El indio Amarillo sitia el Salto
por José María Fernández Saldaña

CUANDO el levantamiento armado que en los últimos meses de 1853 alzó la bandera de la legalidad constitucional, proponiéndose restablecer en el gobierno al presidente Juan Francisco Giró, el pueblo del Salto fue teatro de un raro episodio de guerra cuando se vio sitiado por la fuerza revolucionaria que acaudillaba un capitán de milicias, famoso en aquellos lejanos pagos, y al cual se conocía nada más que por el Indio Amarillo.

La presencia en la historia nacional de lo que corrientemente ¡lamamos indios nada tiene que ver con los indios auténticos que, por excepción, vemos actuando en tal o cual época.

Esos indios, nuestros, o familiares que diríamos fueron algo muy distinto del que actuó en el sucedido salteño de hace 95 años.

En cambio eran indios de indiscutida cepa -salvajes apenas adaptados- los guaycurúes, venidos en el ejército rosista del general entrerriano Pascual Echagüe, que las fuerzas nacionales derrotaron magníficamente en Cagancha.

La lanza del cacique guaycurú contóse entre los trofeos a los vencedores y, si no estoy trascordado, hasta sirvió a Acuña de Figueroa como tema de unos versos de circunstancias.

Indio pampa menos que semicivilizado, era también el Indio Cristo jefe de caballería que trajo el coronel Waldino Urquiza, cuando, obedeciendo a su padre el Capitán General Justo José, pasó el Uruguay con una división auxiliar destinada a reforzar las fuerzas del gobierno blanco en lucha con los revolucionarios floristas en 1864.

Tomás Gomensoro, jefe político de Salto

Amarillo, en cambio, debió ser de estirpe charrúa, proveniente de los grupos autóctonos que siguieron al general Rivera después de la campaña de Misiones.

La tradición constante acordaba en esto cuando menos.

Durante la Guerra Grande, Amarillo se mantuvo en armas contra las autoridades del Cerrito, constituyendo motivo de constante preocupación para los jefes miliares del Salto la presencia del empecinado capitán en los espesas montes de Mataojo, dispuesto siempre a caer de sorpresa sobre las partidas sueltas que operaban por aquellas zonas de campo despobladas indefensas.

En los disturbios revolucionarios del 53 Amarillo aparece como uno de los capitanes sublevados en campaña.

El jefe político del Salto, Tomás Gomensoro tuvo noticia cierta de que el capitán, en connivencia con elementos salteños afectos al bando del ex - presidente Giró, había alzado el poncho y se preparaba para posesionarse a viva fuerza de la población.

Escasos eran las hombres y mas escasos aún los elementos de defensa de podía disponer Gomensoro esas momentos: unos 30 o 40 hombres de policía mal armados que mandaba el comandante Marcos Salvatella.

La noticia, difundida presto, de que la plaza podía caer en manos de Amarillo, sembró fundada alarma entre el vecindario.

El recuerdo del saqueo brutal llevado a cabo por las fuerzas oribistas de Servando Gómez el 47, perduraba, como cosa de ayer, en la mente de los salteños...

Apremiado por las circunstancias y aprovechando el estado general de los espíritus, Gomensoro resolvió manifestar al pueblo toda la gravedad que plantea el caso..

Con tales fines reunió a los más caracterizados vecinos para expresarles claro y con toda lealtad cuál era la situación del pueblo y los peligros que corría, si, conforme a las noticias , Amarillo llevaba a cabo sus proyectos.

El primero en estar listo fue en la casa de Llovet en la Plaza Vieja -ahora Treinta y Tres, y era punto de reunión de unas 15 personas. Seguidamente instalóse otro en la misma plaza, en la esquina de las calles Uruguay y Yacuí, donde estuvo tantos años la carpintería de Galimberti. A dos cuadras por la calle Uruguay al Este formóse otro y el último ocupó la casa de altos de José Gervasino en la calle Daymán, que todavía ampliada y mejorada consérvase en píe.

El sentimiento de resistir fue unánime y vivo entre los residentes extranjeros más numeroso casi que los nacionales. Ellos, por su calidad de comerciantes, y de ser dueños de algunos posibles llevaban todas las de perder. 

Un mozo italiano de apellido Malione, llegado hacía poco en un buque de vela para establecerse con pulpería en la calle hoy Brasil, a espaldas de la plaza, reclutó una compañía de voluntarios cuyo número llegaba a 7O.

Los elementos de una compañía española que trabajaba en el Teatro bajo la dirección de un actor Gutiérrez, se pusieron a las órdenes de éste transformado en capitán y sumaron con otros paisanos como 25 voluntarios.

A la expectativa de los sucesos cada cual atendía su trabajo y sólo se acuartelaban a la entrada del Sol, atento, siempre a las señales de alarma. La sala del teatro, por ser el único local disponible, fue habilitada como cuartel.

La incertidumbre duró unos cuantos días atribuyéndose la demora de Amarillo a las noticias que le trasmitieran sus amigos del pueblo, haciéndole saber los aprestos de resistencia.

Según lo que dice el autor del relato manuscrito que me sirve de pauta, el capitán indio tuvo también instrucciones sobre la hora más conveniente para el ataque, el cual debía llevarse a efecto a horas del mediodía, cuando los defensores rateaban para almorzar en sus respectivos domicilios, disminuyendo la fuerza de los cantones y de las guardias.

Algo de esto pudo ser cierto, pues fue a las 11 de la mañana, del 21 de setiembre, cuando Amarillo y sus indios avanzando el pueblo llegaron por la calle que entonces llamaban Real - Uruguay actual mente- hasta rebasar la calle Sarandi, donde se detuvieron clavando sus lanzas en el suelo.

Entraron a medio galope, dando gritos y constituían un grupo de unos cincuenta hombres, melenudos y de pintoresco atavío.

Los defensores del pueblo, prontos para lo que pudiera suceder, acudieron a sus cantones, mientras en plena calle, Amarillo conferenciaba con sus amigos políticos Bernardino Alcain, Juan Claverie, Esteban Arenillas y algunos otros.

Finalizado el coloquio y probablemente a indicación del grupo civil, el capitán emprendió retirada, siempre por la calle Uruguay hasta la altura de lo que se llamaba después las 4 esquinas, y que entonces era pleno campo, la indiada hizo pie para churrasquear.

Poco más tarde las dos compañías de populares, junto con las policías de Salvatella, avanzaron hasta la Plaza Nueva, tendiendo una línea con frente a esta.

Los calificados vecinos con quienes hablara Amarillo, apersonándose luego a Gomensoro le significaron la conveniencia de que se pusiera en contacto directo con el jefe contrario, el cual, de antemano, estaba prevenido de la gestión y dispuesto a entrar en conversaciones.

Para saber lo que resolviese el jefe político, Amarillo a las 4 de la tarde estaría esperando en la esquina de la casa de comercio de Lluveras, cruce de Uruguay con la antigua calle Cañas.

Puntual, y montado en un caballo blanco Gomensoro llegó al punto indicado casi al mismo tiempo que llegaba Amarillo.

La conversación, principiada en seguida, duró más o menos dos horas.

Mientras tanto y aprovechando la tregua, la curiosidad había reunido la mayoría del pueblo en la Plaza Nueva.
Todos estaban ansiosos por ver lo que llamaban la indiada charrúa.

Don Nicolás Viacaba, comerciante italiano, (padre del médico cuyo buen nombre recuerda Montevideo en una avenida del Cerro) que es el autor de lo. manuscritos que mencioné antes, consigna que él figuraba entre los curiosos.

Estos, a lo que parece, consideráronse defraudados hasta un cierto punto.

Los charrúas, o que parecíanlo, señalábanse como tales, eran pocos... La mayoría la constituían "indios" como los que se veían en el pueblo todos los días, "unos mas indios que los otros", por las tintas mas cargadas de la piel y lo sobresaliente de los pómulos, pero nada más.

Cuando Gomensoro, luego de separse de Amarillo con ademanes amistosos, habló con los suyos, les dijo que, si no había sido posible conciliar pareceres, había conseguido palabra del capitán de que no atacaría al pueblo retirándose al día siguiente para seguir las operaciones en campaña. 

La nueva se recibió tan jubilosamente como merecía, pero el jefe político hizo muy presente a todos que el estado de alarma debía mantenerse con el mismo rigor por si el jefe adversario no cumplía la promesa.

Esa misma tarde, a última hora, se vio que Amarillo haciendo honor a su palabra, retiraba sus hombres de la orilla del pueblo corriéndose rumbo a San Antonio, donde alguno de los suyos tenía una chacra, y donde presto se improvisó gran baile que duró hasta aclarar el día 24.
Con esa fecha, entre 10 y 11 de la mañana, toda ¡a gente había ensillado y marchaba rumbo al Damián.

Creía Amarillo que tomarla fácil contacto con los jefes blancos que, como Barbot y otros, se habían sublevado en Tacuarembó, pero por una mala estrella guiaba sus pasos. 

Aislado en Paysandú, y con sus escuadrones muy mermados, entró en tratativas con el comandante José Mundell, jefe de vanguardia del jefe político Ambrosio Sandes.

Acogido el indulto, Mundell lo retuvo a su lado junto con siete de sus hombres más adictos.

Parece, no obstante, que el sometimiento fue sólo una treta ocasional y que Amarillo sólo esperaba el momento de darse a la fuga. En preparativos de realizarla envió a uno de los suyos a tomar noticias de la fuerza y caballos del capitán Soria, desprendido de la gente de Mundell, y el bombero fue descubierto.

Sospechosos Mundell de las intenciones dudosas de su hombre, optó por remitirlo a Paysandú, donde estaría más vigilado.

Una vez allí, Sandes, que siempre pecó por expeditivo y duro, lo hizo fusilar el 1º de diciembre.

La ejecución del capitán Amarillo, sin juicio legal en forma, configurará en todo tiempo urna demasía cruel que no ha de justificarse con el socorrido "cosas de los tiempos".

por José María Fernández Saldaña
Suplemento Dominical El Día s/f cedido por un coleccionista, de su archivo personal en el año 2003

y escaneado por mi, editor de Letras Uruguay.

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