El otro equilibrista

 
"Estábamos sentados, Federico encima de una barrica y yo en un cajón. La cuerda se veía tensa y alta a nuestra izquierda en tanto el equilibrista se restregaba las manos, se las escupía y volvía a restregar basta que al final, tomó en sus manos la vara larga y redondeada con franjas negras y blancas, con la que ayudaría a mantener el equilibrio. Estábamos sentados en el cajón y la barrica, yo y Federico, en la pista de arena...

"El cuento es así -dijo Federico- poco más o menos. Un individuo que es equilibrista practica duramente. Una hora, dos horas. Después empieza a practicar más. Cuatro horas. Un día trae la cama a la pista y duerme cerca de los dos pedestales de madera desde donde parte y adonde llega al andar por la cuerda. Después lleva la cama a uno de los pedestales y allí la arma y duerme. Al otro día pide que le traigan la comida y pide que le traigan la comida y allí hace todas las cosas. Equilibra todo el día. Va de un pedestal a otro bailoteando en la cuerda con la vara en las manos. Hasta que un día los otros del circo lo ven desde abajo encogiéndose los hombros y con hipo: llorando. Lloró largo tiempo. Más tarde dejó la vara, tendió la cama, bajó y se fue sin decir adiós y sin volver jamás. Bueno, la verdad es que
no sé si el cuento es tal cual te lo conté -dijo Federico- pero es poco más o menos".

"-¿Entendiste? -pregunté-. (En tanto la cuerda tensada sostenía al equilibrista can la vara -ya no de dos colores, sino simplemente color madera- en las manos. Y yo y Federico sentados el uno arriba de un cajón y el otro encima de una barrica).
-Es fácil -dije-: el equilibrista es como un hombre".

Gley Eyherbide
El otro equilibrista y veintisiete más
Arca
Montevideo, 1967

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