Las raíces filosóficas de la poesía de Emilio Oribe

Disertación de Clemente Estable

Señores Académicos:

Señoras y Señores:

Henos aquí jubilosos, congregados con el fin de rendir homenaje público a Emilio Oribe. La Academia Nacional de Letras lo resolvió con motivo de habérsele designado Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias. En mi recayó el honor de disertar ahora sobre la eminente personalidad del autor de La Dinámica del Verbo. Distintas direcciones y desarrollos pueden imprimírsele a una disertación como ésta. Todas no gustarán a todos. Mi exposición no será lo que, para muchos, debiera ser; pero es la que me sale y puedo hacer en las circunstancias actuales de mis ineludibles obligaciones.

I

¿Qué es lo que yo debo y lo que yo no debo decir aquí y ahora?

En pública confesión Oribe ha dicho que su mejor amigo es aquel que nunca lo elogia y que lo que más detesta es la vanidad del otro, también, agrega, «del que miro en el espejo»... Si lo elogio, contribuyo a la vanidad del otro que mira en el espejo y el elogio me distanciará de aquél que estima como su mejor amigo. ¿Cómo me libero de esta penitencia, aceptando el honor y cumpliendo con el deber que indisolublemente me vienen de la Academia? Por otra parte, yo no puedo mentir y decir de Oribe lo que no es, y callarme lo que yo pienso que es, resulta imposible. Las aludidas confesiones públicas son reacciones, motivadas por un cuestionario que por su naturaleza se contesta con autenticidad, fabulación e ingenio (a veces, con ingenio resfriado). De suerte que seguiré adelante olvidándome de los ingeniones de Oribe que ahora inhibirán a la Academia para rendirle el merecidísimo homenaje anunciado.

No sólo a Racine, sino a todos los artistas suele causarles más pena la menor crítica que alegría las alabanzas. Y el intelectual es mucho más sensible a las negaciones de su inteligencia que a las censuras de su ética. Más que la inmoralidad en cuanto «peccata minuta», le molesta que se haga público su hombre vulgar. Pero, en secreto, ¡cuánto debe, aún el genio, al hombre vulgar que lleva consigo y cuya publicidad le disgusta! Hay que convencerse de que está más cerca del hombre superior el buen sentido del hombre común que las extravagancias de ciertos intelectuales.

«Nadie es más que nadie». Este proverbio de Castilla lo comenta así Juan de Mairena: «por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre». Para hablar hay que tener algo que decir, decirlo y no decir más de lo que hay que decir. He ahí una fórmula del estilo científico. En cierto modo es la versión sabia de la fórmula popular que nos viene de la calle: al pan, pan y al vino, vino. .. Pero el poeta del Nous nos pone la mano en la frente y advierte falta de espiritualidad en la ruda expresión «al pan, pan y al vino, vino» y el Nous le hace exclamar: «¡bárbaro, al pan, trigales; al vino, vendimia!».

Muerto el ilustre maestro Vaz Ferreira, el natural puesto de Emilio Oribe es el de Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias, como lo sería el de Rector de la Universidad. Oribe nos advierte que al revés de Anteo, cuando toca tierra pierde infinitas fuerzas; pero yo sé y sé bien porque hemos peregrinado juntos por mundos desconocidos para nosotros, que se orienta acertadamente en todas las circunstancias de la Vida, sin pérdidas de fuerzas cuando pisa el planeta. En el viaje al hemisferio oriental del mundo, descubrí que Emilio Oribe tiene en su alta frente una torre de comando para orientarse en el caminar, en el volar y en el aterrizar, sea de día, sea de noche, ande solo o entre las multitudes. Su brújula orientada siempre a lo eterno y a las esencias, por imantación de la belleza, no le impide una perfecta adaptación a los movimientos de la Tierra, a las estaciones de la Vida, sea cual sea el estado higrométrico, de presión, de temperatura, de tensión eléctrica— Lo eterno es su estrella polar. Mirándola, se ordena en lo perecedero. De lentos pasos cautelosos, que parecen de piernas semidormidas, nunca se abre a sus pies una solfatara; de vuelo intrépido, el soñador descubre nuevas perspectivas al pensador; de temperamento meditativo y bondadoso, el pensador ilumina y dirige al hombre de acción, que contrariamente a lo que se cree, en Oribe está siempre despierto, silenciosamente despierto; no busca hacer barullo con las palabras, acostumbrado a disciplinarlas en la arquitectura del verso y en ensayos literarios y filosóficos. En los abiertos y móviles horizontes de las Artes y de la Filosofía, Oribe crea su bella y enjundiosa obra de soñador y pensador y actúa eficazmente en los centros culturales y de enseñanza, en venturosa conjugación de lo real y de lo ideal.

El idealismo absoluto del poeta y pensador no inhibe al hombre de acción ni le impide participar resueltamente en la necesaria beligerancia de la vida. En su estudio sobre Rodó escribe: «Creyendo como siempre que la aptitud de teorizar es el más alto orgullo de la naturaleza humana con raíces prometeicas o dionisíacas, o bajo la égida de la geometría, mucho más allá, a la altura de los acontecimientos, ya no es posible sustraernos a los hechos que nos hieren, sin renunciar a la esencialidad; y es norma ética superior e imperativo vital al mismo tiempo, relacionarse y confundirse con todos loe principios que luchan en la tierra y los mares por la libertad humana y la ganancia del pan del espíritu y del trigo»[1]    .

Hablar de Oribe es fácil y es difícil: es fácil porque cualquiera sea el rumbo que se tome, se tiene tema de interés relacionado con su obra poética, con sus ensayos, con su actuación docente, con su vida...; es difícil por la extensión y profundidad de sus producciones; por su itinerario ideológico y artístico, por sus presencias y por, sus ausencias, por sus voces y por sus silencios, por lo que dice de sí mismo y por lo que calla; por sus fábulas, por sus alegorías, por sus mitos, por su anecdotario, por sus leyendas... por sus inventos y por la diversidad de experiencia que cada uno tiene relacionada con la obra y el hombre. Fácil o relativamente fácil es hacer acotaciones y comentarios a un poema de Oribe, de algunos aforismos o de algún ensayo; difícil, muy difícil, quizás imposible es hacer una sola disertación plausible desde el centro de su amplio horizonte de poeta, pensador, conferenciante, profesor y dirigente universitario o de Consejos de Enseñanza. Hace años, a propósito de la candidatura de Emilio Oribe para el Consejo de Enseñanza Primaria y Normal, escribimos esto: «Para los niños, los poetas y los sabios la conciencia va penetrando el mundo de asombro en asombro. Quien no sienta el estremecimiento de la sorpresa en todo lo que le rodea, y el hombre está hecho de milagros, es un desatento de la vida y no podrá comprender al niño en su ávida ascensión espiritual.

Emilio Oribe es un poeta y toda calificación tiende al barroco en la línea pura de la gloría... El mejor elogio de este hombre que ahora nos preocupa es el no necesitar ningún adjetivo: sólo se llega al triunfo del propio nombre, a su reconquista a través de las hipérboles, cuando él es el vértice del elogio de si mismo, cuando deriven de él los adjetivos.   

Emilio Oribe está en el Consejo de Enseñanza Primaria y Normal y está bien allí como en todo centro orientador de la cultura, sea cual sea su grado de elevación (y en la enseñanza no hay que olvidarse nunca de la elevación). De él no quedarán muchos discursos pedagógicos, pero sí actitudes y meditaciones, ejemplario de cultura, de fina inteligencia, de belleza y de bien que en magnífico consorcio trabajan en silencio: es la profundidad oscura que gesta la forma iluminada de la vida.»

En 1930, a propósito de un proyecto de Emilio Oribe sobre educación estética, se me pidió mi opinión, y manifesté entonces lo siguiente:

«Ha hecho más bien a la Humanidad un bello verso que toda la metalurgia... Y, no es esto pura y piadosa ironía de Anatole France: Uno de los modos geniales de lograr la Belleza consiste en dejar en tensión toda la Belleza en el fondo de cada manera particular de expresarla. Un bello verso es, entonces, como un natural surtidor que mana siempre. Sólo que este surtidor y el bien que hace no es tan visible como la masa que moviliza la metalurgia... Pero el mundo está dominado sobre todo por lo invisible. De la importancia de la belleza en la vida del hombre se deduce el lugar prominente de la educación estética. Por suerte, desde muy temprano el niño es sensible a la belleza (es no sólo sentidor, sino también creador) ».

«Cualesquiera que sean los desatinos de los hombres de una época, la Humanidad quedará salvada, sin excluir los imperativos morales y religiosos, por la verdad y la belleza que trabajan ya en el cerebro y en el corazón de los niños. De ahí que deba intensificarse cada vez más la cultura estética en las escuelas. En nuestro país dará fecundos resultados la realización total del proyecto de Emilio Oribe, llevando a las escuelas normales una más amplia y más seria preocupación estética».

II

De la génesis de su vocación poética. Oribe tiene conciencia clara: «Mi vocación poética apareció en combinación con un certero amor por la Arquitectura. Varias veces intenté especializarme solamente en esa dirección, pero las erizadas avispas de las matemáticas superiores detuvieron mi entrada. Es cierto que, como todos los deseos de la adolescencia, el deseo de ser arquitecto se manifestaba en mí bajo formas poéticas imágenes de lejanas catedrales o parthenones literarios. Habría que hacer un gran rodeo mental para descender de aquellos panoramas al frío del estudio, álgebra superior. Sin embargo yo debí, antes que otra cosa, y ya que era fatal que tuviera títulos, ser arquitecto»[2]

Desde el comienzo de sus publicaciones, se reveló auténtico poeta, con las influencias que experimenta todo el que se inicia y se busca, por afinidad, en los más evolucionados. Todos tienen deudas con los innovadores; por algo se les llama maestros. Con heroica sinceridad confiesa Goethe, nada menos que Goethe: «Si yo pudiera enumerar todo lo que debo a mis grandes antecesores y contemporáneos, no me quedaría mucho en propiedad». De niño, Oribe auscultaba las lejanías sonoras en los próximos palos del teléfono; de adolescente y joven estudiante de medicina auscultaba la lejanía de la vida, o la traidora cercanía del misterio de la muerte, en la proximidad de los corazones enfermos; después jamás dejó de auscultar en el próximo mundo del presente y de las apariencias las lejanías del futuro y los abismos del misterio de la existencia y de las esencias. De esa auscultación y de una cultura milenaria, emanan su obra poética y su pensamiento filosófico.

Transpuesta la adolescencia, el poeta evoca la alegría del niño que apoyaba su oído en los postes telefónicos, y se oye a sí mismo con tristeza:

Ahora

si en la noche

me recojo en mí mismo,

para escuchar las voces elegidas,

y descifrar los himnos más perfectos

de un interior abismo de armonías,

no puedo concretar ningún acorde,

ah, ni una nota musical a veces,

ni un cantar fácil,

y entonces pasan horas terribles para el alma,

en que sólo oye subir de lo más hondo,

algo sin contornos,

grave... continuo... abrumador... lejano...

como el ruido de los postes telefónicos...

No se puede expresar lo que precisamente por naturaleza es inefable; pero se puede abrir el alma a lo inefable con lo que por naturaleza es expresable... He ahí una prueba fundamental del artista... Lo primero, se entiende, es vivirlo y traducir las vivencias de suerte que hagan sentir con intensidad lo inefable. Hay palabras, expresiones rítmicas y plásticas vividas en los confines de lo expresable y lo inefable.

Quien tenga tales vivencias viene de muy de adentro de sí mismo y tiende a hacer sentir la profunda realidad y belleza de lo inefable que calla en todos, pero que en todos existe. La experiencia artística no queda circunscrita a los artistas. En ellos es esencial y eminente, pero entre sus vivencias y las de todos los hombres, la diferencia es más bien de grado que de naturaleza. En el fondo, la actividad psíquica es la misma: un misterioso juego de lo inconsciente y de lo consciente, de lo expresable y de lo inefable, en el cual juego participa mas lo desconocido que lo conocido del espíritu, llámese participación del instinto y de la inteligencia, de lo espontáneo y de lo voluntario, de lo intencional y de lo sin intención... llámese como se le llame: el nominalismo es lámpara sin mecha. La progresiva ascensión de Oribe de los inicios a la lírica filosófica es verdaderamente notable. La Arquitectura alucinó al adolescente; la Medicina atrajo al joven y lo disciplinó en el espíritu científico; sobrevinieron entonces las mutaciones y ensimismamientos filosóficos y así el nativo impulso poético, la incoercible vocación fue diferenciándose en los más altos niveles del alma.

El poema Avión de sueños tiene esta hélice de Platón: ... «posible es que en el fondo de nuestra alma no sepamos del Ser más que lo que sabemos del No Ser». En su trascendente ingeniería, el poeta agrega al mito alas de diamante, para irse hacia el ser o hacia la nada:

Desde que oí sus músicas,

me dominó propósito gigante:

agregarle unas alas al mito,    

vastas y estremecidas, de diamante.

Extremada intención,

la mía. Y trascendente

ingeniería!

Construir, y no de sueños solamente,

ese nuevo arquetipo y atribuirlo a Platón;

el modelo diáfano,

la forma y la estructura

de un avión,

 

y darle por alcándara la esfera

de la idea pura.

O adiestrar la máquina ligera,

más que un halcón el fulmíneo vuelo

de otras cetrerías más insignes,

y que a estremecer fuera

el cristal metafísico del cielo.

La inteligencia es el ingeniero, pero su campo de aviación es el corazón.

Leamos el comentario del autor:

«Este poema podría ser el de la imagen del conocimiento humano. Se narra en él cómo el hombre sueña con poseer una valiente herramienta de conocimientos intuitivos, poéticos y místicos, que lo conducirán hasta las eternas fuentes del Ser. Pero hay que contenerse con lo que la razón logra aprehender, en sus límites y esfuerzos; lo que está alrededor del hombre. Coméntase el encierro de éste en la órbita que no extiende más allá de la mano, máscara en el poema, de la mente y el concepto. El esfuerzo que se realiza, cuando más, logra crear un encantamiento fácil de sensaciones, imágenes e ideas, más lejanas estas últimas, pero aún así insuficientes cisnes del éter. Por fin, lo soñado por la mente, la inabarcable avidez de absolutos, va a caer sobre el corazón, es decir, se torna sentimiento, dolor y carne, y se concreta a vivir y sufrir nada más. Allí está sepulto el enigma del cosmos. El poema es también un lamento por esa caída.»

El lirismo filosófico es el cenit del poeta cultísimo que hay en Oribe, para quien las ideas primeras, abstractas, son «específicamente estéticas, y al mismo tiempo intrusiones de la razón en sus relaciones con la experiencia sensible». Explica en esos términos y similares el fundamento de su poesía toda y en especial el poema El Mito y el Logos. Por temperamento, no obstante su disciplina científica como médico, los filósofos de su preferencia son los idealistas. Por Platón siente la mayor reverencia y le encanta y seduce su teoría de la Belleza. La génesis de ésta se hallaría en la intuición de la Idea, de lo en sí. El platonismo, sintetiza el autor de La lámpara que anda, es una doctrina «que ve en el origen y esencia de lo poético un acontecimiento de la intuición inteligente».

Los poemas de la madurez de Oribe son densos y profundamente líricos, con el doble lirismo, el poético y el filosófico, que a veces se disocian:

Qué bien sé yo una pensante

                                   frente

oscura!    

Tras ella, la poesía pura.

Una rosa solamente.

Nada más que un tiempo inteligente

entre la Música

y la Arquitectura.

La inspiración poética en Oribe suele ir de la intuición sensible a la intuición filosófica, y en esa trayectoria se elabora el poema. El último publicado nació en la India, junto a las «llamas viscosas y mojadas» de loa serpentarios itinerantes. Es el bello poema Las serpientes eternas, en el cual las ideas platónicas se transfiguran en serpientes:

             ¡Ah, tan irresoluble,

como el poder que hace crear los mitos,

             dinastías y cantos,

será siempre el enigma

de los encantadores de serpientes!

Después de describir los movimientos de las serpientes que se balancean, indolentes

como en un turbio estanque

los pensativos lotos

el poeta enuncia su sorprendente hipótesis:

Al verlas en tal trance,

yo, Emilio Oribe, enuncio

la sorprendente hipótesis

de que existe el jardín de las serpientes eternas.

Y de la intuición sensible, el poema §e desarrolla en dirección a la intuición filosófica, en la cual culmina con un lirismo de hondas vivencias y metafísicas alusiones, mitos y alegorías:

             Dominar un instante

la creación absoluta del espíritu,

violando el pan secreto que clausura

el eléata jardín de las ideas perfectas,

que no es otro que el jardín de las serpientes eternas

donde éstas,

             como avaras,

             atesoran

las grandes sinfonías

             de los siglos,

             los pálidos teoremas de las artes,

y el frenesí de las danzas y los cantos.

La ley única del Universo seria, para el autor de Los Altos Mitos, la ley estética.    

Sabido es que las dos más profundas admiraciones de Kant eran, exterior a él, el cielo estrellado, y dentro de él, la ley moral. Oribe tiene una sola sublime admiración: la ley estética, dentro y fuera del alma; la externa sería proyección de la interna. En Los Altos Mitos asigna al Universo una ley estética, primero, sin excluir otras leyes, físicas y morales, con supremacía de la ley estética. Luego rige todo el Universo con la sola ley estética:

La ley del universo

a más de ser moral y física, es estética!

La perfección del mundo

en sí proclama trinidad eterna

y el triángulo unitario es la Belleza.

El acto y la materia perduran si son bellos;

de lo contrario, mueren!

El cielo, ardiendo en mundos,

es bella!

           ¡Es bello!

¡Lo más bello que alcanzan nuestros limites!

¡Por tanto, existe!

             —¡Ay, Poeta!

                         Ese cielo es apariencia!

¡Cada astro es la palabra de una idea!

Tú lo has dicho:

           la ley del Universo

es una ley estética.

La belleza impera en el alma del poeta y las leyes físicas y morales en ella se desvanecen:

La ley del universo

no es moral, ni física; es una ley estética!

 

Nuestra es la gran desdicha de existir

y atribuir existencia!

           Y el poeta,

el astrólogo,

           y el místico,

niños son transportados por imágenes,

que ellos después proyectan hacia el cielo

creando

          coordenadas utopías

del universo estético.

Se impone el reinado absoluto de la Belleza:

La ley del pensamiento

no es moral, ni física ¡es estética!

Cuando se le quiere hacer responsable de sus afirmaciones filosóficas, se salva como poeta: «A pesar de lo que dijo Kant, siguen teniendo razón Baudelaire y Poe; la vida sigue siendo algo sólo a través del ensueño y no del deber; este último, al fin, termina por ser una pesadilla lúcida de la voluntad. Cierro los ojos al atardecer y llega a mi el rumor del mar, el canto de un pájaro, una música lejana. Todos ellos son más reales, ¡ah ensueños!, en mi alma, en las cosas, que el imperativo categórico»[3].

Para Oribe, habría una razón estética, antes de la razón teórica «que va hacia el conocimiento puro» y de la razón práctica «que conduce a la voluntad hacia los fines religiosos o éticos». Con Croce admite un primer instante de la poesía «cuyo carácter no es emocional, ni puramente fantástico»: sería siempre inteligente, mejor en la acepción enriquecida por Oribe, emanaría siempre del Nous. La razón poética, de independiente revelación, no sumisa a la razón práctica ni a la razón teórica, alienta y regula las formas sensibles de las artes, y «a través del lenguaje figurado logra la culminación de los arquetipos ideales de la belleza poética». Meditando sobre sus propios poemas, escribe Oribe:

«Los argumentos de la razón estética deben ser las fábulas y las alegorías y los sentimientos en el más alto estilo, así como los conceptos y las categorías constituyen el repertorio de la razón teórica, y los actos libres y las creencias, los modos de operar de la razón práctica.»[4]

Para Santayana, la esencia del ser es esencia de los sueños. La poesía sería una experiencia espiritual más inmediata que la prosa. Los hechos no serían nada hasta que se convierten en símbolos. La vida de la razón sería un romance de la sabiduría. Dos cuestiones distintas: la idea de la poesía y la poesía misma.

¿Oribe trata de engañar su intelecto para embellecer la realidad con sus sueños? No, procura la realidad profunda en cuanto emanación de belleza, por eso ha dicho como poeta y pensador, que las leyes de la naturaleza son leyes estéticas. Las meditaciones de Oribe sobre Estética y singularmente sobre poesía no son menos profundas que las de poetas y filósofos como Poe, Schiller, Dilthey, Santayana, Valéry, Croce, Eliot... En cierta escala, sus procedimientos y sus resultados son a la par comprobaciones y fuentes de sus teorías. Como agua que viene de lo hondo, mana la inspiración, pero el poeta no deja que lo inunde todo, derramándose por la superficie: le abre canales para el fecundo regadío de las huertas y jardines interiores, donde florecen y maduran las ideas. No encubre la miseria ideológica con opulencia verbal. En su obra Los poetas metafisicos, T. S. Eliot escribe: «Hay mucho, en el arte de escribir poesía, que debe ser consciente y deliberado. En realidad, el mal poeta suele ser inconsciente allí donde debería ser consciente, y consciente donde debería ser inconsciente». (P. 22).

Oribe juzga que la poesía «que prescinde de la razón para ser creada, necesita de la razón para subsistir.» Parecería que la rima —lo menos poético de la poesía— el ritmo y la métrica fuesen caracteres externos, calidades secundarias de la poesía: lo internamente profundo serían las ideas, los sentimientos, lo que se sugiere y se. expresa más allá de las imágenes y del ritmo...

Valéry sostuvo que la poesía está entre el sentido y el sonido. Es un esquema que por insuficiente, hace pensar en el pluriverso del universo poético. El verso en cuanto estructura y sonido, es lo menos poético de la poesía. Sin grandes pensamientos, sin grandes sentimientos, sin ingenio y gracia, no existió, no existe ni existirá grandeza poética alguna. Faltando esto, sólo queda el oficio de expresarse con imágenes coruscantes y elemental música de palabras que en comparación con la música sin palabras, no es nada.

En la poesía, las palabras están hechizadas por la rima, por el ritmo, por las imágenes que configuran, por las ideas y los sentimientos que expresan y por las ideas y los sentimientos que sugieren. La creación poética es, sobre fondo de misterio, un proceso en el cual concurren muchísimos factores intrínsecos y extrínsecos. Nunca solo inteligencia; nunca solo instinto. El idealismo metafísico de Oribe tiende a ser radical. El poeta se impone al pensador. Indudablemente es más poético, no parece que sea más verdadero o menos falso, un idealismo radical que un idealismo atemperado por la lógica y la experiencia integral. Es la lógica lo menos poético de la Filosofía, no obstante existir razonamientos más elegantes y bellos quo muchas bellas estrofas. Lo que está más allá de la línea de fuego de la controversia, es que todo ser vivo, no sólo el hombre, es modulador del mundo que percibe y en el que puede actuar consciente e inconscientemente.

Bergson postula que el arte separa los símbolos corrientes, elimina las generalidades convencionales, quita las etiquetas de la realidad y luego afirma que «si el alma no se adhiriese a la acción por ninguna parte de sus percepciones, seria un alma de artista como aún no la ha habido en el mundo». El artista así liberado de la acción «descollaría en todas las artes a la vez, o más bien, las fundiría todas en una sola»... Y esto porque «percibiría todas las cosas en su estado original, tanto las formas, los colores y los sonidos del mundo material como los más sutiles movimientos de la vida interior». Ningún artista lograría jamás tal grandeza. El velo aún para los mayores genios e ingenios, no se habría levantado más que por un solo lado e incompletamente. En la intuición artística, como en la filosófica, existiría una feliz interferencia de la inteligencia y del instinto.

Para Oribe, la esencia de la creación poética sería un «quid» divino o un don casi divino del Nous. De lo más profundo de las fuentes creadoras, tan oculto como la gracia, surgiría lo estético. A esta postulación de Maritain, agrega Oribe que el signo de lo lírico es «un modo de ser de la inteligencia» que tiende «hacia fines de belleza». Toda actividad del alma, no sólo la poética, es una misteriosa fluencia cuya naturaleza y origen están fuera de nuestro horizonte consciente y, por tanto, más allá de nuestra percepción, intuición y conocimiento.

Por más documentación que se procure, por más sondeos y exploraciones que se hagan, por más hondas y ricas experiencias quo se posean, por más relámpagos de adivinación que nos iluminen, aun nuestro saber de la vida del espíritu es anecdótico, y la historia, toda la historia del hombre, lejos de agotarlo no es más que un venturoso y trágico episodio en la totalidad de su grandeza. ¿Qué es su pasado ante lo infinito del porvenir?... Se vive un sobre-mundo imaginativo que en cierto sentido es tan real o irreal como la misma realidad. No hay riesgo de sufrir el «mal tremens» de Hainlet, que sabiéndolo todo, no sabía qué hacer.

El mayor obstáculo de nuestro progreso está tanto en un extremo pesimismo, siempre fatalista, como en el ingenuo optimismo acrítico, pues los dos son de abandono. Muchos fracasos se deben a que se cesa en el esfuerzo antes del triunfo. Siempre hay que volverse sobre el fracaso e investigar las causas para vencerlo. En ese entendido, fracasa quien se retira antes de tiempo por temor al fracaso. Meditar, crear, escribir algo profundo, bello, verdadero, es un augusto ejercicio de la vida que participa de la religiosa ascensión a la eternidad, a lo absoluto. La inspiración es un transporte como si dijésemos de lo humano a lo divino, y es vivencia no sólo del artista. En intensidad y calidad variables, es inherente al hombre. Dándole vuelta al aforismo poeta nascitur, Croce formula este otro: homo nascitur poeta.

III

Como subestimación de la obra de Oribe, se oyen y leen comentarios en los cuales la crítica recae sobre este punto: poeta cerebral. Se postula que la inteligencia carece de significación en el Arte. Es un doble error y tan perceptible que uno no se lo explica sino por desviaciones del juicio por prejuicios. Primero, Oribe es un poeta integral, en quien la inteligencia alumbra la conciencia estética a la par que el sentimiento; segundo, todos los artistas son muy inteligentes, y más inteligentes cuanto más artistas, o más artistas cuanto más inteligentes, salvo peregrinas excepciones. De ahí sería falso concluir que todo hombre inteligente es artista, pues existen múltiples modalidades de la inteligencia. Hay prevención contra la obra concientemente elaborada, purificada por el mismo creador. Es una prevención contra la inteligencia en el Arte. Se olvida, primero, que del instinto surge cualquier cosa, superior, inferior o mediocre, buena y mala; segundo, que tanto en la creación como en la critica artística participan el sentimiento de lo bello y la conciencia estética, ni puro instinto ni pura inteligencia; tercero, que los secretos mecanismos creadores no son ni pueden ser criterios de valoración estética, como no lo es lo fácil y lo difícil, sea en la creación, sea en la percepción de la belleza... ¿fácil y difícil para quién? La rima es lo más fácil para quien crea y para quien percibe. La rima consonante es el infantil sonajero de la poesía, que aún cuando exista en obras geniales, superficializa más que ahonda las vivencias estéticas. Es lo más accesible al oído, lo menos poético de la gran poesía y lo que por sí nunca llega a los profundos planos del alma. Es problemática la significación que le atribuye en le vers pensé, el autor de La Poésie et le principe de transcendence.

La invalorable experiencia de los poetas como la de todos los artistas, comprende varios planos: el de la creación sin teoría; el de la creación con teoría; el de la conciencia estética, preceda, subsiga, acompañe o guíe; el de la autocrítica que se vuelve sobre la obra y en proceso creador, como extraño de sí mismo; el del sentimiento y juicio de valoración y selección... Los artistas se diferencian mucho por el grado de conciencia de su propio proceso creador y valoración de sus obras. En la creación, por más intelectual que sea, prima siempre lo inconsciente, y en la valoración prevalece siempre lo consciente. Hemingway afirma que cuando se está convencido de que escribir es muy difícil, casi imposible, es cuando se está en estado de gracia para escribir. Distinta es la experiencia de otros escritores. Todos, todos, más o menos, corrigen. No sólo depende de los temperamentos, sino también del hábito de ponerse a escribir con mayor o menor inspiración y maduración. Hay quienes primero escriben mentalmente, luego transcriben en el papel. Otros, piensan a medida que van escribiendo y en la lectura de lo escrito se dan mejor cuenta de sus pensamientos.

Oribe nos revela en su Lectura comentada de poemas filosóficos[5] lo siguiente: «Dado a ciertos goces puros de la inteligencia, he afrontado con serenidad la resolución de las más difíciles doctrinas. Los hechos han querido también que tuviera entre mis cometidos de hombre, la obligación de estudiar y exponer en cátedras los sistemas metafísicos de los antiguos y de los modernos. Por tal circunstancia, que debe ser prenda de difícil disciplina y honrosa servidumbre, un gusto inmenso por la aventura de las experiencias indefinibles me atrae como un abismo, en cuanto medito sobre el don poético. Siempre, en los preludios de la iniciación de un canto, por insignificante que fuera, me he sentido lúcidamente poseedor de una evidencia poética. Lo que ella es, aparece después desarrollada en ritmos, o en parte de ellos, con otros tantos momentos de minúsculos milagros de revelación, disputados al aniquilamiento» (Instituto Cultural Uruguayo Argentino. Conferencias, pág. 121, Montevideo, 1945).

En Valéry tenemos el testimonio de que al entregarse a investigaciones carentes de nexos literarios, vigilaba en lo hondo de su alma el demonio a «le sens» del Arte. Por el contrario, cuando las circunstancias lo inclinaban a escribir, le sucedía que las ideas, los procedimientos, los sistemas que se le habían convertido en esenciales para su creación poética, se ausentaban: «ne pouvent ne pas paraitre et a gir» en sus operaciones de escritor[6]. Vivencia distinta expresa Delmira Agustini en estos versos:

Que no valen mil años de la idea

Lo que un minuto azul de sentimiento.

Las confesiones autoanálisis, críticas y obras de los artistas prueban definitivamente que la creación sobreexcede a todas las doctrinas explicativas y estéticas. La infinita diversidad en el altiplano de los valores es la gran ventura del género humano. En la poesía de Oribe prevalece el pensamiento profundo, expresado rítmica y sobre todo plásticamente, mediante alegorías, fábulas, anecdotarios, mitos y sentencias... Si no siempre la palabra recobra su novedad naciente —esto se da por excepción— su estilo es elevado y de arquitectura personal, conforme a la alta dignidad de los pensamientos que expresa y a los sentimientos que suben de sus raíces y se pierden en sus confines. La misteriosa poesía que emana de las ideas engarzadas en las imágenes, como diamante en oro, tiene la inefable belleza de la nocturna luz que desciende de los astros lejanos. Entre otros críticos, Vaz Ferreira señaló los riesgos de la poesía con tendencia filosófica. Sería mortal nutrirla con ideas, excepto en el caso de poetas con sentimiento de filósofo. El vuelo de las ideas trascendentes es incompatible con una poesía implume... No se crea poesía filosófica sobrecargándola de pensamiento. La poesía filosófica auténtica nace y crece en indisoluble unidad de dentro a afuera, como nace y crece un ser vivo. No viene de la Filosofía: va hacia la Filosofía. Esta verdad no niega, no puede negar la existencia de ideas filosóficas poetizantes.

Quiéralo o no, todo filósofo es en sumo grado un lírico, tanto más cuanto más idealista. En la gama psíquica que va de la mayor lucidez a lo más inconciente de sus vivencias, intuye, interpreta, discurre y expresa la realidad según su temperamento. Puede que los sabios, al agitarse el agua de los siglos, sean considerados como astrólogos y alquimistas, y los filósofos, por algunas tendencias, como adivinos o trovadores de lo absoluto. Pero sea cual sea la suerte de las verdades de una época en la totalidad de la experiencia humana, nada borrará la originalidad que encontró su peculiarísima expresión. Las ideas filosóficas poetizantes, no sólo resuenan con resonancia poética, también generan poesía, pero esta si no es superior, suele ser francamente mediocre. Tales ideas poetizantes sobrevuelan el abismo como luces verdes y rojas, de esperanza y de peligro, en la heroica exploración del misterio de la existencia y de la esencia. Por error se juzga a Emilio Oribe más culto que inspirado, más sabio que poeta. Para él, la cultura es una inagotable fuente de inspiración y de espurgo de la inspiración en el plano de los valores. No se enajena —poco original es aquel a quien la cultura lo extravía— y buscándose a sí mismo o andando por sus caminos sin buscarse, se encuentra con Anaxágoras en el Nous y con Platón en la Idea y en dirección a las esencias, se descubre más poeta que en el tumultuoso vivir de las emociones inmediatas, que en el embrujo de las apariencias, que en el ilusionismo de los sentidos. Ningún poeta está todo él en los extremos. Ciertamente, desde la poesía en un solo plano, que no resiste la frecuentación, porque se agota pronto tanto para la inteligencia como para el sentimiento estético, a la poesía de infinitos planos, existe una extensísima gama. El mayor milagro poético ocurre en los planos integrales inteligencia-sentimiento.

La inteligencia es creadora, no sólo exploradora, discriminadora, analítica... La creación se acompaña de conciencia estética, por más instintiva que sea, con acertadas e ilusorias valoraciones. Y si bien es cierto que «más vale una ilusión viva que una realidad muerta» como lo afirmara Stravinsky en su «Poética musical», la ilusión mas poética suele surgir de la realidad como de la más maravillosa caja de sorpresa. Se entiende, de la Naturaleza y del espíritu. La creación artística, como toda creación, grande o pequeña —y la vida está creando siempre— es, sobre fondo de misterio, un proceso en el cual concurren muchísimos factores intrínsecos y extrínsecos. La lírica de Oribe de los últimos años está imantada por las mismas ideas fundamentales de la Filosofía: tiempo, esencia, ser, absoluto, inmortalidad, eternidad... El caos de las sensaciones se transforma en cosmos por el orden que introduce el Nous. El orden de los sentidos sería falso:

Ah, este cosmos que habito! Es orden puro.

Pero es falso. Lo forja un duende oscuro

que trabaja en mis ojos con linternas.

                     (De «La Serpiente y el Tiempo»)

La interpretación mágica y la interpretación metafísica prevalecen sobre el mero conocimiento sensible o el riguroso conocimiento científico. Alternan o contrapuntean. El artista es centro de una sorprendente morfogénesis del mundo y el psicólogo percibe reflejos al tramonto de las formas:

Errantes van los astros como ideas,

las nubes se deforman en visiones,

realidades hilvanan y abstracciones

de humo, en el azul de las aldeas.

Tal héroes que huyen con sus teas

bajo lluvia, asi fugan mis pasiones

de estuarios con espejos de mareas.

                       (De «El Rosal y la Esfera»)

En las vocaciones artísticas se ha visto mal y valorado peor la significación de la inteligencia, sosteniéndose, sin suficiente examen, que la inspiración es del exclusivo dominio del instinto y que en la espontaneidad de éste hay que buscar el seguro criterio de la estimación estética. Y en una confusa psicología entre instinto, inteligencia y voluntad, instinto e inconsciente, inteligencia, consciente e intencional, espontáneo y natural, voluntario y artificial, se desvirtúa la pura percepción y apreciación del Arte, que es y debe ser independiente de toda teoría, como su misma creación. Donde existe una mayor actividad inconsciente puede existir una intensa actividad consciente. En grado diverso, coexisten en la creación artística, prevaleciendo siempre, como en toda actividad del espirito, lo inconsciente.

Es indudable que en los grandes artistas hay una especie de hiperconciencia. Pocos tan espontáneos, originales, intensos y vigorosos como Miguel Ángel. Sus criaturas nacen del mármol a la manera del ave que rompe la cáscara del huevo con el natural y ciego impulso de la vida en el pico; ¡y con qué lúcida consciencia trabaja su obra! El esfuerzo que se ve, no toda elaboración, es lo que empaña la emoción estética; el esfuerzo impotente y por impotente, exterior a la obra, no oculto y generador de ella, es el que hace del artista, un artesano, y de la obra, un artificio. Los tránsitos, en una y otra dirección, entre lo instintivo y lo intelectual, lo inconsciente y lo voluntario, son imperceptibles. Sólo los esquemas didácticos y las falsas distinciones, tan comunes como las confusiones, deslindan brusca y radicalmente inteligencia e instinto.

Vindicadores de la inteligencia en la creación artística, y a ellos acompaña Oribe, son Poe, Rodin, Valéry, Ravel... El autor de «Bolero» declara que su gran maestro de composición fue Poe, y contrariamente a Mallarmé, juzga que el genial poeta nórdico del Nuevo Mundo es en absoluto sincero al confesar que escribió su poema «El Cuervo» conforme a un plan, o sea, poniendo en lucha y armonía, en continuidad y en contraste, la inteligencia y el instinto, lo consciente y lo inconsciente, lo intencional y lo sin intención...

Necesario es reconocer que hay artistas en quienes prevalece la inteligencia, cuyos poderes creadores son innegables, por lo menos en muchos momentos del proceso creador, y por eso sólo no son inferiores ni superiores: son diferentes y nada más. En grados muy diversos, donde esté la vocación artística estará siempre presente la inteligencia, pues es un complejo instintivo-intelectivo. Aparte de que la inspiración no es ajena a la inteligencia, su intermitente aporte no basta para la continuidad y unidad de la obra. Nunca falta la elaboración que puede ser acertada o desacertada, fecunda o estéril, según que se haga o no con inspiración. . . Es lo que Oribe ha denominado, con acierto, inspiración recurrente. Para continuar una obra, hay que instalarse de nuevo en su centro creador y así sobre la unidad del esbozo primigenio, se armoniza la multiplicidad de inspiraciones sucesivas. De lo contrario, no se le hará crecer como crece un ser vivo, de dentro a fuera: crecerá por yuxtaposición, como los seres inertes... Una obra nace sin esfuerzo ni dolor, al revés del hijo de la carne (y no se niega aquí el bello parangón de Pirandello), pero crece con trabajo y siempre se termina (o se da por terminada) con fatiga... Se trata, claro está, de obra» de gran aliento. Para terminar bien su creación, a veces el poeta, dramaturgo o novelista tiene que aprender del escultor, cuyo arte consiste en quitar lo que sobra. Oribe lo sabe y su exigencia en este ejercicio es cada vez mayor. Es adelantarse a la posteridad, pues el oficio de ésta es precisamente quitar lo que sobra.

La poesía no es forma, es estilo. Así la juzga Oribe, para quien la idea sería la entelequia de la poesía, cuya inmortalidad sería cuestión de inteligencia. Las más hermosas palabras, advierte, son las palomas providenciales del poeta; siempre vendrán con una idea en el pico. (Teoría del Nous, p. 234). Pero no excluye poesía sin palomas con ideas en el pico: «Un verso perfecto siempre contiene en sí una emoción infinita, aunque no exprese nada». Del dinamismo del Nous surgiría la poesía. Los meras palabras serían «sucios mendigos acumulados frente al templo de las ideas y los símbolos».

Guyau, poeta y filósofo, define la poesía como «mirada sobre fondo brumoso, movedizo e infinito de las cosas»... Suelen las definiciones ser antes máscaras que revelaciones, o mejor, revelaciones y máscaras. Siempre, a toda definición, hay que agregar: es más, es menos, es otra cosa... No obstante, la definición de Guyau expresa mucho, como la de Oribe. No se le puede exigir que diga todo. El espectro visible e invisible de la creación artística tiene uno de sus extremos en la inteligencia; otro, en los sentimientos; uno en la idea, otro en la emoción. Nunca es ni puede ser exclusivamente cerebral; y lo puramente afectivo, si viene de la profundidad de la Vida va a la profundidad de la Vida y sugiere misterios de la existencia.

Jules Supervielle se expresa en estos términos; «II m'arrive souvent de me dire que le poète est celui que cherche sa pensée el redoute de la trouver»[7]. El poeta experimentaría la necesidad de fijar en la imagen su espíritu siempre móvil. La imagen tendría para el poeta una autoridad de que carecería la abstracción. Se crearía, en el ensueño, un universo personal del que sería monarca. Sentiría mayor atracción por el misterio y el ensueño que por la realidad. En la monarquía de Juan Ramón Jiménez se prohíbe la poesía informe, como la poesía sin pensamiento ni sentimiento plenos. Esta plenitud hace que todo verdadero poema, sea en sí una obra acabada, con estilo que nace y muere en el mismo poema. Mundo concluso, de ritmo, metro y musicalidad inventados por él y nada más que por él. Considera falsedades de imágenes y de conceptos la imposible vuelta a un primitivismo que nos es ajeno y estima que es un escamoteo del pensamiento lírico el introducir en el poema, pensamientos filosóficos. Entre tales altas voces, se oye la pausada voz de Oribe: «El verdadero lírico hace economía de imágenes. Es dueño de una gran riqueza de la cual dispone su voluntad y debe rechazar una y varias veces sus imágenes, para que ellas retornen más impregnadas de lirismo puro. Cuanto más hondo de sí mismo arroje una de sus imágenes, cuanto más las rechace, más valiosa volverá ésta a asomarse. Las mejores imágenes son de una fidelidad infinita. El lírico, entonces, gobierna esa fidelidad de sus imágenes, sumergiéndolas en sí mismo, como el faquir procede con sus serpientes, al hundirlas en hondos y sucesivos sueños, hasta que despiertan cada vez más fieles. («Teoría del Nous», p. 209).

IV

El pensamiento crítico y filosófico de Oribe enfoca los capitales problemas estéticos, naturalmente, con directos sondeos psicológicos, reacciones de intérprete y comentarista e interferencias de otros problemas metafísicos que el inherente a la naturaleza de lo bello, que si no siempre están implicados de suerte que no se les pueda eludir, carecen de deslindes precisos. El idealismo absoluto lo obsesiona. Todo lo trascendente es enjuiciado con el criterio de un idealismo radical. ¿Por qué? Quizás porque es el más poético. La belleza suscita en Oribe vehementes anhelos metafísicos; ya la Metafísica incita su duende lírico a expresarse hasta los límites de lo inefable en una musical sucesión de imágenes, símbolos e ideas, con la severa condena de toda opulencia verbal y barroquismo. Por eso hemos afirmado que cuando poetiza, platoniza y cuando platoniza, poetiza. La crítica literaria de Oribe subraya sus tendencias como creador. Suele ser un complemento a las aclaraciones, génesis y comentarios de sus poemas. Podría interpretarse, a veces, como contracrítica o autodefensa indirecta de sus creaciones; pero su mejor autodefensa son sus poemas, sus propias producciones. Recordemos algunos de sus juicios:

«¿Dónde se hallará en la poesía española de los últimos tiempos, ejemplos dignos de eso que despectivamente algunos llaman ingeniería poética, argumento, asunto, alegoría, plan, intención, que ofrezcan milagros comparables a «El Cuervo» de Poe, «El Lebrel Celeste» de Thompson y «El Cementerio Marino» de Valéry? Solamente en los sudamericanos ya muertos, Rubén Darío y Guillermo Valencia, y en algún otro que aún vive desconocido por ahí, existen ejemplos por el estilo». («La Dinámica del Verbo», pág. 41). No cabe duda, ese desconocido al cual alude Emilio Oribe es... Emilio Oribe.

Los inspirados que huyen del Nous serían «falsificadores de sentimientos»: «Casi toda la poesía moderna española e hispanoamericana está destinada a morir por carencia de asunto, profundidad, plan, composición, y, más que todo, por su servidumbre ante lo instantáneo, mágico, sensorial, descriptivo, y por su ineptitud para concebir, sugerir grandes símbolos e ideas. Por ahora, aquella es el discipulado de la hibris»[8].

Certeramente señala la evolución de la conciencia estética; cómo se pasa del plano de la inteligencia al de los sentimientos: «En poesía, muchísimo de lo que aparece como intelectual y construido, mañana sufre la catarsis emotiva, la transustanciación que lo va transformando en purísima emoción. Lo que emociona de inmediato, mañana es olvidado; la poesía superior es aquella que, conteniendo grandes ideas, se va vistiendo con las emociones que despiertan a medida que se la lee...[9].

Criptografía no es poesía... Pero es poesía y gran poesía la profunda por naturaleza, dependiente e independiente del sentido, la que expresando más sugiere más y suscita más los poderes creadores de quien la siente y comprende o sólo la siente. En el entendimiento hay poesía cuando conduce a sentir mejor. ¿Existe algún nexo en la génesis de la emoción y el juicio? En general, es indudable. En cuanto a la emoción y el juicio estéticos, Kant planteó el problema así: ¿El juicio estético precede a la emoción estética o la emoción estética precede al juicio? Planteado en esos términos, se propende a una solución falacicsa, porque obligaría a decidir como primario ya sea siempre el juicio, ya sea siempre la emoción. La realidad psicológica no es dilemática y puede el juicio estético preceder a la emoción o la emoción estética al juicio, según los casos y las circunstancias. Además ¿no pueden coexistir? Lo importante del planteamiento kantiano es el hacernos meditar en las dos direcciones: emoción estética juicio estético; juicio estético-emoción estética; y en la diversidad del proceso. En efecto, 1º, puede una emoción estética ser pura y permanecer en ella sin conducirnos a formular juicio estético alguno; 2º, la emoción estética puede preceder al juicio estético, es lo más frecuente, y éste, a su vez, influir sobre aquella, positiva o negativamente; 3º, existen momentos, circunstancias, casos en los cuales la emoción estética emana de la comprensión; 4º, juicio estético y emoción estética pueden coexistir con inducciones y resonancias recíprocas, en armonía o en conflicto... Fácil es, anota un poeta de nuestra América, escribir poesía difícil. He ahí la contrapartida de la difícil facilidad de Horacio. Eso es cierto en todo lo que no sea confusión de difícil y profundo.

La poesía profunda, como lo dijera Oribe, conduce al éxtasis de «lo inefable poético, más allá del arrabal de los emocionables». Las voces que suben muy de lo hondo del alma, como voces veladas por el misterio y el milagro de la creación hecha verbo, apenas se oyen en la áspera superficie del estrépito. Siempre existe en la poesía de la madurez de Oribe, además de lo imaginativo y enigmático, lo plástico y lo musical, lo que Hegel señala como la idea que se busca, que se halla y que se sobrepuja, en cuyo trance y en cuya interferencia se confundiría necesidad y libertad, por mágica intuición del tiempo. Con la obsesión de la existencia y de la esencia, de lo eterno y de lo absoluto, con un ideario filosófico entrañado en los sentimientos y transfigurado en el crepusculario de lo consciente-inconsciente, el autor de «La Serpiente y el Tiempo («Mueren en Dios los pensamientos míos») platoniza y poetiza; creador de alegorías. de mitos, de fábulas, de ídolos, poetiza y platoniza:

¿Qué es el ave? Es la idea que reposa

en mí; luego alza el vuelo y se hace cosa.

Ave filosofal del pensamiento

 

El astro aquel, tan puro en su retiro.

Con su cifra que enciende en mi conciencia,

sólo existe en mis ojos. Su presencia

finge arder en umbrales de zafiro.

Idea pura, en Oribe, no es la que se define en psicología: «La palabra en el verso no debe ser música, advierte el autor de la «Teoría del Nous», ni color, ni relieve, ni emoción, ni adorno, ni matiz, sino todo eso reunido en síntesis por la inteligencia. Es decir: idea pura».

«II faul ne s'attacher qu'á l’eternel et á l'absolu». He ahí la divisa de este Oribe, quien, como Winkelmann, es esteta en Religión y religioso en Arte. El homo vigilans «telescopea» en la noche de América. En sus discursos, en sus conferencias, en sus juicios sobre autores latinoamericanos, Oribe suele ser pródigo en elogios; pero cuando juzga globalmente a la América a que pertenecen tales autores, su opinión tiene la severidad de juicio final... Con el titulo «Algunos aspectos del pensamiento en el Nuevo Mundo», enjundioso ensayo comunicado a los «Rencontres Internationales de Genéve», (1954) analiza y aprecia la aportación de América a la cultura de horizonte universal y luego de señalar que entre los pueblos latinoamericanos «existen grandes diferencias» y que «cada uno realizará una cultura individualizada» cuya resultante sólo sería pensable dentro de un siglo, afirma la conveniencia de que América Latina sea considerada como unidad, lo cual, en el orden de las ideas, le parece actualmente fuera de duda al pensador Francisco Romero.

Nuestro compatriota reconoce que el espíritu de nuestro continente «aspira a definirse como la esperanza de la humanidad», pero de vuelta de explorar sus realidades, agobiado por la angustia, la sed y el cansancio de quien cruza el desierto, hace esta pregunta de agonía «¿Qué es ser sudamericano?», a la que responde con apagada voz de tristeza: «no somos casi nada, casi ni existimos». De pronto se reanima y surge de sus meditaciones, la única salvación: el Nous. El hombre, cualquier hombre, quisiera ser todo, saberlo todo, poderlo todo monárquica y súbitamente. Y el ser algo en relación al todo es como ser nada; pero ser algo en relación a la nada, es como ser todo o salvarse en el todo. La preocupación de las preocupaciones para ser alguien y salvarse en el todo, es la preocupación por la originalidad. En esto, no parece que se trate de querer: se es o no se es original y se acabó la historia.. . Luego sobreviene la valoración. No obstante, si de la nada no puede surgir lo original, la verdad es que puede perderse o no manifestarse bajo circunstancias imprevistas e influencias ajenas.

Enseñó Anaxágoras que el Nous introduce orden en el caos y gobierna el mundo. Con inducción kantiana y singularmente bergsoniana y meyersoniana, Oribe actualiza en nuevos horizontes la teoría del Nous y nos dice en bello y grávido estilo: «La inteligencia sólo vive en el orden, por lo cual el razonamiento se encuentra siempre concorde con la simetría y el encadenamiento preciso de los métodos, medios y fines. El plan es la ley general del razonamiento; y allí donde no existe, una potencia infinitamente fina y sabia se revela en la razón para vislumbrar una pequeña luz que haga posible la marcha hacia órdenes no bien previstos y alcanzados. Por eso, por medio de la razón inventiva que casi siempre se apoya en la analogía, la inteligencia se orienta hacia sus fines de orden y claridad. Sólo así adquiere sentido el alfabeto disperso de los fenómenos que ocultan en su seno leyes sabias, y sólo así se revela en el inmenso panorama de las ciencias esos fundamentos de todo conocer y de todo ser que, con el nombre de indemostrables, circulan en las distintas ciencias y lógicas del pensamiento europeo. Los indemostrables están postulándose a sí mismos, como estuarios inmensos, a donde van a desembocar caminos que se sumergen y que no ofrecen salida. Pues bien, sobre su lomo transparente sólo brillan las analogías, que tanto pueden ser serpientes como incitaciones a la razón para las lucubraciones explicativas más hondas»[10].

V.

Oribe está dotado de poderes creadores para ser cada vez más él, asimilando cada vez más las obras de los otros. Paralelamente crecen su cultura y su personalidad. Sus amplios horizontes do estudioso de la Literatura y de la Filosofía no desvanecen su original manera de ser. Por el contrario, la descubren, estimulan, enriquecen y elevan a niveles superiores. Esto se patentiza con el cotejo de toda su obra, tanto en verso como en prosa, siempre poética. Su poesía es de sabiduría no de ignorancia, o mejor, de sabiduría y de la ignorancia en los confines de la sabiduría, pues el misterio de la existencia es el fondo permanente de su producción más valiosa. Ha introducido nuevas estructuras en el verso, inspirado o no en el magistral estudio de Vaz Ferreira sobre la percepción métrica. Con idéntica exigencia de sus íntimos imperativos de esteta, intenta en «Oda al Cielo de la Nueva Atlántida», la recuperación de una forma rítmica clásica, que imagina «comparable a aquella que se ha perdido casi del todo ya, y que circulara en algunos autores clásicos: espondeos, troqueos y dáctilos, actuando entre ritmos libres». Aspira «a que se fije en el brujulario de la mente la figura de nuestras Américas como un gigantesco reloj de arena, sumergido entre los eternos y primarios elementos». Hay ocasiones, asuntos e instancias en que actualizar equivale a innovar. Se progresa integrando valores por creación y selección. Pocas veces es sensato tomarlo todo o abandonarlo todo. El más importante y difícil ministerio de las generaciones que se suceden, consiste en dar permanencia a lo que más vale, con certero selectivismo, y crear obra nueva que resista las revisiones in perpetuum.

Sea de cuño antiguo, sea de troquel nuevo, la poesía de Oribe es inconfundiblemente suya, se refracten filósofos o resuenen cantos lejanos. Una fundamental diferencia entre Oribe y muchos otros poetas es que él tiene dones para cantar como ellos, mientras que esos muchos otros aunque quieran, no pueden cantar como Oribe.

Emilio Oribe es como un pluriverso poético en un universo filosófico. En América Latina es excepción tan evolucionada modalidad de artista. En todas las formas de versificación tiene maestría. Admirable estilista en prosa y en verso, de su mente surgen en indisoluble unidad el ritmo de las ideas y la sucesión musical de las imágenes. Le asiste la gracia en los temas pequeños y siempre se siente en su reino y se mueve con majestad en los temas mayores. No cuentan ciertas reacciones como de espina irritativa o pulga eléctrica. La solemnidad de su cincelado estilo, como acercamiento a Fidias con la palabra, es el que conviene a las ideas trascendentes que fulguran siempre en el fondo de su obra más bien lograda. De cultura milenaria y de todos los tiempos y de inalienable originalidad, su purificado estilo evoca la serena grandeza del Arte helénico. Solitario e intrépido, ensimismado y abierto, anda por la vida a pasos lentos o en raudo pájaro de acero... Así sale de su soledad a la universalidad y vuelve de la universalidad a su singularidad. Ser solitario en la soledad es de todos los mortales; ser solitario en medio de las multitudes, sin ser ajeno a su destino, es privilegio de los inmortales.

El amplio espectro psíquico de la poesía de Emilio Oribe no está ni puede estar todo él en la zona de la inteligencia: va de lo inconsciente dinámico a lo hiperconsciente contemplativo, activo y selectivo. Lo que le sale es bello; y lo que elabora también es bello. El poeta nace, crece y se hace... Nunca está acabado. Oribe tiene una valoración estética segura de lo suyo y de lo ajeno que se asimila. Sus ideas adoptivas están bien metabolizadas por sus ideas originales y todas parecen de la misma estirpe. De la multitud se libera poetizando y platonizando (Epicteto no decía filosofo: decía me libero). Como en Rilke, en Oribe el canto es un mínimo para los oídos y un máximo para las almas. Y si algo queda en la oscuridad, es que no se trata de explicación, sino de inmersión.

Las imágenes cromáticas y sonoras sin el interior de las ideas y de los sentimientos constituyen un juego infantil para los ojos y para los oídos que no puede rivalizar con la grandeza de lo naturalmente dado en el ejercicio habitual de los sentidos. Aristóteles reconoció el carácter filosófico de la poesía junto con su universalidad. En su Poética afirma que «la poesía es más filosófica y elevada que la historia, que la poesía refiere más bien lo universal, la historia, en cambio, lo particular». Asimismo opina que el poeta «debe ser creador de fábulas antes que de versos». Oribe, poeta creador de mitos, y que estima legítimo por poético y persuasivo grabar la leyenda con caracteres históricos, y las alegorías y fábulas con la veracidad de lo anecdótico, nos hace esta revelación, como pensamiento de Aristóteles: «Los poetas descubrieron que las cosas pueden ser mitos, talismanes, enigmas»... No importa la autoridad de Aristóteles en esto: sin ella, no pierde encanto y significación el descubrimiento de Oribe, pues él descubre que las cosas, en esencia, no son más que mitos, talismanes, enigmas... y está de acuerdo, en cuanto que son enigmas para Aristóteles y muchos otros filósofos.

Con Mallarmé, Oribe estima que la poesía es como el ritmo del sentido misterioso de la existencia. La temática fundamental de la poesía de Oribe en las últimas estaciones de su vida, es la misma de la Filosofía: el ente, la Idea, la existencia, el tiempo, la esencia, la substancia, la nada, lo eterno... con las más bellas sublimaciones, mitos, alegorías, símbolos. Su idealismo estético es absoluto y grandioso, y por lo dogmático, parece una Teología estética. Con sus dioses o mitos, invade todos los dominios. Cierto que es privilegio del Arte no demostrar ni justificar nada, y sin embargo, introducir o revelar en nuestro espíritu algo irrefutable. Tesis de Guyau admisible y hasta evidente en los límites de la belleza; pero falsa al trascender dichos límites. En lo que muestra, es más que demostrar. Sin autenticidad interior, no hay Arte. Todo escritor, todo músico, todo artista, todo investigador original desde que nace comienza a realizarse en la inmortalidad. Pero la inmortalidad de los inmortales no se sostiene en sí misma: su soporte es la continua sucesión de loa mortales. Una generación, que en parte de su vida transcurre en coexistencia con la que le precede y con la que le sigue, cumple su destino si sucede a la primera ascendiendo y antecede a la segunda facilitando su ascensión.

Más que las generaciones pretéritas y la contemporánea preocupan a Oribe las generaciones que se anuncian. «En poesía, afirma, lo inactual suele ser la actualidad de lo eterno». Además, «los ciclos de los creadores de todas las épocas coinciden los unos con los otros, dibujándose una línea de puntos idénticos que se repiten en el tiempo y que configuran la trayectoria temporal de lo poético absoluto. Los claros arquetipos de esa línea a veces se pueden percibir muy bien; instantes de Virgilio fueron ya de Homero, dorados instantes de Dante fueron ya de Virgilio, instantes de Hacine fueron ya de Dante, instantes de Shelley fueron de Racine, y así hasta nuestros días»[11].

La obra poética de Oribe es profunda y de textura incorruptible. Sus obras en prosa (Poética y Plástica, 1930; Teoría del Nous, 1934; El Mito y el Logos, 1945; La Dinámica del Verbo, 1953; Tres ideales estéticos, 1958) son imperecederas expresiones de cultura y de personal experiencia. Poesía y prosa florecieron en clima tropical y torrenciales precipitaciones de nubes: fructificaron y maduraron en unas doscientas estaciones de vida en la Vía Láctea y en la Tierra. Es Emilio Oribe uno de los más excelsos poetas de la lírica castellana y esclarecidos espíritus del pensamiento hispanoamericano. Poetiza y platoniza; platoniza y poetiza. El poeta y el pensador vuelan en el mismo avión de ensueños, pero si bien vuelan juntos, el poeta sabe más que el filósofo y en los conflictos entre la verdad y la belleza el poeta se impone como soberano de los altos mitos.

MIRA: aquello es el hombre. Deja vagar su sombra

sobre las apariencias que clasifica y nombra.

 

Está escrito que el hombre se realice en el Todo,

y encuentre en las entrañas del ser sustancia y modo.

 

Está escrito que el fuego construya sus palacios

en un reino de esencias, fuera de los espacios.

 

Está escrito que el viento construya su ancho río

en el umbral del tiempo, más allá del vacío.

 

Está escrito que el agua ascienda hasta sus fuentes

y devuelva a los mundos verticales torrentes.

 

Está escrito: la tierra petrificó en su entraña,

noche a noche, argumentos de abismo y de montaña.

 

Pero, entre tanto, el hombre deja caer su sombra

sobre esas permanencias que clasifica y nombra.

 

Al darles nombre y número les da existencia exacta,

y no es la fresca rosa, sino la rosa abstracta.

 

La que es más que fuego, y viento, y agua, y tierra,

cuando el hombre en altísimos pensamientos la encierra

 

Para existir, la rosa se emancipa del Todo,

y halla en la inteligencia humana esencia y modo.

 

Gran enigma es el hombre. ¡Huye como una sombra,

y alza esta rosa eterna que él solo crea y nombra!

Diz que en Castilla fueron aurífices los Oribe. En las márgenes del Río como Mar y del Río de los Pájaros existe un Oribe cuyo oficio es volar por la espléndida órbita de los poetas-filósofos, en avión de sueños, con hélice de Platón y comando del Nous. Ya ha conquistado la universalidad. Es la universalidad el psico-puerto de donde asciende el avión de los sueños a la inmortalidad.

Clemente Estable

PALABRAS FINALES

No puedo disimular la inquietud que me produjo la noticia de que la Academia Nacional de Letras me dedicaría este homenaje para celebrar mi designación en el cometido de Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias. Dedicado desde hace algunos meses al cumplimiento de este honrosísimo cargo, sumergido en la corriente de los actos administrativos y de las obligaciones de todo carácter que van, desde lo más elevado de la docencia que se nivela con las tareas que más han enorgullecido a los hombres, hasta la penosa tarea de fundamentar fallos sobre conflictos y hasta incidentes entre funcionarios, completamente ajenos a la grey humanista, me había habituado ya al transcurso hesiódico de los trabajos y días inherentes a la investidura, de suerte que la noticia concreta de una ceremonia académica en tal día y a tal hora, desde el primer momento, me sorprendió y me desorientó.

En modo especial, mi primer recuerdo fue para los distinguidos e ilustrados colegas de la Academia, y en modo especial se destacó la prestancia espiritual de su Presidente, señor Raúl Montero Bustamante, que no ha podido concurrir pero que lo consideramos asistente, como en todas nuestras reuniones. Después la intervención del Vice-Presidente, doctor Dardo Regules, que con su dinamismo y precisión en las iniciativas y resoluciones, me consultó y trasmitió los detalles preparatorios en forma tan conminatoria y amable a la vez, que me fue imposible todo gesto de rehusar. Por último el imaginarme a Clemente Estable robándole algún tiempo impostergable a sus experiencias científicas y a sus meditaciones tan profundas, para cumplir con la tarea de justificar la ceremonia con que se me honraría en este austero y venerable consistorio de la cultura nacional. Y luego, la palabra emocionada de mi eminente conterránea, Juana de Ibarbourou, que traería a la solemnidad del acto académico, la frescura matinal de su evocación de nuestra adolescencia melense.

Al poco tiempo del imperio de estas imágenes, pensé que, por encima de las personas y las palabras que disfrutan de lo transitorio y hasta de lo ilusorio, en este acto se hallan presentes las instituciones que son depositarías en algún grado de la tradición humanista más pura.

Por un lado, la Facultad creada expresamente para impartir las enseñanzas superiores y desinteresadas de la filosofía, las ciencias, las letras y la historia. Y por otro lado, la Academia, denominación más arcaica y más ilustre, que se desprende como uno de los más fuertes árboles verbales del bosque de las ideas y los actos de Platón.

Considero que todo lo que se ha dicho de un borroso alguien esta mañana, se hace justificable por los escenarios abstractos y respetables que nos sirven de fondo espiritual.

Debemos reconocernos como protagonistas, con mayor o menor fortuna, de algunos esfuerzos y escenas que requieren personajes dignos de las aulas y los convivios de la inteligencia que nos resguardan con la prestigiosa tradición que, por sí mismos, deben atesorar y trasuntar.    .

Lo que podría trasmitir como experiencia directa del cargo con que se me ha honrado en la Universidad es bastante profuso y heterogéneo como para ofrecerlo ahora a la atención de ustedes. No sería oportuno presentar un balance de conocimientos nuevos, de rectificaciones y perfeccionamientos necesarios, de proyectos o iniciativas tendientes a mantener el prestigio de una institución educativa que se presentó como una experiencia con muchos caracteres de originalidad y riesgo.

Lo único que me permito trasmitir es lo siguiente: de lo actuado en el seno del gobierno de la Facultad, de lo que asciende del comunicativo acento de la juventud que entra allí con esperanzas superiores de investigación y estudio, de las expresiones recogidas en el ambiente exterior, en modo especial entre el público ilustrado y el pueblo esperanzado, uniendo las expresiones de los que viven en Montevideo y las de los que nos siguen con los ojos ávidos en el interior del país, he comprendido lo siguiente: existe una esperanza muy grande en lo que pueda ofrecer a la cultura y al frenombre del país, la Facultad de Humanidades y Ciencias. Es evidente que el país revela un interés vivísimo y hasta entusiasta por la cultura superior que pueda impartirse desde aquellas aulas. Parecería que se hubiese afirmado aún más el anhelo superior de poseer un centro que sea orgullo de nuestro continente. Uno de los factores que alimenta esta llama es el prestigio del fundador y director de la institución: Vaz Ferreira. Al morir la criatura humana se diría que su pensamiento y su obra se han concentrado y embellecido. Ese fenómeno de embellecimiento de una personalidad debido a la muerte, ese trance de idealización, esa purificación tan misteriosa como constante, ya se hace perceptible en el concepto que el país va adquiriendo de la misión universitaria que se desarrolla poco a poco. Ese impulso se torna actuante y genera algo asi como un renacimiento dentro de las directivas y actividades de profesores y alumnos. A este hecho se une también, una aspiración por el enorme saber científico y sus consecuencias técnicas y pragmáticos y las disciplinas filosóficas, históricas y literarias, que se han intensificado en este siglo.

He podido notar esos acontecimientos auspiciosos en forma clara; lo que denunciaría que penetra en la intima entraña de nuestra cultura, la justificación evidente de los estudios que se imparten en nuestras cátedras y laboratorios. Es del todo comprobable que se ha ido afirmando el concepto del cumplimiento de una necesidad de cultura tan imperiosa como vital, para nuestro existir como nación.

Se comprende, por fin, que la responsabilidad de la dirección de la Facultad, es mayor ahora que nunca. No nos perdonaría el futuro, si por desatención o incomprensión de ese estado de espíritu, pudiera caerse en la frustración de una esperanza que se levanta con tanta firmeza. Es lo único, en síntesis, que se me ocurre comunicaros, señores Académicos, autoridades universitarias y distinguido público, que habéis enaltecido con vuestra presencia este acto. Gracias a todos.

Emilio Oribe

Notas:

[1] «El Pensamiento Vivo de Rodó», 1944, pág. 15.

 

[2] «Poética y plástica», 1930, p. 87.

 

[3] La Dinámica del Verbo. 19S3, Pág. 119.

 

[4] Poesía, 1944. Págs. 19-20.
 

[5] Conferencia. Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata, 13-X-1941.

 

[6] Confesiones publicadas en el Bulletin de la Société Française de Philosophie, 28 janvler, 1928.

[7]  Chercher sa pensée. — Noovelle Revue Française. Nº 65, 1958

[8] La Dinámica del Verbo. 1954. Pag. 41.

 

[9] Poesía. 1944. Pags. 318-319.

 

[10] El Mito y el Logos. Buenos Aires. Ed. Poseidón, 1945. Pags. 33-34.

 

[11] La Dinámica del Verbo. Pag. 26.

 

Disertación de Clemente Estable

 

Publicado, originalmente, en: Revista Nacional : literatura, arte, ciencia / Ministerio de Instrucción Pública Segundo ciclo. Año III - Montevideo, abril-junio de 1958 - N° 196. Tomo III

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/60412

 

Ver, además:

                       Emilio Oribe en Letras Uruguay

                                                 Clemente Estable en Letras Uruguay
 

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