El “Levante”, el viento de la vida.
(Hacia el océano con el “Levante”)
Antonio Trillicoso

En la isla de Formentera vive Pedro, un muchacho de 12 años, con su tío Juan, un viejo lobo de mar. Tío y sobrino viven juntos desde que la madre de Pedro murió, después del parto. Nunca se supo quién fue el padre del muchacho.

El tío Juan tiene persigue un sueño desde hace años: llegar al Atlántico con su “pequeña embarcación”. Aunque la distancia no le permitiera realizar su proyecto, él está decidido hacerla. Para realizarla tiene idea que todos catalogan de absurda e imposible. El tío Juan, que conoce bien el mar y los vientos, está convencido que si alcanzara a tomar el centro de una tromba marina causada por el viento de Levante, alcanzaría en poco tiempo el peñón de Gibraltar, donde el viento alcanza la máxima intensidad, y de ahí al océano. Según sus cálculos, la veracidad de los mapas y la experiencia acumulada en tantos años de navega, el período más propicio sería entre julio y octubre. Aprovechando la óptima posición de las islas Baleares, donde se origina el Levante, deberá subir al mar cuando baja la niebla y comienzan las fuertes precipitaciones. Alcanzando el centro de la perturbación atmosférica y esperar el punto más álgido de la tromba marina para ser transportado hasta las puertas del océano. Todos lo tomaban a loco y le reprochaban también el hecho de que con esta locura estaba convenciendo al pequeño Pedro.

El muchacho, en efecto, fascinado del futuro éxito de esta empresa hablaba con énfasis a sus amigos que a menudo le tomaban el pelo, provocándole desilusión y rabia. No pocas veces el muchacho se peleó con sus coetáneos que lo ridiculizaban. El tío Juan, convencido y terco sigue adelante con su proyecto, reforzando su “estaba convencido su “pequeña embarcación” y predisponiendo una serie de utensilios para afrontar todas las posibles dificultades que se pudieran presentar durante su “imposible” viaje. Pasan las semanas y los meses y el tío Juan se convence cada vez más que para realizar su proyecto marinero, debe tomar el viento de Levante para alcanzar el océano. Entre julio y octubre muchos lo ven en la orilla del amor, en la costa, entre la niebla y las fuertes precipitaciones originadas por el Levante, con la cara levantada, como un perro que olfatea el aire, para estudiar las variaciones del “viento de su vida”. Un viento, el Levante, que le ha procurado tantas mortificaciones en el seguimiento del proyecto, que tiene un solo admirador aparte de él: su sobrino Pedro. El muchacho que a medida que pasa el tiempo, se siente más implicado emeoticamente y partícipe de esta empresa de rasgos piratescos. Entre las voces contrarias de Isabela, la señora que desde hace años se ha transformado en esposa humilde y silenciosa para el primero y madre afectuosa y atenta para el segundo. Una mujer que sin embargo vive estas condiciones de no reconocimiento oficial, de parte del tío y del sobrino y con tantos calificativos de parte d ela gente de la isla. En esta condición de “sumisión amorosa”, está desde hace años junto aquellos que son los dos “hombres” de su vida. Ha tratado a veces de decir su (manca una parola, possibilme opinione, giudizio) sobre la empresa, evidenciando tantos riesgos y la posibilidad de que Juan no regrese a casa. Pero ha sido tratada de mal modo y puesta a callar sin posibilidad de réplica. Y ella, Isabela, ha permanecido juntos a sus dos “hombres”, preparando comida caliente y atendiendo la casa.

Pedro pasaba los días paseando por la isla. La mayoría de las veces, el tío no quería que anduviera dando vueltas a su alrededor, especialmente cuando se ocupaba del su “pequeña embarcación”. Era muy celoso y no quería que después, cuando anduviera por la calle, contara que cosas estaba haciendo, revelando que tan avanzado estaba su proyecto. Pedro, por su cuenta, hablaba continuamente del proyecto de su tío, pero lo hacía porque se sentía orgulloso. No se daba cuenta que en la mayoría de las veces desencadenaba la hilaridad entre los habitantes de la isla, que en la primera ocasión lo remedaban en cuanto lo encontraban. Esto le molestaba mucho a Juan, que después inevitablemente lo reprendía. En la mesa, especialmente cuando había sido víctima de una tomada de pelo, Juan llenaba de reproches y de feas palabras a su sobrino. El muchacho, que tenía una gran admiración por el tío, sin decir palabra sufría, después salía a la calle y por lo general se iba a la “torre rota” donde mirando el horizonte, se ponía a llorar de berrinche y de desconsuelo. La “torre rota” era un lugar desolado de la isla, que Pedro había seleccionado como su lugar favorito, y llegaba cada vez que tenía una preocupación o se sentía particularmente triste. Pero era también el lugar que lo veía particularmente feliz. Llamada “torre rota” por la presencia de los restos de una antigua torre sarracena para avistar, no era fácil llegar, porque estaba ubicada a una altura de la isla y no era un camino cómodo de recorrer. Llegando hasta cierto punto, se necesitaba de más, casi treparse. Desde hacía años estaba abandonada, pedro la había descubierto por casualidad, en su vagabundeo por la isla. Aquel día después de haberse liberado de toda la tristeza que llevaba dentro, sentado en el basamento a los pies de la torre, miraba el vacío hacia el horizonte, cuando de repente sintió un viento que provenía de Este hacia Oeste, que aumentaba cada vez más. Por un momento se quedó pensativo, pero apenas comenzó a bajar la niebla como un flash, se da cuenta que era el viento de Levante, el viento que el tío Juan esperaba. Sintió que era diferente de lo habitual, después de un instante de vacilación, sin pensarlo más, corre hacia la casa, decidido a avisarle que esta vez, era la buena, el momento justo para emprende la empresa. Esta vez podría tomar el centro de la tempestad y ser transportado hasta Gibraltar y de ahí ir all océano. Mientras bajaba se tropezó y cayó, se levantó pero poco después cayó de nuevo, llegó hasta el camino y comenzó a correr hasta quedarse sin aliento aumentando siempre la velocidad, favorito de la bajada. Pedro llegó a casa jadeando, tenía el corazón en la garganta, buscaba desesperado al tío, pero él no estaba. Desde la ventana vio en el huerto a Isabela, salió a preguntarle dónde estaba. La mujer no sabía nada, pero viendo la excitación de Pedro se preocupó un poco, sólo le dijo que tal vez estuviera en el pueblo. Pedro la dejó sola y corrió hacia el centro de la isla; la mujer lo siguió. El muchacho estaba convencido que esta vez era el momento de tomar el viento de Levante. Lo resentía, había visto bien cuando inció el viento y había notado todas las características de la cuales siempre había hablado el tío Juan. Llegó a la placita. Pero no vio al tío. Anduvo preguntando, pero nadie lo había visto. Sólo uno le dijo que le parecía haberlo visto platicando con el capitán Sarmiento de la Gaia, un viejo marinero, ahora retirado de la actividad. Pedro comenzó a correr, seguro de saber adonde ir y de que encontraría al tío. Después de haber recorrido parte del muelle, dobla en una callecita en subida y después en una más de bajada, se encontró en una playita donde estaba la “Posada de la luna verde”. Un lugar donde se reunían todos los marineros de la zona. Los dos viejos marineros estaban sentados en una mesa mientras bebían oporto. Pedro sin saludar fue directo con el tío y le explicó todo lo que había visto desde la “torre”relacionado con el Levante. Al tío Juan le brillaron los ojos; dejó al capitán Sarmiento de la Gaia en la mesa y se dirigió con el sobrino hacia la dársena donde tenía la “pequeña embarcación de vela”. En la placita encontraron a Isabela, que había intuido todo y trató a su manera de impedir que el tío Juan realizara su proyecto, pero no lo consiguió. Llegados a la dársena, le quitaron el paño a la “pequeña embarcación” y comenzaron a cargar la embarcación. En este cargar en cadena se agregó también Isabela que en silencio y llorando ayudaba a los dos que sin mirarla o hablarle, continuaban a hablar entre ellos arreglándolo todo. El tío Juan después de haberse cerciorado que todo estuviera en orden, se dirigió hacia su sobrino, lo miró fijamente a los ojos y luego lo abrazó largamente y con arrebato. Después fue hacia la embarcación y la empuja hacia el agua. Pero no podía, entonces Pedro corre hacia la barca y comenzó a empujarla también. Cuando comenzó a tomar velocidad se deslizó, el tío Juan saltó encima y miró a lo alto de la playa, donde estaba Isabela, que silenciosa e inmóvil lo miraba. Él le hace una seña de saludo con la mano y ella le responde, mientras las lágrimas le surcaban el rostro. Apenas la “embarcación de vela” toma el agua, aminoró y fue en aquel momento en que también Pedro brincó dentro de la embarcación. Isabela tiene un estremecimiento y corre hacia la riva, pero fue en ese momento que el viento de Levante levantó y una tromba marina toma totalmente la barca alejándola hacia. Isabela llora desesperadamente doblándose. Permanece ahí, en esa posición, hasta que la tempestad se calmó y la niebla cae todavía más tupida haciendo desaparecer cualquier huella de la “pequeña embarcación” con Juan y Pedro a bordo.

Antonio Trillicoso

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