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Hospital de Inocentes, Santiago Montobbio, Editorial Devenir, Madrid, Enero 1989, por Enrique Villagrasa

La poesía lírica de Montobbio

 

La autenticidad de un autor se pone de manifiesto cuando muestra la capacidad para decir lo que siente de un modo directo y sincero, sin añadir artificiosidades. Y la originalidad se trasluce cuando el poeta siempre es él mismo, porque además posee una fuerza plasmadora que se columbra en un auténtico estilo personal. Reflexión que me hago tras la lectura del poemario del joven Santiago Montobbio (Barcelona, 1966), Hospital de Inocentes, ya que es todo un hallazgo poético éste su primer libro publicado y todo un sorprendente poemario porque se encarna “a través de la agotadora y muy extraña cacería/ en que soy arma, a la vez presa” (Hospital de inocentes).

 

El libro está formado por 36 poemas distribuidos en cuatro apartados, Hospital de Inocentes, Los fracasos del alba, Silva y Dramatis Personae, y tan sólo jalonados por dos citas, una de Garcilaso y la segunda de Juan Ruiz. Pero los poemas seguidos del joven Montobbio son y se presentan como la auténtica expresión del yo, que es ni más ni menos que la lírica, aunque el poeta juega con la ambigüedad, realizando, a la vez, con su discurso lírico la expresión de su propio yo y de un yo indeterminado, de ahí los títulos de los poemas tan explicativos, “Ahora tu oficio van a ser los maleficios o de las clínicas ingenuidades del poeta”, donde señala: 

 

“has de volver a ser de nuevo el poeta extraño

que por su olvido busque las comisuras del cielo,

sobre muerte palabra y risas tú, sobre tiempo

y muerte un pájaro triste de violines magos,

miradas en clave ya tú sobre la muerte”

El poeta en este libro, Hospital de Inocentes, pone en juego la espera corporal para expresar un estado anímico, que viene a ser uno de los rasgos más peculiares de lo lírico: “te publique algún poema/ una desconocida revista de provincias” (Los trabajos y los días), o donde el poeta aprende de la vida y poetiza el instante, “Otras noches pasarán, sin remedio y parecidas” (Otras noches).

 

Si la poesía lírica brota de la emoción que surge de la eventualidad o ante la eventualidad de la existencia humana, el poema Al día siguiente difumina con buen registro lo reseñado:

Al día siguiente llovió, sí, eternamente,

y por las frescas calles de tus labios

mi tembloroso andar acompañó

a tu corazón de tarde y agua,

mientras llovía  para él, solo,

despacio y de otro modo”.

Santiago Montobbio da rienda suelta a su estado anímico y recuerda y funde la música y la palabra en su propio lenguaje: “o a fundirse del todo nunca alcanza” (Entre tanto), “o insomnios y avenidas que tengan por pavimento al miedo/(…)/Las acacias viejas de mis labios/ dándote sombra” (Las acacias).

 

En suma, la música de las palabras del lenguaje singular del poeta, las sugerencias de las expresiones, la presencia de las metáforas, el peculiar ritmo y el metro empleado por Montobbio contribuyen en su poemario a dotarlo de la atmósfera propia de la poesía lírica, “Pero los improbables tiempos de las almas/ un día se disecan./ Ya sólo guardo sombras”. (Los improbables tiempos).

 

Hospital de Inocentes tiene un lenguaje con unos sonidos concretos para evocar la vivencia del poeta: “y la necesidad de tener que fabricarme cada día/ unas pocas verosímiles tretas que me ayuden/ a fingir también mañana que estoy vivo” (Dramatis personae).

 

En definitiva, no hay una métrica específica para la lírica, y es la intuición del poeta la que la guía. Y la materia, de por sí, puede contener o no un cierto grado de poesía, pero es el talento artístico del poeta el único capaz de infundirle auténtica belleza estética, “y ahora sólo mastico horas en los bares” (Destierro, oficio).

 

Enrique Villagrasa
Hora de Poesía, Nº 67-68, Barcelona, Enero-Abril 1990

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