Una Creativa Maestra Froebeliana
Gladys Figueredo 

Presentación

En oportunidad de cumplirse el centenario de la fundación del primer Jardín de Infantes en nuestro país, deseábamos hacer algo para resaltar la figura de Doña Enriqueta Compte, la precursora nacional y latinoamericana de la educación de la primera infancia, pero deseábamos encontrar algún camino no tradicional. Pensando con las compañeras docentes, lo encontramos: Enriqueta era una romántica poetisa, al comienzo, obviamente influenciada por las ideas neohumanistas e idealistas  que asignaban importancia a la intuición  y a la espiritualidad, tanto en Froebel como  en Pestalozzi, su el maestro.

De esta manera  había compuesto bajo estos cánones artísticos, dejando de lado el modelo modernista, - en auge en su época -, una serie de canciones y poemas para niños. También trabajó con técnicas  literarias, “lecciones” de alto valor estético que desarrolló en forma dramatizada1 con sus alumnos de 3 a 10 años2, adaptadas a su criterio de “belleza” y “pureza”, pero también basada en el desarrollo afectivo e intelectual de los niños, que ya, hacia comienzo de siglo XX,3 había comenzado a estudiar, basada en los  nuevos conceptos psicológicos que comenzaron a llegar al país, con  las posibilidades técnicas, de RRHH y económicas, que le proveía nuestro ambiente4.

Si bien sus composiciones fueron creadas, como dice la autora, “sin ninguna pretensión literaria”, creemos que la obra de esta maestra fue la siembra del primer del primer grano en el campo fértil  de la literatura infantil nacional:Sylvia Puentes de Oyenard la considera la precursora de la poesía para niños en el Uruguay.

El maestro Lorenzo D’ Auria, en su libro “Surcos al corazón” (1928), publica una antología de páginas para escolares, en las que incluye poemas de Enriqueta Compte y Riqué, de la que dice: ”Para los maestros escribe páginas profundas, para los niños, paginitas repletas de sugestiva idealidad”.Todas estas composiciones fueron creadas a lo largo de su extensa y tesonera labor al frente de su Jardín de Infantes y publicados ante el insistente pedido de familiares y amigos. Así recoge su producción literaria para niños con un libro que titula “Canciones y juegos de mi escuela”.

Este libro es dedicado por la autora a su amigo y colega José Henriques Figueira, primer Inspector Técnico de  Educación Primaria y a su también colega y colaboradora, maestra del Jardín, María Hasdovaz,  quién musicalizó gran parte de sus composiciones.

Un aspecto importantísimo que debemos tener  en cuenta con relación a la producción literaria de Enriqueta Compte y Riqué es que todas ellas fueron “composiciones al uso”: se produjeron con la clarísima intencionalidad pedagógica y didáctica de ser  utilizadas como medio educativo con sus alumnos.

Muchas de estas composiciones se adaptaban a juegos  tradicionales, nacionales y europeos, aprendidos éstos durante la época de sus estudios en el Viejo Continente,  cantándose con la melodía de los mismos, como por ejemplo “A la rueda, rueda”, canción tan difundida entre los actuales maestros de educación inicial y conocida como “La ronda de Enriqueta”5.  Otros eran musicalizados por la maestra ya mencionada, y otras se adecuaban a composiciones de autores nacionales conocidos en su época.

Con respecto a las músicas, la autora dice en el prólogo de su libro dirigiéndose a los niños: “Si sientes el deseo de cantar éstas poesías, como no llevan música escrita, inventa tú una”... “Si quieres hacerlo con la misma melodía con que fueron cantadas, busca entre tus amigos quiénes tengan padres que las conozcan...”

Lamentablemente, al dejar librada a la tradición la transmisión de las melodías, éstas no llegaron al conocimiento de las generaciones actuales, perdiéndose así, una parte importante de la creación artística, pero a cambio nos deja la libertad de ejercitar nuestra propia creación.

El libro que comentamos es poco conocido aún entre los propios maestros de educación inicial, habiéndose encontrado un único ejemplar en la Biblioteca Pedagógica Central.

En otra obra, “Lecciones de mi Escuela”,  publicada por Imprenta Gaceta Comercial, en 1948, se recogen esas sonoras y dulces lecciones encantadas, que Enriqueta entregó a sus niños entre los añosos árboles del boscoso patio de antaño y en el viejo edificio donde se alojó su escuela modelo.

 Es sobre la base de estas consideraciones, en aquella augusta fecha de 1992, nuestro Jardín  divulgó una pequeña antología entre nuestros colegas, como homenaje y reconocimiento a la obra literaria de la insigne educadora. El pequeño y humilde Boletín que logramos imprimir, fue divulgado  entre las colegas,  llevando a sus manos material original de muy buena calidad.

Más de diez años después nos ha parecido importante revisar el aporte de Enriqueta a la literatura infantil y hemos agregado algunas producciones más, así como una de las “lecciones” que nos pareció de máxima fecundidad.

Para esta oportunidad incluimos como “Anexo” un trabajo bibliográfico conteniendo las obras de la autora y lo que se ha escrito sobre ella en nuestro medio. La compulsa se realizó mayormente en el Museo Pedagógico y en la Biblioteca Pedagógica Central, donde sus Directoras y personal colaborador nos apoyaron en todo momento.

La recopilación bibliográfica fue realizada en el año 1995, trabajando en equipo con mi esposo, Emilio Marenales. Si bien no se publicó formalmente, quedaron copias en el Museo y en la Biblioteca, circulando profusamente entre las colegas especialistas con motivos de los concursos de ese año y subsiguientes.

En esta versión se agregaron  las obras aparecidas en el último lustro. Sabemos que faltan trabajos nacionales (ya hemos encontrado dos artículos sobre la autora escritos para niños) algunos de los cuales pueden ser consideradas obras menores. Igualmente es necesario aplicar el rigor bibliográfico a las fuentes. Por lo tanto se está pensando en una compulsa mayor que incluiría, además, entrevistas a los familiares de la autora estudiada.

Pero sobre todo, no se ha investigado el ambiente internacional, que nos podría deparar algunas sorpresas interesantes y éste sí es un territorio totalmente virgen.

Todo trabajo académico (y más si se trata de alguna investigación, – aún mínima como ésta –), es por naturaleza, inconcluso.

Por ahora les propongo que disfruten de estas páginas literarias y contribuyan a su divulgación a través del trabajo cotidiano  con sus alumnos.

Gladys Figueredo

Referencias:

(1) Corresponde al libro “Lecciones de mi escuela” (Ver Bibliografía)
(2) Recordar que el J.I. admitió niños hasta el nivel de las “Escuelas de 1er. Gdo”, que incluían hasta 4° año de Primaria.
(3) Tener en cuenta la influencia de Decroly a partir de 1910, aproximadamente y de otros psicólogos de la época, por ejemplo, quienes estaban intentando obtener medidas del desarrollo intelectual, Binet y Simon (París).
(4) Fue pionera de la Psicología aplicada a la Educación en el país. Fundó del Instituto de Clínica Pedagógica en el Internato (Posteriormente, Instituto) Normal de Varones y fue profesora efectiva del mismo.  
(5) “Para cantar en lugar de la vulgar “Rueda, rueda”, dice su autora. Tiene musicalización de Julio Delfino, la que publicamos en su lugar. (Ver notas bibliográficas al respecto)

Himno al Jardín (P. 114)

Cuando entramos al Jardín, 
eran nuestros piececitos,
Delicados, chiquititos;
No podíamos correr.
nuestro cuerpo, diminuto,
muchas veces, bajo flores,
en sus juegos los mayores
Consiguieron esconder.

Las maestras, cariñosas, 
en sus brazos nos mecían;
si jugar también querían
nos cantaban arrorró.
En el llanto y en la risa, 
en la frase entrecortada¡
cuánta, cuánta carcajada,
nuestra gracia provocó!

Poco a poco fue adquiriendo 
el andar desenvoltura,
y la idea más segura,
se expresó con claridad.
El trabajo, revelando 
sus tesoros cada día, 
llenó el alma de alegría
y de amor a la verdad.

Ya sabemos que un destino 
nos han dado con la vida;
por la senda recorrida,
fácil es de concebir.
Y a medida que adelante 
nuestros pasos dirigimos,
nuevas fuerzas adquirimos,
y más fe en el porvenir.
Edificio del Jardín de Infantes de Montevideo (Aproximadamente entre 1900-10), inaugurado oficialmente el 10 de marzo de 1892 por Enriqueta Compte y Riqué en la calle General Luna, calle que hoy lleva su nombre en el tramo que va desde Gral. Aguilar hasta San Martín. Asimismo el Jardín de Infantes ha sido designado con el nombre de su creadora.

A la rueda rueda (1) (P. 15)

A la rueda rueda 
que gira y que vuela;
muele maíz, mucho trigo
y canela
para hacer tortitas 
con miel y limón.
Dame cincuenta,
que soy comilón.

Música: Julio Delfino

Para cantar en lugar de la vulgar "Rueda, rueda"

Vendimia   (P. 46)

 

Los cestos están llenos

con la uva del lugar,

morada, blanca y roja.

¡Venid, a contemplar!

 

¡Qué bien recompensada

se ve nuestra labor!

¡Nos brindan estos granos,

dulcísimo licor!

 

El sol juega, irisando

la delicada piel

que forma lindo frasco

de fresca y rica miel.

 

A celebrar el día

pronto aquí vendrán

amigos y parientes.

¡Ya llegan, ahí están

 

Te brindo, niña, el fruto

más rico que se vio;

mordido entre tus labios

anhelo verlo yo.

 

Del brazo, alegremente,

iremos al lugar;

la mesa nos espera;

después será el bailar.

 

Esta canción es parte de la comedia

escrita para ser representada por los

niños del “Jardín”, con el título de

 “Un buen Otoño”

El Bote  (P. 62)

 

Yo tengo un bote

para bogar, para bogar,

cuando tranquila

esté la mar,  este la mar,

 

y tengo un remo,

 

para remar, para remar,

mientras entono,

Dulce cantar, dulce cantar.

La Trenza (P.52)

 

NIÑAS:

Con esta trenza

de dos colores

un lindo moño

 voy a formar,

que la cabeza

de mi muñeca

con mucha gracia

Adornará.

 

VARONES:

También la trenza

de dos colores,

mi buen payaso

Se la pondrá;

en la puntita

de su bonete

cuando haya fiesta

La lucirá.

 

El conejito  (P.13)

 

(Inspirado en un juego Belga)

 

Sí este conejito

sale a pasear,

Milord, que anda suelto,

lo podrá cazar.

 

Me da mucho miedo

porque va a salir.

¡Ay! ¡Que ya lo corre!

¡Ay! ¡Que va a morir!

 

Se hace una rueda grande. En el centro,

el conejito, afuera Milord. En el

momento oportuno, de acuerdo

con la letra, el conejito sale de la rueda

 y es perseguido por Milord. Después

 de unos minutos de persecución

en que se pone a prueba la agilidad

de perseguido y perseguidor, el conejito

puede salvarse de ser atrapado

si consigue entrar nuevamente en la rueda.

Abejitas   (P.17)

 

Somos abejitas,

 vamos a libar

de la flor el néctar

 y a hacer un panal.

 Zum-zum, zum-zum.

 Zum-zum, zum-zum, zum-zum...

Esta linda rosa,

este gran clavel,

 estas azucenas,

nos darán su miel.

 Zum-zum, zum-zum

Zum-zum, zum-zum, zum-zum.

 

A Colón  (P.96)

 

Desafiando la amenaza del misterio

allá van las carabelas españolas...

Es más fuerte que la fuerza de las olas

la alta ciencia de Colón.

 

Llevan pechos aguerridos

en las pruebas del combate ;

llevan el dulce acicate de la gloria,

de la gloria y del amor.

 

Es del 12 de Octubre la mañana...

Aún la sombra está velando el nuevo día ;

nadie duerme en el bajel Santa María

ni en la nave de Pinzón.

 

De improviso, el horizonte

en su linde se estremece...

Se oye un grito... El grito crece...

Dice ¡ Tierra ! ¡ Tierra, dice! ¡ Oh, Salvador ¡

 

Se canta con la música de “Las campanas

de San Giusto”

Al 18 de Mayo (P.98)

 

Cantemos a la gloria

que hoy llega hasta nosotros

trayendo los recuerdos

de un día promisor.

 

Del día en que soberbia,

de frente a la realeza

en campos de Las Piedras,

 la libertad triunfó.

¡ Salud, oh vencedores

de la batalla heroica

que en mayo esplendoroso

el sol iluminó !

 

¡Salud, oh gran Artigas!

Tu nombre es un emblema ;

la patria lo recuerda

con gran veneración.

A la Patria  (P.93)

 

Cantemos a la patria

loando su belleza,

un coro de alabanzas

con voz del corazón.

 

La quiero porque en ella

feliz, junto a mi cuna,

con toda su ternura

mi madre me arrulló.

 

En ella vi su imagen

dulcísima, sonriente,

el día en que se abrieron

mis ojos a la luz.

 

Cantemos a la tierra

de playas deliciosas,

de montes pintorescos,

del ceibo y del ombú.

 

A Varela   (P. 95)

 

De pie, frente a tu imagen,

José Pedro Varela,

un himno entonaremos

de loa y gratitud.

Su acento lleva el tono

de amor de nuestras almas;

sus notas son tan puras

como ese cielo azul.

Sabemos que luchaste;

sabemos que venciste;

 tu ideal fué dar al pueblo,

Saber y Educación.

Por ti nos ilustramos; 

por ti somos felices.

¡Recibe de los niños,

eterna bendición!

 

Escrito en oportunidad de pasar, con motivo

de un paseo, frente al monumento del Reformador.

 

La Golondrina  (P. 107)

Hizo su nido la golondrina,

en el alero de mi balcón;

cuando trepaban las madreselvas

con Su perfume embriagador.

 

¿ Por qué tan sola y tan afligida

el espacio se ve volar?

¿Por qué rastrea con tanto anhelo

su honda mirada, la inmensidad?

Es que ha perdido a las compañeras

de la bandada que va a emigrar.

¡ Ya las ha visto! ¡ Ya está contenta!

¡Ya cuchichean! ¡pronto se irán!

El muñeco de nieve  (P. 72)

 

¡ Vamos a la Plaza

que anoche nevó!

Brilla su blancura

entre cielo y Sol!

 

Un muñeco hermoso

hemos de formar

amasando nieve.

¡ Pas, pas. pas, pas, pas!

 

¡ Miren qué gracioso!

Pretende fumar!

¿ Quién le da tabaco

al pobre don Blas?

 

¡Tejedores !  (P.64)

 

VARONES:

 

¡ Somos unos tejedores !

¡ Somos unos tejedores !

 

NIÑAS:

 

¡ Ja. ja, ja ! ¡ Ja, ja, ja !

¡En papeles de colores!

 

(Se repite)

 

¡Una muñeca tengo !  (P.67)

 

¡ Una muñeca tengo !

¡ Yo soy feliz ! 

El arrorró le canto

para dormir.

Para dormir,

para dormir,

el arrorró le canto.

¡Yo soy feliz !

Abre sus lindos ojos

al despertar ;

con vocecita dulce

dice : ¡ mamá !

Dice : ¡ mamá !

Dice : ¡ mamá !

 

Entonces con ternura

besos le doy,

porque es ella la prenda

del corazón.

Del corazón,

del corazón,

porque es ella la prenda,

besos le doy.

Hacerle vestiditos

es mi placer ;

jugando a las muñecas

sabré coser.

Sabré coser,

sabré coser,

jugando a las muñecas

que es mi placer.

Obreritos  (P.51)

 

En esta escuela preciosa

 hay más de trescientos niños;

 entre ellos somos nosotros,

 los más tiernos infantitos.

A la hora del recreo,

 con su mimoso cariño,

 los mayores nos halagan,

 nos evitan el peligro;

las niñas nos consideran

sus muñecos favoritos.

 Pero cuando no se juega,

somos todos obreritos;

 porque estos dedos que puede:

quedar muy bien escondidos

en el hueco de una nuez,

 barquilla de Pulgarcito,

 saben hacer cosas lindas,

primorosas, exquisitas.

El Gallito  (P. 64)

 

Es muy temprano...

en el Oriente

el alba asoma

y anuncia el Sol;

nuestro gallito;

que lo conoce,

despierta y canta:

Co - corocó

Las doce han dado

de medianoche...

Ya todo duerme,

todo calló; 

nuestro gallito,

buen centinela,

despierta y canta

Co - corocó...

 

Hormiguitas  (P.18)

 

Estas hormiguitas

 vienen de formar

bajo los peñascos,

 un soberbio hogar.

Tiqui-tiqui, tiqui tiqui,

tiqui tiqui, tiqui-tac.

Ahora con paciencia

vamos a buscar

todo lo que es tierno,

en cualquier lugar.

Tiqui tiqui, tiqui-tiqui,

tiqui tiqui, tiqui-tac.

Trocitos de coles,

granos de trigal,

 cáscaras maduras,

flor primaveral.

 Tiqui tiqui, tiqui-tiqui,

tiqui tiqui, tiqui-tac.

 

Pétalos de rosa,

 hojas de clavel,

 capullos abiertos,

tengan o no miel.

    Tiqui tiqui, tiqui-tiqui,

 tiqui tiqui, tiqui-tec.

Somos incansables

 en nuestra labor,

 de día, de noche,

con frío o calor.

 Tiqui-tiqui, tiqui-tiqui,

 tiqui-tiqui, tiqui-toc.

Vuelven las hormigas

 del viaje aquel,

con pesada carga,

como ustedes ven.

 Tiqui tiqui, tiqui-tiqui,

tiqui tiqui, tiqui-tec

 

  ¡Un payasito tengo!   (P.70)

(Parodia de  “¡Una muñeca tengo!”)

                                                   

¡Un payasito tengo!

Yo soy feliz

si hacen sus cascabeles

¡ tin, tin, tin, tin!

¡ Tin, tin, tin, tin!

¡ tin, tin, tin, tin!

si hacen sus cascabeles,

yo soy feliz.

 

También cuando lo veo

en un piolín

dando unas cuantas vueltas

colgado así.

Colgado así,

colgado así,

dando unas cuantas vueltas

en un piolín.

 

Con los brazos abiertos

verlo saltar

me causa mucha risa,

 ¡ ja. ja. ja, ja !

¡ Ja, ja, ja, ja !

¡ ja, ja. ja, ja !

Me causa mucha risa

verlo saltar.

 

Vamos payaso mío

a divertir,

que hagan los cascabeles

¡ tin, tin, tin, tin !

¡Tin, tin, tin, tin !

¡ tin, tin, tin, tin !

que hagan los cascabeles,

¡ a divertir !

 

 Los payasos  (P.72)

 

Aquí vienen Contentos

dispuestos a bailar

los niños que acabaron

su traje de disfraz,

 

el gorro diminuto,

el mínimo antifaz,

La chica cornetita

que dice: tra - la –lá

El Crisantemo  (P. 104)

 

La tierra ya tiene dueño ;

¡ Silencio, que va a dormir !

Con la flor del crisantemo

su lecho se ha de mullir ;

su lecho se ha de mullir.

 

Con la flor del crisantemo

que es tan suave como el tul

con que cubre el Universo

las regiones del azul ;

las regiones del azul.

 

Con la flor del crisantemo

que, en su recorte ideal,

arranca tristes suspiros

de la estación otoñal

de la estación otoñal.

 

Vendrán las tardes cortadas

por un horizonte gris ;

tu arrullarás, crisantemo,

en mayo como en abril ;

mayo como en abril.

 

Después, soplando el pampero,

muy lejos te llevará,

mas donde quiera que vayas

a la tierra abrazarás ;

a la tierra abrazarás.

 

 Primavera (P.105)

 

Las glicinas ya perfuman

en las rejas del balcón;

en las rama del cerezo

ya se ve la blanca flor;

el clavel levanta ufano

su capullo reventón.

El clavel levanta ufano

su capullo reventón.

 

Y la rosa se matiza

con un tinte seductor;

hacen su nido felices

el churrinche y el gorrión;

todo brilla, todo canta,

todo es luz, todo color.

Todo brilla, todo canta,

todo es luz, todo color.

 

 

El trigal alta la espiga

arrogante, promisor;

pide besos a las auras

y el oro le pide al sol;

en el grano que se hincha

del hogar está el calor.

En el grano que se hincha

del hogar está el calor.

 

Caiga del cielo en el nido

la divina bendición!

Benditos sean los frutos!

¡ Sean benditas las mieles

y bendito el labrador!

¡ Sean benditas las mieles

y bendito el labrador!

 

Las hojas secas 

Dos filas de magníficos árboles blancos, forman en el fondo de la Escuela, una hermosa alameda de 60 metros de longitud, que dobla en ángulo recto a los costados del edificio, sombreando una parte de los dos grandes patios laterales. Son esos árboles, que ya se abrazaban con sus ramas en el año 1922, cuando se desarrolló esta lección, los mismos que en 1915, dieron motivo para la de “El tutor” y la de “La rama Quebrada”

Sus tallos, bien erguidos, demuestran que fueron respetados y protegidos durante el crecimiento como consecuencia de las explicaciones hechas con motivo de la travesura que quiso reaccionar en un noble impulso de imprudente libertad.

 

Año tras año, poco después de iniciarse el curso, cuando los primeros fríos los van desprendiendo de su verde vestidura el otoño motiva una interesante serie de lecciones.

Las hojas, dentro de su lindísimo contorno ornamental atravesadas por los rayos del sol, poco antes de despedirse de las ramas donde susurraron con las caricias del verano se tiñen de matices que dan al jardín, un espléndido encanto. Amarillo de ocre amarillo de oro, tierra de Siena, bermellón ribeteado de carmín formando manchas de variado capricho, en la extensión del que fué tierno Parenquima, hacen dominar en distintos días los colores del topacio, del rubí, de la sangre, que se van sucediendo hasta concluir en los tonos del leño.

 

Esto hacemos ver a los niños, a la vez que observan cuáles son las hojas que se dejan cortar más fácilmente por las ráfagas de las estación, y cuáles los árboles que tienen más resistencia.

Nuestra primera lección, es lección de arte. En horas de clase, eligiendo los días por las circunstancias más convenien­tes, los alumnos mayores salen con frecuencia a dar un paseo por esa nuestra alameda; y se observa y se comenta, en amena charla, cuáles son los cambios que se van produciendo ¡ Hay que ver cómo les llama la atención el menor detalle! — ¡

 

Mire ésta, señorita! — se oye decir continuamente, mostrando una hoja que cae al pasar o que se recoge del suelo ¡ Hasta hacen ramos con ellas, disputando unos con otros, por la mayor belleza de formas y de tonos! ¡ Y se desprenden de esos ramos con sacrificio, cuando vuelven a la sala!

A veces, aprovechando tal circunstancia, dejamos que las lleven, y repartimos papel de dibujo para que cada uno coloque sobre él, la que le parece más linda, marcando su contorno con un lápiz.

Pronto se descubre la simetría orgánica, a pesar de la irregularidad con que se presenta, lo que por otra parte no dejaron de observar algunos, cuando pulverizando tina seca entre los dedos, encontraron estriados cinco nervios.

Conseguido el esbozo, retirando la hoja y mirándola, ellos imitan la nervadura y pretenden reproducir los tonos con los lápices de colores que tienen en sus cajas. Más adelante, contando con que saben cómo está desarrollada la forma, se intenta la copia del natural; pero pronto hay que abandonar ese modelo de dibujo, porque el interés decae apenas desaparece el motivo que hizo atrayente el objeto. Los niños no fijan la atención con gusto, en cosas que para ellos dejan de responder a un fin, como la hoja arrancada o desprendida del árbol.

 

Antes de que la indiferencia aísle el espíritu del paisaje de otoño, volvemos a buscar asunto de lección en alguna circunstancia que nunca falta.

El motivo esperado, en 1923, se presentó de esta manera:

Un día de mayo, en hora temprana de la mañana, cuando me dirigía al Instituto N. de Varones, para dar la clase de Psicología que está a mi cargo, encontré formada en toda la extensión de la calle Municipio, donde entonces estaba situado el Instituto, una soberbia alfombra de hojas de plátano secas; arrancadas por el viento de la noche anterior.

Mi paso era una profanación, porque se diría que no hablan sido holladas todavía, ni por la rueda de un coche, ni por la planta de un pie. Livianas, delicadas, con sus contornos de bellas estrías, en caprichosa combinación de tonos fuertes y suaves, quietas o volando, “juguete del viento”, más que la evocación de “ilusiones perdidas”, sugerían la imagen de locas, inocentes criaturas, llenas de esperanza y alegría.

Nada inducía a pensar en el término de una vida que pasó feliz entre cantos de pájaros y vuelos ¿le mariposas, porque ellas cantaban también, al rozar unas con otras, en enjambre volador.

Sentí el deseo de que todos mis alumnos aprendieran algo derivado de la impresión que ese cuadro hacia.

En la clase de Psicología se hicieron reflexiones sobre el problema de la vida y de la muerte. En el Jardín de Infantes logré interesar a los mayorcitos, haciéndoles ver en la hoja caída, una amiga que se va después de cumplir su destino.

Di la lección en la clase 6.ª y no en la 7.ª, para no interrumpir una serie que entonces desarrollaba en ésta, la maestra. Por otra parte, tenía la seguridad de que los niños llevarían mi enseñanza de una a otra, sustancialmente.

 

Sin anunciar lo que iba a hacer, para provocar el interés de la curiosidad, dibujé en el pizarrón, como si asomara por un costado, junto al marco, una rama de duraznero.

Cuando terminé, con alegría de todos, porque sabían que aquello tenía algún significado mayor del que comprendían, les dije:

—Imaginemos que este árbol vive. Como estamos en Otoño ya empieza a sentir frío durante la noche. Ya se oprimen los canales por donde circula la savia: ya no reciben estas hojas bastante alimento; por eso se van encogiendo; algunas partes se secan. — A medida que hablaba, desfiguraba los contornos como convenía a la explicación.

—Ahora que los peciolos son débiles —dije un momento después— ya hay una que no puede resistir y cae —Borré la supuesta, cosa que tuvo el encanto de un juego— Ahora caen dos, tres, más... —Y borraba yo como iba diciendo— Ahora sopla Un viento fuerte. Imiten ustedes el viento —No se hicieron repetir la orden. Inmediatamente sopló un huracán. — Si este viento no calma, — hube de decir, — el árbol quedará completamente pelado. Y quedó.

Al borrar, traté de dejar siempre, una pequeña parte de la línea que daba arranque a la hoja, para que las yemas estuvieran representadas.

Cuando el ruido cesó, lo que fué preciso conseguir con artificio, después de permitir la imitación de lluvia, rayos y truenos, continué diciendo:

—Debemos imaginar que ha llegado el invierno. Les haré saber ahora que el árbol no ha quedado tan sólo como ustedes creen; está cargado de ramitas y de flores pequeñísimas, muy tierras, tan tiernas, que si llegaran a sentir frío, se secarían. Son las ramas que darán sombra el verano próximo y las flores que darán duraznos para comer en diciembre, enero, febrero o marzo, según la especie a que pertenezca este duraznero. — ¿cómo no van a sentir frío si es invierno?

preguntó Irma — ¡No sienten nada absolutamente respondí— porque están cubiertas por una “caperucita” que parece de terciopelo. Esa “caperucita” las abriga como las abriga a ustedes el saco que les pone mamá. —Dupliqué yemas abundantemente, diciendo a la -vez :—De aquí saldrán flores; de las otras, ramas, cuando la Primavera llegue y diga: ¡Abajo las “caperucitas’! — ¡Hágala llegar! — dijo Lázaro, y todos repitieron: ¡ Si, hágala llegar!

Puse entonces pretendidas flores en los lugares marca­dos con doble yema, y manifesté después: —Ahora que el árbol está florido, dejémoslo. Cuando caigan los pétalos de las flores, dentro de algunos días, empezará a crecer el ovario que está en el fondo de cada una de ellas y se formará el durazno; de estas otras yemas simples, saldrán ramas con hojas que darán vida y protección al fruto, porque las hojas respiran y cubren. -

Entretanto, observemos que todo, más tarde o más temprano va a parar al suelo. Al suelo fueron las hojas que desprendió el Otoño; al suelo, las “caperucita?’ que tiró la Primavera; allí irán los pétalos de la bonita flor y los carozos de la rica fruta.

A todo lo que así cae, le llamamos basura; pero la tierra lo mezcla en su barro y lo convierte en sustancia, con el agua de la lluvia. Nada, nada se pierde, ni un pedacito de la más chica de las “caperucitas”. Todo vuelve a entrar en los árboles, por los canales que salen de las raíces. Así, alguna materia de las hojas secas que cayeron hoy de nuestros árboles, estará otra vez luciendo frescura en los mismos árboles, cuando se vistan de nuevo con lindas hojas verdes.

Esto les llamé la atención intensamente. Hicieron tantos comentarios que no me fué posible retenerlos.

—Si no fuera así —les dije— algún día se acabarían las sustancias de la tierra. Esas sustancias no se acaban porque circulan. Las que vemos hoy son las que antes se fueron

—Hice reflexionar sobre la enorme cantidad que representa el conjunto de lo que cae, que a nosotros nos parece poco, porque lo vemos por fragmentos. Entonces referí la sensación de grandeza que esa mañana había sentido yo, en la calle Municipio, porque como era muy temprano cuando la recorrí en la extensión de algunas cuadras, el tránsito no había producido aún alteración sensible.

Comprendí que la descripción había impresionado porque la escucharon absortos, como si ellos vieran y admiraran también, lo que yo había visto y admirado.

Con ese motivo pensé que la lección podía asociarse a otra de cálculo, en manera tal que se presentara bien comprendida la necesidad de un sistema de numeración. Por eso dije:

—Como nuestros árboles necesitan mucha sustancia para formar el hermoso follaje con que nos dan sombra en el verano, es mucho lo que tienen que devolver a la tierra. Cierto es que algunas hojas se las lleva lejos el viento; pero vienen otras de lejos. También se queman muchas; nosotros quemamos todos los días para evitar enfermedades por los microbios que viven en la hoja descompuesta con otras sustancias húmedas; pero lo que va en el humo, cuando se enfría, más tarde o más temprano, vuelve a la tierra.

Mañana, a la hora de Aritmética, vayan a buscarme a donde yo esté, que si puedo venir, les propondré problemas con números de hojas secas, nada más que de hojas secas. Nos divertiremos mucho calculando en grande, mentalmente.

Al día siguiente, antes de iniciarse las clases, los alumnos de la 6.ª clase se acercaban a mí, diciendo: —; Hoy con nosotros a la hora de Aritmética ¡Vamos a ver quién gana más, pensando números grandes con las hojas caídas!

Los conceptos de, Aritmética requieren riguroso escalonamiento; pero hay escalones de apercepción para los que no es necesaria la labor constructiva del que enseña.

Dentro de una misma edad, en el orden normal, unos niños tienen que ver repetidamente cosas, de unidad en unidad, para aprender a contar de uno a cien; otros, no. Los hay que dan algún trabajo para recordar los nombres del diez al diez y seis; algunos sienten dificultad al ascender, en el paso de las decenas; otros se dan cuenta y lo retienen fácilmente; los más confunden el sesenta con el setenta; otros aprecian sin ayuda, la relación de esos números con el seis y el siete. Después del cien, se marcha casi sin tropiezo; pero hay diferencia notable en la rapidez conque cada uno sube, y más, en la manera de bajar.

¿A qué motivos internos responden esas variedades de tipo en la concepción matemática?

¿Lo podremos saber algún día?

A partir del 200, los números superiores, aunque no puedan ser ideados en su valor de masa, extensión o tiempo, lo que no deja de suceder durante toda la vida, cuando no se hace esfuerzo especial de imaginación, se van conociendo con mayor placer, a medida que crecen. Esta parte da lugar a que se observe una diferencia característica intelectual, entre la niña y el varón. Mientras éste se excita hasta el grado máximo del entusiasmo, cuando puede calcular mentalmente con rapidez en el reino de la inmensidad, aquélla permanece serena, ordenando sus razonamientos en cualquier medida de la cantidad. Por eso en el problema escrito, dominan generalmente las niñas; en el mental los varones. Hay sin embargo niñas y varones de capacidad superior, que destacan de cualquier manera. En la clase que nos ocupa, la niña que llamábamos Mima, era competidora temible en todos los casos, cuando se trataba del triunfo.

Ese día enseñé previamente algunos procedimientos de multiplicación y división, para facilitar el cálculo grande que habíamos de hacer. Luego fuimos sumando las hojas que suponíamos caídas en un día y en otro y en otro; con las que habían de caer mañana, en diez días, en veinte; de una rama, de cinco, de diez, de cien; de once, de nueve... Presenté los problemas más difíciles al principio, para que salieran de sus bancos los alumnos más capaces, y convertidos en jueces, no tuvieran la tentación de intervenir con perjuicio para los demás, quienes iban saliendo también uno a uno, a medida que se ofrecía más facilidad. Como el número total crecía en sentido inverso al de la escala de dificultades que yo presentaba, en todos los niños se mantenía la ilusión de una competencia sin inferioridad. Una que otra vez, para sostener el entusiasmo general, permitía la intervención de los que habían salido, con la de los que habían de salir.

Cuando quedaban pocos niños sentados, por un espontáneo impulso de generosidad, se fué aplaudiendo al que contestaba. La alegría que causó la incorporación del último, que se esperaba con ansia, fué frenesí.

Yo di por terminada la lección en ese punto; pero mis discípulos, presentando una interesante consecuencia, me sugirieron la idea de darle un término más digno aún de la grandeza que tiene el asunto tratado, en el orden de las leyes universales.

Pocos días después, cuando habían transcurrido unos minutos de recreo, fuí sorprendida por la cortés invitación que me hicieron dos alumnos de la referida clase, Alberto y Ricardo, para que fuera al fondo, donde jugaban. Me bailaban con aire de contento y de reserva. Se puso uno a cada lado, y así fuí conducida por ellos de la mano.

Nunca olvidaré lo que vi. Al pie de los escalones de mármol que dan salida a esa parte del jardín, había una al­fombra de hojas caídas, delicadas, lozanas, intactas, arremolinadas allí por el viento; y a su alrededor una fila de niños. Me explicaron que cuando la puerta se abrió presentándose ese cuadro de la Naturaleza, parecido al que yo les había descripto, de la calle Municipio, por iniciativa del compañero Alberto, todos desviaron sus pasos para no tocarlo, y que a fin de impedir que los de las otras clases, ignorando lo que aquello valía, lo pisaran sin consideración, inmediatamente se distribuyeron centinelas; que después obedecían a Alberto, por haber sido el iniciador; que mientas la guardia se renovaba, los demás iban recogiendo hojas con cuidado, formando ramos de a diez que ponían junto a la pared a una distancia aproximadamente de cincuenta centímetros. formando ramos de a diez que ponían junto a la pared a vió prolija, una fila de decenas, fué cuando, de acuerdo con la maestra, que había gozado inmensamente contemplando aquella preciosa labor, me invitaron para ver. Mientras yo observaba, tan orgullosa como satisfecha, me dijeron:

—Ahora vamos a formar las centenas amontonando esas decenas de diez en diez, para tener más lugar y contar más.

En esa tarea, muy entretenidos los sorprendió el momento de dar fin al recreo. Al retirarse, comprendieron bien, qué poco significan las centenas, en la contribución que debe recibir la tierra, cada otoño, para recuperar las energías perdidas en la fecunda labor de la primavera y del estío.

Cuando volvieron a clase, les dije: —Ustedes me han dado un gran placer; quiero retribuirlo. Lo hará el lunes. 

 

Creo que tendrán ustedes una alegría tan grande como la que yo he sentido.

_____________

 

Ese día, a la hora de Conversación, esperaban impacientes mi visita.

Cuando entré, sin dar ninguna explicación, lo que aumentó el interés, repartí papeles y dicté la siguiente letra, adaptada a la música de una canción que les era conocida:

 

“Hojas del árbol caídas,”

 

Expliqué aquí por qué tienen que ir entre comillas esas palabras, agregando que yo las empleaba expresamente como principio para decir una verdad que no es triste como la estrofa conocida del poeta.

Van, llevadas por el viento,
Al regazo cariñoso,
Siempre pródigo del suelo.
Destrozadas como polvo,
Antes de ser lo que fueron,
Unas lloran en el fango,
Otras ríen en el fuego. 

A medida que escribían, el placer de la interpretación, aumentaba las demostraciones de contento.

Cuando terminaron, dije:

—Aunque ustedes han comprendido bastante de lo que he dictado, no pueden haberlo entendido todo. Voy a explicar esa parte final, donde han de ver algún misterio.

¿ Por qué las hojas quieren ser polvo? ¿ Por qué lloran unas en el fango? ¿ Por qué ríen otras en el fuego?

Eso de llorar reír, es en sentido figurado, naturalmente Vean la razón de ese sentido

Yo les dije que pisaba con pena las hojas de la calle Municipio; ustedes no quisieron sufrir pisando ni viendo pisar, las que encontraron en el jardín, el otro día. Está muy bien eso, porque muestra que somos capaces de admirar y respetar la belleza; pero el destino dc esas hojas secas, lo saben, es ir al suelo para que no le falten materiales a la tierra, cuando haya de renovar su obra, en la primavera. ¿ Cómo podrían volver a ser hojas tiernas, flores, o frutos, esas hojas secas, si no se convirtieran en polvo, y disolvieran después de manera que les permita circular por los canales finísimos que forman el tejido de las ramas, de los nervios?

Tienen que convertirse en polvo, si; y para ello, tienen que ser aplastadas, deshechas en el sucio barro. Allí, muchos microbios viven felices, de las sustancias que se forman a medida que se deshacen; unos inofensivos para nosotros; otros, dañinos.

Por eso, y a fin de que la casa no tenga un aspecto feo, saben ustedes que al hacerse la limpieza de la Escuela, de tiempo en tiempo se queman las hojas que la humedad mezcla en la masa del suelo. Como el jueves no funcionan las clases, ustedes suelen encontrar montones de ceniza, los viernes.

— Entonces, se pierden muchas sustancias que tenían que ir a la tierra? —observa Irma Elida.

No, nada se pierde, —respondo.—— Las sustancias que van en el humo, cuando se enfrían, ya les dije el otro día, que más tarde o más temprano vuelven al suelo. Algunas quedan en el aire; pero esas, desde el aire donde quedan sin perderse, mantienen a los vegetales, por la respiración.

Mezcladas en el barro, tristemente para nosotros, e quemadas en la fogata, se convierten en liquido o en gas para nutrir de nuevo a las plantas.

Ahora que lo entienden bien, lean cinco veces el escrito. Así lo hicieron con entusiasmo. Se guardaron los papeles; se ensayé el recitado de memoria. Salió perfectamente. Entonces dije:

—Ahora viene el momento de alegría que les prometí. imagínese cuál seria la expectativa conque se escucharon estas palabras. ¿ Había de ser superior a la que ya sentían?

—Las hojas caen en estos días abundantemente. Hoy tenemos las de la noche del sábado y las de todo el día de ayer, con las de esta mañana. Iremos al jardín. Cada uno recogerá las que pueda y las llevará al centro del segundo patio lateral. (Estos patios no tienen árboles más que a un costado). Al recibir orden, formarán rueda dándose las manos alrededor de la pila; la rueda se convertirá en arco, abriéndose por el lado que yo indique, según veamos que sopla el viento; y cuando todo esté dispuesto como digo, prenderemos fuego.

Oh! ¡ Cuántas exclamaciones recibí en respuesta!

—Advierto desde ahora — hube de agregar, — que si uno se suelta de la mano, para salir de la fila, o se mueve para acercarse a la hoguera, volveremos a la clase inmediatamen te... Cuando se hace algo peligroso, hay que ser muy prudente. Llovieron las promesas.

Hecho todo como quedé establecido, con más rapidez de lo que puede creerse, el triste, sucio despojo de lo que días antes nos había encantado, volvió a ser hermoso, vestido de gala con el resplandor de la llama, Una gritería salvaje lo saludé. Era demasiado grande el esfuerzo que los niños hadan por permanecer quietos en los puestos; pero la letra que se había aprendido en clase, debía cumplir su fin en ese momento. No pensaban en ella. Recorrí el arco diciendo como en secreto: — prueben cantando despacio, si la poesía que les dicté, sale bien con la música de “Baja rodando la nieve”. Si ustedes me dicen que sí, a una seña mía, la cantarán fuerte y verán entonces ¡qué sorpresa damos a las maestras y a los otros niños de la escuela! Así, a la vez que dominaban la tentación de acercarse al peligro, divinizaban el acto con el coro de sus voces infantiles.

Como pronto recibí la noticia de que sí, que salía perfectamente; de que podía dar la orden, la di, y aquello fué estupendo.

El resplandor de la hoguera, los gritos y el canto fueron llamando a niños y maestras de las otras clases, que pronto salieron a buscar sitio para contemplar el espléndido espectáculo, desde las ventanas de los salones y de las galerías, o en los rincones del patio, lejos del fuego.

Así, todos, cantando o en silencio, entonaron alguna nota de aquel himno a la Eternidad.

 

(Págs. 85-97)

Instituto Normal de Señoritas

En este edificio se desarrolló el primer tramo de la acción de Enriqueta Compte. Fue subdirectora del Internato entre 1886 - 89 antes de su beca a Europa. En 1890 realizó el primer curso de posgrado y especialización magisterial del país, preparando al personal docente  requerido para su proyecto en los salones del Museo Pedagógico.          

 

El Internato Normal de Señoritas, primer centro de formación docente del país, fue inaugurado en 1882 por el Insp. Nal. Don Jacobo Varela, de acuerdo a las normas previstas en el Decreto-Ley de Educación Común de 1877.

 

En 1885 se inaugura el edificio que muestra la fotografía (que pede datarse hacia 1900-1910, aproximadamente). La construcción de este edificio significó un enorme adelanto para la educación nacional y en especial para nuestra Arquitectura Escolar.

 

Está construído de acuerdo a las normas y concepciones de esta disciplina, y  conforma, en realizad, un “Complejo integral para la enseñanza”. Conjuntamente con el edificio de la Escuela Nacional de Artes y Oficios (Ex UTU, hoy CETP), otro “complejo educacional” también construido en la época, son hitos importantísimos en la Historia y el progreso de la enseñanza nacional.

 

Tanto los arquitectos encargados de los proyectos, así como varias autoridades, especialmente J. Varela y Alberto Gómez Ruano (Primer Director del Museo y Biblioteca), viajaron  a asesorarse en Europa, estudiando y analizando modelos para la obra a realizar.

            

En  cuanto el edificio que ocupaba el Instituto Normal y sus “anexos”, contenía el “espacio áulico” y administrativo, sito en el piso superior (y también las habitaciones de alumnas y personal, mientras duró el régimen de internado, hasta 1900); el “Museo y Biblioteca”, (con todos los recursos que se requería para el desarrollo curricular, o sea el equivalente a un  moderno “C.R.A.”1 en el piso intermedio;  y por último la “Escuela de Aplicación”2, con ubicación en el piso inferior. Dadas las peculiaridades del terreno, los accesos, todos a nivel de las calles circundantes, dan hacia Cuareim, (Entrada del Instituto), Plaza Libertad (Biblioteca y Museo) y Colonia (Escuela de Aplicación).

Referencias:
[1] Centro de Recursos para el Aprendizaje.
[2] Escuela de Páctica. En sus comienzos las “Escuelas de Aplicación” de ambos Institutos eran Secciones internas de los mismos, es decir dependientes directamente de sus Directores.
BIBLIOGRAFÍA

 

COPMTE Y RIQUE, Enriqueta. Estudio y Trabajo. Imprenta Nacional Colorda. Mdeo., 1933.

_Canciones y juegos de mi escuela. STN. Mdeo, 1933.

_Lecciones de mi escuela. SNT.,Mdeo., 1948.

FIGUEREDO, Gladys.  Canciones y juegos de mi escuela. Enriqueta Compte y Riqué. Breve antología. Jardín de Infantes N° 222. Pando, 1992.

OYENARD, Sylvia. Niños y Jóvenes; libros y autores. Ed. AULI, Mdeo., 1990.

_Uruguay y su poesía infantil. Int. Mpal. De Tacuarembó.,1879.

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