PASIÓN Y POESÍA DE JULES LAFORGUE, de Andrés Echevarría. Montevideo, Orbe, 2006. Distribuye Orbe Libros. 91 págs. - por Alfredo Alzugarat

JUNTO A Isidore Ducasse, (más conocido como Conde de Lautréamont), y Jules Supervielle, Jules Laforgue es uno de los grandes escritores que unen las letras de Francia y Uruguay. El periplo vital fue similar en todos ellos: nacidos en Montevideo en el siglo XIX, pasaron la mayor parte de sus vidas en el país de sus ancestros. Sin alcanzar la celebridad del autor de Maldoror, sin lograr el éxito que en vida obtuviera Supervielle, con apenas un tardío reconocimiento en el siglo XX, Laforgue, no obstante, mereció siempre, por la autenticidad de su poesía y la transparencia con que supo comunicar su desgarro interior, una valoración más prolija y detallada de su obra. Este ha sido el propósito de Andrés Echevarría en este libro.

Más que una biografía, Echevarría interpreta el quehacer lírico de Laforgue entrelazando de modo inseparable tres ejes fundamentales: vida, personalidad y obra.

Trasunta así la soledad y el desamparo afectivo que dan cauce y contenido a su poesía, la angustia interior que dicta sus versos y la rebeldía que lo caracteriza. Nacido en 1860, Laforgue es trasladado a los cinco años a Tarbes, un pueblito del sur de Francia, lejos de sus padres que permanecen en Uruguay. La ciudad natal, Montevideo, quedará en su memoria como el paraíso perdido, el único lugar donde encontró el afecto de sus seres queridos. Para que el lector internalice lo que significó la separación de la familia y el desgarro del largo viaje interatlántico Echevarría, con acierto, recurre a una experiencia similar y cita por extenso el primero de Los cantos de Maldoror, de Lautréamont. Entonces, el océano puede ser la morada de Satán.

Laforgue importa porque su obra precoz trasciende al romanticismo y lo convierte en precursor de la vanguardia simbolista, a la que aportará su lenguaje coloquial; porque siguió críticamente a Charles Baudelaire y terminó promoviendo la difusión de Walt Whitman en Francia; porque concibió la poesía como un instrumento de salvación personal que le permitió enfrentar la muerte prematura, a los veintisiete años. Echevarría subraya estos y otros aspectos ostentando una profunda admiración: Les Complaintes (1885), primer poemario publicado por Laforgue, le resulta "absolutamente maravilloso": su autor también es "maravilloso y preclaro".

La apasionada semblanza no agota su visión. Cuando corresponde, deriva en una bien fundamentada valoración de la obra del poeta franco-uruguayo. Así, concluye que la síntesis de la poesía de Laforgue es su honestidad: supo exponer la belleza de lo profano con la estética de la sencillez.

Acompañan el relato, a modo de ilustración, extensos fragmentos de varios poemas de Jules Laforgue y dos capítulos observando la vigencia de su obra, con citas de Octavio Paz y Paul Auster. En definitiva, una biografía escrita con sentimiento y agudeza, que actualiza y otorga justicia a un gran poeta.

Alfredo Alzugarat

El País Cultural, 10/11/06

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