Sangre y patria
Gonzalo Fierro

Yo tenía apenas diecisiete años. Esa mañana, recuerdo había intercambiado dulcemente unos cuantos mates amargos con mis queridísimos abuelos. Ella, mi abuela, no podía disimular con eficacia su creciente nerviosismo, cada mate que me acercaba, le insumía unos cuantos kilos de fuerza volcados en su ya desgastada motricidad. En cambio mi abuelo, sereno miraba hacia el horizonte, como transgrediendo los límites del viento; el cual soplaba calmo pero seguro, presagiando lo que estaba por venir.

Un fuerte abrazo selló esa mateada con mi vieja abuela. Y de sus tristes y azulados ojos brotaron dos lágrimas, las cuales juro me hubiese llevado conmigo. 

“Ahora ya sos un hombre”, vomitó mi abuelo casi gritándome, mientras colocaba firmemente en mi frente el pañuelo de nuestro partido. 

Me despedí de él con un fuertísimo apretón de manos; tomé la vieja pistola, la coloqué en mi faja y sin decir mas, ensillé al “pillo” -nuestro caballo mestizo- emprendiendo a galope limpio y sin mirar atrás, mi marcha hacia el descampado aquella mañana de julio.

Al llegar, mis compañeros estaban ya prontos. Gauchos de los mas duros con la vista afilada como la de un águila. Sables, puñales y escopetas casi caseras, se mezclaban con los ponchos y las banderas de nuestro corazón. Respiraciones agitadas, nervios de acero y pocas palabras se vivieron en aquel fiero instante. Eramos unos treinta valientes, todos mirando ansiosos hacia la loma de aquel cerro. Ellos, apretando con creciente fuerza sus fieles armas, y yo, con aún mas fuerza sostenía la bandera al frente de mis muy señores míos.

Nos encontrábamos muy atentos observando, cuando el viento por fin calló; Y de entre nosotros, un grito desgarrador me hizo erizar. Por la patria carajo!

Repentinamente y a toda velocidad aparecieron desde la loma unos cien hombres a caballo y corriendo hacia nosotros. Eran ellos. Hijos de puta!

Clavé los tacos en las costillas de mi caballo y emprendí un feroz galope hacia mis enemigos. A mi izquierda y derecha, me sobrepasaron los mas “baqueanos”, con la lanza en una mano y la escopeta en la otra. 

Eramos treinta y ellos cien, razoné en un instante, pero la furia de mis valientes, los cuales se dirigían directamente -y sabiéndolo muy bien- hacia una muerte segura, me hicieron vibrar el corazón. Y ahí por fin me di cuenta. Mi patria! Mis ideales! Mi libertad!

Clave entonces, y con aún mas fuerza, las espuelas en las costillas del “pillo”, apreté mi bandera contra el pecho, tomé la vieja pistola, y gritando desgarradoramente, incursione a balazo limpio en la cruda batalla. 

Dos balazos y tres puñaladas me tienen ahora prisionero en esta cama. El mas radiante sol entra por la pequeña ventana, los pájaros cantan como si nada hubiese pasado hace una semana atrás. Pero de repente, el viento calla otra vez, y a la distancia vuelvo a sentir el estremecedor grito de un valiente. Me levanto a los tumbos, ato con fuerza mi pañuelo, tomo la bandera, y allá voy devuelta. Por Uruguay! Siempre! 

Gonzalo Fierro
“Dos relatos de por acá”

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