El pájaro de los hermosos colores
Waldemar Fontes

Alejandro vivía en Colón, cerca del monte “de la Francesa” y jugaba todos los días con su compañero Juancito.

Un día Juancito lo invitó para ir hasta el monte a cazar pajaritos. A Alejandro, le gustaba jugar, correr, subir a los árboles, escuchar cantar a los pajaritos, pero matarlos…

-¿Por qué vamos a matar pajaritos? le dijo. -Por qué mejor no jugamos a correr alrededor de la cañada, o a subir y bajar por el tronco del árbol caído como hacemos siempre...

-Dale, dejate de cosas, que árbol caído ni que nada, ¿qué hay más lindo que cazar pájaros?

-A mi no me gusta matar pajaritos. Prefiero escucharlos cantar, me parece que alegran el monte.

-Que van a alegrar, Dijo Juancito. -Fijate bien lo que es el parque.   Si es todo una mugre. Hay basura por todos lados, todo está 1leno de bolsas de nylon y de papeles, y aquí nadie cuida nada

-No sé, Dijo Ale, está sucio sí, pero igual es 1indo, hay partes en donde podemos jugar, a mí me gusta igual. Mejor anda vos a cazar que yo me voy para casa.

Ale dejó a su compañero y se fue para su casa. Entró por el fondo, y se encontró con el abuelo Tata que estaba tornando mate como todas las tardes.

-Adiós Alejandro, dijo el abuelo. ¿Qué pasa? Se te ve triste.

-Si, vengo un poco triste.

-Vení acercáte y contáme que te pasa.

-Decime abuelo, ¿el monte de la Francesa fue siempre tan sucio como ahora?

El abuelo sintió nostalgias y recordando otras épocas le contestó: -No, que iba a ser sucio. Antes, ese monte era un lugar hermoso, fresco, 1impio, con fragancia de madreselvas y eucaliptos.   Vos no vas a creer, pero ese mismo arroyo que hoy 1leva aguas servidas, antes era el centro de atracción de los paseos de la gente de Montevideo, que venía hasta Colón a respirar aire puro.

-¿En serio? Dijo Ale entusiasmado.

-Si señor, aunque no lo creas. En ese arroyo andaban botecitos y peces de colores. La gente venia desde muy lejas, en tren hasta la estación y luego en tranvías hasta aquí para hacer picnics y pasear.

¿Y entonces qué pasó? ¿Por qué ahora está todo así?

-Fue el progreso m'hijo, la ciudad fue creciendo y Colón que antes era Vi1la Colón, es ahora un barrio más de la gran ciudad. Las fábricas tiran desperdicios a los arroyos, la gente tira basura en los parques y todo se ensucia.

—Que feo, me hubiera gustado mas vivir en la época en que el arroyo era limpio y el monte perfumado.

-Si , Dijo el Tata, -Esa época era 1inda, pero ya pasó, ahora vos vivís en este tiempo y tenés que preocuparte por las cosas de tu tiempo.

-Si claro.

-Vos pensás acaso que ese arroyo era así de lindo por sí solo, o que el monte de la Francesa estuvo siempre ahí.

—No…, me supongo que alguien lo habrá plantado., dijo Ale.

-Exactamente, alguien plantó esos eucaliptos y alguien limpiaba las costas del arroyo para que los botes pudieran en trar, y alguien hizo los caminos para que la gente llegara hasta allí.

-Claro, Dijo Ale entusiasmado, son siempre las personas quienes hacen hermosos los lugares, ¿verdad abuelo?

Ale quedó un momento pensativo. El Tata lo miraba mientras seguía tomando mate. -En que pensás ahora, preguntó.

-Pienso en mi amigo Juancito. Hoy después de la escuela me invitó para ir a cazar pajaritos y él fue quien me dijo que el parque era una mugre, que todo era un asco, y que no valía la pena preocuparse por los pájaros ni por nada.

-Mmmh… Murmuró el Tata. –¿Y vos que hiciste?

-Yo me vine para acá y él se fue a cazar pajaritos.

-Me parece muy bien lo que hiciste. Si a vos no te gusta matar pajaritos, no tenés por qué hacerlo. Y además como te decía, los culpables de que todo esté sucio, somos nosotros mismos, o más bien la gente como tu amigo Juancito, que no hacen ningún esfuerzo por mejorar nada y además destrozan sin razón las pocas cosas de la naturaleza que aún se conservan.

-Pero tengo una idea... Vamos a hacer algo por el parque… Los pajaritos deben ser de las pocas cosas hermosas que quedan en el monte y es una pena que alguien los mate por puro placer... Vení que te cuento lo que vamos a hacer...

El abuelo explicó entonces cual era su idea. Dijo: -Vamos a fabricar un pájaro robot que tenga los más hermosos colores, y el canto más bello del mundo, que con su trino atraiga a todos los pájaros de la zona, y transforme este triste parque en un lugar hermoso.

Ale se entusiasmó con la idea y esa misma tarde empezaron a trabajar. Comenzaron juntando plumas de todos las pajaritos que por allí encontraron y las pintaron con un spray brillante.

Visitaron luego a un vecino que tenía una pajarera 1lena de cardenales, canarios y zorzales y con un grabador del papá de Ale grabaron un bel1ísimo conjunto de trinos.

El abuelo tenía de adorno en el parral, un pájaro de hierro. Sacaran de allí este pájaro, lo rellenaron y lo recubrieron con las plumas que habían pintado, y le pusieron adentro el grabador con los trinos grabados.

Les quedó un verdadero pájaro robot. Orgullosos de su trabajo, fueron hasta el monte y lo ubicaron en un frondoso árbol que estaba solo en medio de un claro.

Enseguida lo pusieron a funcionar y tal como había previsto el abuelo, todos los pajaritos de los alrededores comenzaron a revolotear y a cantar también.

Daba gusto sentir el cambio producido. Hasta los árboles parecían más bellos, moviendo sus hojas con la brisa al compás del canto multicolor.

Ale, manejando el control remoto del pájaro robot, hacía que el pájaro abriera las alas en todo su esplendor f y trinara con toda la fuerza.

En un momento todo quedó en si1enció. La canción recorría el parque y su belleza era tal que nadie podía resistirse a su encanto.

En eso, por detrás del teatro de verano, 11egó Juancito con su honda y una bolsa 1lena de piedras.

Juancito tampoco fue ajeno a la belleza del trino y se asombró. Nunca había escuchado un ave que cantara algo tan hermoso... pero su principal interés era cazar pájaros, así que no le importó cuan hermoso fuera el trino, sino de donde provenía.

Sigilosamente, siempre escuchando el canto, caminó entre los árboles, mirando hacia arriba, hasta que por fin lo vio.

En lo más alto del árbol, con sus a1as desplegadas, reluciendo al sol sus plumas tornasoladas, estaba el pájaro de los hermosos colares entonando su canción.

Juancito vaciló un momento al verlo, era tal su belleza... Pero él quería matar a ese pájaro.

Tomó de su bolsa, una piedra bien grande» redonda y pesada, la colocó en la honda, estiró la goma y disparó.

Un solo tiro fue suficiente, la piedra, certera, partió la cabeza del pájaro y su canto cesó como por arte de magia.

Hubo entonces un instante de silencio, luego un chi11ido indignado de todas las aves del monte y de nuevo el silencio.

El pájaro se tambaleó hacia atrás y hacia adelante, cayendo al suelo. El niño al ver la presa tendida a sus pies, se sintió poderoso y 11eno de orgullo.

E1 abuelo y Alejandro que estaban en la otra punta del monte, disfrutando la multitud de pajaritos nuevos que habían 1legado, se alarmaron al no escuchar más a su pájaro robot y corrieron hasta el claro en el centro del parque a ver que pasaba .

Allí lo encontraron a Juancito, que contemplaba la presa que había cazado, sin animarse aún a tocarla.

—Muy bonito el pájaro que cazaste…

-¡Si! dijo sorprendido, pero orgullosos, sonriendo, mirando el reluciente plumaje.

-Lástima que ya no podremos oír más su hermosa canción.

Entonces Juancito se dio cuenta de lo que había hecho. Entusiasmado por la codicia, deseoso de poseer las plumas de colores del hermoso pájaro, había olvidado que lo más bello, lo que lo había extasiado, había sido su canto, el que ya no podría escuchar jamás...

El abuelo, juntó los restos del pájaro robot en una bolsa.

Juancito lo miraba.

El Tata lo tomó a Alejandro de la mano, y caminando despacio, partieran rumbo a su casa.

Juancito quedó un rato más en ese lugar, sin hacer nada. Luego, tiró lejos la honda y la bolsa con piedras y prometió... que a partir de ese día, nunca más, volvería a matar un pajarito.

Waldemar Fontes

Montevideo, 1992

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