Jaque Mate

 

Conocí muy bien a Mándel Krupnik. En realidad, viví con él los últimos ocho años de su vida. Compartí su casa, sus necesidades, sus negocios y hasta su “voituré”, que tal vez aún permanezca, como reliquia, si nadie la vendió o la remató, en el garaje que le alquilábamos a Moishe Lemesoff, sobre la calle Domingo Aramburú.

Nos conocimos una mañana de abril del año ´60, en la que yo había salido en busca de algo de comer y él, ataviado con su largo sacón, negro y bastante desprolijo, su barba rala y descuidada, su sombrero de paño, sus zapatos embarrados y un par de valijas de cuero atadas con piolas de yute deshilachadas, bajaba cabizbajo por una de las aceras de la calle Alzáibar, a la altura de Buenos Aires, balbuceando una tonada inconclusa y entrecortada de una antigua melodía jasídica, con la cual llegué a familiarizarme en tan sólo unos pocos días, ya que la repetía insistentemente mientras ordenaba en la casa de pensión que nos hacía de techo, los pedidos de los clientes que debía entregar cada día de su vida, por aquel entonces.

Unos mándalaj(1) que me convidara ese día fueron, o se tradujeron, en el detonante que, habiendo surgido como por arte de magia de una bolsita que Mándel extrajo de entre sus ropas, hicieron que mi soledad y la suya pasaran a ser historia ...

Y no nos separamos más. No hubo un día en que antes de salir no me repitiera, casi religiosamente: - Golde, cuídate mucho. No le abras la puerta a nadie. Vendré pronto -, a modo de cariñosa despedida cotidiana, de consejo talmúdico, como última y consciente recomendación ritual.

Recuerdo que los descansos sabáticos eran esa especie de oasis que se abría en el otoño montevideano de Mándel, en la década de los ´60, para dar paso a su serena, pausada, voz.  Mientras desarrugaba sus ucranianas manos para tomar un mate amargo de sabor añoso, inundaba los pasillos con anécdotas, que no pasaban más allá de la puerta cancel, pero que me tenían a mí como especial destinataria.

Los años me acercaron, poco a poco, muchas y enriquecedoras historias. Desde la fría Yiekhaterinoslav a Moisés Ville, desde los trineos tirados por perros fortachones y casas con paredes dobles, a los gauchos de Gerchunoff y las semillitas de girasol, tostadas y saladas, de la tarde.

Pero, en realidad, como uruguaya, siempre me sentía más a gusto, -porque me las imaginaba mejor-, con las escenas que Mándel me pintaba a través de los relatos de su vida, cuando éstos recordaban sus primeros pasos por aquí cerca nomás, oficiando de ayudante de carpintero, dándole alas a su amor por las maderas, en el taller de los Aguinaga, sobre Reconquista, o años después recogiendo verdades y mentiras de su clientela, unas cuadras más hacia el Centro, en tiempos en que vendía frazadas y mantas. A plazos...  pero también a pie ...

Tuvimos épocas muy duras y juntos supimos de dificultades. Aunque no hubiese otra cosa para comer, Mándel se ocupaba de que, al menos, la leche nunca faltara. Muchas veces me decía: - Golde, hoy no hubiésemos comido, si no fuese que Liba nos convidó con un poco de goldene iuj(2). Si, incluso, todavía quedó algo de jarkoie(3) que nos alcanzó el jueves y que tanto te relamiste, o ya te olvidaste?. Qué vecina, eh? -.

A partir de nuestra unión, donde Mándel fuese a vivir, siempre me llevó con él y, no me puedo quejar, me dio siempre lo mejor, dentro de lo que estuvo a su alcance, aunque nunca alcanzó mucho... Y, la verdad, siempre fue muy bueno conmigo.

Nunca lo vi enfadarse, a excepción del día en que no sé por qué designio, me acerqué demasiado al canario que Mándel cuidaba con tanto esmero. Lo concreto es que no sé aún cómo el ave se asustó tanto, aleteó de tal manera que la jaula cayó, la puerta se abrió y “Tzipo”, como él lo llamaba, alzó vuelo y nunca más supimos de sus gorjeos y su trino dulce y mañanero, compañeros de nuestros despertares allá por la Ciudad Vieja.

Al regresar de su recorrida cotidiana, impuesto de la situación y con las pruebas a la vista, la emprendió conmigo con epítetos que jamás le había oído y, más aún, me arrojó algún puntapié del que todavía guardo secuelas ya que los días de humedad se encargan de recordarme el episodio, de vez en cuando, haciéndolo a manera de una incómoda neuralgia que reaparece sin otro motivo que para hacerme revivir aquella ingrata instancia.

De todas formas, sé que hubo de mi parte algo que no debí haber hecho, de no, “Tzipo” no se hubiera comportado como lo hizo. Mentiría si no dijera que aún espero que algún día regrese a casa...

Cuando el dinero ahorrado fue suficiente, en el tiempo en que las cosas mejoraron un poco, surgió la decisión de invertir en la compra de la casa de la calle Defensa, una vieja vivienda de cuatro habitaciones de techos altos, con pisos de tablas, un baño tan enorme como lúgubre, al igual que la cocina, y un garaje amplio en el que Mándel, producto de un “cambio de ramo”, retornó a su pasión por las maderas...

Allí instaló su “Equipamientos M.K.” compra-venta de muebles, local dentro del cual puso, dándose el gusto, junto a su escritorio, su desordenada como nómada biblioteca.

Esta biblioteca, con centenares de tomos, fue siempre para él como un trozo de su propia piel, de su naturaleza, de su vida. Desde Shólem Aleijem a Tolstoi, desde Emilio Zola a los versos de Biálik, desde Gorki a Lenin, pasando por el Quijote de Cervantes, García Lorca y hasta un Martín Fierro que obtuvo, no sé cómo, en una versión magníficamente encuadernada en cuero vacuno repujado, editada en Barcelona.

Supongo que de allí, en un día “de inspiración”, tomó el nombre de Stefan Zweig y jugando con su pronunciación se las ingenió para componer una “clave secreta” con el fin de marcar el precio que a él le costaban los muebles que ponía a la venta.

Así, a partir de entonces, a 1-2-3-4-5-6-7-8-9-0 le correspondió, respectivamente, s-t-e-f-a-n-z-w-i-g, cosa que el autor de Amok nunca tuvo la oportunidad de conocer y agradecerle...

La deuda que mantenía uno de los hijos de Perlmuter, -por unas cuantas frazadas y acolchados impagos todavía- la canceló con una “voituré” Ford que ya nadie quería (por vieja), ni usaba (por estar en tan mal estado). Pero Mándel, “antes que nada...” la aceptó y así nos vimos, de la noche a la mañana, con vehículo propio!.

De todas formas a nosotros nos servía. Tan siquiera, para ir juntos los domingos hasta el Prado a pasar la tarde y disfrutar de un poco de sol y de aire libre, pasear por el hermoso rosedal, las fuentes y los jardines, aunque muchas veces el regreso sólo era posible si aparecían los necesarios empujones...

La pobre se “empacaba”, porque había veces que parecía que no quería más. Así aguantó la “cachila” hasta que un día el maltrecho motor dijo - Basta! -. Desde entonces quedó archivada en el garaje de Lemesoff, a quien Mándel había tenido como compañero de habitación en una pensión de la calle Galicia.

Fue al arribo de ambos a nuestra Capital, en el año ´39, cuando llegó con la intención de darle vida a su alma de coleccionista en la “Tristán Narvaja”, después que algún santafesino se la pintara como el “paraíso de las antigüedades y las metzíes (4)”.

Mándel había venido a Montevideo por unos pocos días... y fue esta ciudad la que lo hizo retornar a Moisés Ville, tres meses después, en busca de sus escasas pertenencias, sus libros y el resto de osadía que le quedaba para consumir, de allí en más, en nuestra tierra.

Sus afectos personales incluían esa pasión de coleccionista, a la que no renunciaba, a pesar de las dificultades económicas serias y aún teniendo en cuenta el arribo del peso de los años sobre sus espaldas.

Decía enorgullecerse de ello y hacía cierto alarde de sus posesiones, aunque su “galería” estaba constituida sólo por un par de casi ruinosas vitrinas de madera, medio apolilladas, que había comprado en un remate cerca del Palacio Legislativo, en las que atesoraba algunas decenas de monedas de diversa procedencia, las que compartían los estantes polvorientos con unas pocas piezas de orfebrería en plata y bronce, un par de "janukiot"(5), unos cuantos relojes de principios de siglo, algunas “mezuzot”(6) y varios exóticos, como impactantes, caracoles marinos, todo lo cual parecía verse custodiado a partir de la mirada que sobre ellos dirigía sin descanso un caballero de sobretodo y firme figura, que Mándel aprendió a admirar, cuya fotografía acompañaba el material y a cuyos pies lucía la simple leyenda manuscrita a lápiz: "J.B. y O. (1856-1929)".

Por otro lado, Mándel, -cómo decirlo?-, no era demasiado apegado a ciertas tradiciones. Algunas de sus convicciones filosóficas, imbuidas de aquella bohemia de lecturas nocturnas de algunos textos anarquistas de moda, lo habían llevado a renegar un tanto de los cultos sinagogales y hacía ya un tiempo que prefería abstenerse y hasta aparecer como un tanto “apático” frente a las convocatorias de la fe, aunque en épocas de las festividades sagradas y de la celebración de los acontecimientos históricos más relevantes, renacía en él esa “identidad” que lo llevaban a “darse una vuelta” por los centros religiosos en los que se daba la presencia de la judeidad uruguaya, a quien conocía, como lo conocían a él.

Un día que Mándel había salido a cobrar unas deudas y a pagar otras, invité a casa a Safam, un vecino y amigo con quien supe estar relacionada en mi vida previa.

Mándel regresó esa tarde a casa antes de lo que yo lo suponía y al verlo conmigo se enfureció. Si no me mató, o siquiera me largó a la calle, fue porque, afortunadamente para mí, tocó timbre un mensajero de la Comunidad, portando una invitación para asistir a los festejos de la segunda década de vida independiente de Medinat Israel, lo que incluía una cena en la Kehiláh, con una frondosa programación de actividades, dentro de las cuales se destacaba una exposición de antigüedades y simbología judías, a la que convocaban a participar a los miembros de la colectividad que estuviesen en condiciones de aportar elementos de su acervo personal, lo que se prometía ser recompensado con varios premios y distinciones a los efectos más sobresalientes. Ello despertó en Mándel tan espontáneo, como súbito interés, derivando en una expectativa personal que le hizo olvidar el incidente y provocó un inmediato giro de la situación y de su estado de ánimo, para mi suerte.

Tanto fue el entusiasmo con que Mándel tomó la noticia de los eventos que vendrían, que se propuso destinar al menos dos horas diarias, luego de cada jornada de trabajo, a preparar, reacondicionar e identificar el material que enviaría a la Comunidad.

No quedaban demasiados días y había que ponerse en campaña... En el negocio de los Kohan consiguió una pasta para pulir los candelabros, hasta dejarlos impecables, pidió prestada a los Lemesoff una vieja máquina de escribir Remington para ensayar un rótulo improvisado para cada uno de los elementos seleccionados, detallando brevemente su historia, su procedencia, su significado, insertando al pie de cada esquela su nombre y apellido con mayúsculas... y hasta se fue una noche a casa del rabino Trumpeldorf a solicitarle un libro con ilustraciones de los símbolos tradicionales, en busca de referencias, para describir una Keará(7) de plata que había sido de su hermana, fallecida muy joven en Ucrania, conservada intacta por años.

En medio de la labor, con una sonrisa socarrona me decía: - No te preocupes, a vos no te voy a mandar a la exposición. Allí sólo tendrán cabida antigüedades, pero de valor, y no viejas bigotudas... Con vos me podría ganar un premio especial, porque no debe haber en varios países a la redonda alguien que tenga un lunar en el medio de la nariz, como vos...No te enojes, Golde, andá a dormir que tengo para rato... -.

Estaba ilusionado con poder acceder a alguno de los premios. Más aún, creo que a veces se imaginaba, por adelantado, ver una fotografía suya en la revista comunitaria "Hakol" en la que aparecería recibiendo de manos del Presidente de la Kehiláh un diploma-distinción recordatorio.

Una noche tuvimos la visita de Pinjas Voscoboinik, un viejo conocido de Mándel que solía venir a desafiarlo con alguna partida de ajedrez durante la sobremesa.

La sencilla cena había transcurrido, como de costumbre, al margen del habitual comentario acerca del menú, en conversaciones sobre las últimas declaraciones de algún político "de moda", los problemas de Israel con sus vecinos árabes, los ecos de lo que ocurría en la Argentina y, "para matizar", alguna historia de esas por las que transitó algún miembro conocido de la Comunidad, siendo más jugosa cuando, por ejemplo como en este caso, tenía como personaje central, (nada menos...!) a la hija de quien fuera hasta hace poco Presidente de la Kehiláh, Jacobo Dansker, dado lo que cuentan que le ocurrió a su marido en la noche de bodas...

Mándel no dejó escapar, tampoco, la oportunidad de imponer al amigo de su proyecto de responder a la convocatoria de la exposición:

- Me voy a presentar con varios elementos y, si Dios quiere, espero ganar uno de los premios- le decía, mientras le mostraba la ahora  brillante Keará de plata.

Después vinieron la tensión y los silencios, las luchas portentosas entre torres y caballos, los enroques y las defensas cerradas. Y al final, luego de casi dos largas horas, el triunfo fue esta vez en favor de la visita.

La pasión del juego hizo mella en uno de los actores. El perdedor sintió que el esfuerzo y los nervios de la batalla repercutían severamente en su salud, luego de que se pusiera mal como consecuencia de no perdonarse un error garrafal, cometido durante la partida, que lo había conducido inevitablemente a la derrota. Y no dejaba de recriminárselo, al tiempo que una tenue llovizna, como una cortina de lágrimas que acompañaba su desazón, había comenzado a caer lentamente sobre los techos montevideanos.

El “tei mit límene”(8), de solemne presencia, previo a la despedida, no alcanzó a constituirse en  el sedante necesario y pasó a ser testigo, al igual que el añoso samovar, de un desmayo de Mándel, tan inesperado como repentino.

Su ya gastado corazón le estaba dando jaque en una sola jugada... El propio Pinjas lo acompañó hasta la cama, le sirvió el resto del té y se quedó junto a él casi hasta la madrugada.

Mándel estuvo en casa tres días, en una suerte de lenta y agónica despedida. Al ir en aumento su decaimiento, los médicos decidieron su internación en el Hospital Italiano y desde allí, dos días después, justamente en la jornada de aquel mes de mayo de 1968, en que vencía el plazo para presentarse a la exposición, se fue para siempre.

Recuerdo, como si fuese hoy, el día que vino la ambulancia por él. Con una voz apagada y ya sin fuerzas, me dijo: - Golde, no me extrañes. Me hubiera gustado ser como vos... Dicen que ustedes los gatos tienen siete vidas. Y, viste?, a mí se me está apagando la única que tengo -.

(1) mándalaj (yiddish): bolitas de masa
(2) goldene iuj (yiddish): sopa de gallina
(3) jarkoie (yiddish): guiso de carne y papas
(4) metzíes (yiddish): gangas
(5) janukiot (hebreo): candelabros de 8 brazos, utilizados en la Festividad de Jánuca basada en eventos bíblicos (Macabeos), también llamada Fiesta de las Luminarias
(6) mezuzá, plural mezuzot (hebreo): (marco de puerta), estuche de material variado, que se fija al marco derecho de la puerta y que contiene en su interior un pergamino con dos pasajes bíblicos
(7) Keará (hebreo): Plato festivo, utilizado en la mesa especial que se sirve con motivo de la celebración de Pésaj (Pascua judía)
(8) tei mit límene (yiddish): té con limón

Ing. Teodoro R. Frejtman

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