media para armar y probar sonido.

Dejé la camioneta fuera del local y salimos caminando. Debíamos comer algo, así que fuimos a una pequeña parrilla yendo para la playa cual no se encontraba lejos, estaba cruzando la calle. Nos rompimos la boca con un asado en compañía de un poco de tinto. El veterano de grandes bigotes grises que nos atedió parecía no encontrarse demasiado satisfecho con nosotros. No sé si era por la hora que llegamos a comer ya que eran algo así como las tres de la tarde, o por los gritos y carcajadas fuertes que despendía nuestra excitación. Luego recordé que era uno de los que había elevado una carta para cerrar el local del Porca por ruidos molestos, orines en la vía pública y demás deudos con que se expande la noche. Para mi debe haber escuchado un par de pibes teniendo sexo cerca de su ventana y le habrá dado envidia. El tipo nos atendió con cierto despreció mirándonos constantemente desde la barra haciendo comentarios con su esposa pues el mozo se había ido (no era un día muy agitado). Nosotros estábamos comiendo afuera en una mesa bastante lejos y tal era el desprecio con que nos atendía que comencé a llamarlo solo para verlo caminar impaciente. Primero le pedí mi presa un poco más cocida. Cuando se iba lo hice volver y le pedí una enana copa para tomar vino. Cuando se fue ante la mirada de los demás les expliqué el porqué. O sea, la denuncia. Archi esperó hasta que le tarjo su costilla – Jefe, con todo respeto. ¿No me la puede cambiar por una más gordita? Está muy flaquita y seca. ¿No se enoja jefe?

No de muy buena gana, movió sus mostachos gruñendo entre sus labios machacando algún osco pensamiento – Bueno está bien, voy haber si encuentro una mejor.

Winston asumió el rol de moderador embadurnando su parsimonia cuando se escuchaban risas cómplices al alejarse el hombre – Che, recién llegamos. Vamos a encarar un poco, de última el viejo está laburando.

Aceptamos la propuesta. El tipo ya sé pateaba las bolas de por si mirándonos ahí. Andrea se paró y excomulgó su silencio en una reverencia – Por la madre Teresa de Calcuta –. Miramos con cierta extrañeza. Ella levantó su mentón – ¿Y? –. Sin menor excusa bebimos en salud de tan noble santa.

Al sentarse Andrea, Cintia la observó en una pausa. Fruncieron sus caras explotando en una risa sin sentido, absurda, tan real como no se puede entender. Provocando un brindis vivo de mujer a mujer. Y allí Andrea empezó el blues “No sé porque / imagine / que estábamos unidos / y me sentir mejor” y Cintia aun más cómplice prosiguió en esa unión de amor “Un viejo blues / me hizo recordar / momentos de la vida / y mi primer amor” y todos continuamos la letra del Carpo “Pero aquí estoy / tan solo en la vida / que mejor me voy/”

Terminamos de comer, Mauren le dejó un gran regalo atrancado en el baño y encaramos caminando a que conocieran la playa. Mi papel de guía de turistas parecía perfecto en las sonrisas escapadas de la aturdidora metrópolis porteña. Ahora la banda corría salvaje e inocente como niños por un bosque de pinos. La pasarela de plátanos en compañía de un perro negro que encariñó su vaga soledad. Andrea caminaba lento en un sueño de ninfa encantada. Winston venía compartiendo la alegría repitiendo en si mismo – Son unos niños, son unos niños.

Comencé acercarme a Andrea que no dejaba de acariciar su mascota sin dejar de ver el horizonte – ¿Danilo?

 ¿Sí?

 ¿Crees en los duendes?

 Pues nunca vi uno.

 Es que acá debe haber duendes. Ha de vivir allá – Señaló un tupido bosquecito de espinillos, sauces, anacahuita, etc. Que se encontraba atrás de los pinos del otro lodo del camino donde era el camping – De noche Danilo, de noche debe haber duendes, duendes de la noche. Yo los he visto. Han pasado corriendo con su risa quisquillosa por un parque donde yo acampaba en el Bolsón. Las caras cómplices, picaras de viejos sabedores de mañas y fantasías. Hasta me robaron una linterna los muy cabrones. No te voy a decir que no me asusté. Pero al otro día solo pensaba en atrapar uno. ¿Te imaginas atrapar un duende?

 ¿No? 

 Bueno hagamos silencio tal vez escuchemos algo.

No escuchamos nada más que un tucutuco y algunos gorriones. Seguimos envueltos en sensación de extrañeza y no, pues mucha gente ha visto duendes, yo no, pero mucha gente los ha visto. ¿O no? Pero el caminar en silencio trae esa conjugación de imaginación y pregunta. De inquietud por lo que lo quebrará, de la atracción natural cosquillando el abrazo por la seda frágil que puede ser una caricia. El resto del grupo se había adelantado y al llegar nosotros a la playa ya se encontraban en el agua a los gritos. Eran animales salvajes, niños disfrutando el tesoro de una playa. El escape del calor que encierra Buenos Aires. Morgan revoleaba a Cintia con su aspecto casi bestial jugando como cachorros locos. El Archi con Gloria se besaban en el estilo de su reflejo adolescente. Mauren junto a Winston armaban un charro. Andrea se encantaba al tiempo que me sentaba feliz y distante en una playa de miradas caseras donde caí dormido.  

III

Volvimos al local del Porca a la hora estipulada para probar el sonido. A conformar cada maña que traen los nervios del escenario. A juntar el grupo en todo lo que pueda dar. A reconocer el campo de juego, a cuidar el hámster cuando ya caía la tarde. A ubicar cajas y retornos. A mitificarse con el instrumento, a ver de que sirvieron los ensayos. A tomar otra cerveza cuando la noche asedia la manía de volver y la luna sonríe las previas del show cuidándonos como una Madama. Ahí estaba yo parado con un hámster pensando en la serie invasión extraterrestre cuando los comía la malvada Diana (como me calentaba esa perra), mirando a los ojos a ese roedor blanco tan frágil como su ajetreada dueña. Pero que nervios que tienen estos bichos, de a rato me daban ganas de apretarlo y reventarlo, de lo delicado y lo tortuoso, de ver el blanco bañado en sangre con la expresión de lo espontáneo. La gran luna saliendo y el envase de cerveza. Tranquilo, ahora escuchaba el rico blues “Silencio de negra” en la voz de Andrea. La batería acompasada en un relojito jocoso y la guitarra incorporada a los dedos de Morgan. Las dos damas en el escenario son muy seguras y sensuales. Andrea tentadora, suave, jugando con su voz y el andar sagaz de un gato; Cintia tenía esa mirada desafiante, demente donde se perciben las furias, las pasiones decidas, efusivas. En dos horas quedamos libres. Nos fimos a duchar.

El Archí y yo fuimos hasta casa en la belina, quedaba un poco lejos y volvimos  pateando. Las chicas se habían bañado en una casa cercana y los otros en la casa donde había conocido a Winston. Comimos unas pizzas a la pala que hacían en el lugar y luego? – Che Danilo. ¿A dónde podemos pegar un poco de merca? –. Era obvio, era rock and roll y estos muchachos no dormían desde hace rato. Yo lo sabía y mi camuflado tratamiento tendría una pausa. No puse mucha excusa y justo un diler dio una vuelta a ver que había, o que necesitábamos. El Quilla pasó chamboneando con el tacto que lo caracteriza para estas cosas, lo atajé en la entrada – ¿Que haces Quilla?

- Todo bien Danilo. ¿Qué hay hoy?

 

- Banda en vivo, un poco de blues. Una banda argentina.

 

- Es buena esa.

 

- Me podrás traer tres papeles.

Se rió. – No te estabas rehabilitando. Eso fue lo que me dijeron. Que por eso habías vuelto y no se te veía. Que te estabas curando con vino casero, de ese que hace tu tío.

- No me jodas. En eso andaba pero ahora estoy de gira.

 

- Dale, en media hora vengo compadre.

 

- ¿Está rica?

 

- Me extraña. Si estabas en rehabilitación no te voy a dar porquerías.

Allí estaba otra vez esperando sin culpa, es la maña del destino. Mauren se acercó a mi bastante nervioso – Vení, vení – me llevó a dentro – Pintó eso.

- Sí, está todo bien.

 

- Ahí va. – Hizo una pausa – Yo tengo acá sal de anfetas.

 

- ¿El qué?

 

- Sal de anfetas.

 

- Deja eso. Espera una media hora.

 

- Sí, sí, tenés razón. – se sonrió como en una torpeza. – Esto va salir de más loco, vos no te preocupes.

Eran cerca de media noche cuando aspiramos el primer toque de cocaína.

En ese momento era todo risa, Winston la había pagado, Winston administraría nuestra mueca de dioses. En ese momento con Cintia comenzó un trato diferente, nuestras miradas andaban mutando su andar de niña por ojos magnéticos y pausas de acecho.  Pero mi atrofia no recuerda demasiado esos pasajes de historia. Se que nos retiramos por separado a tomar la pausa, el relax que cubre a priori el espectáculo en soledad acumulando reflexiones, contenciones, concentraciones, vistas de lo que va hacer o lo que creemos que será. Canalización de energía. Gloria filmaba el detrás de escena, ya había gente en el local y seguía cayendo más. Eran como las doce treinta. Salimos a fuera a fumar un cigarro con Cintia, va ella fue a fumar y pidió si la acompañaba. Morgan estaba en la barra hablando con Mauren. Archi vino tras nosotros – Esto va estar bueno Danilo, vos no te quemes –. Se movía ansioso. Yo no tenía mucho que perder, eran ellos los que subían. Pero ya éramos un grupo y estaba compartiendo sus ansias, después de todo era mi retorno al entorno público, a la nocturna fidelidad de ser los cuerpos sin miedo desnudando personalidades de cleros absurdos. Archi volvió a entrar, y salieron Winston, Morgan, Andrea y Mauren. En ese instante llegaron un par de flacos conocidos de ellos en un auto de alquiler, va, más allegados de Andrea. Por lo visto venían de Buenos Aires. Andrea se fue a tomar algo con ello, excitada, aniñada, ansiosa. Antes de esto la pequeña estaba un poco aplacada, distante, como perdida, sin atención y estos pibes le dieron algo más de glamour a esa elegante dama de vestido corto, negro, voz sensual, erótica, que debía incentivar los cauces del escenario. Nosotros salimos a caminar. Nos fuimos hasta la rambla a distendernos, a tomar otro saque. Íbamos contra la corriente de gente que llegaba en cantidades, pues hacía tiempo que no se veían bandas en vivo y parecían aún más ansiosos que estos salmones. Tomamos un par de cervezas en la rambla hablando un poco de música, del blues, de la historia de la ciudad e imaginando un concierto en el arroyo, tomando otro saque. Estábamos muy tranquilos, volvía a verles esa parsimonia, esa distensión del escape de una metrópolis como Buenos Aires, de la atomización al ritmo caótico, de aire pesado como contra punto de la ciudad. Me sentía contento. De un momento a otro, cuando termino de orinar el arroyo veo a Cintia subiendo a un árbol descalza. Me sentí atrapado por la acción de gato, de juguete, de niña; seguí su locura por ver el mundo más alto mientras los otros discutían una grabación; eran cerca de la una y cuarto cuando allí arriba comenzó a cantar despacio, casi en un susurro “Yira-yira” mirando el infinito cielo limpio, estrellado, lejano, ajeno, tenebroso, reconfortable –  “Se dice mi…/ se dice que soy fea/ que camino a lo maleva/ con un aire compadrón…” – Se detuvo, me miró. Y con tono campechano, de milonga pícara preguntó – ¿Te gusta el tango?

 Claro.

Rió tras la pausa que especula el silencio a la seducción con pizca de pimentón abrazada al árbol. Sus ojos se delineaban de osadía, de la delirante osadía donde se abren las  “puertas de la percepción” quedando felices al igual que yo. Allí cambio el repertorio. Miró el cielo – Sabes una cosa. La verdad siempre se equivoca. Porque no hay verdad, hay estados de conciencia, de sentidos, de amor y soledad, de felicidad. De miedo, de odio, de bajezas humanas, de desprecio, de llantos tortuosos y de dolor de muelas. Pero la verdad siempre se equivoca. Porque no hay verdad. Aunque las tablas de verdad de la lógica digan lo contrario. – Dejó de ver el cielo y me vio con mis cejas fruncidas, extrañadas, atentas – Porque la verdad puede ser una mierda, va, la verdad en este mundo es más mierda que flor, que agua cristalina. Pero un día como hoy es maravilloso. ¡Bello maldito mundo! Amo la libertad, el blues y el rock and roll, los amigos, las drogas, el alcohol, y por ahí también amo algún hombre. – Rió, movió sus mandíbulas inquietas y saltó a ponerse las botas de media caña negras y taconas sobre su pantalón negro satín.  Salté tras ella y los otros pibes vinieron hacia nosotros para encarar al local.

Ya de camino al “Experience” (así se llamaba el local), la ansiedad comenzó a correr con la adrenalina de la merca y la furia de buscar la descarga. Esas caras de reptiles altaneros entre la gente caminando a paso constante, va, casi parecíamos vampiros buscando fresca incisión. En el local la gente había respondido y también estaban ansiosos. Al entrar tuvimos un pequeño inconveniente, no podíamos encontrar al Archi, y ya era hora de subir. La gente estaba aún mas impaciente. Había tenido una discusión con Gloria desapareciendo de la acción. Me puse nervioso. Si no venía, si se piró – Winston vamos a buscarlo, estará en la playa, esto va a ser un desastre.

 Tranquilo, es músico. Va a venir, lo que más quiere es tocar. Va a venir.

La verdad que Winston estaba muy tranquilo, yo no y los demás tampoco. Le explique la situación al Porca y el Chizu, hable con Yamandú que es un amigo que toca muy bien la batería y disc-jockey del lugar, aceptó el riesgo de suplantarlo en medio del caos reinante, la verdad, un monstruo el pibe. La demás gente de la banda aceptó. Morgan se mando un solo de guitarra para calmar a gente que gritaba entre algún abucheo. Ya estaban en el escenario y el Archi no aparecía, y todos nos poníamos aún más nerviosos, público, músicos, borrachos, drogos, etc. Salí a buscarlo tras convencer a Winston y conseguir que el Nolo nos llevara a dar una vuelta en su auto a ver si lo encontrábamos por el barrio, la playa, etc. Si la cosa se ponía muy espesa los pibes entraban a tocar con Yamandú como habíamos arreglado. Mientras, la idea era que zaparan a ver si por ahí los escuchaba. Winston seguía – Va a venir, es músico lo que más quiere es tocar. Es lo que sabe hacer.

Llegamos de dar las vueltas tras unos nueve eternos minutos y la banda estaba sonando. Era músico, debía tocar y allí estaba el muy cabrón. Divirtiéndose como si nada hubiera pasado, sonando un blues, gozando con la gente, liberando las almas, seduciendo, con las dos majas del escenario y el electrizante sonido de esa viola fuera del cuerpo. Me tomé un whiskey y gocé en un ambiente caliente, apeteciblemente excitante de tenues luces, de bohemia, de rock and blues, de placer, de show.

Todo el descontrol empezó a recorrer en cada uno por medio de las satisfacciones de miradas cómplices, fueron muy bien recibidos e idolatrados, masturbados en sus egos. Así fue que los aspirantes a músicos persiguieron a Morgan y Archi; Andrea se volcó a la pista de baile con sus amigotes, no dejaba de seducir en esa especie de piscina rectangular de 9 x 5 metros de lado con unos 25 cm. de profundidad, bien podrían hacer peleas en el barro en esa cosa. Exquisitamente despreocupada era la atención de borrachos y galanes con vaso en mano que dadivosos miraban a la niña exótica. Cintia lo vio divertido y no tardó en confraternizar a ese escenario casi mercenario. Yo participé como espectador y actor invitado. Nos encontrábamos en una especie de reparo de uno a otro, tomando indiscriminada cerveza, ojeando que Winston no se nos separe para esnifar sucumbiendo a los placeres carnales que nos alentaban casi góticamente en la marea de gente. Los ojos vampirescos de mirada estigma, de seducción, de osadía, de fresca incisión a la sangre mortal. Con un mundo de cuerpos jóvenes bailando, con la afrodisíaca madre noche sin fin. Así en medio del aquelarre nos encontramos  a fuera tomando coca sobre el techo de un auto a tres cuartas cuadra por la trasversal del bar. Mauren, Winston y Archi caminaron delante; Cintia y yo quedamos bastante detrás. De un empujón me estrelló de espaldas contra un falcón comenzando a cantar “Naranjo en Flor”, levantó su larga pierna izquierda y su lengua entrelazó la mía. Tomé sus delgadas nalgas. Me volvió a empujar, se alejó mirándome, rió en medio de la calle. Que locura cachorra que tenía, que extrovertida compañía jugando como niños. Se acercó en un desfile galante, astuto, mientras yo me rascaba el mentón esperando. Metió su brazo bajo el mío – Vamos a bailar – cuando enfilamos hacía la esquina vimos la figura de Morgan sobresaliendo entre la gente observándonos avanzar. Nos miramos –Vamos, el no importa – dijo ella. Ya no había vuelta atrás “La entrada es gratis, la salida vemos

Pasamos junto a él. Lo invité a tomar una cerveza, pero se quedó con ojos desquiciados a terminar su cigarrillo impregnado en el andar despreocupado de Cintia. Va que mas da, no era hora de inquietarme así que seguí bebiendo al cavo que ya se nos había terminado la merca. Por tanto cada vez estuve más ebrio. Al despertar en la mañana sobre un gran sillón en medio del boliche, Cintia estaba junto a mí. Ambos nos sacudimos mimándonos, jugando como cachorros perezosos. Morgan, Archi y Winston hablaban en el patio. Mauren ordenaba las cosas. A Andrea y Gloria no las veía. Cintia fue al baño y al salir Morgan la agarró del brazo. Ella lo enfrentó. El tipo estaba alterado, en cualquier momento golpeaba a esa criatura salvaje. Archi y Mauren lo calmaron, yo me fui con ella a la panadería. Si bien no hablamos mucho me tomaba del brazo con fuerza. Al caminar a la parada, las mujeres iban muy juntas detrás. Archi y Winston contenían a Morgan. Mauren y yo íbamos cada uno por su lado. Todo se hizo pesado, la resaca, las cabezas, los sentimientos entrecruzados, la venganza y el castigo. El poco diálogo. Los aires del volcán herido por derramar el ardor en la hirviente lava. Depuse toda excusa, ellas siempre tienen la determinación de hacer y deshacer, son nuestras por un tiempo más aún en el ritmo de la noche, cuando la tentación se reposa esperando y el incentivo es una acción del momento que te invita al escape. 

Fuimos a Colonia a un recital con poca gente, en una aventura romántica sin comienzo, en personas que nunca más vi, en una pelea interna llena de celos, en el final de la Whiskey. En fin, volví a casa, tomé más de aquel vino por un mes y me fui.

Maximiliano García
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos, Urbanos"

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