José de Ribera (El españoleto)

José de Ribera (El españoleto)

por Miguel Ultrillo

 

Notas biográficas. — Nació nuestro pintor en Játiva, según demuestra su Fe de bautismo que puede verse en el libro V de la Iglesia Colegiata de San Felipe. Traducida del catalán en que está escrita, dice a la letra: A 12 de Enero año 1588, fue bautizado José Benito, hijo de Luis Ribera y de Margarita Gil; fueron padrinos Bartolomé Cruanyes, Notario y comadre Margarita Albero doncella, hija de Onofre Albero. Con este documento, caen por su base cuantos esfuerzos intentaron los numerosos biógrafos italianos[1] que deseaban hacer de Ribera, un compatriota, sin retroceder ante el significativo sobrenombre de EL ESPAÑOLETO y sin tener en cuenta las múltiples firmas en las que revindicaba Ribera su naturaleza de Español[2].

Muy mozo, mandáronle sus padres a Valencia, para que adquiriera una buena instrucción en la carrera de las letras, aprendiendo el latín y demás conocimientos comprendidos en lo que se llamaba entonces, humanidades; el ímpetu de las dotes naturales, pudo más que las órdenes paternas y en lugar de las aulas, frecuentó la casa de Francisco Ribalta que era entonces el primer maestro pintor valenciano. No tardó mucho tiempo en adquirir los más vehementes deseos de emprender el viaje a Italia para estudiar las obras de los grandes maestros, y sin recursos y a pié, llegó a Roma donde vivía miserablemente, comiendo lo que le daban caritativamente sus compañeros en arte y aún sus mismos complacientes modelos.

Dícese, que en ocasión de estar copiando Ribera, un fresco que adornaba la fachada de un palacio, acertó a pasar un Cardenal que deteniéndose para examinar el trabajo del pobre mozo, tan prendado quedó del arte evidenciado por la premura de la copia, que llevándole consigo, le hizo merced de casa y mesa, facilitándole todo cuanto apeteciera para su trabajo. Una vida tan regalada y fácil, no sedujo al ESPAÑOLETO, pues creyéndose harto distraído de su Arte, huyó del palacio de su protector, sumergiéndose nuevamente en la azarosa existencia de privaciones y de luchas que convenía más a su temperamento. Lo que el Cardenal atribuyó a ingratitud y pereza, era debido a las virtudes contrarias, y según se cuenta, tuvo ocasión de comprenderlo así.

Admirador ferviente del Caravaggio[3] aunó todos sus esfuerzos para alcanzar el ser discípulo suyo; a poco tiempo de haber logrado este deseo, murió el Maestro cuando Ribera contaba algo más de veinte años.

Después de estudiar y copiar en Parma, la obra del Correggio, alcanzó de regreso a Roma, los primeros triunfos y en esta época dícese que comenzó la enemistad con el Dominiquino, de la cuál se habla insistentemente en todas las biografías. Es lógico atribuir a éste los primeros ataques, por ser sus obras muy inferiores a las del pintor valenciano y acostumbrando nacer la envidia en las naturalezas inferiores.

Trasladóse por aquél entonces a Nápoles, fuese para deshacerse de estas animosidades ó para probar mejor fortuna siéndole la suerte tan adversa en la ciudad pontifical.

Con este cambio, inauguróse un período de buena suerte, de gloria y de fortuna para nuestro pintor. Hallábase Nápoles bajo la dominación política española y en arte, imperaba el mayor realismo, circunstancias que debían facilitarle el éxito. Comenzó esta fase feliz de la vida de Ribera, contrayendo matrimonio con Leonora Córtese, hija de un negociante en cuadros muy considerado. Una leyenda bastante aceptable, dice que don Pedro Girón, Duque de Osuna y Virrey de Nápoles, decidió proteger al ESPAÑOLETO al notar su existencia, en ocasión de haberse reunido considerable gente bajo un balcón donde el pintor había expuesto uno de sus famosos martirios de San Bartolomé[4].

El favor del Virrey, impuso la fortuna de Ribera; el alejamiento de la Metrópoli, la fastuosidad y la cultura artística del país, junto con la riqueza y alta cuna de quienes asumían el poder supremo, hacían de Nápoles una verdadera Corte, con todo el enjambre de personajes y gentes de gusto y posición que protegían las Artes, de modo tal, que mal puede juzgarse por lo que ahora acontece.

La amistad del Virrey decidió la de los demás personajes y Ribera empezó la larga serie de trabajos que sólo debía interrumpirse con la brusca desaparición de su felicidad.

El Sucesor del Duque de Osuna, el Conde de Monterrey, fue todavía más decidido admirador del ESPAÑOLETO y durante el tiempo de su gobierno, muchas obras del pintor valenciano, vinieron a España encargadas por el Rey, por los magnates que le seguían en sus gustos y por muchas instituciones religiosas. El Conde, hizo colocar en Salamanca en una capilla de su fundación, la admirable virgen cuyo modelo fue María Rosa, la hija mayor del gran pintor. Los virreyes que fueron substituyéndose en la ya arraigada inestabilidad de los gobiernos españoles, trataron a Ribera con admiración constante, honrándose con su amistad y aumentándole el caudal[5], Alojado como un gran Señor, en un palacio frontero al Convento de San Francisco Javier, de la Compañía de Jesús, trabajaba una cuarta parte del día, empleando lo demás en el descanso y paseando en carroza, rodeado de criados y con escudero para su mujer. Durante las veladas, la flor de los personajes napolitanos acudía al palacio del ESPAÑOLETO, cuyas recepciones eran de una esplendidez, muy natural en hombre encumbrado rápidamente, con mujer vanidosa y aun ligera, que de la tienda de su padre había subido hasta ser señora y dueña en la mansión de un hombre célebre.

Dice Jusepe Martínez en sus Discursos practicables que habiendo visto cuán distinta se ofrecía la vida Napolitana a la de una ciudad verdaderamente culta y por qué gozando de tan extendido crédito no volvía a su patria para ocupar el lugar que le correspondía, replicóle Ribera: «Amigo carísimo: de mi voluntad es la instancia, grande; pero de parte de la experiencia de personas muy entendidas y verdaderas, hallo el impedimento que es, ser al primer año recibido por gran pintor; al segundo año no hacerse caso de mí, por que viendo presente la persona se le pierde el respeto; y lo confirma esto el constarme haber visto algunas obras de excelentes maestros de esos reinos de España ser muy poco estimados; y así juzgo que España es madre piadosa de forasteros y cruelísima madrastra de los propios naturales. Yo me hallo en esta ciudad y Reino muy admitido y estimado y pagadas mis obras a toda satisfacción mía, y así seguiré el adagio tan común como verdadero: Quién está bien no se mueva.»

Durante el Virreynato del Conde de Oñate y en ocasión de reprimir la revuelta de Masaniello, tuvo el Duque de Olivares la desdichada idea, — arte en que era maestro consumado— de enviar a Nápoles y Sicilia, a Don Juan de Austria, hijo de Felipe IV y de la Calderona, en nada comparable al simpático bastardo de Carlos V. Era aquél, un mancebo de 17 años, de costumbres tan afines a las de su madre, que el propio Padre Nithard, ministro, consejero y confesor de la Reina, las reprueba en documentos que no dejan lugar a paliativos ni excusas[6]. Demuestran estos escritos, que María Rosa, la hija mayor de Ribera, fue seducida por el joven príncipe con el cuál fuese a Palermo, en donde permanecieron juntos durante cierto tiempo; de estos amores, nacieron dos niñas, la mayor de las cuales, ingresó en el Convento de las Descalzas de Madrid, en 1668[7].

Era María Rosa, una hermosura excepcional; la Purísima del Convento de las Agustinas de Madrid, lo demostraba patentemente, pero las monjas al conocer la caída de la modelo, hicieron repintar la cara por Claudio Ccello, para no dirigir sus preces a tan pecadora beldad. La hija preferida del ESPAÑOLETO, regresó á Nápoles en donde murió, legando buena hacienda á su hermana Annerella y al tercer hijo de Ribera llamado Antonio.

No halló Ribera arrimo ni amparo para tamaño dolor; herido en su amor propio por la deshonrosa predilección demostrada por el príncipe bastardo, buscó inútilmente un consuelo en el alejamiento y después de una estancia en el Pausílipo, díjose que se le vio vagando por Galípoli; en estos últimos tiempos, el Signor Salcedo, director del Museo Nazionale de Nápoles, ha publicado un óbito que bien podría ser el de nuestro gran pintor; si así fuese, Ribera hubiera muerto en Agno Margoglino el 2 de Septiembre de 1652, y no en Nápoles en 1655 o 56, según se dice corrientemente.

Los discípulos de Ribera, — El ESPAÑOLETO, como todos los grandes maestros, tuvo discípulos que le rodearon y vieron trabajar; otros que imitándole en las sensaciones que le inspiraban, le seguían en sus métodos de trabajo y un tercer grupo que a través de los tiempos va escogiéndole como guía preferido. Entre los primeros, descuella en primera línea, Lucca Giordano, el Jordán del Escorial, a quién se apellidó Lucca fa presto por su desembarazo en llenar lienzos y muros aunando extraordinarias disposiciones naturales, a una gran vaciedad; honra a Ribera, el figurar como maestro de Salvator Rosa, tipo de don Juan, aventurero, espadachín, magnífico, irregular en todo, pero de talento genial. Además pueden citarse Fracanzano ó Fracanzini, Garacciolo, Falcone, Pórpora, Vaccaro y A. Breughel; su influencia, alcanzó a los grandes maestros españoles del tiempo y aun en nuestros días, forman en su séquito León Bonnat y más allegadamente Thédule Ribot, cuyas obras son verdaderas imitaciones del maestro, transpuestas al temperamento francés, menos duro, más sumido en las penumbras peculiares á la escuela que ocupa el justo medio entre nosotros y los maestros que envuelven sus obras en las suaves penumbras del Norte.

El Temperamento y la pintura de Ribera.

—La tierra en la cuál hizo sus primeras armas el ESPAÑOLETO, es quizás aquella que posée mayores afinidades étnicas y topográficas con la que fue su segunda patria. Semejantes mezclas de razas y no muy distintas situaciones cerca del mismo mar, aproximan las dos regiones mediterráneas, acariciadas por un clima de idéntica dulzura. De otra parte, debió poseer el ESPAÑOLETO, un temperamento enérgico hasta la dureza, característico de los biliosos que sobresalen de lo vulgar. Y esto queda demostrado por la serie de graves decisiones tomadas por el pintor de los martirios sanguinarios, tanto al abandonar su patria, su familia y amigos, como al mantener la integridad de sus aspiraciones rehusando la vida fácil ofrecida por el Cardenal que en Roma quiso protegerle. Lo propio hallamos, al enterarnos de las cuentas que exigió al seductor de María Rosa y de las que agitó en distintas ocasiones contra los pintores que le angustiaban con bajas envidias. Sin tomar partido entre las opiniones corrientes, no puede despreciarse el hecho patente de la falta de producción que caracteriza sus postreros años, después de una existencia de ardua y abundante labor; circunstancia que autoriza la creencia en un tormento producido por la lucha entre la sed de reparación y el dolor provocado por la impunidad de quién le deshonrara.

Evidenciada esta dureza del hombre, aparece más clara la esencia de su pintura, producida en una naturaleza ambiente tan exuberante como la valenciana y la napolitana. La intensidad de la luz, dábale seguramente, una fuerza y crudeza visual a la que convidaba el raudal naturalista que constantemente brotaba en torno suyo. El aire sin vapores, avecinando los términos; la división exacerbada de las luces y las sombras, por la potencia de una deslumbrante claridad; una luz que ennegrecía los grises, reforzando los tonos enteros, limpiando los colores fríos y multiplicando los juegos de los plegados, inspiraba constantemente la pintura violentamente realista que tan bien encajaba en un temperamento que había nacido impetuoso y que así había ido viviendo. No cabe duda que el poder luminoso y la transparencia del aire en que se sumergió la vida toda de Ribera, fue el colaborador más importante de su realista pintura, así como remontándose hacia el Norte, quizás Rembrandt hubiese producido otra obra, sin los largos crepúsculos y los velos de niebla de las dilatadas llanuras holandesas.

Sin embargo, es completamente falso que la única sensación pictórica que hacía trabajar a Ribera, fuese esta violencia en las escenas escogidas, en los colores, en el dibujo, en el relieve, en los detalles y en la materialización de los sufrimientos. La más hermosa idealidad, la más pura sublimación, llena muchas de sus composiciones maestras; en otras, se acerca con lodo su gran realismo, al pintor de almas que fue Zurbarán; y con Velázquez, hallábase Ribera, en un grado tal de afinidad, que le emula en dos géneros muy distintos: el primero, en ciertos lienzos bíblicos y mitológicos, tratados con la propia sencillez del gran genio sevillano y bajo el segundo aspecto, creando con El pateta, del Louvre, un compañero de los enanos de Velázquez, como ellos deforme, pero más hombre, de claro entendimiento, risueño y ostentando la muleta no como una carga, sino mejor como arma para dirigir el curso de su vida, sorteando los pobres de espíritu de alma endeble.

Existe además, un Ribera que no se parece a nadie, sereno, grande y grandioso, ponderado, mayestático y digno de tanta admiración como el resto de su obra. Este Ribera, es el que nos ha legado lienzos como el Sueño de Jacob. Diríase que en este cuadro, se ve la poderosa fuerza del Maestro en reposo, colmando al espectador de aquel inefable bienestar que sublima las almas después de una tempestad en plena naturaleza. No es un gigante derribado por la fuerza violenta de los sayones y titanes pintados en otros lienzos, es el hombre, la acción, el patriarca bíblico, el cabeza de todo un pueblo que ha de luchar siglos tras siglos, rehaciéndose como las fuerzas de la naturaleza se nutren de nuevas energías, en los días de calma y de serenidad.

Notas:

[1] El canónigo Celano, lo reputaba en 1692, natural de Lecce y lo propio aseguraba más tarde, Cinto Gimna. Pietro Napoli Signorelli y Bernardo de Dominici, autor de la infundiosa obra «Vite dei pittore napoletani», dijeron que habla nacido en Galipoli. Esta cuna le atribuye también, Paolo de Matteis.

[2] En muchos lienzos del maestro, se lee en la firma: Jusepe de Ribera, Español, y en la Concepción de las Monjas de Monterey, todavía aparece más clara la designación de su país natal, puesto que dice: Jusepe de Ribera, Español, Valenciano, fecit 1635. Ceán Bermudez, cita una firma al pié de un aguafuerte en la que según él se leía: Español de la ciudad de Xátiva

[3] Miguel Angel Amerighi, (a) Caravaggio. Nació en la población de este nombre, en 1569. Murió en 1609.

[4] Dice la leyenda, que el cuadro estaba puesto a secar, pero es más lógico lo de la exposición, tratándose de un pobre pintor casado con la hija de un negociante en cuadros, quién por lo tanto debía tener tienda abierta, exposición y muestra. Algunas opiniones respetables admiten la posibilidad de que sea este lienzo, el que posee el Museo de Barcelona; quién lo cedió al Museo, habíalo adquirido en Andalucía, adonde fue enviado desde Nápoles. La cabeza del Apolo Vaticano que figura en la obra, indica mejor, que la ejecución pudo efectuarse en Roma. Conviene añadir, que el cuadro del mismo autor y asunto, que figura en la Galería Pitti de Florencia, con el número 10, asemejase en un todo al de Barcelona, aun siendo de dimensio-

 

[5] Ribera fue pintor de los duques de Alba, de Medina de las Torres, de Arcos y de Alcalá; del Almirante de Castilla, del Conde de Oñate y don Francisco Afán de Ribera, para el cuál ejecutó sus últimas obras.

 

[6] Biblioteca Nacional de Madrid. Vol. I, fas. 12. Manuscrito N.° V, 126. Lo propio corroboran aún con mayor dureza, el Cardenal Tribulcio y don Manín de Redin.

 

[7] El padre Nithard lo refiere explícitamente y acompaña una copia de la carta que recibió del segundo don Juan de Austria, dándole las gracias por sus buenos oficios. (Manuscritos citados).

 

El autor: Miquel Utrillo i Morlius (Barcelona, 16 de febrero de 1862- Sitges, Garraf, 20 de enero de 1934), fue un ingeniero, pintor, decorador, crítico y promotor artístico español. Fue uno de los directores artísticos de la Exposición Universal de Barcelona de 1929,

La mitad invisible - La mujer barbuda - Ribera
04 oct 2016

Se profundiza en los aspectos esenciales y triviales de la obra a través de entrevistas a expertos, visitas a lugares relacionados con la obra, búsqueda de archivo gráfico y un largo etcétera que dependerá de la obra escogida.
En este capítulo, sobre el cuadro de José de Ribera (el Españoleto), La mujer barbuda.

Mirar un cuadro - El entierro de Cristo (José Ribera)
18 dic 1982


Entierro de Cristo, óleo sobre lienzo, 202 x 258 cm.

José de Ribera y Cucó (Játiva, España, 12 de enero de 1591 ¿ Nápoles, Italia, 2 de septiembre de 1652); pintor y grabador español del siglo XVII, que desarrolló toda su carrera en Italia y principalmente en Nápoles. Fue también conocido con su nombre italianizado Giuseppe Ribera y con el apodo Lo Spagnoletto («el españolito») debido a su baja estatura y a que reivindicaba sus orígenes firmando sus obras como «Jusepe de Ribera, español» (como en su Apolo y Marsias) o «setabense» (de Játiva) o en varias obras indicando ambas cosas a la vez, siendo común que firmara como «Jusepe Ribera, español, setabense, Partenope» .

Cultivó un estilo naturalista que evolucionó del tenebrismo de Caravaggio hacia una estética más colorista y luminosa, influida por Van Dyck y otros maestros. Contribuyó a forjar la gran escuela napolitana (Giovanni Lanfranco, Massimo Stanzione, Luca Giordano...), que le reconoció como su maestro indiscutible; y sus obras, enviadas a España desde fecha muy temprana, influyeron en técnica y modelos iconográficos a los pintores locales, entre ellos Velázquez y Murillo. Sus grabados circularon por media Europa y consta que hasta Rembrandt los conocía. Autor prolífico y de éxito comercial, su fama reverdeció durante la eclosión del realismo en el siglo XIX; fue un referente imprescindible para realistas como Léon Bonnat. Algunas de sus obras fueron copiadas por pintores de varios siglos: Fragonard, Manet, Henri Matisse...

Cuadro comentado por Manuel Andújar.

Conferencia: El joven Ribera

Publicado el 17 feb. 2015

Javier Portús, Jefe de Conservación de Pintura Española hasta 1700 del Museo y co-comisario de la exposición resalta la importancia del periodo artístico representado en El joven Ribera(5 abril - 28 agosto, 2011).

Conferencia impartida el 27 de abril de 2011. Duración del vídeo: 1h 7min.

 

Ribera joven: estilo e iconografía

Publicado el 16 mar. 2015

Conferencia impartida por Javier Portús, Jefe de Conservación de Pintura española (hasta 1700) del Museo Nacional del Prado
23 de mayo de 2011. Duración del vídeo: 1 h 10 min.

 

Conferencia: Ribera: Los primeros años napolitanos

 

Publicado el 17 feb. 2015

Gabriele Finaldi, Director Adjunto de Conservación e Investigación del Museo, se concentra en una de las etapas tempranas del artista, representada en la exposición El joven Ribera (5 abril - 28 agosto, 2011).
Conferencia impartida el 15 de junio de 2011. Duración del vídeo: 1h 5min.

 

José de Ribera (El Españoleto)
Miguel Utrillo
Establecimiento gráfico: Thomas: Barcelona

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

Facebook: https://www.facebook.com/letrasuruguay/  o   https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

Círculos Google: https://plus.google.com/u/0/+CarlosEchinopeLetrasUruguay

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

"#Libros, #manuales y #documentos históricos de todas las disciplinas artísticas en

https://www.acervoyatasto.com/collections/arte-arquitectura-fotografia-cine"

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Miguel Ultrillo

Ir a página inicio

Ir a índice de autores