Emilio Frugoni |
Entre las individualidades que el 900 encuentra en plena juventud o, ya superada ésta, en el umbral del dominio, Frugoni bien puede representar la constelación que formaron José Batlle y Ordóñez (1856-1929), Manuel Otero (1857-1933), Martín C. Martínez (1859-1946), Antonio Bachini (1861-1932), José Serrato (1868-1960), José Espalter (1869-1940), Domingo Arena (1870-1939), Luis Alberto de Herrera (1873-1959), Luis Caviglia (1874-1951), Juan Andrés Ramírez (1875-1963), Jacobo Varela Acevedo (1876-1962), Carlos Onetto y Viana (1877), Julio Maria Sosa (1879-1931), Juan Carlos Blanco (1879-1952), Justino E. Jiménez de Aréchaga (1883-1927), Baltasar Brum (1883-1933) y Hugo Antuña (1884-1944). Políticos, juristas, internacionalistas, legisladores, periodistas, constitucionalistas, en su labor intelectual predominantemente práctica, servicial, beligerante, no es infrecuente hallar páginas, eventualmente perdurables, de naturaleza ensayística. De su figura más persistente en el nivel literario, imposible es referirse a ella sin implicar, de paso, todo el pensamiento socialista uruguayo, por lo menos tal como éste se perfila hasta 1950. Tan imposible es esto, como hacer el proceso de ese pensamiento sin centrarlo en la personalidad que, durante cuatro décadas, protagónicamente, lo representó. Fundador del "Centro obrero socialista", en 1904, del Partido Socialista en 1910, la iniciación de Emilio Frugoni en esa corriente remontaba, según testimonio propio, a doce años atrás. Pero, militante hasta 1910 del Partido Colorado, cronista teatral de El Día, no es aventurado identificar su postura política ulterior como una radicalización de las del bando batllista, a cuyo jefe admiró si bien rechazando su adhesión al lema tradicional, ciertos rasgos caudillescos y su inclusión, en último término, en la "política criolla" con los rasgos con que él la juzgó. Electo diputado por Montevideo en 1911, gracias a la coyuntura creada por la abstención nacionalista y en una combinación "socialista-liberal" que el propio Batlle contribuyera a prohijar, queda fuera del propósito de esta presentación examinar su actuación política y parlamentaria de casi medio sigo o su labor periodística en "Justicia" (hasta la escisión socialcomunista), en Germinal (1921) y El Sol, desde 1922 hasta hace muy pocos años. Sus libros en prosa (aunque son muchos) no pueden ser, en cambio soslayados para un expurgo ensayístico y se hace necesario revisar Los impuestos desde el punto de vista sociológico (1915), Los nuevos fundamentos (1919), La lección de México (1928), La sensibilidad americana (1929), La Revolución del Machete (Buenos Aires, 1934), Ensayos sobre marxismo (1936), La Mujer ante el Derecho (1940), El Laborismo Británico (1941), Las tres dimensiones de la Democracia (Buenos Aires, 1944), Sobre la Reforma agraria en el Uruguay (1944, con Antonio Rubio y Andrés Martínez Trueba), De Montevideo a Moscú (Buenos Aires, 1945), Génesis, Esencia y Fundamentos del Socialismo (Buenos Aires, 1947), La Esfinge Roja (Buenos Aires, 1948), El Libro de los Elogios (1953) y Meditación americanista (1959). A este rol habría que agregar todavía numerosos folletos de propaganda política y electoral (uno, de 1950, se titula El socialismo no es la violencia, ni el despojo, ni el reparto), múltiples prólogos (uno de los últimos es el a Todos los Cantos, (1955), de Alvaro Armando Vasseur), copiosos materiales de su oratoria parlamentaria, partidaria y callejera (Socialismo, Batllismo y nacionalismo, El trabajo nocturno en las panaderías, Jubilaciones obreras) e infinidad de artículos dispersos por revistas uruguayas o extranjeras. Parece obvio que todo este material no se mantiene en el mismo grado de la escala. Mucho de él responde a necesidades de mera propaganda política o a razones de una pedagogía partidaria forzosamente simplificadora. Por otra parte, el ensayismo, entendido como expresión prosaica libre y personal, sólo con dificultad tiende a afirmarse en Frugoni entre las dos vertientes que constantemente reclaman su escritura: el periodismo y la oratoria. Si se escalonan, además, las fechas de sus libros, es dable advertir que hay en su vida dos sustanciales períodos de plenitud y desembarazo creador: 1929-1936 y con él la crisis del golpe de Marzo (La sensibilidad americana, Ensayos sobre Marxismo) y los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en los que produjo La Esfinge Roja y los dos nutridos tomos de Génesis, Esencia y Fundamentos del Socialismo. La circunstancia, empero, de ser muchas de sus obras colección de materiales anteriores obliga a relativizar bastante este esquema. Queda firme, sin embargo, que lo anterior a esos períodos es mucho más ocasional y volandero y que tras la mitad de este siglo tanto la cantidad como la calidad de su obra decrece. No se pierden, con todo, hasta nuestros días, los rasgos fundamentales del Frugoni prosista: la facilidad de una composición al correr de la pluma; el énfasis oratorio incontenible; un brío polémico y una agresividad a flor de piel que si le han permitido, a veces, llegar a ricas invectivas verbales no dejan en otras de depositar en la boca de lector el agrio gusto de cierta despectividad fría y hasta ligeramente mecánica. Tematizada esta obra, es fácil ver que la porción ensayística de ella apunta más que a ningún otro blanco, a la fundamentación teórica de la doctrina socialista. Esto puede decirse no sólo del libro más típico en este rubro: los Ensayos sobre Marxismo sino también de Génesis..., escrito en Moscú en el curso de 1945 y 1946 y que es una historia del socialismo generalmente apta pero sin nada de excepcional y demasiado engrosada con materiales ajenos y propios (recoge buena parte de los Ensayos... recién mencionados y de El Laborismo Británico) achaque, que con creces de mucha pacotilla, sufre este último librito. Variado, desigual, pero lleno de páginas reveladoras es El Libro de los Elogios y amenisima, densa, seguramente su mejor obra es La Esfinge Roja, de la cual muchas páginas no desmerecen los textos más aptos de esa enorme literatura sobre la U.R.S.S. acumulada desde 1917 hasta hoy. El perfil que el socialismo adopta para Frugoni y su interpretación del marxismo no son inseparables: él, por lo menos, y al modo de esos laboristas ingleses con los que tantas afinidades tiene, es capaz de concebir que aquél pueda existir sin éste y proseguir, pese a ello, eficaz carrera. Coherentemente con esta disociación, Frugoni se pronunció contra el "dogmatismo" (marxista), señalando en el marxismo una parte viva y universal y también, y por lo tanto, tácita, remanentemente, una parte muerta y particular. Esta parte viva y universal creía (como también su, por tantos conceptos, afín, el argentino Juan B. Justo) podía combinarse con otras corrientes, como la "georgista" sobre la renta de la tierra, y ganando con ello. Elogiando a George Sorel y a Eduardo Bernstein, se adhirió al postulado de que el objetivo final es nada y el movimiento es todo. Cuando recordó a Leon Blum, subrayó su distinción entre aceptar el marxismo como explicación científica del proceso social y desechar la filosofía materialista del materialismo dialéctico. Y si bien es cierto que atacó el revisionismo de De Man y el desplazamiento del marxismo a favor de interpretaciones biologistas o psicológicas, su actitud general aparece nítidamente referible dentro del revuelto y rico cuadro del marxismo contemporáneo. Sitúesele, ante todo, en el sector opuesto a la formalización de un marxismo centrado en las versiones tradicionales, desdeñoso de las nuevas evidencias de las ciencias pero afanoso por "confirmarse" con sus hallazgos, autosuficiente y cerrado, respaldado en la univocidad de su interpretación por las coacciones más o menos abiertas del poder estatal. Frente a este tipo de marxismo, el general del mundo comunista, y entre las muchas variantes que lo enfrentan, no sería posible ubicar a Frugoni diciendo que emplea un "marxismo difuso" en vez de un "marxismo literal". En cambio, aunque la imagen, tan usada, de "descongelación", le puede ser aplicable, resulta seguramente más exacto decir que fue siempre el suyo un marxismo "desmonolitizado" (ya se adelantaba), descompuesto en elementos vitales y elementos muertos, dejando estos a un lado y postulando la conmixión de los valiosos con los ingredientes válidos de cualquier otra corriente ideológica. Esto es tal vez más extremo que todo lo implicado por el alentador movimiento de afinación y revitalización del marxismo, por ese "marxismo abierto" que alinea a parte de lo más vivo del pensamiento europeo, desde Lefebvre a Martinet, desde Kostia Axelos al mismo Sartre. Y no es irrelevante, por ello, su afirmación de que "el marxismo no es todo el socialismo" y su elogio de la heterogeneidad ideológica del Laborismo británico. Seria, sin embargo, aventurado e injusto decir que Frugoni no haya sido un estudioso de la doctrina capital de su partido y desconocer que algunas de sus obras mejores testimonian un escrupuloso y a veces dramático esfuerzo de ajuste entre las tendencias incoercibles de su posición espiritual y el marxismo, tal como en sus años de formación (sobre todo) se le ofrecía. En este punto es del caso aseverar la profunda influencia que tuvieron en él los escritores marxistas y socialistas italianos de principios de siglo: por razones de origen, de familia, de tradición, fue a través de Italia que Frugoni recibió lo esencial no sólo de sus gustos poéticos sino también de su vertebración ideológica, como él mismo, no hace mucho, lo reconoció justicieramente (Marcha, nº 1007). Si se analizan minuciosamente sus Ensayos es dable advertir que Frugoni concibe esencialmente al marxismo como un "realismo productivista", que tiende a subrayar, antes que rada, el condicionamiento material de toda la actividad económica, para marcar tras ello, pero sólo entonces, la influencia decisiva de ésta en la vida de la sociedad. Producir, para ella, equivale a nutrirse para el hombre. Junto a esto, enuncia Frugoni afirmaciones muy coherentes con el énfasis "infraestructuralista" del marxismo más puntual: la materia domina sobre el espíritu; la vida económica es decisiva en la explicación de la historia; la moral no condena sino lo que la historia ya ha condenado. Pero esta influencia de lo económico e infraestructural, afirma no es exclusiva, sino sólo preponderante, es decir, que no cubre todo el cuadro de las fuerzas. Correlativamente, y en el plano de la abstracción filosófica, sostendrá que el materialismo marxista implica que las formas espirituales están determinadas por las de producción, no negando, en cambio, su función importantísima. Puesto, en este orden, a deslindes terminológicos insoslayables, Frugoni se inclina a pensar que el materialismo dialéctico -e histórico- de Marx no puede ser confundido con un mero materialismo moral o metafísico y que sólo legítima su rótulo en algunos decisivos puntos que se detiene a precisar. Afirmar la primada de lo real en la determinación de la conciencia y la de los modos de producción y del trabajo en la configuración de la sociedad entera son tal vez, para él, los más importantes. Pero también lo es una aseveración, en cierto modo sinónimica: la de la objetividad, la de la realidad del mundo exterior y su primacía desencadenante de todos los procesos; también el negar la existencia de una acción "autónoma" del espíritu o la vigencia de un orbe objetivo y espiritual de valores. Ya es posible barruntar que, más allá de esto (que es mucho) Frugoni se inclinará a dar entrada al factor espiritual (con un sentido que habrá que precisar) por todas las vías posibles. El "materialismo" marxista sostiene, no lo es tal si se entiende por ello negar la intervención de la conciencia del hombre, de los ideales individuales y de clase, de las superestructuras, como un todo, sobre el curso de la vida de los hombres. El ser humano (para empezar), sus móviles, sus ideales, sus impulsos morales, su espíritu, su cerebro, intervienen activamente en las fuerzas productoras y los "hechos económicos" no son exclusivamente "materiales". El materialismo histórico, al indicarnos que la materia domina sobre el espíritu, nos incita a una enérgica modificación de las inflexiones originadas en lo material, corno único camino que lleva a realzar la condición del hombre. El materialismo histórico y el determinismo económico no son, en último término, ni fatalistas ni estrictamente "materialistas" y es más bien un humanismo activista, voluntarista y ético el que, según Frugoni, resulta el mejor corolario de las aceptaciones básicas. Llevado a examinar la importancia que en las corrientes socialistas, se afirma, asumió el repudio moral del capitalismo y puesto a indagar si esas razones tuvieron operancia en Marx concluye, bastante axiomáticamente que éste nunca pudo haber prescindido de las inspiraciones generosas o desinteresadas del espíritu. Sobre estas dudas, insolutas, Frugoni (lo expone en un pasaje fundamental de Génesis...) piensa que el sentido del afán humano es el esfuerzo del hombre por elevarse cada vez más sobre el determinismo económico, por humanizar, en el más pleno, cabal significado, la Historia. Su misma concepción de las clases, "motor de la historia", y de la conciencia de clase contiene la afirmación de que las primeras no se mueven sólo por hechos y motivaciones económicas y que, si los sentimientos y valores que conforman la "conciencia de clase" son, en su estrato inferior individuales, hay uno, superior,, en que asumen la faz de ideales universales, del "ideal puro", supeditado a la condición económica pero no reductible a ella. Los dos planos resultan, en la concepción de Frugoni, "telescopables" y, en la Revolución de Mayo, por ejemplo, la clase culta ciudadana de Buenos Aires insurgió por sus propios intereses pero -también- por la libertad de los pueblos. En una tendencia muy explicita a ensanchar los contenidos de la "moral de clase", supone Frugoni, por caso, que la independencia y la libertad de la conciencia poseen un valor propio, incondicionado con lo que, como se ve, aquí también las "superestructuras" tienden a escapar a la reducción de. las "ideologías" y acceder a lo superclasístico y universal. |
Todo este conjunto de posturas no es desusado en el marxismo de su tiempo y es bien visible, en especial, la profundísima influencia de Jaurés en esa apetencia por "humanizar la historia", en esa valoración del esfuerzo por vencer la gravitación de lo económico para entrar de una vez en las aguas libres de una plenitud humana, donde la "prehistoria" que vivimos haya sido dejada atrás, Y si se adhiere a la justeza de la observación de Gurvitch cuando sostiene que el módulo último de] pensamiento de Marx es un humanismo realista, dialéctico y "vtalista" más que "materialista" (esa "vida" que determina la conciencia...), cuando se recuerda el contenido polémico contra el culto de "la Idea" mistificadora del hegelianismo con que Marx adjetivó sus teorías de un nuevo materialismo" (que así llamó para distinguirlo escrupulosamente del de Feuerbach); cuando se atiende, en suma, a estas especificaciones, es previsible el juicio de que, buena parte de la concepción frugoniana del marxismo se desgastó en una lucha contra las simplificaciones mutiladoras, contra medio siglo de falsos problemas creados por la incomprensión. Y si se cree que ese esfuerzo hoy podría encaminarse mejor, no es posible dejar de reconocer que tal como efectivamente se dio, él también lo sitúa: el socialismo marxista de Frugoni puede verse inscrito hoy en un medio camino entre el "reformismo" de Berstein y Jaurés (técnicas de combate, prospectos económicos) y ese "revisionismo" que sin un inequívoco deslinde con el anterior, tiende a descongelar ciertas rigideces del marxismo y a desmonolitizar el todo compacto que en su versión ortodoxa es.
Tal esfuerzo, común a innumerables pensadores del socialismo lo indvidualizaría poco; contribuye mejor a dibujar su mentalidad y a situar, a datar inflexiblemente su "reformismo-revisionismo" examinar qué ingredientes trató de hacer penetrar en la bien guardada fortaleza. No parece exagerado esquematizar lo que tiene que seguir, sosteniendo que fue en dos puntos en los que Frugoni ha tendido a romper la textura del marxismo ortodoxo.
Como ya se observaba lateralmente con su énfasis en los "factores espirituales", Frugoni aspiró a coronar el marxismo con esa "idealidad" que es devoción y penacho común a toda la intelectualidad del 900. El ideal, las alas del ideal, la idealidad son expresiones que retornan constantemente a su discurso y en las que se vierte cierto espiritualismo vago, a lo Romain Rolland, que intuye la esfera de los valores bajo una mixtura de racionalismo, vitalismo, idealismo y positivismo. al modo que era frecuente a principios de siglo y como podría confirmarse con algunas declaraciones suyas sobre su formación intelectual (Marcha, nº 1007). Aunque estas aseveraciones porten a veces un nítido contenido ético: es idealidad, por ejemplo, la reacción del hombre contra la miseria parece mas decisivo precisar que su noción de los bienes espirituales es esencial y cerradamente inmanentista, psicológica; no es casual que aflore la imagen del cerebro cuando piense, intuitivamente, en su residencia.
La otra línea en la que Frugoni se separa, no sólo del marxismo sino también de los nacionalismos revolucionarios de izquierda en el mundo marginal, es en su afirmación de la democracia clásica y las fórmulas tradicionales de libertad política en cuanto valores incondicionados, fines en sí mismos, en puridad supremos, expresión comprensiva y profunda de los ideales más valederos de la humanidad. La lucha contra el capitalismo, sostiene en alguna ocasión, no debe conducirnos a restringir los horizontes políticos del pueblo y aunque acepte que ciertas concepciones de la democracia no son las suyas, es su actitud permanente el rechazo de todo cambio social en el que se renuncie a la "democracia política".
No siempre es honesto llevar cada posición hasta sus últimas consecuencias, pero si se quiere comprender (incluso) la trayectoria vital de uno de nuestros uruguayos más importantes y el sentido de algunas candentes disidencias de nuestros días, es imposible, en este punto, dejar de subrayar que el pensamiento marxista de Frugoni pasa muy lejos, (sin atención visible en él) de uno de los elementos más admitidamente fecundos, más fértilmente empleados del marxismo: la "teoría de las ideologías" y sus muchas consecuencias. Con su aceptación incondicionada de la democracia política liberal, Frugoni deja de lado todo lo que tiende a subrayar para un marxista -y aun para quien no lo es- el carácter "relativo" "ideológico" de cualquier fórmula política que se dé en la historia, la probable condición de "máscara" (del capitalismo, de la sociedad atomizada, de la burguesía ascendente) que las formas canónicas de la democracia pueden poseer. Y, aunque en algún pasaje parezca intuirlo, también tiende a desconocer la realidad del "poder latente" que tras el funcionamiento democrático se agazapa y la limitación efectiva, y a veces clamorosa, de las garantías y derechos que ese funcionamiento, teóricamente, propicia. Dicho esto, parece ocioso observar que en ninguna página, de las muchas que escribió, aflora la noción de la "ambigüedad" y el "condicionamiento" de su efectivo ejercicio en un medio cultural y socio-económico dado, aunque pudiera observarse que esta noción ha sido perfilada de consuno entre el marxismo, el enfoque "realista" de la sociología y el pensamiento historicista de inclinación tradicional. Lo mismo puede rezar -aunque tampoco aparece en Frugoni- con la noción de lo "contraproducente" que una idealidad de positivo valor universal, si se la transplanta a un medio dado, puede ser. Tampoco infirió el socialismo que Frugoni preconizaba, lo que el alumbramiento de conciencia de las colectividades subdesarrolladas les ha permitido comprobar en su propio pasado y en su misma dolorosa actualidad. La noción de la multiplicidad de partidos políticos, por ejemplo, fragmentando la unidad auténtica del querer popular, la "libertad de prensa" tal como es disfrutada por los sectores oligárquicos y extra-nacionales son hoy temas capitales de la especulación política que el pensamiento frugoniano (pese a su previsible irrigación por el realismo marxista) no parece considerar importantes.
Esto rige no sólo para las formas institucionales concretas de la democracia tradicional, no sólo para toda la cosmovisión liberal-radical (cuyo carácter universal, incondicinado ya se observó en él) sino aun para posiciones doctrinarias que, como el librecambismo, resultan hoy, de acuerdo a un parecer casi unánime, lo inverso a todo lo recomendable para el crecimiento efectivo de una nación periférica. Tampoco esto parece haberse impuesto en el horizonte intelectual de Frugoni si se leen sus calurosos elogios a Juan B. Justo y a haber sido éste capaz de imponer el librecambio comercial en los congresos socialistas de Europa ante la divertida estupefacción de los propios correligionarios de los países industriales.
Tal esquema ideológico, inserto cálidamente en las contingencias de la historia contemporánea, llevó a Frugoni, lejos de las posturas neutralistas de muchos marxistas de 1914 y 1939, a abrazar con auténtico entusiasmo la "causa aliada" en las dos guerras mundiales. Salvo algunas atenuaciones: señalar, por ejemplo, el carácter transitorio del fascismo frente a la índole permanente de los imperialismos económicos y políticos que nos mediatizar, el tono emocional de sus discursos y adhesiones en rada difiere del de otros sectores muy ajeros a su posición doctrinal; aquí, todavía, su socialismo humanista consiguió llevarle a pensar que, si las interrupciones de la efectividad de la democracia no se negocian, la lucha contra la servidumbre colonial debía suspenderse por esos años o, por lo menos, atenuarse hasta la innocuidad.
De "tono emocional" se habló. Y ello es sobremanera decisivo, porque se toca aquí una de las claves de su personalidad y una de las razones del amplio, simpático eco que ella ha tenido en hombres de varias generaciones que estaban sideralmente lejos de cualquier socialismo. Afectivamente, mucho más que al áspero, despiadado realismo del marxismo, Frugoni se inscribe en la cosmovisión, la ideología del liberalismo democrático, radical, laico, racionalista, europeo, intelectual, del siglo XIX. Sus valores más entrañables son la Fraternidad ilimitable, cuyo genio cantó, la Idea, la Justicia, la Igualdad, la Libertad; sus visiones más cálidas, las de las Muchedumbres y el Futuro: sus tendencias más hondas, la postura antidictatorial y la hostilidad al Poder; su anatema más auténtico, al Despotismo; sus invocaciones más naturales, a la Democracia, al Espíritu Humano, a la Humanidad, a la Dignidad Humana. Su francofília exaltada, aunque común en su generación, se explica por ello, lo mismo que su devoción a Garibaldi, a quien en Los Himnos le explicó: hoy se te insulta con feroz constancia! porque nunca mediste la distancia/ cuando hay que luchar por la Justicia.
Coherente por igual con todo lo anterior es su hostilidad a las "formas sociales" a los aspectos ceremoniales de la vida y aun a todo lo que en un juicio utilitario y racional pueda ser considerado en la historia de
incómoda supervivencia, anacrónica forma, fórmula arcaica, ceremonia
absurda, según juzga en su librito sobre el Laborismo muchas instituciones británicas: la actitud que tal lenguaje revela contrasta abruptamente con la indiferencia, veteada de nostalgia y/o displicencia que suele ser la postura casi universal con que hoy se juzgan tales residuos. Coherentes son también el antimilitarsmo y sobre todo el anticlericalismo, que le hizo apoyar la
Lección de México este aspecto fundamental de la Revolución de 1910 y en
La Sensibilidad americana volverse con verdadera obsesión a un gongorismo neo-católico cuyos peligros le parecían muy graves y su amenaza inminente. Y todavía en 1944, en viaje a la URSS., al pasar por Egipto, tejía urgidas reflexiones sobre la índole de las religiones como factores de disgregación nacional, rivalidad humana y estancamiento social.
Este no tener en cuenta la ambigüedad de las ideologías -incluso la del propio socialismo- en las potencias imperialistas; su última inspiración en el democratismo romántico y universalista; otros rasgos que enseguida se traerán a colación; el carácter esencialmente inmigratorio que el reclutamiento de su partido asumiría, su propia actitud ante lo criollo, el enfoque europeista de su fuerza política lo llevaron, lógica y mancomunadamente, a desconocer o menosvalorar la importancia que el nacionalismo, la fuerza de una "personalidad nacional" (discutible en si pero psicosocialmente efectiva), -las tradiciones nacionales asumirían en esta segunda postguerra mundial. En flagrante disidencia con lo que en el texto 80 de esta selección, producto de otra generación socialista, se estampa, es notoria la escasa significación que el pensamiento de Frugoni concede a aquellas fuerzas como factores eficacísimos en la lucha contra la humillación y la servidumbre colonial: un texto, incluso, de 1941 lo muestra ajeno a la previsión del peso que en la India, ese nacionalismo tendría en la descomposición del más potente imperio colonial de la historia. De esta manera, siempre que en sus páginas se mencionan tradición o entidad nacionales, es transparente que ve en ellas las trabas que pueden significar a la deseada maleabilídad de las sociedades pero nunca, en cambio, su potencia defensiva contra toda mediatización, su poder de vertebración y de protesta contra la aceptación resignada del infradesarrollo y la marginalidad. Puede decirse, para cerrar esta observación, que ha sido el no distinguir entre el nacionalismo ofensivo y expansionista de las potencias europeas mayores y el nacionalismo defensivo del mundo colonial lo que llevó a Frugoni a tal postura. Y, en forma similar, cabria apuntar los efectos de concebir las "tradiciones" nacionales (la costra de la tradición, los intereses creados, el tradicionalismo nacional que es mejor que no exista entre nosotros) impostadas exclusivamente del contenido clasista, duro, militar que es sólo uno de sus avatares posibles.
Podría decirse, empero (y hay numerosos pasajes para abonarlo), que eventualmente reconoció la importancia temporal de los ingredientes nacionales y anticoloniales respecto al de la lucha de clases; podría recordarse que encomió el nacionalismo sano de Alfredo L. Palacios, caracterizado para él, tanto por la postura defensiva como por una legitima efusión sentimental, romántica, historicista. Lo sustancial de su actitud, sin embargo, es el rechazo del nacionalismo estrecho y furioso, la adhesión a un humanitarismo sin fronteras conexo con la afirmación del carácter esencialmente "cosmopolita", "internacional" de América (dos términos, que con el de "universal", también, tendió a confundir en su adhesión). El cosmopolitismo de América, -"melting pot", formada por mil aportes, continente en el que todo (hasta el caballo) es extranjero y donde el término "autóctono" casi no tiene sentido, ámbito espacial en el que todo lo universal tiene hogar y resonancia-, le llevaron así a su característica conciliación del localismo humanista como lema de la labor cultural americana, mixtura o imbricación de internacionalismo y criollismo, en el que tendería a sentirse (y con él sus productos poéticos posteriores a 1925) programáticamente cómodo.
Aceptando, como se apuntaba, la noción de "clase', se pronuncia contra el espíritu clasista estrecho y sostiene que la lucha de clases se continúa (hay que pesar el término) en una apaciguadora tregua o en la transacción.
Su anticomunismo (aun rastreable en el libro -perspicaz y cordial hacia la sociedad soviética y el país ruso que es La esfinge roja) se había acentuado tras ese Pacto germano-soviético de 1939 que cambió el rumbo de tantas conductas políticas. Pero no se enfeudan a la pura contingencia internacional las razones de tal rechazo. Unas razones entre las que se alinean su disidencia de la táctica revolucionaria y su fe evolucionista, su adhesión (sin retaceos ni relativismos) a la democracia política liberal, su repulsa al totalitarismo y a la dictadura burocrática estatal sin libertades políticas y civiles, su decidida marginalidad a toda dogmatización de la doctrina marxista. Sólo a todo este rol básico, debe sumarse entonces el impacto emocional del convenio de no-agresión de 1939; aun dos años tras este evento, supuso que Hitler abrazaría el comunismo puesto que en la Alemania posterior a 1933 no existía más propiedad ni más capital que el del Estado.
Las circunstancias del 900 decidirían que el socialismo que promovió Frugoni, así como el que se originó en la Argentina en condiciones muy similares, resultara inicial y prácticamente confinado a los núcleos obreros inmigratorios -llegados a nuestra tierra con una previa conciencia de clase- y al ambiente de la ciudad-capital en que esos núcleos, en proporción abrumadora, se afincaron. Todo el pensamiento de Frugoni muestra acentuada simpatía por esos contingentes, cuya positividad, reiteradamente, destacó. "Socialismo portuario" se le llamó después, con intención peyorativa, a su semejante argentino, un socialismo que por largo tiempo tendría que contentarse con otear desde la factoría costera -con curiosidad, con desprecio, con hostilidad, con nostalgia, con piedad entreveradas- el "hinterland" hosco, ajeno, casi impenetrable, que más allá se extendía. La cuestión de la "ajenidad" del socialismo, subrayada tempranamente por sus adversarios y que alguno de sus textos, aquí recogido, explana, el tema de su "extranjerismo" preocupó también a Frugoni. Como en ese texto se ve, su argumentación puede reducirse a dos puntos: 1) de que "todo" en América es "extranjero"; 2) de que al responder a necesidades "universales", también aquí (o allá) el socialismo puede encontrar su ámbito de desarrollo. Imposible reconocer en forma más paladina (dígase en inusual función de críticos) que no concibe su movimiento político-social "suscitado" por la propia realidad (como parece necesario a la vitalidad de cualquiera de ellos) sino meramente "facultado", "autorizado" por esa realidad. A este propósito, y aunque las razones del italiano no fueran demasiado contundentes, puede ser ilustrativo recorrer la famosa polémica de 1909 entre Enrico Ferri y Juan B. Justo (con quien Frugoni apareció posteriormente identificándose en forma total).
Con esta conciencia inicial de una cierta enquistación, resulta coherente el sello educador, cívico, moralizador con que el socialismo tendería aquí a presentarse y que Frugoni, entre otros, contribuyó a imprimir. En la perspectiva de los años, es muy visible que creyó hondamente en la efectividad de la persistencia de esta labor (en la que incluso el juego y los deportes fueron juzgados, ceñudamente, como frivolidades diversionistas), en el seguro crecimiento de las densidades de desinterés personal, responsabilidad y lucidez con que el pueblo (y sobre todo la colectividad electora) acostumbraba a conducirse.
Sobre esta esperanza, Frugoni organizó un partido homogéneo, muy perfilado ideológicamente, cuidadoso de la austera conducta de sus afiliados, misional y docente, fundado en las ideas e intereses de clase considerados legítimos, respetuoso de las reglas de la democracia política. Pudiera señalarse de nuevo en intromisión de críticos- que tan limpios propósitos y medios, que contaban con un progreso ético indefinido, no previeron la llamada "crisis moral de Occidente que, con la disipación del patrimonio heredo-cristiano y la muy tenue, minoritaria viabilidad de morales racionalistas o sociales vería el retroceso, a veces palmario, de aquellas actitudes ético-intelectuales en cuyo incremento, tan alegremente, se confiaba. Pero aun resulta menos discutible que esta tentativa de racionalización y moralización del electorado tampoco previó el fenómeno de la "sociedad de masas" ni la formidable fuerza simplificadora y puerilizadora de sus "mass media", de los instrumentos técnicos de propaganda y coacción psicológica. Ni de que esta fuerza, asimismo, estaría (en proporción abrumadora) en posesión de aquellos que más se sentirían amenazados en sus privilegios por un incremento sustancial de ese voto desinteresado, racional, informado, fiel a confesables intereses generales que aquella empresa propugnaba. Y todavía, para sumar a tantas cosas salteadas, no contó con la reacción, casi siempre displicente, a veces burlona que el tono (inevitablemente superior y esporádicamente pedante) de esta tentativa de moralización tenderla a suscitar en anchos sectores de potencial electorado.
Tal vez no sea todavía la hora para apreciar en qué medida tal estilo político contribuyó a mejorar las costumbres cívicas nacionales pero (al margen de una polémica muy viva en esos días), parece indudable que él fortaleció las tendencias a constituir una agrupación política relativamente enclaustrada en sí misma, ombliguisticamente suficiente, puritanamente desabrida a todo contacto con los impuros y aun con los distintos, nutrida en buena parte por personas que hacían de su voto un testimonio de su conciencia limpia, de sus buenos deseos, de su superioridad mental pero -también- muy conscientes de la inefectividad inmediata de sus voluntades, postergando para un futuro -convenientemente reculado, hasta el que nada nuevo acaecería adversamente, en el que ningún contexto atentaría contra el crecimiento milimétrico, pero inexorable- toda posible encarnación histórica de los ideales profesados, toda eventual irrupción en el medio de las fuerzas decisivas entre las que el Poder -y su tremendo impacto en el destino de los hombres- se juega.
Lógico es entonces ese desdén hacia la "política criolla, siempre nombrada peyorativamente en páginas de Frugoni como indigna, subalterna, sensual, frívola, marcada por el fraude, la corrupción, la demagogia y la venalidad, caracterizada por la vaguedad y la heterogeneidad ideológicas, por la explotación de los intereses personales más ilegítimos, por el "espíritu de apuesta", la inmoralidad, el caudillaje y las viejas idolatrías, el fanatismo, el tradicionalismo irracional... Ante tan persistente vena de dicterios, siempre antitéticamente dispuesta a correr cuando propugnaba su propio estilo cívico, el juicio se encuentra embarazado para distinguir entre lo que puede valer como rechazo de las efectivas taras de la política denostada y la retracción ante toda factual "política', sin adjetivos, en cuanto técnica de conducción de hombres, en cuanto manejo de intereses, de pasiones y de fuerzas. Y dígase, de nuevo, como espectadores comprometidos en lo que se expone, que el fracaso de las vías que idearon para salir de todo este cuadro táctico los militantes socialistas de la última promoción no altera la realidad de tan evidente y embarazante ambigüedad.
Universalista, intelectualista, doctrinario, genérico, no suscitado sino meramente facultado (se decía) por la realidad nacional e hispanoamericana, el socialismo de Frugoni las contempla con sentimientos que se mueven entre la piedad y la denigración, la conmiseración y el desprecio. Esto se hace más patente con todo el sector de nuestro mundo extra-urbano y una cuidadosa tabulación de términos -que aquí no puede realizarse- lo confirmaría. Pero ese rebrotar de expresiones como las ignorantes multitudes criollas, los bárbaros adoradores de la rutina, la plebe gaucha, el proletariado ignorante y sumiso y muchas otras semejantes es suficientemente ilustrativa de hasta qué punto es fiel aquí Frugoni -sin el menor barrunto de otro orbe de valores- a su perspectiva intelectualista, dinamista, individualista, racionalista, inmanentista..., a su mentalidad, en suma, de socialista liberal, de alta clase media, intelectual, "moderno". Ciertos trazos profundos de la sicología criolla (término que, decía, usa peyorativamente), ciertos ingredientes, tal vez puramente normativos, pero muy actuantes, de un cierto "arquetipo nacional" de vigencia borrosa pero muy tenaz, es inevitable así que se le escapen y entre ellos todos los que giran en torno a la intuición y la fe, todos los atinentes a la "conformidad" y a la contemplación, todos los que tienen que ver con el valor de fidelidad y relación personalizada, todos los que se imantan hacia la necesidad de trascendencia y de absoluto.
Servando Cuadro (justamente un hombre en quien la vivencia de ellos fue tan poderosa) ha señalado que su celebrado poema sobre La Décima (en Los Himnos) no rectifica esta alegada incomunicación, esta ajenidad y, en verdad, si se examina su texto sólo se encontrarán en él alusiones a las guerras de la Revolución y pasajes sentimentales y evocativos. Puede parecer minucia excesiva señalar que, hablando de Artigas, mencione a la quinta línea al gran Jaurés pero no lo es seguramente observar que el mismo tema del caballo, muy reiterado en su poesía y en su oratoria sea, tal vez más que una muestra forzada de uruguayismo, una demostración de que lo que parece mas criollo sea rotundamente europeo.
En general, tanto sus ideas sobre el pasado como sobre el presente están impostadas por tal actitud. Esto no quiere decir, es natural, que en la inteligencia cálida y sensible que Frugoni es, no se hallen presentes los temas cardinales de la realidad continental: el imperialismo, el latifundio, las oligarquías venales y rapaces. Son, sin embargo, las expresiones políticas más típicas (pero también, a veces, más equívocas) de lo hispanoamericano las que han atraído su condenación con más fuerza: el militarismo, el totalitarismo nativo, la tradicional dictadura criolla, esa especie de facismo americano sin doctrina, de instinto cerril y concupiscencia selvática y sus múltiples avatares.
Si, a todo lo ancho, se examina el sentido de la obra ensayística y política de Frugoni, parecería que el verbo "empenachar" -úsese sin el menor matiz peyorativo- fuera el que lo cifrara mejor. Empenachar de justicia social y generosidad humanitaria las duras estructuras del liberalismo y la democracia política capitalista; empenachar de "idealidad" el marxismo y, más genéricamente, el orbe de lo económico, lo material, lo positivo. Como lo dijo alguna vez, no cree que el idealismo liberal sea incompatible con una política realista y economista y, en verdad, lo más hondo de su esfuerzo podría diagnosticarse en un acortar distancias entre las dos grandes vigencias de sus años de formación: el idealismo cultural de la generación rodoniana y el insurgente, áspero realismo económico que las contradcciones del Viejo Mundo comenzaban a instaurar. En esto se emparenta Frugoni con otros importantes autores del 900 uruguayo y con Rodó, Reyles y Figari en ese reservar la última instancia (el "ideal", el primero; la "voluntad de conciencia", el segundo; la tarea "ideadora", el tercero) a una idealidad que los tres concebían distinta pero convergían en colocar sobre fundamento positivo, biológico, material. Y si a Rodó -que también fue su maestro, además de prologuista- se le compara, sus soluciones tienen el mismo aire conciliador, ecléctico, optimista, integrador, ya enfrente las antinomias de democracia y selección humanista, ya las de internacionalismo y localismo, ya las de cosmopolitismo y autenticidad, ya las de determinismo económico y responsabilidad moral.
No puede dejarse de observar (cerrando esta noticia demasiado larga) que al darle al socialismo este carácter democrático-liberal y doctrinario, al dejarle al futuro lejano, a la educación, el cumplimiento de "los sueños de justicia", el socialismo, o más concretamente Frugoni, no cortó sus vínculos con el sector culto, doctoral, de los políticos del régimen social uruguayo, que vieron en él una figura díscola, original, inconfortablemente idealista en ocasiones y excesivamente agresiva en otras, pero últimamente confiable y respetable y capaz de completar, en términos de gran dignidad y aptitud de diálogo, el panorama político nacional. Si a esto se agrega que el socialismo que Frugoni representa ejerció la central de su impacto sobre los medios obreros y los sectores de la pequeña burguesía dominados por el batllismo (en forma similar a cómo el socialismo argentino actuó entre aquellos de dominante fidelidad radical): si esto se agrega, es factible comprender el permanente encomio que (sobre todo con posterioridad a 1933), la personalidad de Frugoni ha sido objeto por algunos periódicos muy representativos del Régimen uruguayo. Un encomio que convirtió una figura política partidaria (los otros aspectos de su personalidad no lo requerían) en figura política nacional. No debería tomarse por inadmisible dureza sino estricta objetividad la reflexión de que si a efectividad -y ¿ por qué no?- la peligrosidad de una persona o una causa se mide por la hostilidad que despiertan en aquellos sectores amenazados por ellas en sus intereses, no es una corroboración favorable de la eficacia de la acción de Frugoni la devoción (contrástense ese tono y el impreso a las referencias a algún otro autor de esta selección) despertada por su figura entre los voceros de esas fuerzas.
Dicho esto, destácase que ello va sin mengua de la adhesión que puede ganar la rara dignidad de su conducta cívica, del interés que despierta su condición de testigo elocuente, límpido, de todas las dramáticas contradicciones que en torno a su pensamiento se ha creído del caso examinar. |
Carlos Real de Azúa
Antología del ensayo uruguayo contemporáneo Tomo I
Publicaciones de la Universidad de la República
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