Tiempos de terulias y de danzas nuestras

 

Reconocidos historiadores y musicólogos nacionales aseveran que durante el Siglo XVIII nuestro país no solo asimiló la moda del Viejo Continente en materia de bailes si no que, además alteró en buena parte las coreografías de los mismos. Los propios europeos dirían, en sus crónicas de viaje, que solamente reconocían el nombre de las danzas, mientras que no identificaban a las "figuras". Estos mismos viajeros y cronistas comenzaron, entonces, a denominarlas "Danzas del País".
Ajeno al esplendor de los salones europeos, el pequeño salón de la época, de nuestro medio, abría sus modestas tertulias con entretenimientos tales como el juego de naipes y la ejecución en la guitarra, el clave o el piano de pequeñas composiciones sencillas, así como de canciones que casi siempre involucraban temas de amor y nostalgias profundas.
Pero era la danza la mayor diversión y el máximo placer de los jóvenes. Es que el romanticismo transformó el salón montevideano dando cálida acogida al baile de moda en Europa, en encuentros donde un nutrido conjunto de poetas, críticos y escritores, animaba estas reuniones con singular destaque.
Variadas músicas bailables fueron, pues, las que inundaban esos rincones orientales, mientras desarrollaban sus intrincadas figuras, encadenamientos, vueltas y rápidos giros, ya fueran románticas, amorosas o bien de exaltada vivacidad.
Las crónicas reflejan que "las mujeres gustaban de la música, y en muchos hogares había el forte-piano con el que se acompañaban en cantares y canciones". En el repertorio, alternaban elementos locales con otros foráneos. Muchos hogares tenían su tertulia nocturna propia, congregando a las amistades de la casa, y donde eran recibidos los extranjeros, con las mayores muestras de cordialidad, en ambientes donde reinaba gran alegría.
La principal diversión consistía en disfrutar de la contradanza y también de valses y minuetos, Por lo general las tertulias eran enteramente sin etiqueta, lo que les otorgaba su particular encanto. La conversación era siempre muy amena y animada.
El baile comenzaba alrededor de las nueve de la noche y se prolongaba, generalmente, hasta la medianoche. Se iniciaba con un aristocrático minué que, por lo general, bailaban la dueña de casa y alguna otra señora -luciendo atuendos y peinados a la moda- acompañadas por dos "formales" caballeros, a modo de señal de invitación para que se fueran incorporando los demás asistentes.
De franco tono patriótico, estas reuniones perduraron por varios años y constituyeron un enorme polo de atracción dentro de la vida social y cultural de antaño.
Las danzas tradicionales destacaban por los movimientos coreográficos de las parejas demostrando, en un genuino lenguaje corporal con sutileza y picardía, los avatares de la conquista amorosa.
Las contradanzas originaron nuestras danzas de grupos de parejas, bailes en que éstas se "deshacen" para confundirse con otros bailarines en ciertas figuras y vuelven a unirse al concluir el baile, como en una historia de final feliz. 
De allí que nos haya parecido oportuno hacer una breve referencia de, al menos, tres de las danzas más representativas de la época a la que nos hemos referido:

La Contradanza

Nacida en la campaña inglesa en 1500, como "Country Dance", (danza campestre o campesina) va a sufrir toda suerte de migraciones y transformaciones. Ya en 1550 se bailaba en la campiña, ascendiendo a los salones de la Corte Isabelina en 1600, desde donde pasa luego a Francia y a Holanda. En Francia tomará el nombre de "Contredance" (bailar en contra), en Inglaterra "Long-Way, ("Contradanza Larga", en hilera). En 1710 la contradanza penetra en España y allí toma el nombre de "Contradanza Española".
El arribo a nuestra América de la contradanza supone una de los hitos más relevantes en la evolución de los géneros musicales americanos en general. Las primeras referencias de esta danza en nuestro país, datan de 1752. En ese año se baila en dos fiestas memorables: la primera en Colonia y la segunda en Rocha, pero también se baila en las Misiones Orientales, enseñada por los Jesuitas.
En el interior hace algunas apariciones en los días festivos en la plaza pública y se la presenta desde el escenario del teatro. Su importancia radica en que va a engendrar al Pericón, que contiene muchas de sus figuras.
Hacia 1880 desaparece luego de haber gozado de gran auge en todo el país.

El Minué Montonero

Deriva del Minué europeo, de pura prosapia Francesa, tan en boga en el siglo XVII. Ya en 1820 se hablaba en nuestro país de una variante local, criolla, a la cual se le daba el nombre de "Minué Montonero", o llamado también "El Nacional" en su momento de mayor apogeo, al igual que en Chile y en Argentina. En esta última se le llamará en la época de Rosas, "Minué Federal"; una y otra designación persisten durante casi dos décadas. 
La variante consistía en que los bailarines, después de repetir los complicados movimientos originales, hacían sus alegres "cadenas" y rápidos giros, retornando luego al aire inicial de ceremonioso minué.
Como no podía ser de otra manera, el salón colonial abrió paso al Minué Montonero, danza en la que el criollo Oriental estampó, como un sello, el aire libertario que animaba su espíritu.
Lauro Ayestarán, uno de nuestros más prestigiosos musicólogos, lo ha rescatado de los archivos de la antigua Casa de Comedias. Se compone de dos partes: la primera, lenta, y la segunda, en forma de bailecito, luego se repite generalmente la primera.

La Media Caña

Danza de toda la mitad del siglo IXX, la media caña se presenta en la documentación muchas veces como forma vocal, independiente del baile, 
Es la media caña danza de pareja suelta en conjunto, de vivas y graciosas figuras. Como sus congéneres, el Pericón y El Cielito, es hija directa de la contradanza europea. Su música fue tomada por Francisco José Debali (autor del Himno Nacional) hacia el año 1848 en un manuscrito suyo que aún se conserva.
Alcanzó gran difusión en nuestro país, el sur de Brasil, Paraguay, Chile y Argentina, donde se constituye como el baile preferido de los Mazorqueros y partidarios de la tiranía rosista.
Alrededor de 1830 se introduce en los escenarios y se baila en algunos sainetes, mientras que su época de esplendor se mantuvo hasta 1850, tanto en los salones como en los ambientes rurales y populares. Su nombre proviene de la figura en forma de circunferencia que es realizada en ella. Es una danza, galante y alegre, de conjunto, de parejas sueltas y conexas, que no lleva segunda parte, siendo de movimiento lento-vivo y de carácter cortesano.

Ing. Teodoro R. Frejtman

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