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En la trama del aire
Novela 
Capítulos I y II

Glenia Eyherabide
glenia7@hotmail.com

“Somos el pasado, somos nuestra sangre,

somos la gente que hemos visto morir,

somos los libros que nos han mejorado,

somos gratamente los otros.”

Jorge Luis Borges

Él lo sabía, aunque desde ese moridero de mármol en el que estaba en la capital  ya no podía sentir la lluvia interminable. Sabía que las calles seguían líquidas , resbaladizas , mugrosas de tanta hojarasca, ramazones y desperdicios flotantes como cuando habían ido a buscarlo en  la ambulancia.Sí, su cabeza todavía le daba para recordarlo: hacía siete días que había empezado el temporal endemoniado. En la casa de su hija había alcanzado a presentir las primeras gotas de la tromba que en algunos lugares del país había destechado caseríos, arrasado sembrados, evaporado jovencitas y arrodillado eucaliptos centenarios... “¡Maldito agosto del surdemundo, con Santa Rosa y sus aguas!”pensó-. “Braceando en la creciente, ¿quién  carajos puede recordar nada? Algo. Simple pero lindo. Como el fogonazo del alba, el vaho de los narcisos, o la carnosidad de la fruta de una  nisperera. La imaginación está  muerta, Cantalejos está  muerta y mi carnaza está a punto para los cuervos”...Era la verdad. Cualquiera la podía palpar en el hombre tajeado desde adentro por venas en naufragio y músculos en interrupción. Pero a  él, Ahmed Igarralde, todavía le daba el resto para   despreciar esa  muerte de viejos o de ausentes o de incapacitados, envueltos sin consuelo en  sábanas hediondas hasta el final. Aunque siempre hubiera sostenido que el  verdadero desbarranque de un hombre, el principio del fin, lo marca el momento exacto en que lo visitan  la nostalgia y el desgano. Y  se instalan a comerle  a plazos el corazón.

“Como a mi, cuando un mal día que por suerte no anoté en mi almanaque gallero me entró un arrechucho centenario que me sacó el hambre, la sed , las ganas y hasta la memoria de las ganas. Aquí estoy: sin llegar a los setenta y pronto para la mortaja...Cómo me hubiera gustado alargar algunos años! Pero ya no hay remedio cuando el gusano de la tristeza empieza a balconearnos y una mañana nos despertamos sintiéndonos apenas una babosa , malviviendo de los restos del agua y coleteando  con un grano de sal ...¿Por qué no morirse de una vez ? De golpe: de un escopetazo, un accidente, un reventón...Cualquier cosa digna, fulminante y piadosa. Con un  buen punto final , no importa cómo haya sido la historia. Por lo menos eso merecemos en este camino de ratas ciegas. Eso que llaman vida. ¡La Señorona ! ¿Qué otra  nos queda ? ¿Qué otra cosa me quedaba  - a mi  , que nunca creí ni en el espejo - que enjuergarme  a conciencia en una francachela interminable ? Eso fue lo que hice con esa dama: la desramé por gusto, la disfruté con placer y la requemé sin pena. Como se debe hacer con  semejante remilgosa...Esta es su venganza: me robó tiempo. Pero yo la desbravé hasta el hueso. Partido empatado, ¡qué miércoles!..Como dice el loco Suplicio: Siempre hay alguna Consuelo que nos mate el desconsuelo...Suplicio... ¡Qué maravilla haberlo tenido! Una de las tantas que pude trampearle a los días, por gracia propia  y no de dios - con minúscula  - como le gustaba decir a mi abuelo Juan Auxilio”...

La cabeza le zumbaba y se sentía por los cielos, sin cuerpo ni equipaje.Desde sus ojos entrecerrados miró a la mujer de toda su vida  que lo cuidaba desde un sueño de mentira, estirada en la frígida silla de acompañante. Pensó que él  la consolaba con otro , no menos fingido, desde la cama de metal y colcha lechosa , desde la fúnebre pieza pintada de fúnebre verde , helada como él mismo,  como la “chiva de la guadaña” que regenteaba ese sanatorio de farsa  con escalinata de pórfido que sólo servía para entrar. La salida estaba asegurada: era por la puerta chica y hacia el cajón. También lo sabía.

Esa vez no habría milagros, esos en los que había creído siempre su madre a desrazón  y que - a lo mejor por obra de sus  santos y de ella misma - lo habían salvado otras veces de las garras de la Comilona. Como hacía unos años, cuando en ese mismísimo antro  se le habían llevado vesícula con  piedras de exposición incluidas. Todo un éxito. Pero al mes justo había sido devuelto desde Cantalejos, verdeoliva, orinando té renegro y tragando hiel.  Medio mundo lo dió por finado. El otro medio , él y sus desvaríos , adivinó que zafaba. Así fue, con la mediación de su madre y sus rosarios infinitos - desde el otro mundo o desde alguna nube- cuando los mediquitos de turno y sus fraseos  en esperanto lo habían declarado fiambre por adelantado.

Pero ya no quería volver a aquello. Así que se empecinó en adivinar la imagen borroneada - melena negra , ojos sedientos, labios frutosos - que se dibujaba más allá del vidrio esmerilado de la puerta.”¡ Qué color de mierda para un vidrio!”, pensó. Pero de ese agujero todo se podía esperar... “Hasta esa tintura color rata despanzurrada en la transparencia de lo que debería invitarnos al sueño”... Estaba quieta , como un estandarte de guerra  en receso. Lo que era una verdad a medias: sólo le faltaba la batalla final. No estaba apurad , la sabrosona. Claro, no iba a tener que esperar mucho. Seguro que se había venido pintarrajeada  de  Colombina , una más, de las que a él  tanto  le había gustado perseguir , descubrir y disfrutar desde siempre... Fijó sus ojos de aguamarina con gran esfuerzo en ella y  trató de adivinarle el dulzor de la piel,  las pulpas jugosas, el hervor de sus entrañas de buena hembra. Total. La que nos deja en Pampa y la vía por siempre jamás.

Fue entonces cuando pensó, no supo porqué, en El Mago, en el Zorzal incomparable. Seguro que hasta a él le había pasado lo mismo antes de estallar en el aire de Medellín. Seguro que se había desmigajado en su última noche con la  ilusión del súper revolcón con la súper percanta que lo reamasijara hasta el supremo descorche de la entera vida de un hombre. Aunque se cuenten miles y de todos los colores. Ese vaciado interminable, irrepetible...“No es cosa irrepetible. Sólo es cuestión de amor”- le había pontificado hacía añares su hermano Iztván, con aplastante seguridad. Era cuando levitaba sobre los cerros de Cantalejos ensartado por Violante Gomar y sus encantos, su primera mujer y la que lo tatuó de por vida a su pesar.

“Si tu mujer es tu amante, si logra olvidarse del borrador que le  dictaron y  se convierte  en la más tórrida de las palomitas de Quincho que frecuentamos, entonces hermano el Paraíso está aquí  y ahora y a mano”. No dejaba de tener razón , por supuesto, porque él  mismo lo había experimentado, al menos por unos años, los pocos en  que Ondina Pedralba había sido sana , vital , estimulante. Como un buen trago. Y doble , además .

“Pero ninguno de nosotros, ninguno, se atrevió siquiera a pensar en esa payasada  llamada fidelidad...Cosa de mujeres - cama rígida, ojos húmedos, cuerpos hambrientos-  encobijadas hasta el cuello  en espera del último canto del  gallo anunciando nuestra llegada.  Una noche y otra. Una vida. Así era...Y ellas lo sabían. También sabían que las queríamos , que no hubiéramos vivido sin sus desvelos , sin sus miedos , sin sus rencores , sin sus ataques de histeria anuales,  cuando - alrededor de la Navidad , eso no fallaba - nos largaban en la cara toda la olla podrida que se tragaban a solas por doce meses rigurosamente mudos  por sabio consejo de sus madres . El berrinche no les duraba mucho -¡faltaba más!- y ya junto con los Reyes , las fértiles habían sido cubiertas y premiadas con el mejor de los regalos : el de nueve meses de santa incubación”.

Fue cuando repensó que, al fin de cuentas, por más muertos que hubieran dejado las mujeres a los hombres en la cama desde que el diablo las creó - Clark Gable y Gregory Peck  incluidos-resultaba que, pasando raya , la más yira - yira  de todas era aquella  chivita de la Guadaña.“De lo peor - pensó - ; nos lleva de arrastro , recontrafríos  y directo  al  abismo.  Eso, seguro”.

Muy a  pesar de la familia en pleno de su madre , de misa diaria y responso dominguero, a él nunca le había dado por disparatear con las historietas de Adán , Eva , la manzana , la concepción original - ¿ sería con ese   ?-  y las pendejadas mayúsculas del cielo,  infierno y paraíso . “¡ Cómo si no bastara con lo que tenemos que vivir , para embarcarnos en los chiquitajes de lo que a lo mejor , quién sabe , puede ser , es probable , quizás..! ¡Sólo mamado!..” Y de eso algo sabía , pero siempre supo frenarse antes del diluvio universal .

“Yo lo tuve clarito. Para cielo - Cielito Lindo - con el amor nos basta. Para infierno, con tantas comadrejas, pitones  y algunos parientes, nos sobra. Y paraíso , con los de mi casa- y en plural - tuve montones , con sombra y flores incluidas .”

Allí mismo se dio cuenta, no sin una puntada de desaliento, que a la muerte -  boquita pintada - la  había buscado desganeando. O no la había esquivado , lo que venía a ser lo mismo. Se había estado muriendo desde hacía años, cuando después de enterrar a  muchos  muertos había sentido el navajazo de tener que enterrar a algunos vivos que lo habían desvenado de a poco , con saña  y tesón. Buenos  enmascarados , de sonrisitas beatas , gestos medidos y sesos de hielo. Los de allí , allá y acullá. Los sin sangre, los de otra sangre , hasta los de su propia sangre .

“Fue como si me fueran apagando los puchos en el alma , requemándomela poquito a poco. También en eso soy un Igarralde perdido: nunca pasé más allá del disfraz. Porque camuflarse es lindo pero mentir es infame. Y el que sea así , no merece nuestro apellido. Ya sé : me pasé una vida jugando a ser otros , famosos e imbatibles. Pero nunca me creí el libreto completo. Sólo me divertía  ver las explosiones que producía a cada paso...Al fin de cuentas, puedo decir que viví... Confieso que viví. Al menos eso confieso..”

De repente vió arriba suyo una máscara de Felices Fiestas y una mueca impecable de Kolynos. Lo único que no era falso era la mirada : cordialmente impenetrable. Por las dudas, no fuera cosa de encontrarse mañana con la cama vacía. Era la enfermera de la noche, bromeando como todas las enfermeras con todos los moribundos desde que el mundo es mundo hasta la eternidad. Se sentía tan cansado, tan pegajoso, tan desmembrado, que no tuvo ánimos para una sonrisa de Murga en retirada . ¡El , que había hecho de la risa su escudo de guerra! Lo que no pudo dejar de imaginar dentro de su miseria fue la perfecta mueca de príncipe agonizante de John Gilbert ante los abrillantados ojazos de Garbo, destruida a sus pies... “¡Capo massimo! Hasta el día que el cine habló y tu voz se la llevó el carajo, como a tantos del reino del silencio. Pero La Divina pronunció dos palabritas con voz de paloma, retuvo el título, se ganó otros - títulos y hombres- y los enloqueció a todos sin consideración. Eso sí, con la primera arruga desterró el espejo, enterró al cine, a sus magnates y a su impresionante corte de desahuciados  con un portazo más que de película de Quilombo. Con mayúscula...Fue maga hasta para eso. Se nos  enquistó en el alma  vivita y coleando, como  fotografía de difunto. Igual que El Morocho, muerto, pero con su canto caldeándonos todavía la sangre. Hoy un juramento , mañana una traición /amores de estudiante flores de un día son...”

Mientras tanto, la impertérrita de blanco pasó revista general  a la debacle : aligeró el suero que lo mantenía de cuerpo presente, le controló la presión en fuga, le tomó la temperatura de fuego, le pulseó las venas remotas  y con un “Vamos a darle un poquito de airecito”, le encasquetó la máscara de oxígeno... Vecina a la almohada, vio la palidez de su mujer, su  Ondina de aguas reclaras, y  el terror ardiente de sus ojos. Todas las palabras de una  larga vida juntos - dichas , no dichas , planeadas , soñadas , olvidadas , amordazadas , embroncadas - los ligaron en un silencio tan grande que se podía escuchar y palpar como a un animal herido. Ese animal herido era él , que había sido su amor para bien o para mal. O lo que quedaba de él. El despojo de Ahmed Igarralde, que nunca respetó los despojos, que ya no se respetaba a si mismo:  esa cosa inmóvil , entubada , ese marciano pronto para el último despegue.“Me hubiera gustado decirte  que fuiste lo mejor que pude tener: las raíces en tierra sosteniendo mi delirio” , le  telegrafió desde los ojos secos .

“Fui menos de lo que imaginaste al conocerme.Hubiera querido ser mucho más. Simplemente, no pude”, pareció retelegrafiarle ella - boca de arena y garganta de piedra- , apretándole la mano libre con rabia , con miedo , con pasión.

“1978. ¡Qué año para morirse! Entre el despeñadero de Papas idos, ungidos y discutidos  no voy a dejar la borra de un  recuerdo ni en el café... Bueno , ¡quién sabe ! A lo mejor sí.  A tres o cuatro . Cinco , como mucho . Nadie - ni Cristo - contó al morirse con más dedos que los de seis manos para que lo almacigaran  pecho adentro en los demás. Como corresponde. Para seguir estando. Y siendo. Aquí, en la tierra. Ni siquiera él , a lo hombre , nada de hijo o primo o nieto de Dios, como lo empaquetaron algunos...¡No hay caso, Enrique! Aquí me ves... Si yo tuviera  el corazón , el mismo que perdí / si yo pudiera como ayer , amar sin presentir... ¡Fuiste un profeta, hermano!.. ¡Y de los grandes!”  

Cerró los ojos con cierta paz , aunque fuera de  las que encamina al sepulcro. Pensó : “Ahora sí  voy a vagabundear a gusto, voy a cazar mariposas con mis hermanos, voy a jinetear el petizo que me regaló Tata Juan Auxilio, voy a escuchar las letanías de mi madre a la hora del Angel ,voy a empacharme con las fábulas de mi tía Adamar y con las historias de lobisomes de los fogones nocheros,  voy a planchear la siesta en el Camalote y desde allí voy a nadar, nadar  y nadar. Por ríos subterráneos, grutas líquidas , lagunas quietas... Sin respiro... Hasta llegar al  hilo de agua que nos creó.”  

Nuestra Señora del Buen Viaje , Nuestra Señora del Buen Camino,

Nuestra Señora de la Guarda , Nuestra Señora de la Buena Guarda ,

Nuestra Señora de los Deseos , Nuestra Señora de la Salud ,

Nuestra Señora de Toda Ayuda, Nuestra Señora de Todas las Ayudas ,

Nuestra Señora de los Náufragos , Nuestra Señora de los Dolores ,

Nuestra Señora de la Misericordia , Nuestra Señora abogada nuestra ,

Nuestra Señora de la Consolación , Nuestra Señora de la Salvación ,

Nuestra Señora del Fuego , Nuestra Señora de la Claridad ,

 Nuestra Señora de la Liberación , Nuestra Señora de la Victoria ...  

“Veinticuatro horas a la deriva , en medio de esta tempestad del Sur de todos los demonios, montados en olas enfurecidas y hambrientas dándonos vuelta las vísceras y los sesos , el alma y el corazón. Veinticuatro horas de pesadilla, convirtiendo al barco en batel desrumbeado, a nosotros en arenques  y a nuestros sueños en pulpos al salitre. Singladura: cero. Futuro: cero. ¡Justo cuando habíamos  pasado el Ecuador!, vislumbrando un cielo de zafiro en medio de una calma plena , de alumbramiento o de profecía . Me acuerdo de haber pensado , perdido en una estrella niña , que la hacía mía para siempre , que la reencontraría adonde fuera que plantara mis recuerdos por las tierras del fin del fin...Del fin de los penares:  los de la desesperanza, de  la  mediocridad, del desamor...Y del comienzo: la escapada hacia el destino sin mirar atrás, la llegada al mar tan deseado,  penetrándolo desnudo como a una mujer... El mar. Quimera y miedo. Desafío y  puente. Hacia otra vida:  la verdadera.”  

Nuestra Señora de Rumengol , Nuestra Señora de Kerinec,

Nuestra Señora de Treminou , Nuestra Señora de Tremoren ,

Nuestra Señora de Tremor ,Nuestra Señora de Kervern ,

Nuestra Señora de Lanriot , Nuestra Señora de Locmaria ,

Nuestra Señora la Blanca , Nuestra Señora de Lotivy ,

      

Nuestra Señora de Ilur , Nuestra Señora de Bourgenay ,

Nuestra Señora de Chantelaillon , Nuestra Señora de Arcachon,

Nuestra Señora de los Océanos ,

Nuestra  Santísima Señora del Atlántico ...  

Era imposible que nadie, ni todas las Santas juntas, las innumerables protectoras de los marinos de Francia y hasta la Virgen María, pudieran escuchar las plegarias empapadas del tosudo  jesuita en medio del estruendo descomunal del agua que arrachaba sobre el barco sin pausa ni piedad y que había convertido la cubierta en una laguna de inmundicias, pescados podridos , deshechos de todo tipo y hombres a punto de serlo. Amarrado como el resto de sus compañeros a lo primero que se encontrara a mano - que era poco dada la cantidad que eran y cómo viajaban - , desparramado , tratando de trabar los vómitos a  ojos cerrados y  mente  abierta , Jean Igarralde repensó...

No , no era justo terminar en el traste del océano , en un museo de barcos derrotados,  uno más, atravesado por  una ráfaga de visitantes impávidos colándose por entre despojos,  ausencias y recuerdos. Los de todos, sin distinción de rango o clase: del capitán, los oficiales, la tripulación, los pasajeros distinguidos...Y los de ellos. Esa cosa rara. Los perseguidores de sueños, golondrinas del norte apelmazadas  buscando el  calor y el verdor de las tierras de ultramar...¿Qué sería de todos y de cada uno ? ¿En las tripas de qué monstruo marino iban a perderse para siempre? A desaparecer: sin huellas, flores, lamentos, recelos , cartas ni testamentos. Después del exterminio, la calma. Y la nada. Nada en el agua. Nada en el silencio. Agua y silencio...

“En el albear de los tiempos , en el tiempo secreteaban el agua y el  silencio.” Eran las palabras de su tía Aranxta, cuando salpimentaba las historias sacras de la niñez con esencias de misterio y maravilla , siempre reprobadas por su rígida madre. Le pareció verla , fabulando hasta tapar el silbido del viento con su voz carnosa y tierna , acurrucada frente a  la cocina, en las noches gélidas de Origi...”La medalla, recordó con una puntada de nostalgia, y  pegándose más a las tablas del piso se tranquilizó al sentir su dureza de plata inconfundible. Su misma tía le había entregado la reliquia antes de salir del pueblo, frente a  la maltrecha puerta  de la casa paterna , por  una mañanita de principios de julio  hacía ya casi dos meses.

“Nunca te desprendas de ella -le había dicho abrazándolo - , es la nueva Milagrosa de la rue du Bac. Y una de las primeras que acuñaron. ¡Imagínate! Es como llevarse una niñita que apenas comienza a juguetear. Eres afortunado. Y lo serás, siempre . Te hará más falta a ti en esas tierras irrefrenables, que a mi  en ésta de cuatro calles , una iglesia y  medias quimeras. Tómala. Me costó mi arca de novia , ajuar y desvelos incluidos. A estas alturas no me servían ni para el  rencor...Y entiéndeme bien: cuando te digo afortunado no me refiero a monedas. Esas vienen y van , como gitanas. Es bueno tenerlas, y las tendrás. A ambas , mucho me temo. Lo que de veras  importa es usarlas , dejarlas correr , regalárnoslas con lo que queramos y  mientras podamos. Te hablo de la verdadera fortuna. La que estás buscando: tierra fértil ,  trabajo fértil , mujer fértil, un nombre holgado. El que le dejarás a tus hijos del extremo del  mundo. Ni la Virgen concede dinero, ni yo se lo pediría, ni nuestra familia está marcada para amasarlo.A Dios gracias...Consérvala a salvo, dondequiera que  estés. Será una manera de tenernos. Tu y tus hijos y los hijos de tus hijos. De mayor a  mayor. Siempre. Y aunque sea mujer , que sin mujeres estaría refrito el mundo, con Adán colgado de un manzano sin saber siquiera que era un manzano . ¡¡Requeteamén !! ” Y con los ojos encharcados le había cerrado la puerta en la cara, no fuera cosa de achicarse. Ni él , quedándose , ni ella , pidiéndole que lo hiciera .  

O Marie , concue sans péché , priez pour nous qui avons recours a vous . 1830 .  

¡Raro que lo recordara ! Apenas la  había mirado y vuelto a guardar en su fundita de tela rústica. Como todos los hombres de su familia, era de los que creía sólo en lo que palpaba. Y había pocas cosas palpables, en verdad. Así que había aceptado la medalla como un amuleto más. Pero muy valioso, porque venía  de aquel  ser único de azúcar y campanillas que debió vivir acorazada para reflotar tantos años en una casa como la de sus padres, amusgada desde el primer momento en que él había registrado algo en su memoria. Nada del otro mundo: poco para atesorar y bastante  para olvidar .

Trató de hacer un esfuerzo sincero por imaginarse a Dios - Padre Señor Rey - como dicen que le pasa a todo infeliz en sus últimos momentos. No pudo. Ni en el centro de aquel caos. No pudo... A lo mejor - quién sabe -  consistía en algo bien simple :  una  brisa, un soplo, un resplandor...El suspiro del mundo repartiéndose aquí  y allá...Eso sí, estaba bien seguro de que no era ningún viejo prepotente administrador de vidas y  haciendas , patroneando tierras , iglesias  y principados. Y por más que esa  fuera su hora  final , o por lo mismo , no iba a mentírsela con un rezo. Eso era cosa de cobardes , de los que necesitan un puente para irse al vacío. “El vacío es vacío y no hay verso que lo amortigüe”, pensó, a pesar de su tía prodigiosa y de lo que le hubiera gustado creerle al santo cura que los acompañaba. Lo que más sentía era una enorme bronca , de buen vasco, por tener que morirse en los mejores años y entre los más grandes sueños. Se arrepintió entonces, fugazmente, de haber respetado demasiado a  sus mayores: en su  pensar, su penar , su resistencia. Y hasta se autoreprochó aquella perenne obstinación por cambiar algo - cualquier cosa - en una tierra como la suya : llagueada, desdinerada, yerta. “Demasiados demasiado”, pensó en una ráfaga. Recordó los insucesos eternos de sus padres, rematados por otros con penas y sin  gloria que lo habían llevado a escaparse de su pueblo. Con treinta y cinco años cumplidos, veinte de corazón , pocas monedas, muchas  ansias y  cierta nostalgia , había rumbeado hacia el mar de entretierras , el Mare Nostrum  de tantas historias soñadas.

Ya en el golfo de Lion, entre gente de medio mundo y todo pelo - marinos, mercantes, contrabandistas,conspiradores, prostitutas , saltimbanquis , Maestres todo-un-poco, Milagreros santo y seña , Zahoríes de aguas fatuas , Señores corsarios , Oficiales filibusteros , fantasmas presentes y vivos ausentes - mercadeó su pasaje. No fue cosa fácil: salían pocos barcos para el Sur  y los lugares estaban colmados más allá de lo permitido. Pero como en esa ciudad puerto -“de la Mar ella”- todo se conseguía, y él era de Litzare , hablaba el francés , poseía ciertas  monedas y muchas agallas, negoció su viaje en un día y medio de exacta vigilia. Entre citas confusas - naipes,  copas , hembras , papagayos delirantes , monos adivinos,  tacaños Lobos de Mar y  alucinados afines- lo logró.  Supo que partiría en dos días. Y tampoco pudo dormir , pero de felicidad .  

Se enamoró de ella apenas la vio, ondulante como sirena , espejándose en el agua , desnuda  y leve. Era francesa y tenía un nombre más que sugestivo. La Jeanne d´Arc- tres palos cruzados con cofas - fragata correo de gran fama como lo ameritaba tal doncella, los esperaba generosa . A él  y a otros muchos aliquebrados en busca de aventura,  pobres sin papeles que habían pagado con el  pasado un viaje a un lugar del findemundo en el cual pretendían sentirse dignos. Ella los recibiría a todos sin exclusiones. Zarparía abarrotada a pesar de las normas sobre transporte de pasajeros. Su capacidad era para sesenta , descontando sus setenta tripulantes y la numerosa  carga  que llevaba . Pero - moneda que baila y salta entre cantina y burdel - él calculó de una ojeada que serían unos ciento treinta o más en total. Serían...Cómo estarían , era harina de otro costal difícil de imaginar.Pero esos cálculos de la parte racionalista de su mente no pudieron vencer el cosquilleo de curiosidad y placer que le inspiraba la otra : la del trotamundos contenido, maniatado por la frigidez de sus padres durante años infinitos. De un fogonazo , al embarcar campaneándole el corazón, supo que estaba desovillando un mundo de fantasía enterrada. Y supo que lo seguiría haciendo. Era un buen signo. El primero de su nueva vida.  

“En el albear de los tiempos, en el tiempo secreteaban el agua y el silencio...”

El silencio...Con la boca de trapo y la cabeza de plomo, trató de incorporarse...El silencio... Miró a su alrededor y vio que otros, temblequeantes y verdosos como él , intentaban hacer lo mismo...El silencio...A tropezones y abrazado a los pocos que se arriesgaron a hacerlo, se encaminó con alma y tripas hacia cubierta...El silencio...Chapoteando entre los despojos de la mar atlántica, entre su propio estupor y el de los demás, quienes fueren - oficiales , caballeros , misioneros- se desmoronó  de felicidad frente al cielo nítido y al aire quieto...Silencio silencio silencio... Agua y silencio... El silencio comandaba el orbe. Reinventaba el cielo. Y el agua. Y en él albeaba la vida... Lloró de ternura recordando a la tía fabuladora y se llevó una mano hacía el bolsillo que aprisionaba a su amiga de plata milagrosa. Sin creer y sin  entender,  envió un  mensaje agradecido a través del aire benigno hacia la vieja casa de Origi. “Lo haré Aranxta.La conservaré dondequiera ella me lleve. Yo y los hijos de mis hijos. Siempre.”

En ese momento exacto, el primer Jean a secas de la familia Igarralde supo que llegaría al Sur y que allí refundaría su estirpe.

- I -

El padre del Jean viajero se llamó Jean Secours Igarralde y fue también hij o de un Jean Secours y de la sangre de otros. Había nacido en 1770 , en Origi , por Litzare , en las tierras de Euzkadi. Como todos los de esa raza de ignoto origen y temple de estaño, había aprendido desde niño a enfrentar penurias con tesón.Pertenecía , además , a una familia de férreos  trabajadores sin meta visible, como casi todas las de un pueblito tan escaso de gente como de futuro. Pero como a los veintiséis años contaba con techo asegurado, minihuerta decente y caballejos de renta, no era soltero a inadvertir ni a dejar desrumbear .

Hacía apenas un año que había muerto su padre de una pulmonía acuciante , no sin antes llamarlos a él y a su hermano Iñaqui ante la cama de sus estertores. Fue cuando se le destrabaron lengua y  corazón , largando las palabras a borbotones , como el flujo de la muerte que lo invadía sin remedio .

- Váyanse lejos ... Busquen la vida ... Al final de la mía, vengo a darme cuenta de que uno es menos que nada sin dinero... El necesario... Para cruzar las montañas... Para mirar el mar... Para que no nos pisoteen hasta la tumba... Vendan  lo poco que  hicimos en años de malapena...  No se aferren al pasado como yo ... No lo hagan... El recuerdo es trama del aire.  Ahora lo sé... Adónde respiren , allí estará... Estaremos, juntos. No es renegado el que se busca , lejos. Renegado es  el que se queda , enterrándose ...

A ninguno de los dos se les ocurrió considerar la idea del padre. Ni siquiera la dureza de la imagen de enterrarse vivos, con la cual había cerrado los ojos de aguamarina y volado, quizás, a encontrarse con la mujer de su  vida después de tantos años de soledad. Pero más allá de aquel testamento de aire, a sus hijos el pasado les siguió atenazando el alma, carcomiéndoles los días sin piedad.

Jean Secours hijo recordaba retazos de su madre : cabello de noche, pecho de lirio, risa de mirlo desenjaulado. Se le había alargado la siesta con la muerte en una primavera temprana. La encontraron sonriendo, gélida , recostada al tronco de un manzano joven , tan brioso como ella . Su padre jamás había vuelto a casarse, ni siquiera para taponear la soledad  ante ellos, que eran todavía niños. Mucho después , ya jovencitos , habían intentado  saber alguna cosa , la que fuera , de aquella madre de juguete que apenas recordaban y a la que el padre no se animó a nombrar nunca más aunque le siguiera incinerando el corazón .

Se habían atrevido a preguntárselo a su tía abuela Egesia , la única mujer que les había quedado puertas adentro para velarles el desamor .Era una tarde de agua -  Jean Secours no lo olvidaría nunca - y ella estaba relustrando cacerolas con tanto brío como para  lucirlas como espejos en el comedor de la ruinosa casona de la entrada del pueblo. Dando rienda suelta a  su morbo de solitaria , Egesia los había puesto al día de todos los detalles.  O de los que se sabía , que eran pocos y breves, como  los que cercan la felicidad . 

Fue así que se enteraron de cómo su padre - apalabrado desde niño a una insalubre señorita vecina - se había enamorado insensatamente de Inzura Beraztegui en un domingo de misa del alba , por el  pueblo cercano de Santa Garazi .

-No fue cosa de fe, por supuesto , porque los varones Igarralde pisan iglesia a desgano sólo tres veces en vida : por Bautismos , Bodas y  Despidos. Y con el mismo escozor, no me cuesta suponerlo - , chismorreaba Egesia, encantada ante los asombrados sobrinos nietos-. Es historia de amaneceres yertos por juergas desbarrancadas. No ha habido sábado que yo recuerde en que los hombres de cualquier edad no hayan dejado vacío el pueblo para largarse al desenfreno de ciertas damiselas de Santa Garazi. Así  fue cómo  él recaló en la iglesia del pueblo a  reponerse los huesos, seguro que para no congelarse en un banco de la plaza y nada más. Pero,  como carta marcada , en esa misa de mendigos y deslunados sucedió algo que lo despabiló. Fue  el retorno de la comunión de una jovencita de ojos novicios , aire de ángeles y bolsa sin moneda...Porque, para hacerlo claro - rejoneaba impávida - , la niña pertenecía a una familia de mala muerte y  peor suerte. Buena gente , pero sin una mísera dote para cada una de las tres hijas con las que debían cargar. En buen romance : no las casarían ni en el más allá...Pero a nadie se le pudo ocurrir, ni siquiera a un vasco, que existiera  otro tan empecinado como para capearle  al destino con tal insensatez. De los nuestros tenía que ser, me temo que estaba marcado. Fue tal el tembladeral de amores en el que se metió con la menor de las Beraztegui,  que no sólo colgó a su prometida entre gallos y lucero en medio de gran conmoción sino que se arriesgó a pedir a la niña, entregándole encima al  padre cierta retribución por bienes invisibles hasta para los fantasmas... Fue una osadía. Pero - y allí había comenzado a  dulcificar un poco el tenor de sus recuerdos-  él desde el primer momento dijo que a ella le sobraban dotes de otro calibre por las que debía pagar... Es que  Inzura , además de lindura era criatura del aire. Es la pura  verdad , aunque haya entrado a la casa como una vulgar  intrusa. Y no sólo hechizó al marido con sortilegios de a dos sino que fascinó al resto con su gracia y  sus guisados resabrosos durante los pocos años en que nos alumbró. Así fue la historia , y esa era ella. Del tipo de seres que no duran mucho por la tierra : les hace mal  tanta basura...No juzguen a vuestro padre por no compartirla muerta. Hacerlo sería mostrar las heridas , y eso en un vasco es imperdonable. Creo que en nosotros - vascos más vascos multiplicados por vascos -, mucho más . “El vinagre se traga solo, aunque requeme.”

Con esa frase típica de la familia , Egesia había cerrado la historia de Inzura Beraztegui,  quien se había hecho famosa en Origi no sólo por la forma en que había llegado sino por la magia con la que había desinvernado la vieja cocina de los Igarralde transmutando  aguas chirlas en potajes, suelas de buey en lomillos e inventando ríos de dulces almibarados y lagunas de frutas de cristal. Lamentablemente, también la tía abuela rumorosa los había abandonado al  poco tiempo de aquella  tarde de recuerdos pasados por agua. La habían encontrado arrodillada frente al fogón, con la cabeza hundida en su mesita de hierbas curalotodo aferrada a un atado de camomila y yerba santa, sus preferidas hasta la tisana final. Así, con la absoluta dignidad con que había aceptado su reino de marmitas de este mundo , viejita y apasada , Egesia Igarralde les demostró que también ella se había tragado hasta la última gota de vinagre para traspasar al otro, a solas y sin rechistar. Como correspondía .

Después de ella , a falta de otra tía o parienta disponible había entrado a la casa una especie de vara de higuera reseca , de las de tender mesa y cama , mixturar viandas y lavar pisos y bichos por igual. Podía tener cualquier edad : cuarenta o cien años. Daba lo mismo,  porque lo que irradiaba era un soplo gélido perenne, tanto en invierno como en verano. Se llamaba Clemenxta, y los dos hermanos se dijeron que sí o sí había que pedirle a Egesia en el otro mundo que intercediera por ellos con toda la clemencia que  le faltaba a la bruja portadora del nombre. Si bien la tía abuela los escuchó, insuflándoles los ánimos para enfrentarla , no los pudo liberar de ella  hasta mucho después , al otro día de sepultar al padre,  cuando decidieron desterrarla de sus vidas sin pestañear .  

Así  habían crecido, aliquebrados, siempre con un hueco en el centro del corazón. Ellos no eran muy conscientes de qué cosa les faltaba . Pero sí sentían que les lanceaba  la nostalgia de  la risa inacabada de la madre, de la cháchara jugosa de la tía abuela y  hasta del  mutismo agrio del padre... Pronto comprendieron  que aquel  era un hueco al que sólo le faltaba rellenar. Y que eso era cosa de mujeres. Esas criaturas herederas del fuego. Las encargadas de mantenerlo y reencenderlo. Y de apagarlo también, lo presentían, en cualquier momento y sin un dejo de piedad  .

Apenas muerto el padre, Iñaqui se había casado con su vecina de toda la vida y novia de media , la de la casa quemada del otro lado del camino de entrada a Origi. Quemada y todo  era propiedad contante, a más de haciendilla a considerar. A no mucho considerar y poco mirar era la prometida , Onsella Urrieta. Era  de las que al pasar no dejan ni la sombra : lechosa , opaca y transparente. Y la transparencia era su mejor atributo, hay que aclarar. Tenía la misma edad que el novio , veinticuatro años , lo que para ella ya era tema de rezos interminables. Para él , la cosa andaba por juergazos interminables. Así que no le había costado mucho dar semejante paso, porque, según repetía hasta el cansancio : 

- Mujeres  para casarse,  una , y para acostarse un montón .

Quedaba bien claro que lo que pretendía era ensanchar haberes, mirar la casona Igarralde desde el frente de otra propia, seguir la farriola  y hacerle cada tanto algún favor a Onsella a ojos cerrados, porque cierto consuelo merecía después de tantos rosarios .

Su hermano, con el que compartía tantas cosas , féminas incluidas , le seguía a medias el razonamiento. Él pensaba que si su padre se había encontrado, por gracia de Dios o de quien fuera , con una mujer-mujer como dicen que había sido su madre Inzura , ¿por qué no les podía pasar a ellos ? ¿ Por qué no una mujer como ella en algún recodo del mundo? De las de casa y cama a la vez. De las que no mueren ni muertas. Como la menor de las Beraztegui, de bolsa vacía y dote de  pasión. A Jean Secours- un raro equilibrio entre la terrenidad del padre y la levedad de la madre- no le sería fácil buscarla y, menos, creer encontrarla , como tiempo después le sucedió. Se empecinó en ello a conciencia , a lo vasco, aunque la meta le pareciera a él mismo cosa de alucinación  . 

El casamiento de Iñaqui fue una farsa completa , como la mayoría de los de aquel tiempo y lugar. La que sí se lo creyó fue la novia quien, haciendo honor al dicho, hasta bonita parecía entre la grisura del mediodía y las blondas de guardar. Tocaba el cielo con las manos porque  tocaba marido, al menos durante la bendición . Y marido de muy buen ver , ya que los Igarralde fueron desde siempre hombres altos, apuestos y compuestos: de mirada marina , labios sedientos , carnes quemantes y brazos generosos. De los que necesitaban  no una Onsella sino una Lady Godiva , cuanto más descuerada mejor. Pero ese era detalle sin importancia, porque por gracia divina ellos y todos los demás podían a la vez salmuerar Onsellas, sancochar  Godivas y salpimentar Julietas. Cuanto más seguido , mejor , y Santas Pascuas para todas , que bueno era que se las considerara y atemperara a placer .

Aquel supo ser  holgorio de todo un pueblo y de algunos de los alrededores también , cuyos vecinos se trasladaron con tantos pertrechos como para sospechar  mudanzas definitivas. Es que no era ocasión a desperdiciar. Las jóvenes fueron endomingadas a descaro por sus madres , porque - nunca se sabía -  en una Boda , hasta en  un caserío como Origi se  podía pescar algún soltero despistado o viudo en desconsuelo. Ya por el último escalón de la Iglesia , bajo llovizna inclemente y después del pesaroso beso del párroco don Papageno a la novia ,  comenzaron los brindis . Fueron los del vino rojo, bien rociado luego durante la comida , y que a los hombres los escalfó o acarameló según fueran sus instintos originales. In vino veritas , como decía totalmente achispado Xandrito, el aprendiz de cura de por vida del lugar.Por el último postre, de los tres que se sirvieron acompañados por la célebre sidra de los Urrieta , no hubo nadie del sexo masculino a no ser el novio que se acordara ni del apellido y - mucho menos - si era casado o por casar. Esa fue causa de terribles equívocos entre viudas y casaderas , porque cuando ya pensaban tener pájaro en mano se les aparecía la pajarona  reenjaulándolo de un manotazo, no sin antes refregárselos por las narinas para que se quedaran en blanco, muertas y apenas con el relumbrón.

Jean Secours no se escapó, por supuesto, del aquelarre general y sin problemas de conciencia al no tener mariscala a quien despistar. Lo miraron , remiraron y alabaron casadas y solteras por igual. Unas, escandalosamente, como si su cara fuera el mapa de Euzkadi completo al que debían memorizar en detalle mientras se estirara la tarde hasta lo imposible, si era hasta la eternidad, mejor. Otras, más modosas, de tanto en tanto, como para aclararle el rumbo con los ojos. El , sin aleteos pero ufano como gallo bien disputado, se dejó almibarar  por unas y otras sin dar la rebanada a ninguna. Sentía que eran la sal de la vida - y de la comida también - pero allí  no había una que pudiera convertirlo en salero. De eso estaba bien seguro aunque hubiera tomado sidra por demás. Al abrazar a su hermano cuando partió hacia Donostia - supremo despilfarro de Bodas para un origense - con una Onsella sonriente al  lado como si de verdad existiera, presintió el horror de lo que lo esperaba. Al menos por una noche. O  siete, como mucho. Para abrazar aquello se necesitaban toneles de sidra. Y no precisamente de los de la novia... Fue la primera vez que le alabó el coraje. Pero no la ambición. Uno de los dos estaba equivocado. Seguramente era él . Pero no había remedio para cambiarlo ni yerbamilagros que lo sanara de los estragos de la ilusión .  

Cuando volvieron los recién casados y en la primera noche en Origi Iñaqui dejó a su flamante mujer en el limbo de los sueños y se la pasó íntegra entre la cama de  La Parrala y las de sus pupilas de Santa Garazi en una francachela histórica , Jean Secours supo que su hermano era quien había desrumbeado. Solamente que no le importaba, ni que lo supiera medio mundo y , menos que menos, la princesa de las sidras de la zona .

El, mientras tanto, había remozado a puro tesón la descalabrada casa de familia. Íntegra: la parte que  le había tocado y la que le había comprado a Iñaqui con ayunos de hogaza y ajo hasta el asco universal. Recuró y  abonó la huerta de juguete , se destalonó del lucero a la  luna por el sostén de sus jamelgos - que sí debían bien comer para resistir el trabajo - y retomó, solo de soledad , el camino de la elaboración de la sidra de familia, olvidada en años de desazón. De ese modo subsistía. Nada de  relumbrar monedas, pero sí de adecentar los días, uno por uno. Eso le alcanzaba y no quería pensar ni por un momento en las palabras finales de su padre, las de la traición del que se queda por no luchar ni buscarse ni arrancarse las penas del corazón. Así , a brazos partidos entre semana para trabajar y tendidos  por sábados y domingos para refocilar, se le pasaron tres años.  

Con veintinueve cumplidos y sin miras de emparejarse marchó un buen  día  por nuevos caballos hasta Iguzea, montando el mejorcito, porque no existía ni el fantasma de un camino y había que atravesar valles a salto de matas. Allí le presentaron con toda alevosía a Aranxta Underain, una de las sobrinas huérfanas del  vendedor en cuestión. Con discreto candidato delante, sin descendencia para colocar y mujer más del otro mundo que de éste, el astuto Ause Underain pensó que hasta con la mayor de las hijas de su hermano muerto podía hacer negocio redondo. Aunque ese era asunto más que  dificultoso.Aranxta contaba con veintiún años difusos que se le multiplicaban en el talle y entornos sin piedad, por lo que ni ella misma soñaba con  hombre para aliviar. Ni era de las que lo necesitara , al parecer.Fea a conciencia pero un pan dulce de buena y  jacarandosa, supo desde su primera ojeada al soltero de Origi  que lo que él andaba procurando era otra cosa - o moza -   y si era de gran donaire , mejor . Así, descartado el blanco por inasible, se le pasó por la mente que quizás  podría  remediar la búsqueda del de su nuevo amigo , porque eso sí fueron ambos por el resto de sus vidas .

Estando el forastero por partir, ya con negocio hecho y planes rehechos con cierta  hembrita vuelta y vuelta de entrecaminos, Aranxta volvió acompañada de su visita de los sábados a Las Descalzas del Nazareno. El mediodía llameaba en la tierra y al viajero le pareció que de golpe  el sol cambiaba de centro , se refundaba y estallaba en la joven de negro inaudito que tenía enfrente. Nieve y noche, la hermana menor de Aranxta de diecinueve años emparedados en un convento por decisión propia y a punto de nupcias divinas, apenas  lo miró. Pero Godelieve Underain incineró a Jean Secours Igarralde en cuerpo y alma sin proponérselo ni en el suspiro que se le desgranaba entre los Avemarías, mitad mudos y mitad balbuceados, que siempre andaba entonándole al aire. Allí mismo él olvidó ramera, rocines y otras cosas y aceptó gustoso la deliberada  invitación del tío  para el fin de semana. Fustinana , la mujer de Ause , aceptó como siempre su decisión sin pestañear porque le daba igual que entraran cuatro por la  puerta y siete por las ventanas. Ella era de las que  hacía y deshacía lo cotidiano sin dejar de hamacarse en una nube, cosa que la mayoría miraba como chifladura sin sospechar que  era la única forma que había encontrado para soportar la mezquindad del marido hasta la muerte.  

El joven de Origi no sólo se quedó aquel fin de semana. Volvió muchos más. En cuanto a la novicia- aunque tío  y  hermana  le alababan al buen mozo hasta dormida cuando se quedaba en la casa- jamás se le escuchó un comentario sobre él :  bueno o malo , regular o irregular. Ya por entonces había comenzado a tragarse las palabras, pero nadie se imaginó hasta dónde  llegaría aquel delirio y cuánto  le vedaría  la plenitud de vivir. Nadie supo tampoco por qué se casó tan plácidamente con Jean Secours Igarralde en pocos meses para terminar escarchándole el corazón en algunos años. Porque si pretendida  fue, obligada no. Era de las que había entregado su dotecilla al convento a los catorce años, cuando sangrando se supo mujer. Había asimilado su condena de esclava segura: de  Cristo o de Satán. Del primero, algo sabía y era bueno. Del segundo, mucho había oído : era espeluznante y se posesionaba de una en un santiamén. Durante cinco años - acunada por los responsos ya apocalípticos de su recién ordenado tío Uroz  y rechazada por Ause al verse sin moneda - se mantuvo feliz en el Señor , orando desde el alba al anochecer y bordando holandas de primor. Pero un buen día , casi  muda  y tan  hermosa , saltó de Las Descalzas del Nazareno de Iguzea a la vieja casona de los Igarralde de Orig sin pestañear. Como si el forastero le hubiera atemperado los ánimos. Como si apenas cambiara de convento. O como si hubiera entendido, por fin, que andaba por la tierra y que el hombre que la pretendía no era , precisamente , de los de admirar y  en el altar guardar. Como si  se hubiera arriesgado a zambullirse en  la vida igual que en los rezos: con alma y corazón .

Fue un desastre ecuménico. De los que aún presentidos impactan igual . Tanto más, si se piensa que durante el primer año de casados, y para asombro de los dos pueblos, la pareja se lo había pasado intramuros. Y de los que ardían a todo dar. Lo único que salía de ellos era el marido, derruído al alba para trabajar, y los ardientes Aleluyas entonados por su mujer al atardecer, que saetaban el aire y se escuchaban hasta por los sótanos de la iglesia, hincando a los monaguillos en penitente oración. A no ser en misa o para las fiestas Patronales, la cara de ella era apenas soñada o recordada como estampita. Tema resabroso para las chimenteras de camas gélidas y Novenas agónicas, que armaron y desarmaron las más truculentas historias a costa de la ex novicia metida a amante desatada. La pareja prescindía ostensiblemente del mundo y cuando se dignaba bajar a él se mostraba imperturbable, con la placidez de la buena sidra : reposando en el fragor de la última burbuja

Fue cuando los guerreados en amores coincidieron que en casa tan bien celada la combustión debía ser  perpetua  y del fuego no se salvaban ni las Reliquias de Porciúncula de Moriviví , flor y beata honoradas por la huérfana de Iguzea. Hasta cuando el embarazo comenzó a redondearle la esbeltez ambos continuaron su amorosa clausura , la que aparentemente les daba y sobraba para descubrir otros mundos uno en el otro sin necesidad de traspasar la desvencijada puerta de la casa. Cómo ella había desplazado el  rosario por el holgorio apenas entre el “Sí acepto” y la primera noche de amor, nadie lo sabía. Pero bastó para reavivar  las imaginerías  pueblerinas del tono que fueran: divinas , profanas, intermedias o de gamas confusas.

Así , cuando todos pensaban que el joven Igarralde había desbocado de amor a la pétrea Underain, una mala tarde cercana al parto, de regreso de una de sus giras de provincia,  él estuvo apenas unas horas en la casa y luego corrió como llevado por el diablo a la taberna El Venado Errante, la única del pueblo en toda su historia. Desde aquel momento, sus amigos comenzaron a percibir que el alma se le había empezado a deshenebrar de a poco y sin vuelta. Y que la cosa venía , seguro, porque ella había reatacado con sus rezos sin aparente razón. Por lo menos eso pensaban los que habían balconeado aquel año íntegro de fervores inauditos.

Tan súbitamente como había estallado , aquella relación se amustiaba día tras día , hasta que en uno de ingrata memoria Jean Secours comprendió con amargura que Godelieve Underain apenas había osado tocar el polvo de este mundo decidiendo ignorarlo de la noche a la mañana , a él incluido, sin palabras ni dudas . Al menos en apariencia . Por esos días ya estaba pesadísima, hinchada, a un mes del parto, y lloraba a solas cuando se veía frente al enorme espejo del armario del dormitorio de quemantes recuerdos. Así , como tomando fuerzas para un vuelo definitivo, con un hijo por vivir y ella sobreviviendo, comenzó a ignorar al marido con porfía. Fue por entonces cuando Jean Secours empezó a justificar la frialdad marmórea del trato de su hermano Iñaqui hacia Onsella Urrieta, aunque le hubiera engendrado dos hijos entre sus hielos perennes. Pero ni eso le entibió  el  desamparo. Se tragó las lágrimas como mal pudo , a lo vasco.Porque su historia era peor : él amaba  a Godelieve Underain. La había elegido, la había acunado en sus sueños , la había convertido en  espejo de esos sueños. Iñaqui había optado por una casa y él por una mujer. Así de simple. Si la casa resultaba fría , con buenos braseros se  caldeaba. Y para aplacar ardores, hembras prestas sobraban. “Hombre desvenado no se queda  con cenizas: apenas son cosa muerta. Lo que necesita es fogata. De dos leños  y vuelta y vuelta. No importa por cuánto, porque lo que cuenta es el brío. Si se alarga unos meses , qué bueno. Si es por años, mejor”, pensaba. De esa manera desencontrada , los dos hermanos Igarralde se fueron tragando el veneno del desamor. Uno, aliquebrado. El otro, desfogándose entre las   primeras faldas que encontraba a la vuelta del camino.  

En el albear de 1800 Godelieve traspasó su primer hijo al mundo. Fue tal cual , porque nunca se supo - aparte de sus alaridos de parturienta del fondo del infierno - si en verdad lo deseó , la conmovió o si , simplemente , alguna vez lo amó. Su marido- que por entonces todavía esperaba de ella alguna respuesta- estuvo de rodillas a su lado durante todo el parto tragándose las lágrimas y el desconcierto, acariciándola torpemente y colocándole vendas frescas sobre los párpados en  llama. Aranxta fue la que tironeó las nalgas del niño , que , tozudamente , se presentó sentado y de ojos abiertos como caracolas. Se había requerido la ayuda de una comadrona pero ella, como en casi todos los menesteres de la vida, había resultado la más serena,  rápida y expeditiva en acción y decisión. Firme , salvó de un navajazo al recién nacido de las estepas de su madre , lo remojó en yerba de arcángeles y agua de mirra , lo arrebozó y se lo alcanzó a la hermana. Desmembrada , inerte, bañada en sudor , asco  y  miedo , Godelieve los miró a ambos desde la sábanas revueltas. Sin una mueca , habló:

- ¿ Qué es ? - le preguntó , con un eco de ansiedad en su voz -.

- Un hermoso varón , hermana . ¡Enterito! ¡ Y por la gracia de Dios! - ,  le contestó Aranxta  radiante , tendiéndoselo .

- Entonces será  libre. Y fuerte - le contestó sin tomarlo y apenas rozarlo con su mirar  de ceniza - . No necesitará de mí -. Y dando vuelta la cara, cerró los ojos para descansar o rezar o pedir perdón  por el desatino de haber sido penetrada y fecundada como vulgar mujer y no como María ,  sin pecado original  y destinada a la inmortalidad .

Fue en ese preciso momento en el que su marido decidió bautizar al niño con un simple Jean  por primera vez en la historia de los primogénitos de la familia. Pensó que el Secours no los había socorrido , precisamente , en  nada. Y a ninguno, que el supiera. No habían pasado de ser unos seres grisáceos. Unos medio y medio: medio agenciados, medio astutos, medio agraciados...Y nada felices. A no ser su padre , en el meteoro de gracia en que lo había atrapado Inzura Beraztegui. Así  nació Jean , a secas , entre los óleos de don Papageno y los brazos de sus padrinos Iñaqui y Aranxta. Ella se había mudado a Origi  a consolar a su hermana  de los afanes del hogar , de los hombres y del premio viviente que les endilgan a las incautas que con ellos yacen. Se convirtió en el único soplo de vida  para aquel niñito perdido entre los ánimos incinerados del padre  y las cumbres nevadas de la madre. Aunque Godelieve aún algo hablaba: lo indispensable, mínimo e intrascendente. Como para que la dejaran tranquila lo más rápido posible para sus oraciones eternas, por un año relegadas y de por vida recuperadas.

Por esos días todavía el marido la penetraba, con ganas, con retazos de sueños, con todo su amor. Pero ella jamás volvió a la libertad salvaje de recién casada, cancelándose la gracia de perderse en la agonía de aquellos ojos ahogada en su propia agonía. Con el sabor agridulce de saber que no habría mujer en la tierra capaz de desfogar con tal saña a Jean Secours Igarralde como ella lo había hecho, no importaba el tiempo que le quedara por vivir.

A los tres años, ella se desentendió del todo de su cuerpo y del mundo con el nacimiento de su segundo y último hijo. Otro varón. No necesitó preguntarlo porque el parto había sido fácil y había alcanzado a verle la marca del sexo mientras Aranxta lo arropaba en el aire gélido. Con la misma impavidez que casi siempre había mostrado, tomó el rosario y se dio vuelta hacia la pared  con los ojazos abiertos y húmedos como si fuera a  llorar. Pero no soltó una sola lágrima. Ni ese día ni nunca. Nunca , además , le confesó siquiera a su hermana qué cosa  había sentido - o no – por sus hijos. Qué cosa había esperado o soñado. Si  había deseado en secreto - quizás - que fueran mujeres con madre en quien confiar y no huérfanas  como ella y Aranxta desde niñas, malviviendo de prestado, comiendo de prestado, aguantándose de prestado. Todas migajas. Una humillación perpetua por la que hasta debían agradecer , como Dios y los hombres mandan y las mujeres nunca saben  el porqué.

Victoire entró a la vida sin pedirlo y Godelieve se exilió de ella queriendo. Desde aquel momento se hizo famosa en Origi  y alrededores por tragarse las pocas palabras que aún le quedaban. Autopenitencia o demencia , pasó a hablar sólo cuatro veces por año y por compromiso: por Pascua de Resurrección , para su cumpleaños los 7 de setiembre, para el día de la Virgen el 8 de diciembre  y para la Navidad , desde la bendición  de la misa de Gallo hasta la medianoche del 25. Fue el final notorio de lo que  más o menos había sido una pareja , dejando de lado sus rarezas eternas. Jean Secours intentó  hablarle a las paredes, ya que a ella era imposible; dejó de mirar hasta a los hijos , ya que a  ella no podía hacerlo ni de lejos; dejó de estar, estando; y de ser, siendo.

Viendo que el barco hacía agua por todos lados,  Aranxta tomó el almirantazgo general de casa, cocina y niños incluidos. Fue la sal  y el azúcar y los juegos y los cuentos y los jarabes y los desvelos de Jean y Victoire. Se criaron por y con ella, como si fueran huérfanos de toda orfandad, con los padres sonambuleando por la casa, extraviados uno del otro, tan cerca y tan lejos del milagro de vivir.  

Los años gatearon , caminaron y corrieron. Intactos y neutros. Para los dos niños aquella presencia inerte de los padres fue difícil de tragar y mucho más de olvidar, a pesar de la catarata amorosa de Aranxta , sus fábulas locas y sus invenciones infinitas. No pudieron  entender por qué los responsables de sus vidas no se las iluminaron un poco con cualquier migaja: una sonrisa, una caminata , una caricia. No podían adivinar que el padre había buscado en la madre la razón de existir y que ella , quizá , también lo había hecho al entregársele, cambiándolo por los arcángeles al menos en once meses de ilusión. No podían presentir todavía las tinieblas del desamparo. Y menos podían explicarse cómo el desamor había mantenido firmes, frente a frente, a aquellos dos solitarios. Solamente fueron capaces de rechazarlos, sin siquiera adivinar que el desamor es muchas veces la cara borroneada de un amor que murió.

Recién por Guardalamar del Sur, Jean podría atisbar que solamente un gran amor puede clavar la espina del desamor. Y que esa espina es tan aguda como la primera. Victoire,  en cambio , decidió curarse en salud y no dejó que se  le metiera una mujer más allá de la piel en toda su vida. Fue uno más , entre tantos hijos que en el mundo han sido , que se autocanceló los sueños , no fuera cosa de desmilagrarle la vida o otros como lo habían hecho con él a  pura inconciencia .     

Aranxta no pudo remediar la desgracia de la pareja pero tuvo mejor suerte con los sobrinos porque, hijos del desapego , estaban deseosos de atención y ternura infinitas. Luchó como una loba para poder ser lo que realmente fue: padre , madre y espíritu . El de ella,  por supuesto. Esa especie de trinidad los salvó de algunas cosas, los protegió de otras y los preparó para enfrentar un montón . Se metieron en la vida , para empezar , lo que no era poco sin padres como lanza y coraza para guerrearla. Primero , llegaron hasta la puerta . Luego , la abrieron. Y después , tambaleantes , empezaron a andar el camino. Con miedo  y con náuseas . Pero con ganas, con todas las que su tía  se había guardado en el alma de soltera irremediable y les había trasvasado con el fervor del que ha tenido por años encepado el corazón .

Jean  y Victoire aprendieron  lo que se podía en las clases de dos por cuatro de don Papageno y lo que no se podía fuera de ellas. Corretearon siestas prohibidas, nadaron aguas tumultuosas, remedaron vejetes bamboleantes, liberaron chanchos cautivos, bautizaron gatos displicentes, repelaron  perros vagamundos y coliquemaron rocines propios  y vacas ajenas. Hasta se prepararon para largarse de trotamundos en una noche de luna llena , ya con la comezón del sexo  por sangre y bajíos. Pero como les faltaba el último capítulo de una de las fantásticas historias  de Aranxta , se quedaron. Al otro día el sol les propuso otros rumbos y pospusieron la fuga para nunca. Fue el primer intento de  correcaminos frustrados en  la familia, de los que- océano de por medio- tendría tan dignos y obstinados representantes. Sin terminar los estudios mínimos, con cinco latines y algunos números bailándoles en los sesos sin ton ni son,  empezaron a aliviarle el trabajo al padre , que era en lo único que se le podía aliviar.

Dentro de la estrechez  repartida del pueblo, los Igarralde siempre habían relumbrado por inusuales emprendimientos: tres chanchos en lugar de dos, cuatro caballos por tres o dos quintillas inciertas por la seguridad de una. Pero Jean Secours , entre el desamor de Godelieve y el autoreproche de saberse un fracaso con los hijos, andaba casi sin ideas por esos días. Fue cuando a Jean , con catorce  años cumplidos , se le ocurrió una : la de aunar caballo y rueda  para bien negociar , como se estilaba por otros lares.

-¡Empeñémosnos! Rematemos los jamelgos, compremos caballos nuevos y dos carromatos. No puede fallar - propuso .

Tuvo razón. Pasaron seis meses a sopa pero salieron adelante. Desde Origi y hasta La’rane, Lakara, Aterei , Sunarete , Lakinge , Ataratze , Trois Villes, Alotze , Saukis , Auzuruku,  Iguzea y Santa Garazi,  no dejaron queso y cosa por transportar. Cabras , patos , vacas , burros , perros, muebles- mesa, silla,aparador - , gente -  pelo fino ,  medio pelo , sin pelo-  y todo lo que allí cupiera y moneda cumpliera. También fue una marca de fábrica , porque, excepto Jean - al que le dio por camperear al llegar a las tierras del Sur - varios de los  primogénitos Igarralde se dedicaron a  desbravar caminos , desde las  diligencias hasta el Ford y más. Sin esa simbiosis hombre-vehículo quizás no hubieran llegado a ser lo que realmente fueron : unos ilusionistas del camino. Casi una profesión .

Una  noche, ya jovencitos , mientras afuera la lluvia inundaba el mundo , Jean y Victoire se dieron cuenta de que ya no les bastaba el caminero encantado de fábulas de Aranxta  desde el Génesis hasta el infinito. Les hacía falta algo más: calmarse piel y sangre, insomnios y pesadillas, sudores gélidos y sueños quemantes. Apagar el brasero.Y cuanto antes,  mejor.  De hembras para el servicio ya conocían las mentas de las de Santa Garazi y hasta de alguna  desgraciada casi en desuso de las de Orig y alrededores. Como dentro de cada uno el volcán lo que quería era reventar y la espera había llegado al límite , a la tarde siguiente se reunieron con  Fortún Bidaureta  y  el primo Jacques , hijo de Iñaqui  y Onsella Urrieta. Faltaba Íñigo Mendikota , que no estaba en el pueblo a causa de uno de sus viajes de trabajo con el padre hacia Donostia , adonde ya  había sido iniciado alevosamente en las travesías por cavernas de mujer. El y Jacques  los habían sazonado poco a poco a los tres con sus cuentos incandescentes hasta dejarles la carne a punto para el acontecimiento. Porque también el primo ya había debutado noches en blanco, rameras en rojo y sábanas  en  retirada. Conclusión : los tres se sentían desbocados y prontos para la carrera , cuanto más larga mejor.  

Esa misma noche ensillaron bestias para no despertar sospechas de cuatro ruedas y se fueron a Santa Garazi , lugar que , por cierto , de santo tenía poco y de Santas ninguna , ni con minúscula. Beatas sí había, pero ese era un mal incurable en todo Euzkadi, que las veía amanecer iglesias rosario en mano y chimento en boca , a falta de algo más digno de saborear.

Después de guardar los caballos en la cuadra vecina a la plaza, Jean , Victoire y Fortún,  aterrados, se acomodaron las ansias para la gran noche. Por recomendación de Jacques- que decía conocer todas las “casas marcadas”con pendón acorde en la puerta y las “no marcadas” para amparar la doble vida de la fémina en cuestión- , no hicieron toda la gira nocturna como correspondía . Eso sí , pasaron por El Oso Verde , la taberna ineludible para aderezar las entrañas  y después rumbearon  hacia lo de la suprema Aiuda. Era de las que ayudaba de veras : una experta en desvirgar donceles del calibre que fueran . A cambio de buenas monedas, como el hecho ameritaba. No en vano era conocida en todo Litzare como La Maestra : vocación sincera , estudio permanente y tiempo completo. Cuarentona larga , peliroja leve , pecosilla , alta , bonitonga , de suculentas carnes y  jacarandosa, Aiuda los recibió fascinada porque allí mismo calculó la ganancia fácil de dos meses eternos con vejetes al borde de la nada. Mercadeó su  Aiuda x 3,  con Jacques como representante de los inminentes romeros de sus montes, abismos y ensenadas y le prometió la máxima nota de su parte y la aproximación segura para los principiantes.  

Ambos lo sabían : apagarse las primeras brasas con ella era prenderle fuego a un monte de abetos. Uno tenía que pedirle auxilio a cada rato y por bastante tiempo. Después, sabiamente , La Maestra hacía un pase acorde al apodo hacia alguna hembrita adiestrada en  potros recién desbravados. Y ella , tan calma , volvía a recontar  monedas  y a  atesorar afanes para sus futuros alumnos.

Como casi  todas , esa primera vez  fue de las de mucha pena y poca gloria. A pesar de la maestría de Aiuda , que los besuqueó descueró rebesuqueó desvenó rerebesuqueó montó y remató con artilugios sin par , ninguno entendió bien lo que allí había pasado exactamente. Ni por qué habían perdido el sentido en un abrir y cerrar de ojos ensartado en la eternidad.Lo más sonado fue lo de Fortún , que cuando se le nubló la vista en medio de sudores, estertores y espasmos, se puso a gritar como condenado al infierno tan mentado en los sermones dominicales de don Papageno.

 _¡Socorro!...¡Socorrooooooo!¡Meestámatandooooooooo!..Meee..e...s...taaaaaaaaaaaaaaaaaaan...maaaaaa...tan......ddddddddd

...oooooooooooooooooooooo- aullaba.

Implacablemente, el pedido de auxilio se repitió. Por lo que todos los oyentes entendieron que se murió dos veces  y que ni en el más allá de sus retozos Aiuda habría dejado de calcular el aumento de la tarifa . No tan sonado pero sí cacheteado fue lo de Victoire , que cuando se le esfumó el rostro de La Maestra en medio de un despulsar histórico hacia el Más Allá, se la imaginó yegua en competencia y la fusteó con tal saña que la misma le cortó los postreros vítores en el último tramo de la llegada y terminó la fiesta jadeanado sin consuelo abrazado a la colcha azul de la archifamosa cama .

Lo de Jean , no por callado había sido más heroico. Todo había marchado sobre ruedas-  las de él o las de ella, según el fragor - hasta que empezó a sentir que los huesos se le espumaban  y que una víbora inmensa y caliente le atravesaba las venas  pidiendo una salida urgente y viscosa que la mujer le exigía sin piedad . Y él debía dársela . El quería dársela . Entonces seguía bregando, más y más, mucho más. Después, ella empezó a gemiquear como si le pidiera algo desesperadamente y él  percibió que sí , que se lo daría , fuera lo que fuera . Entre el miedo a la muerte pero envuelto en ella , en  medio de aquel revoltijo con una desconocida y perdido en su pozo de todos y de ninguno, el mayor de los Igarralde se dió cuenta de que estaba llegando a un límite.Y de que lo traspasaría también. Cuando ella empezó a desintegrarse en el vacío, arrastrándolo desde su cava espumosa a un seguro exterminio , él percibió - lejana- una náusea  irrefrenable. Apenas pudo contenerla con un álito de fuerza en el centro de aquel laberinto de incierta salida. Supo que si había una era la de entregarse, la de irse en aquel pulsar alienado de dos instrumentos buscando un acorde a la par.

Fue así que llegó al primer finale-inaudito y feroz - y luego a varios más, hasta la inercia. Desde ella, logró dejar a la mujer entre las sábanas y se  largó tambaleante de vértigos hacia el retrete vecino. No alcanzó a arrodillarse para largar el asco y el terror bilioso de su prueba de hombría. Se bañó en ellos sintiéndose menos que una rata devorada por una loba : triturada , digerida , defecada. Que volvería a ser rata . Redevorada y defecada una y otra vez... Se sentía vaciado de algo , era verdad.  Pero allí mismo presintió que no habría tregua con ese algo y, menos , tranquilidad . Era como tener alas pero necesitar de otro para volar , quienquiera que fuera el otro y dondequiera que se presentara  el vuelo . “Si esto es ser un hombre resulta bien jodido - pensó -. De libertad , apenas tiene el nombre:  treinta minutos de delirio  y dos de engaño.”

Bien colmada por el debutante, al abrir los ojos  y verlo en semejante estado Aiuda saltó de la cama  echándose una bata roja encima de sus desnudeces y llamó a una criada para socorrerlo.Hembra diligente para todo, ordenó presta  tina con agua de yerbas para reponerlo de fatigas, vómitos y pérdidas. Del tono que fuera.n. Allí lo dejó reposar largo rato mientras ella, cosquilléandolo con la melena flotante, le masajeaba cada tanto nuca y espalda bautizándolo en el placer de sus óleos zíngaros por mentón, orejas y aledaños. Sin palabras, ella misma lo vistió sabiamente , como en otro ritual de otra iniciación anunciada. Al finalizar , le miró los ojos de ola en fuga y la cara amanzanada de verguenza. Le gustó de veras. Tanto como en la cama. Le sonrió como dándole la máxima calificación mientras le acomodaba un mechón húmedo que le caía sobre la frente. Después, acariciándole lentamente el hoyuelo de la barbilla con sus largos dedos de maga, le habló.

- Serás un hombre dividido. Los rasgos no mienten - le susurró - Entre el cielo y el infierno, como hoy. Siempre - Y sus ojos renegros le auguraban más tempestades de las que ya le había adelantado en dos horas de navegación.

Jean  hizo un último y sobrehumano esfuerzo desviándole la mirada , temblando ante la idea de penetrarla de nuevo y no saber si todo se repetiría o se estrellaría en un fracaso universal.  Aiuda le leyó el pensamiento con la misma clarividencia que le había anticipado su  furor de potrillo desde la largada .Como si se conocieran desde hacía mil años, le apretó la mano derecha con la suya y le rozó un adiós en la boca. Fue tan condoroso como para  encorajinarlo a volver. Como para insinuarle que además de los baños de lava o  yerbaquitachuchos también podía ofrecerle el almíbar de otra intimidad. Jean esbozó a malapena una sonrisa y la oleada de su mirada la traspasó, escapándosele sin permiso. Se despidió sin palabras. No hacían falta. Los dos sabían que la fogata apenas comenzaba  y que para apagarla les sobraba  tiempo .

En el  burdel no quedaba ni una mosca deslunada por los tachos de la basura .Las pupilas dormían exangües, mientras que los saciados clientes intentarían hacerlo ya en sus camas de mujeres yertas, sumidas en el desamparo. Eso pensaba Jean , saliendo de  puntillas , no fuera cosa de despertar tan merecido sueño. Después de dar unos cuantos pasos los vió al final de la calle, sentados sobre las piedras de la vereda. Allí estaban sus amigos, ya machos como él : solos de toda soledad. Con el pasado en blanco.Y el futuro también. Se abrazaron sin decirse una palabra. Luego se fueron al Osezno Rojo, ubicado astutamente frente al  Oso Verde por los más que astutos dueños de ambos reductos. Expertos en copas, los Yguren comandaban las espirituosas noches  y los enlechados amaneceres  por igual . Porque el colorado Osezno era ni más ni menos que tambo de reparto y servida de leche humeante y sustanciosa . Así – a vuelta y vuelta- encurdelaban a sus parroquianos y, al cerrar , seguían el negocio desencurdelándolos. Pareja de lo mejor , Moncho  y Aletxa  sumaban buenas monedas.  Ella con el rojo  y él con el verde,  hacían de los osos lo que se les antojaba .

En el Osezno Rojo los amigos bebieron  sus buenos copones de leche, esperando a que rompiera el día. Recién entonces se encaminaron a la cuadra maloliente de amanecer para  hacerse de los caballos abandonados que los devolverían aparentemente sanos y salvos a Origi.  Ya en el camino, entre las brumas del día y con tal llaga abierta a mansalva, cada uno se preguntaba en silencio muchas cosas. Por ejemplo, cómo hubiera continuado la vida sin aquel descubrimiento feroz; sin haber perdido el estupor; sin haber caído a un abismo. Sin sentirse   enyugados a aquel desenfreno : cientos, miles de veces, con la que fuera , dónde fuera y hasta la muerte.

Por unos cuantos meses, tal como lo había presentido aquella noche, Jean volvió semana a semana a la cama de Aiuda. Y fue, a la vez, sumiso y desbocado. Esos combates hicieron época en Santa Garazi , que aunque estaba hecha al cuerpo a cuerpo desde siglos, no lograba cerrar ojo ni tapar oído ante tantos  ruegos y  jadeos. Lo que se dice un desbarranque. Tal, que cada vez que él la dejaba , ella decretaba ayuno y abstinencia, colocándose una flor roja en el escote que cancelaba sus intimidades “por indisposiciones varias”.  Al menos por unos días... Lo suficientes para que la Maestra se repusiera de los archifrondosos cálculos, ángulos y  resúmenes que le exigía su alumno número uno. Jean le agradeció toda su  vida por haberlo convertido en argonauta del sexo al enseñarle sabiamente cómo navegar mujer hasta el horizonte y más allá :  el infinito, el resplandor y la nada. Por eso, durante su larga existencia  la recordó con cariño y si tuvo alguna vez que definirla - durante o después - no encontró más palabras que : “Desenfreno y ternura”. Eso la dio Aiuda en su despertar a la vida.

-¡Casi nada!. Es como si te hubieras encamado con el Hada Morgana , con varita mágica y todo -  le contestó una vez su hermano Victoire ,  que no había ligado tan bien en sus primeros viajes por rutas de féminas .

Cuando Aiuda se dio cuenta  de que aquel almíbar ya  punteaba  y que un poco más de fuego la dejaría a ella en un quemo sin redención, bajó la guardia y  poquito a poco se lo fue serviendo a otras hembras golosas que acogieron al preferido sin chistar y lo paladearon sin parar.  Así fue como las noches de los dos hermanos y Fortún Bidaureta - junto a  los “expertos”  Jacques Igarralde e Íñigo Mendikota - pasaron del rojo al escarlata y tuvieron las  mujeres de todos los sabores y colores que pudieron pagar.

Hubo algunas notorias. Una de ellas fue Bidania , la de Iruña , a la que los jóvenes campeaban con holgura y que llevó a más de un vejete de la zona al éxtasis supremo de paso hacia la tumba. Inolvidable por los furores de todo tipo que desembretó fue Uranzia , La Marina,  que había llegado al prostíbulo De las Ventas de Santa Garazi un día ventoso y gris que muchos maldijeron a conciencia. Sus aires tumbaron a más de uno , Jean incluido. Entre su piel de seda , su melena de trigo , su olor a mar , su risa de chirimía y sus vísceras de llama, desatesoró a muchos ilustres , desnalgó a varios mediopelo y rebenqueó a los pintunes de todos los pueblos , poblados , caseríos , ciudades y hasta ciertos conventos de la provincia  y alrededores.  Fue cuando ellos andaban por los veinte años. Uranzia no tenía más de treinta  muy bien cuidados , cosa rara para los tiempos que corrían y la vida que gastaba . Eso bastó para encender la fantasía de más de uno endilgándole buena sangre de nacimiento , mala cama  al adolescer y votos de ramera permanente hasta perecer. Pero de su vida jamás se supo otra cosa que venía del mar. Algo que se notaba enseguida que empezaba a mecerse con brío de ola entre las sábanas y que arrastraba húmedo a su tripulante hacia naufragio seguro por sus rutas de perdición . 

Una de esas noches en que Jean había llegado descrestado por la urgencia de capearle el  oleaje y  mientras esperaba su turno entre copas , lo vió . Despedido por  la susodicha frente a  la puerta de su camarote de liviandade, estaba su propio padre. Toda la lógica de su mitad  terrena lo entendió. Pero su otra mitad lo condenó.Se quedó atornillado a la silla , sin sentir nada más que el latido del corazón recordándole que vivía , que a pesar de todo seguía viviendo; que él  estaba esperando vaciar su desamor en la misma mujer en que su infeliz padre lo había hecho; que recorrería su mismo camino en el olvido de dos horas de desenfreno; que los dos soñaban con  poseerla y que por eso estaban allí , como tantos , para  desfogarse  sin culpas en los abismos públicos de la más hermosa de todas las hembras de todos los hombres. Con aquel caos en su mente, en aquel mismo instante decidió irse y no solicitar los favores ilimitados de La Marina nunca más. Su padre no alcanzó a verlo porque seguía arrebozado en  los brazos de la bella , que sin duda había recibido premio en contante y medalla al mérito. Pero el resto de los parroquianos sí,  por lo que Jean estaba seguro de que le irían con el chimento y  que en el café del amanecer, entre  hogaza y  queso, estarían las entrañas calientes de Uranzia ofreciéndoseles y maullándoles desde el fuentón blanquiverde de las torrejas. Fue tal cual , pero como también estuvo  Aranxta - que siempre se levantaba a las cinco, fuera invierno o verano, - los gemidos reveladores no se escucharon más que adentro de cada uno. El café les supo a orines de gato viejo, pero se lo tuvieron que tragar a malapena y sin mirarse. Lo que no pudieron fue probar bocado de la escandalosa fuente que brillanteaba de sabrosuras : presentes y ausentes.  

Jean siempre recordaría esa mañana como una de las más tristes de su vida. No precisamente dramática . Aliquebrada. Y reveladora , porque ante la muda certeza de la mujer compartida, él pudo saber más de su padre que a través de  las escasas palabras del resto de una vida en común. Comprendió que su infelicidad era eterna y sus desahogos efímeros y que no había mujer - ni siquiera en la cama - que le hiciera olvidar la  insensatez escarchada de la suya. Comprendió, ante su  impotente gesto de ternura al despedirlo, que Jean Secours Igarralde no había podido darles lo que no conocía , lo que apenas había vislumbrado, lo que siempre había soñado con tener desde que había perdido a la madre hacía tantísimos años. Allí mismo supo que lo amaba, que lo podía llamar aitá, con la misma entrega de cuando era niño: sin exigir respuestas. Fue cuando una frase le explotó en la memoria : Ama al prójimo como a tí mismo. Se sintió en paz, a pesar de la noche tempestuosa  y del  desayuno agónico. “Es algo tan simple - pensó - que resulta difícil  de entender. Y de practicar.” Jean supo esa mañana que el padre lo necesitaba desde su ausencia y se prometió no rematarle el abandono hasta que le llegara la muerte .

Ya por entonces le había empezado la comezón de lo desconocido, del sueño  gitaneril de una vida en ultramar buscándose a sí mismo en otras tierras, cuanto más alejadas mejor. Él y Victoire sabían de las últimas palabras del abuelo, de su desencanto final, de su consejo a los hijos de rematar lo poco y zambullirse en el quizás , entre otras gentes y otros mares del reverso del mundo. El  padre sabía que lo sabían y que , al menos Jean , había desaprobado siempre su decisión de quedarse en  el digno malpasar y la grisura eterna de Orig , de todo Euzkadi , de esa tierra hermosa e impródiga. Buena sólo para unos pocos : el resto a terronear.

Fue por esos días cuando se enhebró, junto con Fortún Bidaureta, a las ideas utópicas  de  Saint - Simon  y de Fourier. Con pocos años, muchas ansias y escaso horizonte, aquella audaz propuesta de  transformación  de la sociedad  les retempló los sueños de libertad, igualdad y fraternidad  guardados en el baúl  de los trastos viejos por todo el mundo.Y en Francia  también, lo que resultaba la peor de las traiciones.Les parecía maravillosa la idea de propiedad para todos, aunque no se supiera cómo lograrlo, y la de un gobierno de técnicos y  sabios, aunque no se supiera dónde encontrarlos y - menos - conservarlos. En realidad , la magia consistía en creerlo , en sentir que se podía, que  vivirían en una sociedad más justa , más digna , más solidaria. Alguna vez. Así , entre  horas sosas y trabajos semiagrios , esas ideas les salpimentaban la veintena taponeándoles la inclemencia de la realidad. Deslomados durante cinco días de trabajo y dos noches de refocilos, igual les quedaba tiempo para discurrir al alba sobre la nueva sociedad  que el socialismo refundaría en la tierra tarde o temprano. No se quedaron con eso : fueron los únicos origenses que se unieron al flamante Círculo de Ataratze , nacido hacía poco tiempo en el pueblo del mismo nombre. Resultaron más o menos co-fundadores de la quimera con los tres hermanos Etchevarren , que se habían deslumbrado con ella en un viaje de mercadeo por Baiona. De él habían vuelto con pocas monedas pero muchos sueños. Lo de Círculo le venía de perlas porque hasta  en provincia tan esmerada y cercana al golfo como aquella ningún grupo contaba con más de diez miembros. Y eso , en el mejor de los casos.   

Entre gallos y medianoche, en un galpón semiderruído,embozados como si fueran asesinos, los cinco de Ataratze se empecinaron cada quince días y en domingo, en abrir brechas en los sesos de los probables adeptos a la causa.Es más, cada tanto se largaban a recorrer otros poblados de Litzare: los peores, los hambreados , los de diez casuchas y una caballeriza. La pasión los llevaba a pensar que era precisamente en medio de la nada donde encontrarían gente para combatirla. Les costó más de dos años y muchos sinsabores descubrir que el que está en la nada tiene miedo hasta de perderla y que el miedo es más fuerte que el hambre cuando no se aprendió a leer para saber lo contrario. De cualquier modo, aquel fue para Jean Igarralde el único tiempo realmente inolvidable de su vida en Origi. Fervoroso y auténtico. Dos cosas que se atesoran hasta el cajón.

El fracaso de la empresa, que fue descomunal como todos en los que se sueña  demasiado, se lo tragó a lo vasco : con tres copas y ni una mueca. Pero no se lo llevó al nuevo mundo.Lo enterró con sus  camaradas de delirio en una noche como raíz de ruda, cuando asumieron que nunca habían podido coincidir más de siete miembros - y a veces- porque ya un octavo creaba un conflicto; que los otros Círculos de las provincias lindantes de Baiona y Donibane-Garazi apenas se movían morbosamente hacia su propio centro; que  crecer hacia la tangente era imposible y traspasarla, la muerte; y que ésa había sido cosa anunciada. Solos de toda soledad, cada grupúsculo seguiría en lo suyo hasta el fin : buscando dentro de sí lo que solamente el otro podría darle.

Dos de los Etchevarren, deshebrados ante semejante revés, se habían marchado en un viaje interminable hacia cualquier parte.Tanto, que llegarían al fin del mundo. Tanto, que más de cien años después, sus descendientes y los de Jean Igarralde se reconocerían en la vazquedad  por Guardalamar del Sur, en un lugar llamado Cantalejos. La cosa ritmaría  con los siglos. Por el diecinueve, andarían en acercamientos.Por el veinte , y de generación en generación, ya  habría de todo: amigueos, amoríos y hasta el impacto de una relación de pareja cuya obstinación llega al  nuevo milenio. Prodigio digno de tales antepasados.    

El fervor socialista del Jean juvenil fue aprobado a corazón abierto por su tía Aranxta,  condenado de palabra por su hermano Victoire y, sin ellas, por el padre. De la madre, ni hablar:  no se enteraba de nada que no fuera el caminero hacia el cielo que tejía día a día con sus rezos. Hubo una única vez en la  que el padre le mostró su desaprobación . Fue en una  tarde de junio,cuando estaban descansando en la huerta después de un agitado viaje desde Aterei , tomándose litros de té fresco quitapenas y mirando el reverberar del sol en la vieja  nisperera plantada por los antepasados con porfía y sobreviviente por milagro. Estaban los dos solos. Victoire se había quedado por un poblado del camino hasta el otro día y Aranxta se había ido al canto del Angelus acompañando a su hermana , que faltaba solamente si estaba agonizando.

- La  nisperera  se planta en casa y es de por vida . Lo decía su abuelo - le dijo el padre a Jean  pero como hablando consigo mismo .

-¿En qué casa ? - se atrevió él , siempre con la mirada perdida más allá de los frutales , del muro de piedra  y  de Orig  mismo.

-En la que vamos a morir. En ésta . Él , yo , usted... Sus hijos. Y los hijos de sus hijos.

Jean tuvo la sensación súbita de tocar el silencio - piedra sobre piedra - como la casa , como el muro , como  el pueblo todo. Sintió que debía demolerlo, de frente y de una buena vez .

-Entonces - se lanzó al vacío - la mía  no fue plantada todavía. Pero lo será ... Quién sabe dónde .

-¡Cómo “quién sabe dónde”! - saltó el padre , rojeándole la cara y obscureciéndosele la marea de los ojos - ¡Como si hubiera algo más importante  que saberse con un nombre, con un oficio, con un techo y su pedazo de tierra ! Y que ella nos cubra , muertos , como debe ser.

Jean comprendió que era ese momento o nunca. Que debía excarcelar al sapo que lo atragantaba con saña desde hacía años y que,de allí en más, sería el  padre quien se lo debería digerir crudo por lo que le quedara de  vida .

- Yo estoy con el abuelo : uno es quien es desde adentro. Aquí o en el infierno-. Tragó saliva a malapena y luego continuó -. El tío Iñaqui siempre nos lo contó, aunque también haya descartado la idea por disparatada. Para ustedes, el lugar bajo el sol es éste. Victoire creo que piensa lo mismo. Yo, como el abuelo al morirse, no estoy tan seguro. Muchas veces presiento que me espera otra tierra y otros sueños y otra cosecha. No me llegó la hora de palparlo, es todo...Espero que no me la ataje la muerte.

Padre e hijo se miraron cara a cara como no habían podido hacerlo desde la madrugada en que se supieron jinetes de la misma mujer, aunque ella no les ineresara más que para matarles el desamparo. Allí mismo comprendieron que el camino se bifurcaba, que la meta  del placer podía ser más o menos la misma pero que la de los sueños era  intransferible. Entendieron, en forma diáfana, que la acción los haría diferentes, pero que la transparencia y  la tosudez seguirían en ellos intactas. Y los mantendrían unidos en la trama del aire, como lo había vaticinado el otro Jean Secours Igarralde en su último suspiro de fantasma ensartado en el recuerdo de Inzura Beraztegui . 

-No se vaya en vida de su madre - apenas dijo el Jean Secours del corazón malherido - Ella parece no estar... Pero, a su manera, lo hace...Y los quiere-.Suspiró a su pesar y murmuró como para sí mismo- . A ustedes los quiere. 

Jean pensó que hasta era capaz de lagrimear de tanta lástima, de tanta ternura hacia aquel hombre que le coloreaba la figura en fuga de una mujer que para él era una cobarde: ni siquiera se había atrevido a sentirse madre alguna vez. Los había dejado a los tres a la deriva , que se salvara quien pudiera y por quien fuera. Y allí estuvo Aranxta desde el soplo inicial. Angélica y  rotunda , los había salvado a él y a su hermano de la gotera de desamor con que la madre los había regado desde siempre. Su padre se había ahogado en ella sin remedio. Y Aranxta la sobrevivía con la misma galanura con que sobrevivía a cualquier catástrofe: contra viento y marea.  

 

-Una última cosa - alargó las palabras Jean Secours Igarralde -. No se vaya a meter en ningún lío de socialistas finos. Ellos tienen derecho a disparatear : sus bienes estarán siempre a salvo. No habrá gendarme que les hinque diente. Pero nosotros no podemos  seguirles el juego  porque nos costó mucho salir de la nada. Y mucho nos va a costar mantenernos. El grande sólo está esperando nuestro pestañeo... Yo, poco y nada sé. Pero hay algo que no olvidé y usted tampoco debe hacerlo: se llega hasta la guerra con la mentira de un cambio y lo único que de veras cambia son los nombres. Ríos de sangre para nada. Los poderosos arman letra y tinglado pero el baile con la más fea está reservado para los mediopelo. Y en él se va la entera vida. Hágame caso : sueñe , pero despierto. Apenas para engañar heridas. Hay que medirse hasta en los sueños. Si no, somos hombres muertos... O semimuertos, que es peor - . Y se calló de golpe y por varios años hasta el día de su muerte . 

Jean, que  llegaría a recurarse heridas con sus sueños años después en Guardalamar, se tragó aquel vinagre como digno representante de la familia : sin chistar.

En medio de los urticantes sueños socialistas, también el mayor de los Igarralde jugó con otros, linderos del  amor. Durante dos años visitó tercamente a una buena  hija de vecinos. Aintzira Sanzoain, de su misma edad, seráfica y de ojos rígidos, lo único que le producía era sosiego y lo único que le ofrendaba eran sus licores deleitosos. Los amigos de Jean la llamaban arpíamente “B + B”: buenita y bobita. A él por un tiempo le gustó mentirse y llegó hasta a pensar que lo hacían de pura envidia, porque era bien difícil encontrar joven honesta agraciada y templada para el trabajo y el resto de sinsabores por venir.

Ambos eran desdinerados, y en eso rumbeaban. Pero como él era un fuego, ella un témpano y se veían cada muerte de Obispo - que era uno, eterno y dormitaba por Donostia -, la relación bordeaba el nunca sin miras de remedio. Así fue como Jean se dio cuenta una tarde en que dejaba la casa de Aintzira después de una hora sin palabras ni suspiros ni pensamientos, que aquello no le servía ni de cataplasma . Que la antesala de la muerte era peor que la muerte y que él no reviviría la alucinación del padre al querer transformar a Godelieve Underain en criatura terrenal. Todavía podía darse ese lujo. No había llegado siquiera a soñar con esa cosa llamada amor que a su padre  lo había desvenado sin piedad.

“La mía es historia de otras tierras. la mujer marcada también”, pensó para tranquilizarse y reacomodarse a  su imagen de soltero impenitente. Dejó las visitas de a poco, que como eran tan escasas él pensó que ni se notarían. Pero para  Aintzira fue un agujero en el centro del corazón. A los tres meses, un día amaneció tan arrugada como uva  pasa. Y de ahí en más se encerró. Había asumido finalmente que ni siquiera su famosa Yemada Sietecielos-perfumada con flores del  Paraíso-  había logrado corporizarla ante los ojos de Jean Igarralde, que se la devoraba en un instante sin prestarle  a la repostera ninguna atención. 

A los treinta años , en un día ventoso y gris de culebras errantes , su íntimo compañero de vida y sueños, Fortún Bidaureta , se había marchado hacia Donostia y meses después hacia el otro extremo del mundo, hacia lo más exótico que encontrara en la tierra. Se enroló en una fragata inglesa que se suponía mercante, de qué cosa no estaba seguro ni intentó averiguarlo;   primero fue marinero de cuarta pero resultó tan malo que terminó en  pinche de segunda, gracias a los recuerdos de los guisados maternos. No tenía bien claro adónde se dirigía. Sí, lo que quería dejar. A Jean no le sorprendió, tanto lo habían tramado juntos, que él también  tenía apuñalada la idea de largarse cualquier día  sin mirar atrás el camino semipelado del pueblo. Apenas lo retenía la desolación del padre y la promesa que se había hecho de dejarlo bajo tierra y allí, en la última palada, cobijarlo en el recuerdo de los antepasados, como siempre se había hecho con los Igarralde de Origi.

La rutina gateó unos años más. Con ciertos cambios y poco contante: dos carromatos por un carruaje, cinco jamelgos por tres trotones, manzanos  apestosos por nuevos, hembra  gastada  por reluciente. Y una noticia por otra , como en todo pueblo que se digne de serlo. Como la de la  muerte tan esperada de su tío abuelo Ause y el súbito retorno a la tierra de Fustinana, feliz de convertir finalmente la casa en un lugar de paz . O la del explosivo destino de los primos segundos Underain, con  Olabe, volviendo después de diez años, arracimado a  gitana de trenza ostentosa y fila de niñitos ojinegros, y la hermana Donosa , a la que un marino inglés náufrago en Euzkadi descubrió una tarde regando geranios en su ventana y se la robó en la madrugada con flores y todo. O la de Uroz , el tío abuelo cura que había condenado a Godelieve a estampita del Paraíso desde niña , ya Inquisidor de sermones apocalípticos que convertían en  salmuera al más pintado y en aguachirla a todos los niños atravesados por sus palabras ; o la de su prima Elizonda - hermana de Jacques - la que se casó en los descuentos con el añoso Untziti Bidaxune, que no pudo engendrarle ni un hijo de consolación; o la de su amiguísimo Íñigo Mendikota, perdido entre el alcohol y el desamor de una viuda alegre de Trois Villes, que lo despeñó en pocos años, alegremente ; la del mismo Origi, espejismo o fantasma que se diluía  día tras día en el polvo milenario de su camino hacia ninguna parte .

Todas cosas  olvidables para Jean Igarralde que soñaba con otras, lejanas y estimulantes. Mucho más, desde que cada tantísimo le llegaban las noticias de su íntimo amigo Fortún, después de terminada una odisea digna de las memorias ultrasecretas del Almirante Cristóbal Colón, si alguna vez las escribió de verdad. Había desembarcado por azar  en las costas de un río marino y terroso por una tierra ignota y en ciudad aún más ignota. Lugares y nombres extraños - Mascaraque, Guardalamar, Picospardos, Cunderas - , de costumbres extrañas pero intactas, abiertas, generosas.

Jean no sabía si Fortún Bidaureta salpimentaba la aventura que tanto había buscado o si, sencillamente, para quienes trabajaban del lucero a la luna como ellos, en aquellos recodos del mundo el sudor sí daba calor y sabor y ganas de   levantar techos y de tender camas y hacer hijos y de alargar almacenes y huertas con holgura. Muchas veces, en la impiedad de la noche origense, Jean Igarralde se decía que no lograría llegar por donde su amigo con los bríos necesarios para recomenzar de cero, tan lejos y con el alma lacerada. Cinco años después, la oportunidad le llegó a tiempo para zambullirse en aquel sueño de reinventarse la vida. El mismo que había estado acariciando desde el primer momento en que se sintió mordido por la imaginación.

Una tarde de mayo, mientras se reponía de los sinsabores de un largo viaje , Jean Secours Igarralde se había despertado tan desmembrado como para no levantarse de la cama por primera vez en la vida. Tenía tal fuego en la mirada, que a Aranxta Underain le hizo recordar el momento exacto en el que se había enfermado de amor por su hermana hacía cientos de años. El viejo doctor curatodo de Santa Garazi llegó raudo, palpó poco y habló menos. Para él era cosa de horas, como mucho de días. Escasos. “Un mal agudo e ignoto”, había diagnosticado , como siempre que no hay respuesta para lo irremediable. “Paños fríos, tisana y tratos caldeados”, había recetado como únicos paliativos hasta el suspiro final. Volvió tres o cuatro veces y siempre encontró al enfermo desintegrándose en chorros de fiebre y  disparateando sin parar con historias de lanza en mano y Castellana anhelante. No fue difícil descubrir en medio de aquella telaraña de idas- vueltas y batallas sin trofeos, su propia historia con Godelieve, la Dama de Las Esclavas del Nazareno .

Recién por el segundo día de desvaríos, su mujer se dignó mirarlo desde la lejura de la puerta del cuarto que no pisaba hacía treinta años. Cincuentona intacta , albeaba como en el primer día en que el sol había estallado en su figura ante el desvalido comprador de caballos de Origi.Estaba pronta para el Angelus diario, amantillada y con su sempiterno rosario aferrado a la mano izquierda. Aranxta , que velaba a los pies de su amigo del alma como uno más de sus dos perros en desconsuelo, sintió el roce de su mirada de ceniza y también la miró. Se detuvo en aquella cara de Madonna gélida  y ella misma por primera vez en la vida se sintió gélida y cortante como una navaja. Sus ojos la tajearon. En  segundos, se atrevió a transmitirle todo lo que había callado y  censurado por años: su insensatez, su egoísmo, su impavidez, su cobardía en el día a día de una vida convertida en nada por rencor  o capricho o  veleidades de beatitud mal entendida. Fue un combate mudo y a muerte. Por primera vez en su despilfarrados años de casada la menor de las Underain bajó los párpados sin soberbia o encono. Espectral, atravesó los gemidos de los perros y el silencio de su hermana, dando unos pasos eternos hacia el marido hasta casi rozar la cama. En un aletear de párpados, se decidió: fue hacia la cabecera  y se enfrentó a aquel montón de despojos. Los de ambos, los que aquella mirada átona reflejaba al fin : libre del raciocinio, del orgullo  y  la pena .  

Allí mismo, sin una mueca que denunciara fisura, Godelieve Underain se arrancó la mantilla de un manotón  tirándola sobre las sábanas de cualquier modo y alcanzó a enganchar el rosario en el extremo del cabezal de la cama. Después se dirigió rauda hacia la mesita de aseo, echó agua en la jofaina , sumergió uno de los paños que había apilados al lado y se encaminó con ella hacia Jean Secours Igarralde sin vacilación. Depositó la jofaina sobre la mesita veladora, incrustó una banqueta frente por frente a la cabecera,  se sentó, escurrió la tela , la dobló y se la colocó suavemente en la frente a aquel hombre que hacía tantos años había osado trastocarle la serenidad. Se sentó a velar en vida aquel cuerpo repudiado con todo el fervor de que era capaz. Era una especie de delirio. Pero ella había sabido vivir otros deliros. Y se los había arrancado a sabiendas, despellejándose, como para no seguir mintiéndose con ellos en cada gesto y en cada tirón. Fue en ese preciso momento, con el marido semiausente delante, cuando comprendió que había una herida peor. Era la de la muerte. Y que pelearle a la muerte era lo único que le quedaba para despedir a Jean Secours Igarralde sin rencor.

Aquí estoy - le dijo con su voz intacta de sirena, después de treinta y un años de haber enterrado todas las palabras en medio de un mundo que no había podido aceptar.

Pero él no la escuchó. Apenas pudo llegarle un leve silbido, el chasquido de una rama,  el zumbar de un moscardón. Su conciencia flotaba en otros planos, serenos y distantes, similares a los que habían amparado a Godelieve Underain de los estragos de vivir. Así , sin poder mirarla ni sentirla, sin poder perdonarla ni perdonarse, el padre de Jean expiró al sexto día de fiebres mientras corría, imperturbable, el año 1834.

Había  sobrevivido mucho tiempo al desamor de Godelieve Underain.  Pero cuando se le apagó el corazón  fue ella quien le cerró los ojos de agua quieta; y ella quien ayudó a doña Munia-la experta en aderezar difuntos-  a lavar el cuerpo con yerbasanta y romero y a mortajarlo en la forma más digna dentro de los menguados recursos de la familia. Jean, Victoire y Aranxta - estupefactos ante tanta diligencia-  pensaron que andaba flotando en otro de sus desvaríos  o  que sólo se había dignado despedir en paz a quien le había dado techo, apellido e hijos de guardar. 

En el velatorio, Jean apenas rozó las mejillas de la madre con un rencor añejo comiéndole las entrañas. Victoire, que durante toda la vida había andado buscándola entre silencios y gestos desamados, al llegar el momento de dejar la casa la tomó del brazo derecho con toda la fuerza que había guardado en su desolación. Ella , traje y velo negros a tapaboca , no se atrevió a rechazarlo. Rígida, marchó acompañando a Jean  Secours Igarralde hasta el hueco de tierra que lo esperaba cercada por el calor de su hijo menor. Los chimenteros del pueblo se abrazaron a las cuatros cruces del camposanto cuando la gélida viuda se encargó de despedir  al difunto con el último puñado de tierra sobre el resto de la tierra. Y sus chimentos se  hicieron aire cuando se inclinó a dejar un ramito de rosas de mayo sobre la tumba. Fugaces y desaromadas, quizás eran las únicas flores que podían testimoniar lo que había vivido.

Uroz Underain, el de los sermones espeluznantes, que había viajado para despedir al muerto como la Iglesia disponía  y a él se le venía en gana, leyó un breve Salmo de piedad con voz tan despiadada que hasta  los cipreses empezaron a mecerse de terror. Lo peor fue que se quedó varios días en la casa después del entierro. Su presencia , soberbia y distante , maniató  los ánimos de Aranxta y de sus sobrinos  hasta la exasperación. Desde las cinco de la mañana hasta las ocho de la noche se pasaba entre Pésames y Glorias, rodeado de las infinitas velas que había mandado encender por toda la casa , con Godelieve al lado, cosa de marcarle el estigma de la  viudez  por el resto de lo que le quedaba por derrochar de la vida. Fue otra de sus Guerras Santas contra los Igarralde. La última.

En la noche en que la cera ya chorreteaba por los pisos y el  incienso había purificado la última grieta de las paredes y hasta la feliz inconciencia de los perros del difunto, su sobrina predilecta convocó a la familia para pronunciar las últimas palabras de una vida vacía de ellas.

- El tiempo que  me resta en la tierra será de penitencia. Hace muchos años abandoné el convento... Ahora puedo volver a él para siempre - dijo muy  medida , con un dejo cavernoso en su voz y con la mirada absolutamente ausente del resto de los mortales.

Jean explotó, a pesar de que había estado mordiéndose la rabia sólo por respeto al padre muerto.

-¡Nunca debió abandonarlo!..Aquí vivió en penitencia. Lo malo fue que todos resultamos penitentes sin siquiera saber por qué. En primer lugar, mi padre. Se le avinagró el alma tratando de entenderla. Y se murió sin lograrlo .  

Auxilik! ¡Auxilik! ¡Blasfemia bajo el techo de un muerto!- bramó don Uroz, que había cambiado las prisas de viajero por el regodeo final de su victoria, cayendo furibundo sobre Jean desde la puerta entreabierta -. ¡Jamás debiste mirar a un hombre ! ¡Y menos entrar a  esta casa de descreídos y revoltosos !- remató, encarándose al principal de ellos .

-Si Dios existe sabrá bien que aquí el único revoltoso ha sido usted, sancochándole los sesos a medio mundo desde la cuna. En primer lugar los de mi madre, sin salvación -. Le refutó Jean , con toda la bronca que le tenía desde hacía años.

En ese momento, y antes de que los ánimos se desbarrancaran, Godelieve Underain tocó tierra, alargando la mirada húmeda hacia su hijo mayor .

-No me juzgue - dijo muy tensa, tratando de digerir el rechazo de aquellos ojos tan invasores como los del hombre que le había achicharrado la calma -. Ninguno de ustedes me juzgue...Las paredes no hablan, lo que hacen es balbucear...Hay historias que son sólo de dos... Aunque se equivoquen- y fue bajando la voz hasta el susurro-.Por encima de todo, no me odien. Sería una  injusticia. La peor. 

-Quédese, y no la juzgaremos- se atrevió Victoire en medio del desamparo-.Quédese , pero viva. No nos enrostre otra muerte- y sus ojos , también en fuga , le ofrecieron una hoja en blanco. Sin un borrón.

Jean se mordió el labio inferior hasta sangrarlo, pero no habló. Aranxta clavó los ojillos luminosos en la ventana y más allá , en la nisperera de los recuerdos o del olvido. Después, entre presencias y ausencias, habló como para sí misma o para el aire.

-No ha habido hombre como el que te tocó en suerte en todo Euzkadi, ni en eso que llaman mundo, más allá de las montañas. Deberías haberlo  hecho feliz.

Godelieve Underain empalideció hasta la transparencia y un fulgor insólito apareció en las cenizas de sus ojos.

-Para ti no lo ha habido- le recalcó con voz de acero-¿Cómo puedes saber lo que es vivir realmente con un hombre? ¿Cómo puedes?-, y se detuvo un instante, lívida , como pescando palabras, perdida en la cara de su hermana , que, al fin, también la enfrentó.

-El te amó desde el  día en que te conoció -, le reprochó Aranxta , implacable.

-¿Y qué otra cosa crees que hice yo ?- enfatizó la hermana menor , con una rabia embuchada por años-. Nadie me obligaba a nada : yo, y mi celda y mis rezos...Pero lo dejé todo por él...Hasta a Dios- y sonrió, sarcástica-.¡Figúrate! ¡Pensar que lo que me podía dar era exclusivo y de por vida!.. Pero para un hombre, cualquier hombre-recalcó nuevamente-, no hay nada de por vida. Al menos, cuando a una se le deforma el cuerpo hasta parecerse a un monstruo gracias a la locura de esperar un hijo.

Fue tal el impacto de sus palabras que el silencio que las siguió los atravesó a todos como un daga. Los dos hijos se sintieron más perdidos en ellas que en el silencio de toda una vida. Solamente Aranxta logró salir de aquel marasmo con un resto de agallas.

-Así es cómo vivimos...Hay que aceptarlo.

-¡Yo no!¡Yo no tenía por qué aceptarlo!-le gritó Godelieve, y luego asordinó la voz cuanto pudo, sólo para la hermana-.  Sin duda el destino se equivocó. Y a él lo despistó. En ti debió fijarse y no en mí - continuó, más controlada-.Podrías haberlo hecho feliz. Tu razón es más insensata que mi vuelo. Va hasta donde debe. El resto del mundo no existe para ti...Pero, ¿sabes algo? Existe- rejoneó de nuevo-. Aunque lo neguemos. Está ahí , cacheteándonos. Existe, Aranxta Underain , y es el que nos hunde en el infierno.        

Aranxta  rompió en un llanto milenario que los claveteó a todos en las tablas del piso y les resecó las gargantas de impotencia. Después de unos minutos eternos, la única que osó moverse e ir hacia ella fue la hermana. Llegó a más: le colocó tímidamente la mano derecha sobre la cabeza hundida en el regazo sin hombre de su entera vida. Con un esfuerzo que no intentó ocultar, al final habló.

-Esta es mi verdad...En parte-. Y deslizó con torpeza la mano hacia el hombro derecho de Aranxta , apretándoselo como en forma de perdón por haber vivido esa cosa que la hermana tenía por felicidad.

Así, estáticas, se quedaron media hora atragantada de recuerdos mientras los tres hombres se atrincheraron en sus propias ausencias. Cuando Aranxta se arrancó la última lágrima con un manotón de dignidad y se incorporó volviéndose hacía Godelieve Igarralde, ambas se miraron indefensas, como cuando eran niñas en las noches huérfanas de Iguzea , sin más calor que el de una  vela tratando de iluminarles el abandono. Después, mudas, cada una tomó su camino. Aranxta, el de los guisos olvidados. Godelieve, el de los rezos eternos. Ambos las amparaban de la estolidez de la muerte. A su vez, entre las hilachas de palabras de la madre, Jean y Victoire habían podido atisbar su gran desolación. Junto al estupor, sintieron alivio. La última cáscara reseca se había desprendido de las paredes. ¡Al fin! No era poca cosa en una casa en donde sus ocupantes apenas se habían soportado por  más de treinta años de urbanidad.

Tío y sobrina partieron a la mañana siguiente, al amanecer, en el mismo coche que lo  había traído del convento, con cochero y todo. Se fueron hasta sin eso de los Igarralde: sólo  con  el lucero agonizando una despedida. No hubo más palabras de Godelieve Underain , ni ella las necesitaba en una vida en la que de poco la habían protegido. Entre muros - mientras les taladraba los huesos aquel trotar entre piedras - cada uno de los habitantes de la casa  trató de continuar con lo suyo como pudo. Arantxa amasó su pan de lágrimas; Victoire reterró la huerta a destajo;  Jean se sumergió como poseído en su cartas de ultramar.  Aquel tac-tac tac-tac que se apagaba en medio del nacimiento del día les marcaba a cada uno el final de los años de inexistencia de Godelieve Underain entre aquellos viejos muros.

Jean quería una sola cosa: irse. Y cuanto antes, mejor. A Aranxta no necesitó decírselo porque era de las que lo entendía en el pestañear y se tragó aquel amargor como a tantos,  enfilándolo a los otros en su corazón. Con Victoire discutió durante algunos meses, ya que debía negociar casa y haberes por igual. Al acuerdo económico llegaron , no sin gran empeño de Jean y ayuda de Aranxta, la que desenterró monedas asombrosas en el momento justo en que todo parecía escapársele de entremanos. Al otro acuerdo, no.

No era nada raro porque nunca habían  desflorado la vida en forma parecida. Habían convivido. Pero no habían compartido la vida. Eran diferentes, lo que es bueno, y habían discrepado sobre algunas cosas, lo que no es nada malo. Pero, a lo vasco, para ellos cualquier desencuentro significaba una  herida, y una palabra no dicha un borrón. De cualquier modo, ambos se habían querido y fusionado con la misma  pasión a Arantxa, el único  bastión de aquella casa siempre al borde del derrumbe. Así fue que, a pesar del buen negocio, Victoire Igarralde se tragó la idea del viaje de Jean con entereza, pero sin aceptarla del todo. Los últimos meses que pasaron juntos los tres en Origi fueron  de una calma chicha como la que precede a una tempestad. Pero ellos sabían que ya no habría una sola tempestad entre aquellas cuatro paredes que habían soportado tantas. O que, en todo caso, sólo la viviría el mayor de los Igarralde en alta mar, rumbeando hacia un destino incierto para escapar de tanta grisura.        

Una semana antes de la partida, Victoire se inventó un viaje de consuelo hacia Donibane-Garazi. Después de la cena habían salido a tomar el frescor de los frutales en medio de la gravidez de la noche veraniega. Cuando se lo dijo , debajo de la nisperera de tantas otras confesiones, Jean aparentó creerle.

-Está bien. Despidámonos ya - le dijo-.Te escribiré cuando sea alguien...Dentro de cien  años.¡Me voy tan lejos!

-No importa - lo tranquilizó de mentira el hermano, empezando a tragarse aquella nueva ausencia-.¡Vivimos tan lejos entre nosotros!.. No había otro camino, supongo.

-No, no lo había- le contestó Jean casi en un susurro-. Por eso me voy. A abrirme otros.  A vivir realmente, a amar...

-¡No podrás!- lo cortó Victoire-.¡No podrás ni por el fin del mundo! ¿Es que no te has dado cuenta? Somos hijos del fracaso, crecimos en él. Estamos desgajados para siempre.¡No existe la felicidad!

-Entre estas cuatro paredes, lo dudo... Pero, ¡por favor hermano, búscala!..Aunque te quedes...¡Búscala!-. Callándose otras tantas verdades, luego terminó-. Cuida de Aranxta. Ciérrale los ojos. Eres...Eres lo único que le queda.

-Se los cerraré - asintió tenso Victoire -. A ambas , - recalcó, mirándolo desafiante.

-¡Tienes a quien salir obstinado!,en verdad.-semisonrió nervioso Jean.

-Tú también- le replicó el menor, fingiendo otra sonrisa.-Irte es tu forma de serlo...Bueno,  mañana salgo muy temprano y ya es hora de descansar. Volvamos. 

-Victoire-alargó la despedida el aventurero-.¿Te acuerdas de las últimas palabras del abuelo? ¿De lo que nos contó el tío Iñaqui?

- “El recuerdo es trama del aire. Adonde uno respire allí estará. Estaremos, juntos.”-le repitió, dando una media vuelta  con los ojos brillantes.

Entonces Jean fue hacia él y lo abrazó con todas las ganas que se había negado  mostrarle a la vida desde niño. Lo apretó contra su corazón, tan desolado como el otro. Tan esperanzado, sin embargo.

- “Estaremos”-, alcanzó a decirle a manera de promesa o consuelo o quién sabe qué.

Victoire se desprendió suavemente de él y lo miró desde más allá de todos los recuerdos: los pasados y los por venir. Digno hijo de quienes era, se devoró esa nueva    amargura con una calma de estaño.

-“Estaremos”- , le repitió, y terminó rápido-Agur.

Agur-apenas le pudo contestar Jean, con la entereza que también él debía demostrar en ese momento.

Caminaron uno al lado del otro, como tantas veces, hacia la casa de todos los Igarralde que por Orig habían sido. Lentos de impotencia , cada uno deglutió como pudo aquel  paseo sin  mañana. Ambos sabían que cuando se necesitaran , de ahí hasta nunca , era probable que el aire llegase a bordarles presencias. Pero, en el sótano del corazón, ninguno de los dos estaba seguro de tan  incierto consuelo.

Glenia Eyherabide

En la trama del aire
Novela 
Capítulos I y II

glenia7@hotmail.com

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