Reportaje a Ricardo Prieto |
P - ¿Cuál es la contribución de la literatura a la vida moderna? R - Es casi nula. La tecnología y el hedonismo desplazan y ahogan el espacio de reflexión que la literatura propicia. La gente sólo quiere consumir, y el sistema la impele a consumir lo que es liviano y perecedero y está reñido con la búsqueda de la trascendencia, palabra esta que alude a contenidos que se ridiculizan o se temen. La voluntad de indagar está paralizada. Sólo se buscan el goce y la evasión. Asistimos a la agonía de la literatura todos los días en el anochecer, cuando millones de televisores se encienden en las casas del planeta y se establece el contacto entre los receptores y el discurso epidérmico y digerido que absorben. Y es una pena que esto ocurra, porque la literatura es una de las puertas que se abre sobre el inmenso mundo invisible que nos rodea y sobre el no menos inmenso mundo interior que alberga mucho más que nuestra compleja vida síquica. Además, y esto es bastante lamentable, en la era de las comunicaciones estamos más incomunicados que nunca, y ríos de conceptos prefabricados nos aplastan, nos acosan e intentan convertirnos en seres humanos pueriles, superficiales y doblegados ante el pensamiento mecanizado. ¿Qué misión podría cumplir la literatura en un mundo tan desquiciado como este? P - ¿Qué valores debería tener la literatura actual para un mejor entendimiento con el lector y para promover una mayor lectura? R – Lo peor que podría hacer la literatura actual es propender al "entendimiento con el lector". Las obras literarias surgen por necesidad, porque un escritor quiere intercambiarse con una actividad y con un objeto, que es el libro. Si escribimos para que nos lea más gente, la necesidad inicial, que puede ser demasiado oscura y abstrusa para el público y la crítica actuales pero de contenidos reveladores para el público y la crítica futuros, se pondrá al servicio de intereses espurios y perderá su pureza inicial. Pensar en más masas de lectores implica ideo logizar el discurso o mimetizarlo con las apetencias de un público que tiene, en general, intereses poco sustanciales. Es lo mismo que escribir obras con mensaje. Y ya se sabe lo que estas obras significan; son, como decía Marcel Proust, "regalos a los que se les deja el precio". Creo que la obra literaria, cuando es valiosa, es un regalo desinteresado que nos hace su autor. Ni Rimbaud ni Emily Dickinson ni Kafka pensaron en el éxito masivo. Poca gente ha tenido tanta autenticidad como ellos en el momento de empezar a escribir, y muy poca ha creado una obra tan extraordinaria y perdurable. En el mundo contemporáneo, tan regulado por la búsqueda del éxito momentáneo, infinidad de poetas que carecen de talento narrativo escriben cuentos o novelas porque la poesía no es lucrativa ni ofrece muchas vidrieras. Se pasan a la narrativa porque piensan que sus mecanismos de proyección son más vastos. Lo mismo ocurre con muchos narradores que emigran a géneros más visibles. Yo escribí para el teatro durante treinta y cinco años y viví en medio de la parafernalia de reportajes y publicidad que eso implica, en una especie de fatigante primera plana, pero en los últimos tiempos marcho por otros caminos y me siento muy a gusto. Recién ahora estoy aprendiendo a escribir. Actualmente sólo edito poesía y cuentos, o novelas que no surgen de recetas ni buscan el éxito masivo. Sólo aspiro a un público inteligente, sensible, reflexivo y necesariamente reducido. Alcanza con eso. No olvide que los modos de expresión han sufrido una enorme inflación. Refiriéndose a estos, dice George Steiner, que "su precisión discriminatoria, su contenido claro y verificable han sido erosionados para que el público los encuentre agradables". Creo que hay que sustraerse urgentemente de esa búsqueda patológica del éxito que corroe a la literatura. P - ¿Qué papel debería desempeñar la literatura en la educación primaria y secundaria? R - Un papel muy importante. Mejor dicho, un papel central. La literatura, como dice Ítalo Calvino, "es un espejo que refleja el mundo en imágenes dobles y ambiguas". Si nos obligan a enfrentarnos desde niños a la densa complejidad de esas imágenes, seremos hombres más plenos, más graves, más profundos, más sabios, y, sobre todo, más justos y solidarios. Nos convertiremos en los seres humanos que el planeta necesita para dejar de ser un estercolero. P - Entrando en el tema de la literatura uruguaya ¿existe una sensibilidad particular en nuestros escritores? R - No existe, por suerte. De lo contrario tendríamos una literatura homogénea, uniforme y aburrida. En nuestro país, como en cualquier lugar del mundo, cada escritor es un caso único. P - ¿Cuáles son las virtudes que pueden destacarse en la literatura uruguaya del siglo XX? R - Creo que estamos demasiado cerca del siglo XX para poder emitir un juicio de valor riguroso y aceptable. Dentro de sesenta o setenta años, cuando los escritores actuales y sus receptores contemporáneos estén muertos, se sabrá qué era qué, quién era quién y qué obras perduraron. Yo creo, por ejemplo, que Morosoli es el narrador uruguayo más importante, una especie de Chéjov latinoamericano, pero esta es una simple opinión, tan relativa como podría ser la opinión de un crítico que opina lo contrario, o la de usted, que es una escritora y tendrá la suya. Como en el campo filosófico, en el plano de la percepción de los valores literarios unas verdades se oponen transitoriamente a otras. Pero también como en ese campo, en que sólo algunas doctrinas y cosmovisiones logran perdurar, más tarde o más temprano comparece el juicio definitivo sobre una época literaria o una obra. Ese juicio, como usted debe saber, nunca será el de una sola persona, ni siquiera el de una sola generación. Se necesita por lo menos la evaluación de siete u ocho generaciones para determinar con precisión qué valor tiene un texto y qué significación posee un período. No olvide, además, que vivimos en un medio con lamentables características provincianas, donde el amiguismo, la subjetividad y las rencillas aldeanas empañan casi siempre la lucidez de los juicios. Conviene mantenerse ajeno a las diatribas y a los elogios y , dentro de lo posible, emitir juicios en los medios de difusión con muchísima cautela. En realidad, para no cometer papelones históricos, lo más sano es no emitirlos. P - ¿Qué papel han jugado los críticos en el desarrollo de la literatura en el siglo pasado y qué será de la crítica en el futuro? R - La crítica debería representar el mismo papel que la literatura porque está indisolublemente unida a ella. Además, un crítico es también escritor, y tiene o no tiene talento, tiene o no tiene inteligencia, tiene o no tiene inspiración. Es decir que el papel que juegan los críticos puede ser admirable cuando están a la altura de las obras que juzgan. De lo contrario no juegan ningún papel y son absolutamente prescindibles. ¿Quién se acuerda hoy de los señores que cuestionaban a Balzac o a Stendhal mientras alababan desmesuradamente a escritores que han sido olvidados? Yo no he estudiado nunca las implicancias de la labor crítica en el desarrollo de la literatura del siglo pasado. Sólo he analizado el paupérrimo discurso crítico referido al teatro uruguayo en la década de los setenta y estoy escribiendo un ensayo que intenta desmenuzarlo. En él usted podrá hallar varias perlas: desde el áspero cuestionamiento de algún crítico menor a la obra de Pirandello hasta las injustificadas loas a la obra de Brecht, desde la apología desmesurada y arbitraria de obras nacionales absolutamente perecederas hasta el encumbramiento del panfleto político. Pero, en general, el tema no me atrae. Es más: me parece superfluo. Y confirmo esta presunción cuando leo las barbaridades que han escrito los críticos norteamericanos sobre autores geniales como Carson Mc Cullers o Tenneessee Williams, a mi juicio la mejor narradora y el mejor dramaturgo anglosajones del siglo XX, nada menos. O cuando registro el macaneo y el barullo que han armado muchos críticos latinoamericanos o europeos en torno de los fuegos fatuos de una novela como Cien años de soledad, de García Márquez, y el manto de silencio que han extendido sobre Bomarzo, de Mujica Laínez, que, a mi criterio, es una obra magistral. Pero no hay que darle demasiada importancia al tema. Son muchos los escritores y los críticos llamados y muy pocos los elegidos. Cuando tenga tiempo analice con atención las críticas del semanario MARCHA sobre dramaturgos, narradores o poetas de las décadas de los sesenta y los setenta, o las del diario EL PAÍS sobre dramaturgos de esa misma época, lea después las obras reseñadas y comprobará cuánta inconsistencia y amiguismo destilaban aquellos comentarios, y cómo, salvo excepciones, hoy nos parecen baladíes, poco rigurosos y prescindibles. El crítico enjuicia la obra, sin duda, pero nunca hay que olvidar que la obras también enjuician al crítico. P - ¿Cómo será la literatura del siglo XXI en nuestro país? ¿Habrá un movimiento o movimientos que permitan la renovación de esa literatura? R - Si pudiera responder a esa pregunta no me ganaría la vida como agente inmobiliario ni estrenando obras de teatro. No soy vidente, aunque quisiera, pues tirando las cartas se gana dinero suficiente como para vivir modestamente dedicándose a la literatura. Sólo puedo decirle que me gustaría que el uruguayo del siglo XXI fuera menos pragmático y egocéntrico, menos mezquino y analítico, menos individualista y envidioso. También me gustaría que aprendiera a relacionarse mejor con la adversidad y con el dolor y que desarrollara más apetencias metafísicas. Esos cambios se reflejarían en la literatura. P - ¿Habrá un cambio en las estrategias comerciales de nuestros editores y libreros? ¿Los escritores tendrán más difusión y promoción? R- No lo sé. Y, en realidad, confieso que no me importa demasiado. |
Julia Galemire
Publicado en la revista ONDA DIGITAL. 22 al 28/7/03
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