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Como nació "La Leyenda Patria"
Gustavo Gallinal

Databa, en 1879, de seis años atrás, la constitución de la Comisión a cuyo cargo corría hacer que pasara de patriótico deseo a realidad la idea de levantar un monumento a la Independencia en la Villa de Florida. Presidíala el doctor Alejandro Magariños Cervantes, patriarca entonces indiscutido de las letras uruguayas. Era don Alejandro de prestancia prócer; gallarda la estatura, espesas y blancas las barbas de abuelo. Prócer, también, en definitiva, la silueta moral, a pesar de los ribetes de vanidad extremosamente sensible, y malogrado la fragilidad de su obra literaria. Ruinosa la obra, quedará sin embargo, en la historia social e intelectual del país, en la centuria XIX, la silueta del ciudadano, propulsor de la cultura de su patria, enamorado de los tipos y de las cosas en que perduraba el sabor del alma criolla. Nada en sus escritos es apenas más que un anticipo, vislumbre, atisbo: el acento americano en la poesía, el aliento heroico de la novela gaucha, el poema del indígena romantizado, el sentimiento de restauración tradicional de sus primeros ensayos

Juan Zorrilla de San Martín

históricos, nada está sino abocetado, indicado con un trazo roto; nada en estado de perfección y de total acabamiento. Tenía más alta la ambición que la fantasía. Toda empresa de cultura nacional tuvo en él o un iniciador o un secuaz fervoroso. Es así, en 1879, fue alma del movimiento erigir el monumento a la Independencia. Un año antes , para arbitrar fondos y cubrir los déficit de la Comisión, entregó a las cajas su "Álbum de poesías uruguayas", antología que llegó a ser, durante muchos años, la única fuente accesible al público para el conocimiento de la exigua producción nacional durante los tres primeros cuartos del siglo. Superados los tropiezos, llegó a su término la erección del monumento, no sin que fuese preciso reducirlo y mutilarlo, con menoscabo de sus proporciones. Era su autor Juan Ferrari, artista italiano. Sobre una base sencilla, en la que están grabados los nombres de los Treinta y Tres, álzase una columna; en su vértice, una Libertad, sacudiendo en alto con la una mano, los anillos de una cadena destrozada, empuñando la espada con la otra, abre sus labios de mármol de los que parece desgarrarse un grito heroico que rueda en el aire puro sobre las calles y los campos de la Florida. Mediano es el monumento; pero la afirmación de fe patriótica de una generación está en él simbolizada. La inspiración del poeta encarnaría la idea colectiva que lo engendró en más gloriosas formas.  

En 26 de marzo de 1879 se dio a publicidad la convocatoria para el certamen con que se solemnizaría el acto inaugural. Convocábase a "los poetas y escritores nacionales" para presentar una Memoria en prosa o una poesía cuyo tema había de ser "el hecho y la idea que simboliza el monumento". El premio consistía en una medalla de oro para cada uno de los mejores trabajos, y una de plata para la segunda poesía; el autor de la memoria en prosa sería, además, gratificado con la suma de doscientos pesos. Formaban el jurado, bajo la presidencia de don Alejandro, Jacinto Albistur, José P. Ramírez, Enrique Arrascaeta y Ángel Floro Costa; todos más o menos escritores y poetas, al uso del tiempo.

Pocos meses hacía que Juan Zorrilla de San Martín había regresado de Chile, con la aureola de sus iniciales ensayos poéticos. Recrudecía la lucha religiosa y filosófica. Mudas estaban las voces en las tribunas políticas, ahogadas por la tiranía; las controversias científicas y religiosas llenaban los centros intelectuales de incesante rumor. Trascendentales eran los temas, pero menudeaban también las estocadas a las personas. "El Bien Público", fundado por Zorrilla de San Martín en 1878, llevaba la voz del pensamiento católico. La inauguración del monumento a la Independencia abría en aquella incesante lucha un momento de patriótica tregua. Algunos principistas irreductibles, hostiles al poder público que patrocinaba los festejos, permanecieron retraídos y silenciosos en medio de la emoción que sacudió al país entero.

Cuéntase que don Alejandro Magariños Cervantes impulsó a Zorrilla de San Martín a concurrir a disputar el premio en el certamen. Nació así "La Leyenda Patria", en algunos días de trabajo febril, sostenida, vivificada por un solo aliento de inspiración caudalosa y potente.

Acercábase   la fecha fijada para el acto   solemne, cuando una nota estridente vino a perturbar la unidad patriótica   del momento. Fue la   protesta famosa   de Juan Carlos Gómez rehusando la adhesión a la ceremonia. Desde su exilio en Buenos Aires, el tribuno y publicista formuló su profesión de fe política y condensó   sus ideas sobre la   formación histórica de la nacionalidad oriental, provocando ruidosa y enconada polémica. La Argentina desgarrada por la anarquía, el Uruguay disuelto o en vías de inminente disolución, parecíanle expiar un crimen, un crimen contra la naturaleza de las cosas. "Las dos fracciones de la antigua república han pagado bien caro el error de 1828", fraguado en las combinaciones de la diplomacia, burladoras de la voluntad de los pueblos. La independencia oriental, fue "el presente griego de Dorrego y del Emperador del Brasil". Repudiaba Juan Garlos Gómez la tradición del "gaucho enchalecador" Artigas. Juan Garlos Gómez, para que su repudio de la tradición nacional fuese completo, negó también, en esa ocasión, rotunda, categóricamente, la gloria de 1830. "Pedro Primero y Dorrego, pues ni siquiera fueron el Brasil y la República Argentina, aquél sin consultar a la Asamblea Legislativa del Imperio (el estado era él), éste sin mandato, simple gobernador de provincia, celebraron la paz, imponiéndonos la independencia. Nos ordenaron darnos una Constitución, con calidad de sujetarla a su beneplácito. Y nos dimos la Constitución, obedeciendo las órdenes y la sometimos a su aprobación, y le concedieron el pase, como a una bula del Papa, y quedamos en la condición de libertos. ¡Vergüenza! ¿Y usted (se dirigía a Magariños Cervantes) acepta la presidencia de los que conmemoran esta gloria?"

Razón tienen los que defienden de vulgares denuestos la memoria de Juan Carlos Gómez; no fue un criminal, ni un traidor. Hombre de poca fe, viejo soñador cansado, sucumbió a la melancolía de los terribles años que corrían. Asediaba su espíritu la visión evocada de los tiempos que habían desfilado desde la independencia, años espectrales como una ronda de fantasmas manchados de sangre. Se lisonjeaba acariciando la ilusión de que su juicio era el de la mayoría de los orientales, "porque ningún pueblo es tan estúpido para preferir la vida desesperada del Estado Oriental en estos cuarenta y nueve años, a una situación en que sería el arbitro de los sucesos desde el Río de la Plata a la cordillera de los Andes". En su espíritu apocado zozobró la fe en los destinos de la patria, la fe que sabe, según la palabra del Apóstol, esperar aún contra toda esperanza, la que anima y conforta en las horas negras del desaliento y de la derrota, a los predicadores de ideas que miran al porvenir. Y se refugió en el ensueño; lejos del presente ; tétrico, voló su espíritu a la región de las vagas ensoñaciones. En su corazón cansado de idealista romántico, se asiló, para morir, la quimera de una grande y única patria piálense, que otros habían cobijado antes que él. Negó la existencia del sentimiento nacional en el pasado y desesperó por lo mismo del presente. Mientras el país eregía el monumento conmemorativo, llegó vibrando, desde la otra ribera del Plata, esa voz negadora de su sentido esencial, que era, a pesar de todo, una noble voz de hijo, próxima a extinguirse para siempre.

Amaneció, por fin, el fausto día 18 de mayo, con el ceño oscuro y cargado. El travieso y retozón ingenio periodístico de Daniel Muñoz, que en "La Razón" esgrimía entonces su pluma pecadora, en una furibunda campaña racionalista y anticlerical, ha narrado, con el pseudónimo de Gil Blas, el desarrollo del memorable acto; la partida y el viaje a frente descubierta, en las zorras del ferrocarril, bajo una lluvia traidora y tenaz, que obligó a suspender para el siguiente día la ceremonia; el pernoctar en las malas fondas de la villa y ¡por fin! la llegada el 19, más descubierto que el día anterior, y sin lluvia, aunque hermoso. Congregóse una multitud recogida frente al monumento: estaba representado lo más selecto de la intelectualidad nacional, de los poderes públicos y veteranos de la independencia, como Cipriano Miró; envió su adhesión el único sobreviviente de los Constituyentes de 1830, Alejandro Chucarro. Formaba guardia en torno a la columna el 5º de Cazadores. Las ceremonias civiles y religiosas se sucedieron según el orden acostumbrado. Rasgóse luego la tela celeste que cubría el monumento y la Libertad, simbólica en su cándida veste de mármol, revelóse a los ojos del pueblo, mientras sonaban las campanas y se enardecían los himnos patrióticos.

Sonó la hora de recitar las composiciones premiadas; correspondía el primer premio a Aurelio Berro, Ministro de Hacienda y poeta, quien asistía al acto en representación del Gobierno. Su composición, fluida y correcta, con aquella inicial reminiscencia esproncediana, "¡Para cálido sol, tu raudo vuelo!" fue leída con extranjero acento, y perjudicada ante el público oyente, por el señor Bernat. El doctor Ángel Floro Costa dirigió la palabra al poeta laureado, en un discurso empedrado de palabras geológicas y frases pedantes, en el que había de hincar más tarde Gil Blas el diente de su sátira. Leyóse luego la composición del doctor Joaquín de Salterain, que había ganado la medalla de plata, "La lira rota", elogiada a continuación por el señor Albistur. Y se adelantó, por fin, en el tablado, Juan Zorrilla de San Martín; su poesía "La Leyenda Patria" había sido declarada fuera de concurso por exceder de la medida máxima de doscientos versos, fijada en las bases del certamen, pero recomendada para la lectura por sus claras bellezas. La voz del poeta, una voz cálida y juvenil, llena de vibraciones musicales y profundas, echó a volar la primera estrofa:

Como el ala aterida de un insomnio

Siento que abruma el pensamiento mío,

Noche   de soledad, de   amargas horas...  

Como al sonar el primer golpe de los bronces que preludian una sinfonía heroica, un estremecimiento sacudió las carnes de los oyentes. Sobre las cabezas inclinadas, una tras otra, las estrofas volaron, batiendo sonoramente sus alas magníficas. Al conjuro de aquella voz inspirada se alzaron del sepulcro de la historia memorias olvidadas, recuerdos de dolor y de gloria, nombres de héroes, y de batallas, lustros de maldición y horas de triunfo. El tropel de evocaciones de una historia que cobraba la hermosura de la leyenda rodó largamente en el aire, escoltado por imágenes rotundas y exultantes. Entre estrofa y estrofa parecían oírse palpitar los corazones conmovidos. Una ovación frenética saludó la última estrofa, que dejó en todas las almas, después de los recuerdos heroicos del pasado, la visión de un porvenir hermoseado por la esperanza, por la robusta fe del poeta en los destinos de la patria. El público a grandes voces reclamaba el premio para Zorrilla de San Martín. El nobilísimo Aurelio Berro hizo ademán de arrancarse del pecho la medalla para entregarla al triunfador; pero fue detenido por el doctor Magariños Cervantes. De entre los espectadores, alguien anónimo, que resultó ser un inglés, Mr. Williams, remitió a Magariños Cervantes una medalla de oro, para que fuera a entregarla a quien juzgara digno de ella la Comisión, y con la intención notoria de que le fuese dada al poeta. Magariños Cervantes, celoso en extremo de hacer respetar el fallo del jurado, la remitió a Montevideo al veterano patriota Alejandro Chucarro quien la entregó al sargento Tiburcio Gómez, único sobreviviente de los Treinta y Tres. Mientras tanto, Aurelio Berro, recibía en sus brazos abiertos a Zorrilla de San Martín. El día se había despejado y el sol volcaba sobre la escena una lumbre de pálido oro.

Así fue consagrada por el veredicto del pueblo, en un día memorable, "La Leyenda Patria", cuyos ecos resonaron en todo el país. Amigos y adversarios reconocieron la justicia del fallo popular. Desde Paysandú, Carlos María Ramírez, — que había pronunciado el mismo día de la inauguración de la estatua, un discurso elocuente, una de sus mejores oraciones, — envió a Zorrilla de San Martin una felicitación entusiasta. "Acabo de leer su magnífica composición, desbordante de inspiración y de patriotismo; reciba las ardientes felicitaciones de un compatriota que no es su amigo ni su correligionario pero sí su admirador"; a cuyas palabras contestó Zorrilla, al expresar su gratitud que el "corazón es campo neutral". Dos voces patricias, de las más gloriosas voces de la historia uruguaya, se unieron entonces para formular la misma rotunda, espléndida afirmación de amor a las tradiciones patrias y de fe en el porvenir.

El Uruguay tenía su poeta por cuyos labios rompía a hablar el alma colectiva.

1925.

 

Gustavo Gallinal
Colección de clásicos uruguayos
Biblioteca Artigas

Ministerio de Cultura
Año 1967 - Nº 125

 

Texto e imagen recopilado, escaneado y editado por mi, Carlos Echinope, editor de Letras Uruguay, sin apoyo alguno y sin trabajo rentado. Si me apoyan haré mucho más. Gracias.  echinope@gmail.com - @echinope

 

 

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