El dependiente de "La Bola de Oro"

 

-Don Samuel, voy a llevar un frasco de gomina, como la semana pasada. Anótelo y me lo descuenta de la quincena que viene -

-Está bien, Lorenzo, pero acaso no precisás, mejor, algún par de alpargatas nuevas?. Te vas a quedar sin un sólo pelo entre la gomina y todo lo que llevás para ponerte en la cabeza -.

Lorenzo Catáneo, empleado de La Bola de Oro, comercio de ramos generales fundado en 1906 por Samuel Lubovich y su esposa, inmigrantes ucranianos, era un personaje polifacético conocido en todo el pueblo; no sólo porque atendía con dedicación y cortesía a todos los clientes del más importante de los negocios de la localidad, sino porque también era nada menos que "el que daba luz a todo el pueblo La Candela".

Después de su tarea diaria como vendedor, a eso de las siete de la tarde, el dependiente de La Bola de Oro salía rumbo a la usina eléctrica para poner en marcha y operar el ruidoso y vibrante generador, con el que se atendía el servicio público de electricidad hasta la medianoche. No faltaban las oportunidades en que dejaba funcionando el motor a solas, para salir ante el reclamo de algún vecino, al que el suministro e energía le faltara intempestivamente en su domicilio.

Las "técnicas de dar luz" las había aprendido, -según le contaba a un cliente en una ocasión en que éste fue a la tienda por un cinto de cuero-, de un mecánico que había venido desde la ‘casa central’, que estaba en la capital y que le había enseñado todo lo necesario para hacer funcionar correctamente todas las instalaciones de la usina local, inaugurada con él como único operario de la sala de máquinas.

Pero Lorenzo, por aquel entonces, tenía otras actividades que le reportaban más sueños que dinero.

En oportunidad en que al comercio de los Lubovich arribó un viajante, representando una reconocida marca de sábanas y toallas, mientras el propietario del negocio, en compañía de su esposa Liba, seleccionaba, a partir de las muestras, la mercadería que le interesaba, Lorenzo le preguntó al recién llegado:

-Dígame Berterame, el patrón me aconsejó que le preguntara cómo puedo hacer para conseguir una buena guitarra allá en la capital?. Si usted vuelve a La Candela en un par de meses, no me traería algún folleto con modelos y precios?. Acá en el pueblo, que yo sepa, sólo el Rengo Moyano tiene una, y dice que la compró usada, hace años,  para un hijo que nunca tuvo. Pero no la vende.  Sabe, Berterame?, don Samuel me apoya en esto de la música -.

Con frecuencia, en ratos de ocio, el muchacho tomaba la última porción de mostrador del comercio o un viejo escritorio que había en un rincón de la usina, dándole paso a su inspiración para escribir algunos versos que iba recopilando en un cuaderno que aún tenía páginas en blanco, desde su paso por la escuela primaria.

A los cinco meses de aquella conversación, la mañana pueblera de Lorenzo sería una de las más soleadas de su vida; Berterame había llegado con “una viola de aquéllas”, con lujoso clavijero y flamante lustre, de regalo para el engominado muchacho de bigotudas alpar­ga­tas.

A partir de allí, cada martes al atardecer, una vez puesto en marcha el generador de la usina, Lorenzo se escapaba hasta la casa del viejo Eleuterio Bermúdez, Jefe de la Estación local del ferrocarril, quien vivía a media cuadra de la planta eléctrica, para introducirse en el arte de la cifra. El re-menor, el dominante de sol y el afinado del mi-la-re-sol-si-mi, se constituyeron en un aprendizaje de unos minutos por semana, entre la avidez de la música y el canto y el ruego de que el motor no se apagara...

En pocas semanas Lorenzo había incorporado variados tangos, valses criollos, milongas y hasta rancheras. Letras y músicas de moda estaban dentro de lo que ya era su repertorio. Incluso hasta alguna creación poética de su autoría era motivo de orgullo para los Lubovich quienes así se lo hacían saber a sus clientes al comentarle las virtudes del joven, al que querían como a sus propios hijos y sobre quien agregaban: -Todavía no aprendió ninguna canción 'yiddishe', pero no perdemos las esperanzas....

La muy escasa colectividad judía del pueblo celebraba anualmente, entre otras, la fiesta de Purim, la que, un tanto "adaptada al medio" se traducía dentro de la grey en una particular mixtura de una especie de carnestolendas junto a la lectura del Libro de Esther...

-No te animás a cantar el domingo por la noche en nuestro Salón?. Yo puedo hablar con Moishe Lemessoff y proponérselo. Llevarías tu guitarra y podrías interpretar algunos tangos. El es el presidente de nuestra comunidad; si acepta tendríamos un Purim diferente. Además sería tu debut ante un Salón lleno de gente, como todos los años; y tal vez te consiga que te paguen algo. Qué te parece? -.

-Pero, don Samuel, todavía no estoy muy preparado!. Además usted me tendría que dar de fiado alguna ropa nueva... Y doña Liba, va a llevar los ‘umentashen’, como los que hizo el año pasado?. Por favor, dígale que no vaya a llevárselos todos para allá, que me guarde algunos aquí, que me gustan tanto. En cuanto a la paga, no se preocupe, para mí sería lo mismo, aunque, le confieso, me permitiría comprar un juego de cuerdas nuevas para mi guitarra, por las dudas; ya tengo alguna medio gastada. Y cómo hago con la usina?-.

-Vos ponete a ensayar desde hoy. Del resto no te preocupes. Mañana tengo que ir hasta la capital. Debo estar en la distribuidora de lanas por unas madejas que faltaron en el último remito y de paso voy a ir hasta las oficinas de tus jefes y les diré que el domingo necesitamos que alguien te reemplace en la sala de máquinas y que el horario de generación debería extenderse hasta las dos de la mañana del lunes, pues de lo contrario no podremos festejar Purim como Dios manda -.

-Y usted cómo sabe que no fracasaremos?. Y si a la gente no le gusta?. No es un sacrilegio cantar tangos en la sinagoga?. Y si el viejo Katzenelson se enoja, como el día que me dijo que solamente usted acepta a un ‘goi’, como yo, con la cabeza descubierta atendiendo al público en su comercio? -.

-Vos dejame que hable con Moishe. Lo demás no importa -.

Fue una fiesta de Purim que no se repitió en La Candela. Aún la recuerdan los judíos más veteranos que allí todavía viven. La gente se agolpaba al frente del Salón tratando de entrar, apretu­ján­do­se.

Muchos debieron conformarse con escuchar cantar a Lorenzo desde fuera del local, a través de los parlantes que habían sido instalados sobre los ventanales principales, luego de haberlos retirado del techo del Ford ‘A’ del viejo Zubizarreta, que se ocupaba del "servicio de amplificación" del pueblo y con los cuales había recorrido todas y cada unas de sus calles polvorientas, en la mañana del domingo, invitando a la comunidad judía al "concierto de tangos y música criolla a cargo de Lorenzo Catáneo, hoy, en el Salón Israelita".

Un primo de Mauricio Goldstein, que estaba de paseo en casa de éste, había asistido a la actuación. Al día siguiente fue a La Bola de Oro a plantearle a Samuel Lubovich qué debía hacer para que su dependiente, Lorenzo, fuera a cantar al hotel de su propiedad, en la capital, para sus huéspedes. Ya había imaginado iniciar un ciclo en el hospedaje, a partir del mes próximo, que titularía "Noches de Sábado y Tangos".

Samuel Lubovich, comenzaba a vislumbrar que en ese camino perdería a su empleado... y que Liba se lo recriminaría toda la vida.

Semanas más tarde los ecos del intérprete habían llegado también hasta la ciudad. En La Candela, Andrés Cabañas Z, un peluquero paraguayo, amante del periodismo, se ocupaba de la corresponsalía del diario El  Amanecer y en una nota enviada al matutino, -que fue publicada tres días más tarde, en la última página-, hacía un comentario elogioso para el novel cantante, funcionario de la usina. Daba cuenta de la aceptación del público de "un joven de cabello engominado y voz varonil" que se había hecho acreedor de los mayores aplausos en la kermesse de la Escuela 76, único centro educativo de La Candela, llevada a cabo para recaudar fondos con el fin de renovar los pupitres de tercer año.

Los compromisos nacidos a partir de su voz y su guitarra habían sumido a Lorenzo en una seguidilla de presentaciones en el pueblo que le impedían cumplir su horario en la planta generadora, trabajo al que se vio obligado a renunciar. Adrián Céspedes, que lo había reemplazado aquella noche de Purim, en su regreso en tren a la capital conoció a una joven de La Candela, con quien se ennovió, radicándose allí en poco más de dos semanas, asumiendo las “responsabilidades eléctricas” en el pueblo.

El cantor, por su parte, continuaba como empleado en el comercio de siempre, pero ahora disponía de mas tiempo para incorporar nuevas canciones, componer, ensayar y hacer de sus actuaciones (en la escuela, -en alguna fecha patria-, en el Salón Israelita, -con anuencia renovada de la Directiva-, en la estancia de los Indarte/Gastiazoro, -en ocasión de un remate de aberdeen angus-, y hasta en la taberna de los Altamirano, -por la copa nomás -), un culto enamorado de la música que llevaba en el alma.

En una recorrida por sus clientes, tiempo después, Berterame llegaba nuevamente por La Bola de Oro.

Lorenzo, que sentía ese afecto campesino por el viajante, y con el agradecimiento que tendría toda su vida para con él, lo invitó a almorzar en casa de sus padres, aprovechando para hacerle escuchar sus últimas canciones. Allí fue donde recibió de Berterame la propuesta de probar suerte en la capital.

-Yo sé que por aquí no se estila dar licencia a los empleados. Pero pienso que si le pedimos a don Samuel no tendrá inconvenientes, ahora que uno de sus nietos ya le puede dar una mano en el negocio. Yo podría presentarte a un amigo de mi hermano, que trabaja en una grabadora y anda en esto de la música. No te gustaría algún día grabar un disco?. Tenés muy buena voz -.

-Pero Berterame, tengo apretados unos pocos pesos que no creo que me alcancen para el viaje y los demás gastos en la capital. Solamente que venda la bicicleta... -.

-Mirá, si hay que vender, se vende. Tenés que aprovechar tu juventud y la posibilidad de sacar buen dinero y tener fama. Te digo que en mis andanzas por la noche, que no son pocas, no he escuchado a un intérprete y autor de tangos con tu estilo. Tenés que animarte. De todas formas, más adelante, seguramente, podrás comprarte otra bicicleta -.

La bicicleta se vendió sin demasiados esfuerzos, Lubovich concedió a su dependiente algunas licencias atrasadas, pero el resto no fue todo lo que Lorenzo esperaba. La grabadora capitalina rechazó al postulante en su intento. Tampoco obtuvo demasiadas posibilidades de "mostrarse" en los clubes nocturnos, ni que el ambiente artístico lo acogiera favorablemente en su periplo.

A partir de entonces comenzó un peregrinaje que duraría algunos meses, previo a su regreso a La Candela. Las penurias económicas comenzaron a hacerse sentir en los bolsillos del joven intérprete y las licencias se habían consumido más rápidamente de lo deseado.

De aquellos mismos bolsillos salió un borrador de letra de tango que recogió un cantante que estaba en la cúspide de su carrera, al que Lorenzo logró alcanzárselo una noche a la salida de un viejo teatro de la capital.

-Maestro, soy Lorenzo Catáneo, mucho gusto. Yo también canto tangos con mi guitarra. Me gustaría que viera esta letra. Se la obsequio. Debo regresar mañana a La Candela, de donde vengo. Todavía no tiene ni música ni título. Pero yo le pondría "Apasionada", porque el estri­billo que le hice comien­za con esa palabra. Espero que le agrade. Adiós. -.

Lorenzo volvió a la Bola de Oro. Los esposos Lubovich lo recibieron cálidamente. A dario relataba su aventura. La reiteraba con todos y cada uno de los clientes y hasta llegó a ganarse algún rezongo del dueño de la tienda por cuestiones de agilidad y eficiencia... Había retornado a su vida normal. Su guitarra y su voz seguirían mostrándose en el ambiente de antes, en el de siempre.

Al año Berterame llegaba a La Candela con un renovado muestrario de toallas y sábanas. Esta vez, además, con un nuevo obsequio para el tanguero.

-Lorenzo, a que no sabés qué tengo para vos? -.

El viajante extrajo de su añoso y gastado maletín de cuero negro un disco recién lanzado en la capital. En una cara, el cantautor tanguero Ricardo Galván incluía una milonga de su autoría y en el reverso el tango-canción: "Apasionada", con música del propio Galván y "letra de Lorenzo Catán"...

-Don Samuel, no lo puedo creer!. Soy yo, soy yo!. Mire, Doña Liba!. Mi letra!. Ahora mi tango se escuchará en todos lados!. Y encima tengo un nuevo apellido, vio?. El martes que viene, en el Purim de este año, en el Salón Israelita, el que cantará tangos y milongas con su guitarra será Lorenzo Catán... !. Y, además, si me dan algunos pesos podré ir hasta la ciudad a comprarme otra bicicleta, no les parece?.

Ing. Teodoro R. Frejtman

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