Amigos protectores de Letras-Uruguay

Pamela S
Glenia Eyherabide
glenia7@hotmail.com

La noche se  parecía a las otras. “Pero no”- pensó ella- recordando sus solitarios recorridos pasados en donde al menos le guiñaba cierta calma alrededor, cierto aleteo de pájaros amigos entre las ramas que le caldeaba el corazón. “Esta es diferente”- se dijo. Y no sabía por qué la sentía diferente. “Es como una nube que se me viene arriba, como una cerrazón de invierno, como una granizada”- remató la idea. “¡Tantas noches!”-recordó- cuerpito ultrajado, alma en desconcierto- haciendo el mismo camino desde el hotel de parejas disfrazado de Bailable hasta su casa, no lejos del centro, tan cerca del  infierno. “A lo mejor ésta parece distinta porque hoy está muy oscuro, cada vez más”- pensó para calmarse- y enseguida se puso a  saltar a la cuerda mental-  uno, dos, tres, treinta, cien- porque lo que no quería desde hacía tres años era pensar...Trac, trac, trac…El ruido como de pasos que escuchó por primera vez, resbalándose entre las piedras sueltas del camino, le paró el juego de golpe.  El corazón se le amotinó pero ella ya había aprendido a controlarlo más o menos. “Un zorro, seguro”, se dijo, respirando hondo para poder continuar…“ Es malo pensar. Y hablar. Lo que hay que hacer, ricura, es montar”, le había dicho Él desde el día en que decidió hacerle cualquier cosa por cualquier agujero de su cuerpo sin preguntarle nada y, menos, escuchar. “Tengo ocho años”- recordó haberle dicho al final de esa primera vez, chorreando sangre, llorando de miedo porque no sabía qué le había pasado ni qué debía hacer para no sentirse una bruja como la de los cuentos pero sin escoba mágica para volar…“Las escobas son muy buenas para escapar”, decían siempre las brujas en los cuentos pero ella no había encontrado el remedo de una para largarse a otra parte. “Yo sólo quiero estudiar”, le había dicho entre lágrimas. Abrochándose el pantalón, Él se había reído. “Cuando tengas quince, me lo vas a pedir de favor”. Y la había dejado allí, en el piso de su propia casa para que se arreglara como pudiera: con agua, rezos, muñecas, deberes o lo que le cayera de arriba. “Nunca digas del cielo, ese es un invento peor que vos”, fue lo último que le escuchó antes del portazo. Recordó también,  en un chucho, cuando su madre la descubrió lavándose, arrancándose aquella vergüenza  a zarpazos en el baño, mientras se tragaba el llanto porque bien sabía que no le gustaba verla moquear por nada ni nadie. “Tengo ocho años, mamá, mamita. Dejáme ir mañana a la escuela. Dejáme ir a estudiar. “Claro que sí, Pamela, vas a ir a la escuela y vas a estudiar. Igual que yo. Vas a hacerlo todo de nuevo, una y otra vez. Con él también. ¿Sabés? Así debe ser”... Y la empezó a dejar sola muchas veces con aquel hombre que ocupaba el lugar de padre en la casa porque vaya una a saber- se decía- adónde se había largado el suyo y  porqué. La madre llegó a quedarse muchas veces enfrente a ellos, mirándolos, mientras Él hacía y deshacía en su cuerpo todo lo que se le antojaba. Pamela empezó entonces a preguntarse si aquello era lo que los mayores llamaban muerte. “Porque algo peor que esto no puede haber”, empezó a pensar todos los días al levantarse, preparándose desde temprano para lo que le trajera la puta vida, como no se cansaba de llamarla su madre una y otra vez. Al cumplir los nueve Él la pasó una tarde a su propio hermanastro- medio bobo y mayor que ella - como si fuera mate lavado. “Sacále lo que le queda de jugo, gilún”, había dicho.  De ahí en adelante, fueron dos.

Trac, trac- seguían sonando las piedras del camino, cada vez más cerca.  Pamela– vuelve volviendo en la noche negra hacia su jaula- trató de recordar cualquier cosa que le impidiera escuchar, atravesada por el miedo, por el asco, por las ganas de llorar. “Será tan puta como vos”, había empezado a repetirle el padrastro a su madre, un día sí y otro también. “Buena hija de puta como todas”.  Y en otro, dijo que  se le había ocurrido algo. “Un negocio redondo”.  La madre no preguntó. Pamela no sabía cuál era el negocio pero por aquella cara casi suya que tenía  enfrente, abierta en una mueca, más o menos lo adivinó. Así empezaron los  bailes de fin de semana. Para el primero fue su propia madre la que la pintó. Cuando se miró al espejo le habían dado ganas de llorar. Parecía  Papuza, la muñeca de trapo olvidada  en el cuartito de los cachivaches, adonde ni las ratas se animaban a entrar. Se sintió entre Papuza y las ratas. Una basura. Las lágrimas le corrían por la cara pero sabía que tenía que pararlas y seguir adelante – siempre, siempre- con lo que su madre le indicara. “El lunes entregan los carnés, mamá. La maestra me dijo que tengo muy buena nota”, le había dicho camino al Bailable.  “Seguro, Pamela. Muy buena nota en todo hay que tener. Con los tipos es lo mismo. Sólo te tenés que callar”, le había contestado la madre, sin mirarla, pasando a hablar  por el celular con el dueño del falso Bailable. “Yo lo que quiero es estudiar”, había insistido ella, avergonzada de aquel  disfraz de mujer, asqueada por adelantado de todo lo que tendría que soportar,  malherida frente al camino de ida y vuelta a su pantanal. “Claro, Pame, además vas a estudiar”, le había contestado tajante con su mueca de piedra aquella mujer que era su madre y que, seguro- pensaba - todo lo que decía y hacía era para su bien…Pero faltaba lo peor. Un viejo babeante con plata la inició en la gran Montaña Rusa de los hombres: blancos, negros, jóvenes,  mayores, casados, por casar, en divorcio, de todo tipo y color. “Un negocio redondo”, como le había dicho el padrastro a  su  madre, convirtiéndola en cajera  por adelantado.

 Trac…Trac…Trac- vuelve volviendo en la noche negra hacia su jaula- Pamela   adelantó sus pasos, aterrada. Fue cuando decidió llamar a la policía. Sacó de su bolsito el celular plateado de princesa sin príncipe ni carroza ni Hada Madrina ni nada de nada.  Llamó y llamó: una, diez, treinta veces…Línea ocupada o muerta o enterrada…Trató de serenarse y pensó de nuevo en las  brujas de los cuentos. “Me gustan más que las hadas porque son medio feas, medio brutas, medio malas y muy rápidas”, se dijo, soñando con la escoba que, al fin, la ayudaría a escapar.  “ Para  aprender el nombre de todos los ríos y los pájaros como dice la maestra que debo hacer si quiero ser como ella cuando sea grande y vivir en una escuelita rural con muchos niños, guachos, chanchitos y zorrillos vagabundos.  Riiiiing….Riiiiing….Riiiiing “ ¡Qué bueno! Es la policía”, pensó, a pesar del susto. Pero no era la policía. El clic del corte le sonó como un balazo y el cuerpo se le congeló de terror. Tomó aliento y se largó a correr, con fuego en el corazón, con alas en los pies, con desesperación.  Corrió por ella, por la muñeca Papuza, por todas las brujitas que dicen que lo habían hecho tantas veces y pudieron escapar… “Yo también puedo”, se repetía como en un rezo. Ya no había un solo ruido atrás suyo. Lo único que se escuchaba en esa noche negra en que Pamela S volvía a su jaula era el retumbar de sus piernas en el camino impregnado de silencio. Pegajoso. Letal. De pronto, al dar vuelta una curva estrecha- “Falta  poquito para llegar”- se paró de golpe cuando el hombre se le apareció por el costado, entre los sauces, como si tal cosa. Le sonrió desde lejos, igual que  otras noches cuando la acompañaba  desde el Bailable hasta su casa..

-¡Qué susto que me diste!- dijo ella-. No… tengo… fuerzas… ni para…res…pi..rar. Y se quedó, tambaleante, esperándolo, mientras  él comenzó a acercársele despacio, sin sonrisa, con ojos rojos, mueca de diablo y una rabia salvaje que lo hacía temblar. Ella no entendió. Cuando se le paró enfrente, extendiendo los brazos, trepando las manotas hasta su cuello para asegurarla  bien y  luego arrastrarla hacia el costado del camino, sí lo hizo…A pesar del  horror, Pamela logró atisbar un haz de luz, allá lejos, entre la negrura del cielo. Le rogó al dios que a lo mejor existía que la llevara hasta allí. “Aunque sea sin escoba”, hilvanó en su nebulosa. Cuando el haz fue apenas un punto se sintió feliz por primera vez. Entonces voló hacia  aquel puntito.  Fue  una ráfaga. Ya no necesitaba del aire para escapar.

Glenia Eyherabide
glenia7@hotmail.com

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Eyherabide, Glenia

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio