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Al fondo
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos, Urbanos"
Maximiliano García

Sin lavarse los dientes terminó el café de la mañana. Se deshizo un poco de la pastosa resaca que el vino había anclado en su seco paladar una noche atrás. Fin de semana. Sacar las pilas del reloj aislándose de toda preocupación. Su lugar. Un ambiente, cocina y baño al final del pasillo de treinta metros. Apartamento siete. Frente la puerta la única ventana del estar habitación. A veinticinco centímetros de dicha ventana una pared verde musgo del edificio no sé de que empresa pública. Al mudarse tras entrar la cama, la bicicleta de media carrera y las cajas con demás pertenencias albergó paciencia sentándose equidistando ventana puerta. Encrespó las contracciones del estomago. Se levantó y desplegó la puerta. Volvió a sentarse. Sintió ser arbitro por dar el okay a una pelea – ¡En este rincón tapiada la esperanza no tiene otra salida! ¡Y en este otro… el temporáneo pasillo deja una luz en el final invitando curiosidad!

Marcó el lugar con una cruz. Lo llamó “El punto ausente”. Ahí suele jugar largos y tediosos solitarios en una onírica atmósfera des-adaptada. Luego los días pasaron, el infernal hastío se convirtió en ansia y esa ingrata ventana en dibujos. El edificio dio parte de su gran carencia en ese arte, así que terminó siendo un gran colage agobiado de palabras desprejuiciadas, pinturas, fotos e incipientes requeches activos concesionarios de la inconformidad. Las paredes se transformaron en el ímpetu expresivo de una psiquis encarcelada. Para quien las viera parecían anudadas incertidumbres descalzas de respuestas quien sabe de que pregunta. La imaginación, o necesidad por cualquier paseo introdujo un puente dadaísta-surrealista con que se conectó la casa. Cientos de palabras ambiguas y dibujos abstractos sin técnica. Fotos, colores y aún más colores. El Che, Luis Amstrong, Cortazar, tetas, culos, penes, vaginas, juegos. Niños africanos con sus protuberantes panzas. Estelares cielos, montañas, praderas, volcanes en erupción. Ríos, mares y desiertos. Los Beatles, Bob Dylan, Zitarrosa. Una representación del salvaje humano, “Las dos caras de la luna” junto “La perseverancia de la memoria” y “El Guernica”custodian una cara sin rostro que observa, y contempla sus adentros.

Para este ser los días comenzaron a desarrollar dotes apuntes persiguiendo esferas vapuleadas sin gloría ni fin. En si, tenía que traspasar el corredor al mundo. Esa marea que él decía ata a los hijos de los sueños en murallas sin después, y desperdicia anhelos alineados de fiebres suicidas. Siente como se humedecen las cartas del correo estatal que reparte. Siente descompensar el hecho de plasmar la tinta por cuentas y pagos atrasados. Siente mareada la personalidad en un trompo asiduo al malestar social. Comienza a monologar en voz baja – “Niños hambrientos no ven el sol/como escondidos de tu amor/sangran heridas por la ciudad” decía la bando “Tercer Ojo” allá por Neuquén pasando un invierno más de esta global maldición. Aquí y allá. Hoy y ayer. Ver o no ser. Palabras, solo palabras de tontos para tantos. De tontos para nada. De acordarse hervir los ojos en paredes concentradas. Apartamento siete al pozo desertor de la propuesta. Este u oeste. Primer mundo, tercer mundo y un segundo vacante. Después de todo del segundo quién se acuerda? ¿Y la clase media? Solo sirve para disgusto. Pues en la edad media solo había ricos y pobres. Plebeyos y vasallos. Nobles. O… sacaos el sombrero ante tan rica dama. Pucha que se me ocurre pensar pavadas y no encuentro el siete de oro para sacar este ocho de mierda que no sé si esta bajo la sota.

Sacó la atención del solitario y encontró custodiando la puerta una frase de Raymund Carver, “En lo esencial, también yo soy uno de esos personajes aturdidos y confusos”. Mordió el polvo furtivo. Desparramó las cartas arqueándolas frente al seductor zaguán especularte desafiante. Se abrió la puerta del apartamento cuatro. Un pelado de bigotes mostachos, vaquero negro, sandalias y una gastada remera negra. Tras pasar llave lo miró. Levantó su pulgar derecho y con una sonrisa gritó – ¡Arriba flaco!

Cuando el flaco comenzó a caminar distinguió una leyenda en su espalda. Lo llamó.

– ¡Pelao!

Giró su cabeza sobre su hombro derecho – ¿Qué flaco?

-  ¿Que dice la leyenda?

- ¡¿El qué?!

- En tu espalda. ¿Qué dice?

- “Hay caballos que mueren potros sin galopar”

Caminó unos pasos y cerca del zaguán nuevamente volvió su cabeza  – ¡Flaco!

- ¿Qué?

- ¿Te gustan los Redondos?

- Sí, un poco.

- ¡Arriba flaco! – cerró el zaguán.

Volvió el Cartero a la marea por un abrazo oscuro de esta tormenta gregaria.

– ¡La reputa madre que me parió! – se levantó. Fue a la caja de los casetes y cargó su walkman con las bombas de Oktubre. Los Redondos sonaban en sus oídos y miraba al zaguán desafiante.

Buscó el pedazo de pastel de fiambre que quedó por ahí y la última escritura que Aurora trajo de su amigo Dante.

      Yuppi Dawn

 

Hundido en le cama

 de hospital cierra

 la puerta en el silencio.

Caen lluvias de deseo

 tragando cartas de los vientos.

Un cuerpo, cuatro balas

 y el pasado tiende;

despierta la esquina.

Otra mañana gotea

sangre de su ego.

Brazos mareados, húmedos

resfríos salados tejiendo

corazón derramado.  

Un verano atrás cuando fue a visitar a Dante al hospital Maciel el muy cabrón estaba de fiesta. Todos sus conocidos preocupados y el parecía un niño en la colonia de vacaciones. Al principio estaba bastante cagado. Resulta que un día el descarriado bohemio al despertar tenía un ojo caído y la visión difusa. El pensó que era cansancio. Aunque por lo bajo se preguntaba cuanto habría de esas pocas horas de sueño y los consumos inhumados en las paranoias de su soledad.

Al tercer día del primer episodio; el ojo se cerraba más. El hombre reacio a doctores se sometió. De la emergencia móvil al oftalmólogo. Del oftalmólogo pase a neurólogo y neurocirujano. Del hospital local a Montevideo. Tomografía computada urgente. Sin riesgos de tumores a estudios en el Maciel. “Quince días de verano con todo pago. Una pieza para mi solo y la compañía de Raquel para mimarme”, se jactaba el desgraciado (Resultó ser que el tercer par de ojo izquierdo había tenido una especie de calambre) “Todo lo que dicen de la salud pública y allí comía mejor que como venía. El trato de médicos, galenos y enfermeras que para nada se acordaban de los tres meses que le debían a la hora de atenderte. La solidaridad de los enfermos en un nosocomio sin distinción. Pero en verdad la primera impresión me cagó bastante. Esperaba afuera de la puerta de emergencia que me dieran entrada invadido en la inestabilidad por donde corre la incertidumbre, cuando sale un camillero con un pibe en sillas de ruedas.

 – ¡Ponete derecho idiota!

Un sopapo a lo payaso pegó en el muchacho cual colgaba su cabeza sin reacción, y dejaba ver una cicatriz en forma de siete en la derecha de su cráneo. Y, o paradoja que yo podía ir a neurocirujano. Me dije “Ya estas acá y estas jugado. Mas que esto no te va a pasar”. Luego de pasar por un boxer bañado en sangre como salido de una escena de Freedy Cruguer aterrorizando mi niñez, pasee los primeros analices. Me dieron hospedaje en la sala Pedro Visca y allí tenía todo un plantel. Un ingeniero químico que vio como se cayó todo a la mierda e intentó el suicidio con pastillas tan endebles como su decisión. Gente del interior durmiendo en los pasillos cuidando gotas de esperanza en el cáncer que su hermana padece, cantando por las noches tangos intentando despejar la realidad. Una pequeña ojos color cielo eternamente vivos soporta su infección de HIV en la neurosis adicta provocada por un pico olvidado. El grupo de alcohólicos anónimos yéndome a buscar. El hombre de la pieza contigua hace tres meses que está en estudios y es una especie de guía turística del lugar. Ubica a cada persona perdida en aquel cosmopolita laberinto. Su compañero de pieza con un agujero en el pulmón fisurado siempre por un cigarro cuando no se interna en minutos de yoga. La atmósfera ante todo esto es cordial, hambre de un pueblo por levantar su espíritu en aturdidos partidos. Y Dante aquí en una pieza con dos camas acompañado de su enfermera personal. Dejando el baño para todo cual quiera bañarse y en las tardes que se escapa es merced de quienes no han podido dormir la noche. Así es amigo, que además de esto me acompañan un libro sobre Bakunin, “Hollywood” de Bukowski, Brecha, “La muerte del Canario del Rey” de Dylan Thomas y John Dawenford. De hojas en blanco y escritos”.

Esta carta era la comunicación, la compañía lejana al encierro del amigo Dante. Raquel, su incondicional Raquel lo seguía pero lo sabía distante y fabuloso. Áspero y suave. Adusto, resuelto en una loca soledad. Por suerte salió de aquel hospital y se fue. Ahora hace un año que no sabe nada de su amigo, que no lo ve. Siempre escribe sin remito a Aurora los libros que nunca edita.

El cartero mira el pasillo y habla – Así como la noche llega, la muda voz de la conciencia reside penitente al martirio del hastío que rememora afluencias vigorosas, sutiles y serviles. – El cartero cierra la puerta. Mira la única ventana del estar habitación. A veinticinco centímetros de dicha ventana una pared verde musgo del edificio no sé de que empresa pública. Baraja las cartas y juega un solitario.

Maximiliano García
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos, Urbanos"

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