De primera mano

 
¿Apellido? !Quién sabe si lo tuvo! Yo a gatas conozco el mío, y eso porque siempre me dijeron "Da Silva chico", desde mi primer conchabo en la estancia de los Muñoz, hace una ponchada de años, como setenta y me quedo corto.
Pero Cayetano no necesitaba apellido aunque hubiera unos cuantos cristianos con ese nombre. Su apellido era "el baquiano", y sobraban las señas para el que no lo conocía, pues hasta los sordos sabían sus mentas y los ciegos adivinaban su estampa.
Mire, amigo, por aquí han venido doctores y no le diré que pocos, averiguando de historia, que si por acá pasó tal caudillo, que si el combate de "Las Cruces" fue p´al lado de la estancia "Los Molles" o pa´este otro lado de acá, y no sé cuántas sonceras más. Una vez vino un mozo de la capital y paró su Ford mismito en la puerta del rancho. Bajó sacudiéndose como perro recién bañado; el hombre había juntado la tierra de todos los caminos. Entró con un montón de papeles y unos paquetes de yerba,de regalo, según dijo. Habló de investigaciones y preguntó más que cura nuevo. Después de muchas vueltas quiso saber si doña María Pires de Almeida, portuguesa ricachona y patrona de este servidor, había sido la amante del general Fulano. Le dije que la finada señora marquesa, que así se hacía llamar y en paz descanse, no conocía al mentado general o éste al menos nunca se llegó hasta su estancia, cosa que no hubiera valido mucho la pena; a mi juicio, y aun sabiendo que se trataba de un soldado, le diré que la marquesa Pires de Almeida era, sin ánimo de ofenderla, una vaca recién parida, sí señor, gorda, de cuero templado y generosa en ubres, no valía la pena el viaje; ahora, p´al que estaba ahí...
No fue mi caso, sépalo bien mi amigo, y no por falta de oportunidad; el gaucho pobre hace noche entre pelegos y almohada sobre el recado, no se halla entre puntillas ni como patrón de sus compadres. Además nunca fui hombre perfumado ni me gusta la mujer gorda.
Como le digo, siempre preguntan por gente conocida, gente que ya tiene su calle y su estatua en el pueblo, casi siempre bien montados aunque se hayan pasado la vida en sulky.
Todo eso no lo supo el mozo aquel, ni mucho más de la señora marquesa, en paz descanse, que si no es del general hay mucho para saber y poco para contar. Quien hable mal de un finado se las verá con su ánima.
¿Que si era conocedor, dice? ¡Como no hubo otro! Cayetano se conocía los campos de la patria y los que no eran de la patria también, como si todos los campos fueran su pago. Se saludaba con los teros y tucu tucus como quien se saluda con los vecinos. Dicen que una vez, yendo a Paysandú, a mitad del camino se le rompió la cadenita con la medalla de la virgen, y para no perderla en el viaje la guardó en el primer nido de boyero que se topó; a la vuelta, ya cumplido el encargo, se fue derecho al mismo monte y ni siquiera tuvo que meter la mano en el nido, pues fue el propio boyero el que le devolvió la cadena con su piquito. Usté sabe que el boyero es un bichito delicado y no le gusta que le anden hurgando en su casa. 
Pues sí, nunca supe que Cayetano llegara a un fortín, estancia o poblado alguno y le ladraran los perros; hasta el bicho más fiero le movía la cola y ni hablar de las mujeres. A donde fuera el baquiano se alborotaba el chinerío. Le mosqueaban alrededor sin dejar de mirarlo, con señas y picardías. De tan embobadas que se ponían se daban contra los árboles y pisaban los perros echados sin dejar de acariciarse las trenzas. Así era...
Se le venían como gato a los menudos y el hombre, que no era manco...
Deje que haga memoria pa´no contarle de menos. ¿Biografía dice usté que se llamará ese libro? Ya voy recordando más, no hay nada como la caña pa´despejar la mollera y tener entendimiento. A Cayetano también le gustaba la brasilera, aunque decía que todo en esta vida tiene su momento. 
Cuando se metió a baquiano ya había trabajado años en negocios de importación, como le dicen ahora, y perdone que me ría pero pa´ser contrabandista en mi época había que ser hombre guapo. En la frontera cargaba la caña y lo que le pidieran, montaba su tordillo negro y se metía en la noche, una sombra entre las sombras. Iba bordeando los montes mientras buscaba el lugar y esperaba el momento pa´la cruzada en el río.
A los milicos les pasaba cerca por divertirse nomás, y si iba liviano de carga lo mismo hasta les chiflaba por darle emoción al camino.
¿Valiente?
¡Como no hay dos! En todo asunto de hombres, que es hablar de las mujeres y es hablar de las patriadas, Cayetano no iba p´atrás ni pa´ tomar impulso.
Tuvo un problema en el espinazo de tanto agacharse a limpiar el facón entre los pastos.
Le voy a contar algo más, pero eso sí, muy en confianza y no pa´que loponga en su libro. El baquiano sí estuvo en "Villa María", la estancia de la marquesa. Lo vi llegar una tarde al trotecito desde el bajo, esta vez en un lobuno con los arreos de plata. Al acercarse a las casas se llevó la mano al cinto como tanteando el facón. Le calculé, por lo desconfiado, que andaba con algún problema serio. Se rejuntó la peonada en la portera del campo y las mujeres en la cocina estaban más asomadas que ombligo de gorda; y hablando de gorda, ya lo mandó la señora marquesa al capataz pa´que invitaa al hombre a desmontar y saber qué se le ofrecía. Cayetano no anduvo con vueltas, lo perseguía una partida bien armada por una cuestión de un finado que apareció en unos pajonales a unas tres leguas de allí; amigo del juez, según dijeron. La señora marquesa no necesitó saber más y le ofreció posada. Mandó a un peón que le desensillara el pingo, lo largara al campo y escondiera los arreos. Ella se encargaría de ocultar al matrero. Le diré que Cayetano no durmió en los galpones con la peonada ni lo vi en la cocina al despuntar el sol. La señora marquesa salió de la casa recién a media tarde, cuando llegó la partida. No sé qué les habrá dicho, pero el sargento pegó unos gritos y allá se fue ese montón de milicos reventando caballos.
Poco más tarde me mandaron buscar el lobuno; lo largué en el potrero chico y pa´la noche lo ensillé con sus arreos de plata y un pelego nuevo. 
Contó la negra Dominga, que cocinaba en la casa, que la gorda lo tuvo a cuentos al baquiano, que lo seguía un ejército, como doscientos sargentos, que si no había pensado en retirarse con buena casa y hacienda y una mujer cariñosa. ¿Pa´que iba a vagabundear, durmiendo al raso donde lo alcanzara la noche, todo picado de tábano en verano y tapado de escarcha en invierno?En "Villa María" estaría seguro y bien atendido. Cuando cambiara el gobierno, con algunas influencioas ella le arreglaría su situación con la ley. Dijo la negra que el baquiano se puso serio y se tocaba el bigote,que en él era mala señal. Contestó que era gaucho y a mucha honra, que él no se aquerenciaba y su vida terminaría en alguna patriada, cuando una bala perdida le tumbase la osamenta. 
Ya después de la cena y prendido de la caña, Cayetano se puso simpático y hasta un poco mimoso, según la negra Dominga, que no decía una cosa por otra. Dijo que pensaría el asunto, al fin no era mala la idea de tener una querencia y mujer que le diera cariño y cuidara de las crías, tierra pa´plantar, un galpón pa´la semilla, tener su propia tropilla y tal vez un jagüel pa´ la seca. 
Caña va, caña viene, y comenzó el tatuceo; con poca imaginación usté solo adivina el resto. Lo que sí le digo es que al otro día Cayetano andaba como arrepentido, caminando por la casa muy arrimado a las puertas como ñandú al alambrado. Esa misma noche el hombre montó en su flete y se fue más que apurado pa´tristeza de la señora marquesa, y sin temor a la partida, que no andaría muy lejos. También me contó Dominga que se dejó algunas pilchas y un rebenque cabo de plata.
El hombre ha de ser valiente y saber pelear desparejo, pero en asuntos de embrujos ¿qué puede hacer un cristiano? Montar y perderse en el campo pa´buscar a la partida tranquilizó al del costado y le hizo bien a su fama.
Los hombres que tanto empeño ponían en encontrarlo no se pusieron contentos cuando él les siguió la huella. Pensaron que solo el diablo era capaz de una temeridá así. Eso le dio coraje y ventaja a Cayetano, que se movió como un tigre llenando el aire de tajos que salpicaban los pastos. Ninguno de los milicos desmontó pa´pelearlo y eso ayudó al baquiano, pues cuando hablamso de un gaucho se hace difícil saber dónde termina el cristiano y dónde empieza el animal. Cayetano y el lobuno eran una sola fiera con la sesera del hombre y la agilidad de su pingo. Duró poco la cosa y mientras el gauchazo acomodaba la cincha pa´rumbear quién sabe a dónde, ya volaban los chimangos procurándose el almuerzo.
¿Dónde se fue, dice usté? Andaba por la frontera cuando supo que lo buscaba el ejército y no pa´castigarlo; le olvidaban los muertos en interés de la patria si servía como baquiano y allá se fue muy tranquilo el hombre pa´ las Misiones. De lo que allá aconteció bien le dará pa´otro libro.
No me agradezca, mi amigo; y si le acepto el sobrecito, igualito que la caña, es por bien de la memoria y la gente de la ciudad. Como usté bien dijo, acá empezó la historia, y no se terminó acá habrá de seguir.

-¿Qué quería ese mozo?
-Otro doctor de historia, mujer, que vino de la capital. Paró en el almacén de Fagúndez pa´ pedir información. Cuando lo vea al compadre dígale que aquí tengo un sobre y que le guardo su mitad. 
-Este Cayetano...

Alfredo García

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