Diálogos entre almaceneros y clientes

 

¡Buen día, almacenero! ¿Qué tal? ¿Cómo le va?

—Por ahora, bien. Aquí lo ve... Nada más que un poco jodido de la garganta y un poco de dolor de cabeza.

 

—¡Buen día!

—¡Buenas! ¿Qué va a llevar?

—¡Qué repollos feos tiene!

—Hoy no fui al mercado.

—Bueno. Déme uno.

—Son $ 0. 07.

—Papas un quilo.

—Acá está.

—¿Cuánto es?

—Son $ 0.16.

—¡Qué ladrón! ¡Con razón está rico!

 

—¡Buen día, señora!

—Buen día, almacenero.

—¿Qué lleva?

—Un quilo de azúcar.

—¿Qué más?

—Nada más.

—Aquí tiene y vaya por la sombra.

 

Alm. — ¿Por qué no le cobraste la verdura a aquella señora?

Esposa — Porque me olvidé.

—Vos siempre te olvidas.

—¿Y qué querés si me olvidé?

—Si seguimos así voy a tener que ir a juntar papeles contra el viento!

 

—Un quilo de azúcar, Ramírez.

¿Qué más, señora?

—Un quilo de yerba, Ramírez.

—¿Qué más, señora?

—Un quilo de afrechillo para el chancho, Ramírez.

—¿Qué más, señora?

—Una zanahoria, Ramírez.

—¿Qué más, señora?

—Diez de queso rallado, Ramírez.

—¿Qué más señora?

—¿Cuánto es, Ramírez?

—Espere, que ya le digo.

 

—¿Cuánto cuesta un quilo de azúcar?

—55 centésimos, señora.

—Qué cara que está!

—¿Y qué se le va a hacer, señora. Hay muchos gastos.

—Usted siempre se salva.

—Bueno. Hay que votar a Herrera para que bajen las cosas.

—Mire. Tiene razón.

 

Señora. — Yo me quiero casar con usted.

Almacenero. — Y yo no quiero casarme.

—Pero yo sí.

—¡No, y no! ¿Estamos?

—Le digo que yo me quiero casar con usted. ¿Oyó?

—Le digo que yo no me quiero casar con usted. Yo me voy a casar, pero con otra señora del barrio que ya tengo en vista.

 

—Buen día, señor almacenero. ¿Su familia bien?

¿Me da un quilo de azúcar?

—No me queda, señora. ¿Qué más, señora?

—Un quilo de yerba.

—¡Como no, señora! Esta yerba es de buena calidad.

—Vamos a ver. Hasta luego, señor almacenero.

—¡Adiós, señora! Que le vaya bien.

—Gracias.

—Venga, que le, voy a dar un caramelo de ñapa.

—Como no. Acepto para comer por el camino. ¡Qué amable es usted!

—Muchas gracias.

 

—Déme un quilo de yerba.

—No hay.

Déme un chorizo.

—Tome.. ¿Qué más?

—Me casaré con usted.

—No va.

—Sí, señor.

—Señora, me está faltando. ¡Retírese!

—No me retiraré.

—¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!

—¡Me ha pegado un tiro y me ha herido, señor almacenero !

—Porque eres una bandida y ventajera.

—¡No tanto, atrevido!

—Le diré a tu marido.

—¡Y usted va a ver lo que le va a pasar!

 

Almacenero — Señora. ¿Por qué no saca fiado? Así cuando usted viene le doy las cosas, apunto en la libreta, y así no tengo que agarrar la plata, buscar el cambio, contarlo, y perder el tiempo. Viene, se lleva sus cositas, y me pongo a despachar a otro.

Señora — Bueno.

 

—¡Almacenero! Mientras yo me despacho un quilo de arroz, hágame el problema del nene, y no se olvide de hacer bien las cuentas y de poner arriba de todo Aritmética Problema

 

—¿Qué quiere, doña?

—Un quilo de yerba.

—Ta. ¿Qué más?

—Una escoba.

—Acá tiene. ¿Qué más?

—Nada más. Ahora vaya a cobrar al caño.

 

Almacenero. — Yo me quiero casar con usted.

Clienta — No va.

Almacenero. — Y yo le digo que si, porque me quiero casar con usted.

Clienta — Mi marido no quiere.

Almacenero. — Le doy un quilo de papas.

Clienta. — No hay caso.

José María Firpo
El humor en la escuela 3
Arca Editorial

Ir a página inicio

Ir a índice de Humor

Ir a índice de Firpo, José M.

Ir a mapa del sitio