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Critica temprana
 

Novelista prometedor

(Juan Carlos Onetti)

por Emir Rodríguez Monegal

 

Aunque escasa, la crítica de los primeros libros de Onetti fue de lectores penetrantes y agudos. Ya El pozo había contado con el saludo entusiasta de Francisco "Paco" Espínola. En el caso de su segunda novela, Para esta noche, una bibliográfica extensa y cuidadosa de Emir Rodríguez Monegal en 1944, trataba de desbrozar aciertos y errores, y mostraba al mismo tiempo los gustos cinematográficos y la sintaxis borgeana de su autor.

HACE POCO la editorial Poseidón publicó en su colección Pandora la última novela de Onetti. La tapa, atrás, declara que su autor tiene 34 años, “cree en muy pocas cosas, rara vez habla de ellas y nunca las escribe”.

Informa además que Onetti ha publicado El pozo (Montevideo, 1939) y Tierra de nadie (Buenos Aires, 1941). Los lectores de Marcha conocen sus cuentos; también los de La Nación, de Buenos Aires. La noticia, que transcribo ampliándola, olvida que Onetti es uruguayo y que trabaja en Buenos Aires.

Cualquiera que haya leído Tierra de nadie sabe que Onetti no pudo hacer con ella una novela. La escribió apresuradamente para el concurso “Ricardo Güiraldes” de Losada y no consiguió organizarla. Le faltaba coherencia, unidad, sentido estructural (No es éste un reproche retórico. En Ulises el extenso monólogo interior de Molly Bloom —en el que se trata de expresar el fluir libre de la conciencia— tiene su peculiar coherencia; no carece de sentido. Pero no es el caso de Onetti). Había en su obra buenos momentos; no había un solo artificio técnico que ensamblara el acaecer de sus personajes.

Al contrario en Para esta noche hay madurez técnica sobre todo en las primeras 53 páginas. A ratos parece que Onetti quisiera probar que es capaz de conseguir una novela bien hecha. Y eso es lo que queda cuando se la piensa. Como cuentista ya había dado piezas acabadas —léase “Un sueño realizado” en La Nación, 6-VII-41. Como novelista, recién en esta obra consigue una estructura firme, una segura progresión. En la escena inicial, larga y compleja, halla un limpio efecto; muestra los sucesos desde dos personajes distintos, primero en función de Ossorio, el protagonista, luego según Morasán, el antagonista. Consigue, al variar el punto de mira, el enfoque algo similar a lo que obtenía Orson Welles al historiar a Charles Foster Kane desde su amigo, desde su segunda esposa, o desde su administrador en El Ciudadano. Además, este pasaje es el mejor construido de todo el libro. Luego hay bastante confusión, aciertos parciales y —a veces— un buen ritmo de pesadilla.

Todos sus lectores saben que hay una manera “Onetti” de describir (no importa que ya esté en Faulkner). Por ejemplo, dice la página 97: “La golpeó en la cara, no demasiado fuerte, y volvió a golpearla con el revés de la misma mano, viendo nacer, entre el primero y el segundo golpe el llanto en la cara horizontal, notando que el cuerpo no había hecho ningún movimiento y, siempre rígido, inmóvil, ofrecía el llanto como una flor aguantada por el tallo, las lágrimas y las desacompasadas convulsiones, el barboteo y el juego rojo, blanco, tembloroso de los labios moviéndose gruesos sobre la dentadura”.

La hábil unión de los hechos con la reflexión y observación que provocan, más la eficaz metáfora, más las certeras expresiones hacen de este párrafo uno de los más representativos. Otro buen ejemplo: “Con el cuerpo rígido, sin mirara la mujer, pasando junto a ella como si la rozara sin verla en la oscuridad, resbalando milímetro a milímetro su cuerpo contra el de ella. Ossorio salió del cuarto", pág. 71. Pero hay también trucos “Onetti”: adjetivación repetida, diálogos injustificados, parcelas de la realidad (como por ejemplo: “Le veía el perfil, la dignidad de la corta nariz, el ojo severo, aquella retorcida mitad de la boca que entraba fríamente en la mejilla”, pág. 169).

Un novelista es algo más. La tapa al frente, nos ilustra sobre el tema: “Esta es la historia nocturna de un hombre que busca escapar a la muerte, suelto y prisionero dentro de una ciudad sitiada”. Omite decir que otros personajes tienen idénticas intenciones; por ello luchan y se entrematan. (Presiento lamentablemente el escondido símbolo que se formula así: podrá faltar el sitio material de la ciudad, siempre estamos sitiados). Todo lo anterior se insinúa, se muestra, se dice, y no consigue hacerse verosímil. Lo leo y nada más. Cuando leía La condición humana podía no creer en la filosofía de uno, o en la fe social que sujetaba a otros, pero creía en Malraux como artesano capaz de plantear la China afiebrada y revolucionaria. En Onetti asisto a un esfuerzo semejante al de Un mundo feliz (Aldous Huxley): la creación de un ambiente que el autor desconoce, y laboriosamente imagina.

Onetti dice en la página 7: “En muchas partes del mundo había gente defendiendo con su cuerpo diversas convicciones del autor de esta novela, en 1942, cuando fue escrita. La idea de que sólo aquella gente estaba cumpliendo de verdad un destino considerable, era humillante y triste de padecer. Este libro se escribió por la necesidad —satisfecha en forma mezquina y no comprometedora— de participar en dolores, angustias y heroísmos ajenos. Es pues un cínico intento de liberación”. Creo que lo único cínico es la declaración. Leo esas palabras y la novela; no sé qué tienen de común. Parece ser algo que se le ocurrió más tarde. Entonces hace un párrafo alusivo y lo injerta; sigue luego acuciado por su deliberado afán de "hacer Faulkner" y de descargar su sexualidad literaria, con la descripción de la toilette” de Beatriz, la mujer de Morasán).’

No hay personajes; son conceptos. Beatriz en las páginas citadas arriba es “la novia” enajenada de que nos habla Rodó (según Guyau) en Ariel. Luego es otra cosa, y así sucesivamente. Lo mismo le pasa a Morasán y a cuantos transitan por estas páginas. Pero tampoco hay conceptos sólidos. Por ejemplo, no creo en la expresión de los conflictos de Ossorio (a quien Onetti parece adherir). En las páginas 127 a 128 se resume la agonía
de este personaje. Copio algo: “El y su vida sin tiempo de meditación, su vida en la miserable infancia y la adolescencia flaca y sin alegría, el trabajo desamorado en cualquier sitio de donde fuera posible arrancar los pesos para comer, el recuerdo de los calcetines rotos y pegajosos frente a las hermosas muchachas, la humillación de sus grandes manos torpes, los sueños tímidos y ardientes en que construía y alejaba la felicidad y el amor y la furiosa resolución de vengar y rescatar con la felicidad colectiva, su propia dicha personal, pisoteada, deformada en el machacar de los días; la gran esperanza a repartir como una torta sin reservarse un pedazo, sin otra recompensa que manejar el cuchillo para cortarla y ofrecerla. Y la enceguecedora sonrisa del amor perdida, invisible bajo sonrisas de mujeres, abortos, bidet, permanganato, preservativos, menstruaciones y dinero, camas alquiladas, portales vergonzosos, miseria del sudor en verano, la miseria de los pies y las rodillas frías en invierno, sabiendo que hay otras cosas en alguna parte que a veces la suerte da y a veces niega toda la vida, pensando en aquella beatitud ignorada al apretar senos, al mirar ojos lacrimosos, al contestar distraídamente siempre las mismas idiotas frases de pregunta, pensando sin quererlo—no con el cerebro, sino con el centro del cuerpo, con los bíceps, con el pecho, con los huesos, pensando con un leve deslumbramiento en el presentido amor que tenía que existir ya que él lo imaginaba, ya que no podía encontrarlo en la grosera comedia de las mujeres, acostado en la sombra de los dormitorios, con un brazo olvidado rodeando el cuello de su mujer, la mano rozando su mejilla, su pelo, su brazo, su seno, cerrando los ojos para huir sin destino, para quedar aislado en un aire cualquiera donde acariciar en paz nada más que palabras unidas de manera inexplicable al desconocido amor". Esta cita, un poco larga, muestra mejor que nada la fuerza y la debilidad de Onetti como escritor. Evoluciona de un comienzo enconado y grave a un lirismo secreto, que no por ser sincero es menos barato. Se siente la doble ausencia: el pensamiento claro, la voz cálida.

 

Incurre en fáciles recursos: la fatigante crueldad de Morasán, la excesiva Beatriz, la pureza de Victoria, el transparente simbolismo de sus personajes y escenas, del libro. Las últimas páginas (208 a 211) son casi ilegibles, por su hueco acento operístico, más algunos detalles premeditadamente asqueantes. El libro tiene 211 páginas y está dedicado a don Eduardo Mallea.

 

No hay en las letras uruguayas estrictamente contemporáneas de Onetti quien pueda emparejársele. Aparece solo, por la tensa calidad de su prosa, por la plenitud de su oficio de cuentista, obsesionante temática, por la promesa de realizarse plenamente como novelista. Porque tengo esa convicción, formulo los reparos arriba copiados.


(De Marcha. 1944)
 

Emir Rodríguez Monegal
Suplemento "El País Cultural" del diario "El País Cultural" de Montevideo, Uruguay

Nº 177 - 26 de marzo del año 1993

Digitalizado por el editor de Letras Uruguay el día 15 de julio de 2016, no estando en la red (ninguna plataforma de internet) hasta este día - https://twitter.com/echinope

 

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