Prólogo de "Los fuegos de Ansina y otros cuentos"

 

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Suelo jactarme de haber sido el primer lector, de este lado de "sueñera y barro", como escribía Borges, de la novela "Pepe Corvina" y recuerdo bien aquella lejana mañana en la que entré a la librería y pedí la novela de Enrique Estrázulas. Me dijeron que aguardara unos minutos. Lo hice. Veintitantos años después, me parece verlo al librero deshaciendo el paquete llegado de Buenos Aires. Sacó un libro de la editorial Sudamericana, lo sacudió un poco contra la pierna y me lo entregó. No me gustó la carátula, debo admitirlo; pero la novela me atrapó, y la bebí de un sorbo aquella misma noche.
Tiempo después se lo conté a Estrázulas y le hablé con entusiasmo del libro; pero él, sacándole el cuerpo a los elogios, me relató unas historias de Borges, a quien conoció bien. Los entretelones, creo recordar, de un extenso reportaje que, por aquellos lejanos días, había publicado en una revista argentina. No me acuerdo cuál, aunque no sé si es mi memoria la que agrega unas fotos en blanco y negro de doña Leonor en su cama.
Bien. Después la novela fue traducida al francés con el título de "Les feux du paradis" y luego al griego y, a partir de entonces, Estrázulas adquirió vigorosa resonancia en las letras rioplatenses.
Hoy, con el ejemplar descuajeringado de esa clásica novela marina en las manos, y revisando otros libros suyos, escribo estas palabras que sirven de innecesario pórtico -como le gustaba decir a Ulyses Petit de Murat, pariente de Borges y hombre de la noche de Buenos Aires, de esos que le gustan a Estrázulas- a este disfrutable libro de cuentos que se nutre con invenciones de aquí y allá, con fantasmas de carne y hueso típicos del mundo literario de este escritor uruguayo tan singular.

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Antes de seguir adelante, quizá debamos recordar que Enrique Estrázulas nació en Montevideo, en 1942; y que tempranamente se inició en las letras. Hay que recordar tres textos poéticos de 1965, que andando el tiempo recogiera en la antología "Confesión de los perros".
Y entre sus libros más conocidos, y para no hacer un catálogo, debemos mencionar algunos títulos como los dos poemarios "Fueye" y "Caja de tiempo"; el difundido ensayo "La canción de la mugre", sus colecciones de cuentos "Los viejísimos cielos", "Las claraboyas", "Soledades pobladas de mujeres" y novelas como "Lucifer ha llorado" y "El ladrón de música".
Paralelamente, Enrique Estrázulas ha desarrollado una extensa carrera en el periodismo montevideano y bonaerense, así como ha colaborado en diversas revistas literarias y figura en numerosas antologías.
Desde el retorno de la democracia a nuestro país, Enrique Estrázulas ha prestado servicios en el ámbito diplomático, habiéndose desempeñado en Roma, en París, en Buenos Aires y, en estos momentos. en Cuba, donde acaba de llegar. Salvo este último destino, tan reciente, de su paso por las capitales mencionadas hay constancia en las ficciones que escribiera en los últimos tiempos, ya sea como telón de fondo de variadas historias o bien como ciudades sugeridoras de criaturas con singulares personalidades.

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Los cuentos que componen esta antología son realmente fruitivos y tienen el sello eternamente personal del autor. ¿Que qué quiero decir? Pues que con esa soberbia escritura que se desliza con la gracia de un patinador, levanta marionetas, luego va transfigurándolas en entrañables personajes y estos, a su vez, viven unas extrañas aventuras. Este es, acaso, el mundo que lo distingue: una poderosa fantasía y una manera de contar que oscila entre la sugestión y la poesía.
En el cuento "Teatro vacío", por unos pocos días el sereno de una sala logra escuchar la milagrosa voz fantasmal de una mujer. La define, a la voz, diciendo que "tenía algo de viento". Y más tarde, bellamente: "Otra vez el alma de una fina copa tocaba el aire".
Los avatares del escritor que protagoniza "Un cuento apócrifo" son tan atractivos como las andanzas de la negligente narradora de "El veranillo de San Juan". La seducción avasalladora del alucinado pintor de "Los fuegos de Ansina" no es menos atrapante que el encanto manso de "El canto de los deudos".
Bien. Hay otras historias. Unas cuantas más. A todas ellas las vincula la misma mirada, entre irónica y tierna, por unos personajes a veces inocentes, a veces apasionados, a veces melancólicos, a veces locos (sí, locos). Seres, en suma, que de pronto reciben revelaciones fulgurantes, de esas que llevan a vivir de manera diversa sus vidas, generalmente fracasadas, como son, en cierto modo, todas las vidas.
Enrique Estrázulas revive en estos cuentos -como lo hizo en "Pepe Corvina", de ahí su larga cita al comienzo-. diversas escenas de un mundo que tiene sucesivas capas, que a veces parece lejano, otras no tanto, pero al que va desnudando lentamente en sus aristas más características.
Finalmente, digamos que el aprendizaje poético le ha servido para encontrar la palabra justa en medio de un estilo sobrio, que no pretende alardes de lenguaje para deslumbrar a los lectores. No. Por el contrario, las palabras fluyen como agua corriente y, de esa manera, crean sugestivas, envolventes atmósferas, por donde, como decía Shakespeare en Macbeth en la escena VII del acto V, "la vida es sólo una sombra que camina".
Este es, para mí, el gran mérito de su escritura.
Y ustedes que lo disfruten.

Ruben Loza Aguerrebere
Los fuegos de Ansina y otros cuentos
Enrique Estrázulas
Lectores de Banda Oriental
Montevideo - 1999

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