Sexo en la ciudad

 
Carmela se miró en el espejo. Dios, qué gorda que me puse de abajo, pensó. Observó de reojo una vieja fotografía de su primer día de kindergarten,en una pequeña silla azul incapaz de contenerla. Volvió a enfrentarse al espejo.
No, éste no va, se dijo, mientras comenzaba a quitarse el vestido azul que se había puesto momentos antes. Es divino, pero me lo pongo yo y parezco una puta. Qué desgracia. La oficina es elegante, clientes importantes, la buena presencia es condición sine-qua-non, veo que tiene idiomas, bla bla bla.
Necesito ese trabajo a muerte. Estoy ahí, esta entrevista es la última,me dijeron que era la última. Y sino no importa, vengo a casa, me saco la pintura, lloro un rato y espero una semana más, hijos de puta.
Comenzó a hurgar en el guardarropas, pasando las perchas como si fueran barajas. Éste no, éste tampoco, ni éste...éste me gusta pero es de manga larga, mmm...demasiado formal...pero éste sí. Es negro y no muy corto, va bien a donde vaya y me queda bárbaro. Se lo puso y se tomó examen en el espejo una vez más. Pasó.
Carmela se pintó los ojos cuidadosamente, y luego la boca con un tono pálido de rojo. Por último se puso medias negras de licra, zapatos de taco y eligió una cartera negra pequeña con una cadena dorada. Faltaba un detalle, el perfume.
No es un detalle menor. El perfume es casi tan importante como el vestido, quizá más. Un buen perfume viste, y además esparce millones de moléculas cargadas de información, llama la atención, habla de una todo el tiempo, y habla bien, cosa que una no puede hacer sin parecer pedante. Girald Nº 6, seco, delicado y eterno. Y caro. No puede ser otro.
Pasó por el espejo una vez más. No es por nada, pensó, pero hoy le como la cabeza a cualquiera.
A las 3.30 de la tarde Carmela se bajó del ómnibus en Soriano y Ejido.
Aún tenía 30 generosos minutos para llegar a la empresa, que ocupaba una casona reciclada de la calle Cebollatí. Respiró profundamente, llenándose de un aire veraniego aromatizado con Girald Nº 6, y sintió que ambas cosas le daban la confianza que necesitaba. Comenzó a caminar,lentamente, intentando disminuir la ansiedad, y se apartó del camino para aprovechar la sombra de la arbolada Barrios Amorim. Se sentía bien, con la suficiente autoestima como para enfrentar una nueva entrevista laboral para un puesto codiciado.
Ya dejé a unos doscientos en el primer tramo y hoy echo el resto. El puesto es mío, el puesto es mío... -se repetía, pensando en los agujeros que taparía con los primeros sueldos y todo lo que construiría encima.
Llevaba días prestando atención a la publicidad televisiva, desde las tandas de El Niño que Vino del Mar hasta las de Muñeca Brava, bajándole el martillo a todo lo que se le ofrecía, desde los detergentes concebidos en blancos laboratorios de alta tecnología, capaces de convertir un buzo de feria en un Cashmere auténtico, hasta los coquetos y seductores autos para damas. Compro, compro, compro, murmuraba Carmela apuntando con el control remoto, lista para dejarse devorar por la lujuria del consumo.
Un perro grande se acercó a husmearla. No sintió temor alguno pero tampoco le dio bola, nada de chicho chicho ni una caricia en la cabeza.
Estaba en otra, camino de la gloria, flotando hacia Pérez Camussio Sociedad Anónima. ¿Broukers? ¿brouquers? No, seguro que la k iba, me tengo que fijar bien en la entrada porque capaz que me dicen escriba brokers y lo escribo mal y me rajan.
Contemplaba las ramas de los plátanos, mecidas ligeramente por la brisa marítima, cuando sintió, con indignación, que le tocaban el culo. Supo inmediatamente que no era una mano. Carmela era consciente de que no tenía la mejor cola del mundo, y ni siquiera del barrio, aunque en la adolescencia, cuando comenzó a disfrutar los piropos frente a cada obra en construcción y luego a padecer las manos en los tumultos y hasta en cualquier lugar, llegó a pensar que su cola la llevaría a las pasarelas.
Le llevó tiempo admitir que no tenía una cola bien formada en términos de modelaje sino más bien que los hombres se sentían atraídos por un culo grande, desproporcionado con su delgadez, y que además era en extremo alto. Era suyo, había crecido con él centímetro a centímetro, pero en cierto modo no dejaba de sentirlo como impuesto, y según el estado de ánimo del momento lo percibía como un escalón, una cornisa o un pedestal. Ya imaginaba un técnico de Antel probando probando, o un montón de palomas cagándole el culo o un Artigas con caballo y todo mirando la patria desde lo alto de sus nalgas, como si fueran una meseta. No había llegado a las pasarelas, y sentía auténtico odio por las humillaciones que aún le tocaba sufrir en plena vía pública. 
¿Hasta cuándo? -se preguntaba a veces, sin dejar de pensar que la respuesta era aún más sombría.
Carmela sabía bien lo que era la mano de un oportunista en el culo y supo que no era eso lo que sintió en ese instante. ¿Un bastón? Giró inmediatamente, con un insulto a medio pronunciar, para encontrarse nuevamente con el mismo perro grande, color café con leche y aspecto callejero.
Intentó ahuyentarlo con un ¡fuera, fuera! pero el animal no se intimidó.
Lejos de mostrarse agresivo estaba interesado, casi sonriente, boquiabierto.Camela siguió su paso y advirtió que el perro la seguía de cerca. Quiso retomar sus pensamientos, Pérez Camussio Sociedad Anónima, aire acondicionado, el perro me sigue, premios anuales, seminarios... 
Al cruzar Durazno tres perros que dormitaban en una plazoleta se incorporaron,en estado de alerta. Esperaron unos segundos, como si quisieran confirmar que el esfuerzo valía la pena, y luego galoparon hacia Carmela. No tenían una actitud amenazante; más bien le produjeron desazón. Los recién llegados, un cuzco marrón de patas cortas para el cual el cordón de la vereda era todo un desafío, y dos amigos más grandes, uno de ellos muy peludo, se hicieron un lugar detrás de Carmela junto a su primer acompañante y comenzaron a saltar entre sus piernas. 
Eso pareció estimular al perro grande, que volvió a husmearla empujando continuamente su hocico húmedo por debajo del vestido.
Carmela comenzó a atemorizarse y apuró el paso. Ya no había duda de que el interés de los perros era absolutamente sexual y la situación se estaba deteriorando rápidamente, en tanto había pasado de la galantería de un solo individuo al acoso de cuatro. También se preguntó si en verdad su percepción sería correcta, ya que la gente miraba el hecho con divertida curiosidad, lejos del dramatismo que ella comenzaba a asignarle.Continuó su camino hacia Pérez Camussio rápidamente, revoleando la cartera de vez en cuando a un lado y otro, pero los canes no reaccionaban.Poco antes de San Salvador cuatro perros de mediano tamaño emergieron de los fondos de un taller mecánico como si se tratara de una emboscada, y entablaron una escaramuza con los otros perros. La batalla fue postergada por objetivos más altos pero el estado del grupo era de máxima tensión, incluyendo a Carmela, quien comenzó a pensar que la posibilidad de ser violada por siete perros, o al menos los más decididos, era palpable, tanto como las patas y hocicos de los canes.
Buscó refugio en un zaguán pero eso empeoró su situación. Arrinconada, los perros se aferraron a sus piernas, jadeando con violentos juegos de cadera. Esto es sexo, pensó Carmela, es sexo. Me están fornicando las pantorrillas.
El pánico se apoderó de ella y con gran esfuerzo se abrió paso nuevamente hasta la vereda. Aún arrastraba al perro más chico adosado frenéticamente a una pantorrilla y comenzó a correr desesperadamente, seguida por la jauría. En la esquina de Gonzalo Ramírez comprobó que había perdido al cuzco. Dobló a la izquierda y empujó violentamente la puerta de una panadería. Miércoles cerrado, decía el cartel. La puta que te parió.
Carmela respiraba agitadamente, sobrecogida por la angustia. Esto no está pasando, no está pasando. Cruzó Gonzalo Ramírez a la carrera y la jauría se lanzó detrás suyo, entre bocinazos y frenadas. Todos tomaron Barrios Amorim nuevamente, hacia el sur, y luego Cebollatí hasta cruzar Santiago de Chile, cuando Carmela sencillamente no pudo más. El grandote se abrazó a su muslo derecho, pero ella ya no tenía fuerzas para seguir corriendo. Intentó abstraerse de la desagradable situación aunque más no fuera por unos segundos. Miró el reloj. Las cuatro menos cinco. 
Entonces advirtió que estaba frente a Pérez Camussio Sociedad Anónima, en donde varias personas se agolpaban en un ventanal para observar el espectáculo.
Creen que me estoy dejando - pensó Carmela. Empujó al grandote con todas sus fuerzas y corrió una vez más, cruzando la calle hasta la vieja casona. Pérez Camussio Sociedad Anónima, brokers, b-r-o-k-e-r-s.
El director gerente la miraba con conmiseración.
-Beba el agua tranquilamente y descanse. Después le llamamos un taxi, que la empresa costeará con nucho gusto. Podrá volver a su casa segura y en unos días...
¿Volver a casa?, pedazo de hijo de puta, ¿después de lo que me costó llegar hasta acá? Fue más fácil que los cruzados llegaran a tierra santa.
-No hay problema, ya estoy bien. No quiero dejar la entrevista para otro día, señor Villalba. Esto fue un desagradable accidente que ya pertenece al pasado.
-¿Por qué cree que le pasó eso? -dijo Villalba distraídamente mirando a los perros más allá del ventanal.
-Lo ignoro totalmente.
-Bueno...el directorio allanó el camino para su nombramiento, en primera instancia. Pero...
-Muchas gracias... Disculpe, me iba a decir algo más -dijo Carmela expectante. Sabía que ese pero era portador de malas noticias. Ya había sido vejada por siete canes, ¿qué más le podía pasar?
-Bueno, como me gusta subrayar, la empresa vende confianza y la imagen es nuestro mayor capital. No es solo ser sino también parecer, ¿comprende? Pero en fin...la consultora consideró que su evaluación psicológica era positiva y la recomendó ampliamente. Vamos a darle crédito. Naturalmente, hay un período de prueba de tres meses. ¿Puede empezar mañana?
En el baño de Pérez Camussio Sociedad Anónima, brokers, Carmela se limpió la cara con los pañuelitos perfumados que le ofreciera el señor Villalba.Usó toda la caja de pañuelitos y no quedaron rastros ni del rimmel, ni de la base y ni siquiera del Girald Nº 6.
Todo a la mierda. Cuando salga de acá van a saber cómo soy cuando me levanto. Y además me piensan vigilar durante tres meses, por si vuelvo a tener sexo con algún perro en la puerta de la empresa. Putísima madre.
Bueno, después de todo, el trabajo es mío.
Ensayó una sonrisa frente al espejo y abandonó el baño.
-¿Estás bien, querida? -le preguntó una secretaria sinceramente interesada.
Carmela sonrió.
-Estoy bárbara, gracias.
-Mirá cómo te dejaron las medias, cielo santo... Si querés pintarte yo tengo rouge, y Marita tiene base, te puede prestar.
-No, gracias mi amor, no hace falta.
-Ya te pedimos el taxi. Mirá, ahí viene. ¡Mauricio! Decile al tachero que entre al estacionamiento y cerrá la puerta para que los perros no la... Ay,qué horrible lo que te pasó, tratá de olvidarte.
-No fue tanto. Mañana ni me acuerdo.
-Claro. Bueno, bienvenida a la empresa.
-Gracias. Bueno, me voy yendo. Hasta mañana.
-Chaíto.
Carmela se subió al taxi y le dio la dirección al conductor, mientras la puerta del estacionamiento volvía a abrirse. El taxi retrocedió hacia la calle y se detuvo.
-¿Por dónde vamos, por Maldonado? -preguntó el chofer.
Carmela miró por la ventana. Los siete perros se habían aproximado al vehículo, husmearon el aire casi teatralmente y, como si hubiera sido una decisión conversada, dieron media vuelta y comenzaron a alejarse despacio, absolutamente desinteresados de Carmela, el taxi y Pérez Camussio Sociedad Anónima, brokers, como si todo hubiera sido un malentendido.
-¿Por Maldonado? - insistió el chofer.
Boquiabierta, Carmela asomó la cabeza por la ventanilla para observar al grupo de perros que desaparecía calle abajo.
-Chica...
-¿Eh? Sí, Maldonado.
-Es un poco más corto el viaje, pero además es más rápido, porque a esta hora...
Carmela se recostó en el asiento y suspiró. Con disimulo se quitó las medias de licra y las dejó caer en el piso. Un asco.
Lo primero que hago es bañarme, y después miro Malhação. Si me da el tiempo me compro un kilo de masas, para festejar. Perros de mierda. 
Ah,y una coca.

Alfredo García

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