Las cuestiones de Paso Hondo
por José María Fernández Saldaña

La reclamación de Paso Hondo lleva el interés en si mima, interés alto y totalmente olvidado también si se piensa que desde el día en que cesó su actividad hasta nuestra hora sólo se ha toado muy contada vez, si lo fue alguna más que cuando lo tocó idéntica pluma que la de hoy.

Todo un escabroso y duro capítulo de nuestro pasado, del que también se desentraña una lección en varios sentidos.

El batallón 2º de cazadores había sido enviado a Tacuarembó -todavía el gran departamento antes de la segregación del de Rivera- a remontar sus electivos, como se decía antes.

Iba de leva, método empleado para lograr aquellas altas conocidas por voluntarios codo con codo.

Cuando se acampó en el Paso Hondo del arroyo Malo, afluente del Río Negro ya venía la unidad rumbo al Sur, por el camino a San Gregorio.

El número de hombres literalmente cazados era grande y como sucede con lo gente de aquellos pagos norteños, todos, siendo o no siendo brasileños, hablaban portugués.

Estando en la costa del arroyo los paisanos que, en convencimiento de que se les traía como destinados a un cuartel, lo que equivalía a una cárcel, habrían concebido algún proyecto de fuga, decidieron ponerlo en práctica esa noche o tentar suerte cuando menos.

El oficial de guardia creyó notar movimientos extraños y una vez dada la voz de alarma, siguióse un entrevero entre soldados y altas con disparos de muchos tiros, varios heridos y también alguno o algunos muertos.

Luego siguiéronse algunos graves castigos corporales.

Esta es a mi juicio la versión más o menos exacta del lamentable y sangriento suceso, confirmada por palabras de un oficial del cuerpo, testigo de vista y persona de honestidad cabal y digna de crédito.

Las versiones que llegaron a Montevideo y se desparramaron por el país y fuera de él, eran bien distintas, hablándose de un número cierto de súbditos brasileños tomados para servicio, martirizados cruelmente y luego muertos haciéndose desaparecer los cadáveres. 

Como los testigos corporales en cuarteles y unidades militares eran de en la época cosa corriente y solían asumir aspectos crueles y abominables, esas versiones no podían extrañar.

Pero debo observar en seguida, puesto que yo escribo historia en equilibrio de espíritu y razonando - ni en contra ni a favor de nadie- que tales prácticas no eran exclusividad nacional ni patrimonio de los gobiernos cuarteleros de entonces. Era cuestión de época, sencillamente.
En la Argentina, en toda América y en Europa mismo se cometían actos semejantes. Todavía diré más: estaban esos bárbaros castigos en las ordenanzas militares. Las carreras de baquetas en las cuales los condenados solían morir o quedar lisiados por vida figuran reglamentadas en los ordenanzas del ejército español que eran las que regían en el ejército nuestro.

Y esas carrera eran mucho peores que las palizas propinadas aquí con varas de membrillo por los cabos de las compañías.

Sargento Mayor Joaquín Santos, jefe del batallón 2º de Cazadores en 1880

D. Vásquez Sagastume, ministro del Uruguay en el Brasil

El comandante Joaquín Santos tenía el mando del batallón 2º desde el 12 de abril de 1880 y el mero hecho de tratarse de un hermano del Ministro de Guerra coronel Máximo Santos que concentraba grandes odios políticos, puso en el asunto un veneno corrosivo.Despierto y siempre un tanto sobre si, como era el gobierno Imperial del Brasil, apenas demoró en tomar como suya la cuestión y en el mes de noviembre del 80, formalizó ante nuestro gobierno la reclamación consiguiente dando como ciertas las denuncias en casi todos sus extremos.

Designado ministro plenipotenciario ante el Uruguay con fecha 22 de junio de 1881 el consejero Leonel Martiniano de Alencar tuvo este señor el Ingrato cometido de tramitar el reclamo.

Ex-diputado y después barón de Alencar, hombre de letras y poeta de inspiración delicada, mortificantes momentos inmerecido, pusieron los asuntos de Paso Hondo en una etapa de su carrera que pudo suponer amable y literaria.

Paso Hondo, del sitio donde estaba el batallón cuando los aludidos graves hechos, con ese nombre ha pasado a la historia la incidencia diplomática larga y famosa.

Los súbditos brasileños, si nos atenemos a los términos de la parte reclamante -que concordaba con relatos de nuestra prensa opositora- habían sido castigados con lujo de crueldad antes de ser muertos y al fin, para que no hubiesen rastros, los cadáveres se hicieron desaparecer conforme " las reglas que daría más tarde el ministro alemán en la Argentina cuando la pasada guerra.

Un sumario mandado instruir por el Ministerio de la Guerra casi a raíz de las denuncias no arrojó luz alguna y ni siquiera pudo darse con los cadáveres de las víctimas, pues los brasileños si no aparecieron vivos tampoco aparecieron muertos.

Queda descontada desde ya la seriedad de este sumario que tendió sin duda por rumbo contrario al que debiera informarlo, pero sea corno sea constituyó una de las piezas jurídicas.

La representación Imperial no escatimó urgencias y nuestro ministro de Relaciones Exteriores Dr. Manuel Herrera y Obes convencido de que convenía dar cima a la enojosa cuestión que complicaba las relaciones con el vecino del Norte se puso de acuerdo con Alencar sobre un punto decisivo.

Conforme a los deseos del Imperio el sumario sería reabierto para que en un nuevo período de prueba se oyesen las declaraciones de nueve testigos ex soldados del 2º de Cazadores que habían presenciado las torturas y las muertes de sus compañeros compatriotas y que el gobierno del Brasil ofrecía presentar a su tiempo.

Las exigencias del Imperio extremas en el fondo, abundaban además en detalles odiosos, sospechables de rozar la dignidad nacional.

Pedíase -por ejemplo- que el jefe del 2º de Cazadores y el capitán Esteban Christy a cuyo cargo estaba el batallón la noche de los sucesos, el teniente Alemán comandante de guardia y el teniente Lago encargado de la compañía de reclutas cuando se acampó en Paso Hondo debían ser no sólo destituidos de sus grados y cargos militares sino desterrados del país.

Los testigos, de acuerdo con lo que pretendía Alencar debían prestar sus declaraciones por ante el Cónsul General del Imperio con evidente menoscabo de las leyes y autoridades de nuestro país.

Resuelta la reapertura del sumario con la admisión de nuevos testigos, la cancillería imperial no demostró ningún apuro en presentar los declarantes, visto lo cual la nuestra ofició al ministro uruguayo en Río Janeiro, doctor José Vázquez Sagastume a fin de que expresara al gobierno de Pedro II que ni era posible esperar indefinidamente la deposición de aquellos ex soldados, ni era regular tampoco mantener suspendida en sus puestos - sin vislumbre de término- al comandante Santos y demás subalternos intervinientes en el asunto.

Urgida así la cancillería vecina respondió que sólo vendrían dos testigos pues seis de ellos no se encontraban y el séptimo estaba enfermo en el hospital militar de Río Janeiro.

Tampoco apareció ninguno, sin embargo. por cuya razón el gobierno dispuso emplazarlos por un término prudencial.

Protestó Alencar y tras largo discutir quedó resuelto que no se fijarían plazos sin acuerdo previo de ambas partes.

Al fin los deponentes llegaron a Montevideo y se les tomó declaración sirviendo de intérprete un oficial de la marina imperial, que debía hallarse presente en toda la diligencia, fórmula con que se rodeo una escabrosa cuestión de procedimiento internacional.

Lo que expusieron los dos ex-soldados, en nada cambió el aspecto del sumario, pues aquellos pobres paisanos que apenas sabían los nombres de sus antiguos jefes y oficiales, fueron contradichos en los careos y declaraban en forma poco explícita sobre hechos concretos.

El sumario se dio por concluido definitivamente, enviándose una copia al Brasil.

Así las cosas, en mayo de 1883 Santos, en Consejo de Ministros, dispuso la reposición de los jefes y oficiales suspendidos por no existir prueba suficiente para un procedimiento judicial.

Llevánlo a esta resolución inconsulta una de sus naturales viarazas de prepotencia y la herida personal que creía ver en una enconada persecución a su hermano.

Pero el gobierno brasileño tenía hecha por su parte una composición de lugar siendo improbable que cambiase de parecer por lo que opinase o dejase de opinar el gobierno de Santos.

Vásquez Sagastume en una entrevista con el emperador Pedro II el 30 de abril, lo encontró -según dicen sus papeles- "prevenido" y receloso.

Nuestro ministro, hombre de larga carrera diplomática, inteligente, sagaz y con plena posesión del asunto, argumentó al soberano con toda la eficacia imaginable en el sentido que sólo podían tenerse en cuenta la verdad emanada de las pruebas, puestas aparte las opiniones y juicios personales de cada cual fuesen los más respetables que fuesen.

En el caso, además, ni siquiera se había comprobado el cuerpo del delito, existían evidentes contradicciones, etc., etc.

El emperador lo despidió afectuosamente a pesar de todo (palabras de la carta particular y reservada del Ministro al Presidente Santos escrita en Petrópolis) pero al separarse le había dicho textualmente: -"Esto no puede quedar así .."

Parecía haberse llegado -se había llegado más bien- al punto muerto de las negociaciones.

Vásquez Sagastume al par que movía las influencias de corte y los amigos brasileños que le parecían favorables a sus propósitos de arreglo -el vizconde Mauá en primer término- sugirió a Montevideo la idea de que Saltos escribiese directamente al Emperador.

A su parecer si se ganaba a éste poco importaba la manifiesto mala voluntad del gabinete.

El ministro del Imperio en Montevideo insistía mientras tanto en la baja y destierro de los sujetos complicados.... "cumplido ese pedido estaba autorizado para darse por satisfecho en nombre del Brasil".

En nota del 15 de setiembre de 1883 reiteraba una respuesta en el más breve plazo posible.

Por su parte, el presidente dio con fecha 18, previo acuerdo de Ministros, el siguiente decreto:

Art. 1º Queda disuelto el Batallón 2º de Cazadores.

Art. 2º Los jefes y oficiales pasarán a revistar a la Plana Mayor Pasiva y los individuos de tropa a llenar las vacantes existentes en los cuerpos de línea.

Art 3º: El armamento, correaje, vestuario, equipo y menage se depositará en el Parque Nacional

Art. 4º Comuníquese, publíquese. etc., dándose cuenta oportunamente a la H. Comisión Permanente.
Santos, Máximo Tajes, Carlos de Castro, M. Herrera y Obes, José L. Terra.

Joaquín Santos acusó recibo del acuerdo con una nota en la cual, vista la disolución del cuerpo de su mando, solicitaba su baja absoluta del ejército.

Era un largo alegato donde se defendía y protestaba a la vez contra las imputaciones que se le hacían en el desempeño de la jefatura del 2º.

Decíase objeto de la saña de sus enemigos políticos, que sorprendiendo la buena fe de un gobierno extranjero con embustes y calumnias para nada tenían en cuenta el nombre del país.

El 20, dos días después de la disolución del batallón Nº 2, nuestra Cancillería se lo hizo saber al Ministro brasileño, expresándole que si ese paso no era bastante lo lamentaba "pero el honor nacional no le permitía ir más allá".

Dio lugar esta respuesta, previas consultas a Río Janeiro, a una conferencia prolongada más de dos horas entre el Ministro Herrera y Obes y el representante Imperial.

Fue imposible avenirse y el ministro concluyó devolviendo a nuestro canciller su nota de 20 de setiembre.

Santos, el mismo día puso a Vásquez Sagastume un telegrama de texto fulminante cuyo borrador pude copiar entre los papeles que pertenecieron a Carralón de Larrúa, el secretario del Presidente.

"A Ministro, etc...

"Si V. E. recibe cualquier desaire del Emperador o cualquiera de sus ministros que roce en lo más mínimo el decoro nacional, avíseme inmediatamente por telégrafo".

Sin embargo Alencar había rebajado un tanto sus pretensiones en la conferencia con Herrera y Obes y en la declaración explícita de nuestro gobierno diciendo que daba de baja y ponía en inactividad indefinida al coronel Joaquín Santos y sus oficiales "corno satisfacción al Brasil!' creía hallar una fórmula conciliatoria.

El que no había querido ceder un paso prefiriendo que el brasileño le devolviera su nota había sido el canciller Herrera y Obes.

Desde este momento la cuestión fue a radicar a Rio Janeiro. Aquí era inútil cualquier género de tratativa. Vázquez Sagastume ante el Emperador podía, en cambio, solucionar el desacuerdo. Su posición en la corte era singular. Merecía de Pedro II una consideración especial y éste guardaba para nuestro anciano diplomático una especie "de modo propio" que nacía, seguramente, de tratarse de un antiguo y encarnizado enemigo del Brasil en los días que precedieron y subsiguieron a la guerra de la Triple Alianza contra López del Paraguay, convertido a esas horas, con evolución de los tiempos en un digno y sereno amigo.

El imperante y el diplomático concluyeron el pleito: el Uruguay empeñaría la palabra que la situación de disponibilidad en que estaban declarados el coronel Santos y sus oficiales no sería una mera fórmula y continuaría firme.

por José María Fernández Saldaña
Suplemento Dominical El Día s/f cedido por un coleccionista, de su archivo personal en el año 2003 y escaneado por mi, editor de Letras Uruguay.

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