Nacido desde el barro

 

Ponle al niño un libro en la mano. Un libro que hable de amor, de vidalitas, de viajes... que le enseñe de qué color es la ternura... en qué lenguaje conversan los pájaros... que huela a naranjales y a vendimias... un libro que sueñe con la paz, con la tolerancia, el buen humor... que conduzca por caminos de esperanza, de optimismo, de fe... que imagine el mundo como una familia y al hombre como hermano del hombre... un libro que todos podamos leer, a cualquier edad, en voz alta o en silencio, con los ojos o con la yema de los dedos... Del libro que pongamos en la mano del niño, dependerá el hombre del mañana... 
(fragmento) (Emilio Carlos Tacconi, uruguayo, 1895-1988

El libro, como objeto portátil y relativamente duradero, ha contribuido de manera fundamental a la difusión y preservación del saber, el conocimiento y los sentimientos de sus autores, a través del tiempo y del espacio, haciendo posible la existencia, sin exclusiones, de todas las civilizaciones. 
El libro es una creación perfecta. Todo lo que de él se mencione o se escriba es incompleto. Sería como querer definir el amor, la poesía o la amistad. Tanto ha significado para la humanidad que la vida sin él, sería un tránsito sin unión con los recuerdos, el arte, la creación, la cultura o las raíces. Es que desde su origen, desde su primer diseño, ha sido tan perfecto que hasta la actualidad su aspecto es prácticamente el mismo. 
Aunque los primeros libros, al decir de los historiadores, consistían en grotescas planchas de barro, grabadas a punzón, sin embargo el término "libro", proviene de la expresión latina “líber”, en alusión al material vegetal con el cual se confeccionaban. ¿Acaso no recuerda usted su primer libro? ¿A quiénes no ha emocionado la lectura de una buena novela?. ¿Quién no ha pensado alguna vez en escribir su propio libro?. ¿Quién no ha visto crecer sus fantasías con libros de viajes, de hadas, o de otros mundos imaginarios?. En las páginas de un libro discurren los anhelos y las ilusiones de los hombres. En ellas se instala la ficción y la maravilla, invitándonos a un paseo por sitios prodigiosos e historias adormecidas. 
Un libro es la llave para ingresar a un número infinito de puertas y caminos. Tal como expresa un viejo proverbio hindú: "Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora". 
Con el libro andamos por el mundo iluminando las habitaciones y los tiempos más sombríos, instalándonos en el universo entre los astros. Y al abrirlo nos adentramos en su superficie, cubierta de letras, a las que perseguimos con nuestros ojos, de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, para que la vista adquiera en su fruición toda esa voracidad por ese cúmulo de signos que se convierten en senderos y significados. La lectura inaugura una increíble magia de ciudades y de sueños y se transforma en un acceso hacia un espacio misterioso. 
Una característica unida al libro desde sus orígenes ha sido la proliferación de imágenes, que sirvieron, en algunos casos, como apoyo o explicación del texto, pero que en otros se constituía en una finalidad puramente estética. Por ello el escriba incluía ilustraciones a fin de separar distintas secciones o capítulos del texto para embellecer o amenizar su lectura.
A nadie escapa que los actuales, y cada vez más sofisticados, medios de comunicación le han restado protagonismo cultural al libro incidiendo, incluso, fuertemente en el hábito de la lectura. Hoy hay quienes predicen la sustitución del libro por medios televisivos, electrónicos, etc. 
Hemos oído algo similar cuando se intentó pronosticar que con la invención del cine desaparecería el teatro, o que con el advenimiento de la televisión lo propio le acontecería al cine, o que, con el auge de la fotografía, la pintura no tendría futuro. Pero allí están todas estas manifestaciones del hombre con más influencia y vitalidad que nunca y conviviendo todas y recreándose a cada paso en perfecta armonía. 
Es que, no obstante, los textos impresos continúan siendo insustituibles en la transmisión de conocimientos, enseñanzas y experiencias, tanto reales como imaginarias. 
A ello contribuye que la búsqueda del saber continúe siendo esa antorcha que permanece encendida desde el pensamiento aristotélico, a través de aquella sentencia, tan cruel como memorable: “Hay la misma diferencia entre un sabio y un ignorante que entre un hombre vivo y un cadáver”. Tal vez poco importen, para la celebración de la existencia y permanencia del libro, el originario y primitivo uso que de él hicieron las antiquísimas culturas moradoras de la Mesopotamia o la aparición de los rollos de papiros de egipcios, griegos y romanos, la labor de los monjes de la Edad Media en la confección de libros religiosos o el trabajo de los tipógrafos del Renacimiento, los métodos chinos de impresión mediante bloques móviles, o las innovaciones tecnológicas del Siglo XV como la aparición del papel y los tipos de imprenta móviles, invento que la historia adjudica al alemán Johann Gutenberg, quien publicó, bajo este sistema, su famosa Biblia, en 1456. 
El libro transmite la palabra. Entre todos los maravillosos sonidos surgidos en el universo, la palabra es el único que parece tener un poder en sí mismo. Tanto el romper de las olas del mar sobre la playa, como el tronar de las cascadas, tanto el rumor de los bosques, como el silbido del viento, tanto el crujir de las hojas de otoño, como los pasos de la lluvia, tanto las voces de los pájaros, como el tañido de las campanas, algo parecen querer decir, pero no terminan de hacerlo. 
Sin embargo la palabra es diferente. La palabra irradia el secreto y la alegría, comunica la pena y el olvido, difunde la ciencia, recorre la filosofía, detalla la tecnología, recita la sentencia y el poema, balbucea la historia, emite la esperanza y la oración, y, por fin, proclama al amor. El mayor misterio es la palabra, y el libro es el lugar donde la palabra vive para siempre.

Ing. Teodoro R. Frejtman

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