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Su voz
Amado Storni
poesia68@hotmail.com

 
 
 

CERRABA los ojos para que al oírla hablar su voz penetrara en mí, para que al oirla hablar sintiera sus palabras como mías. Y es que su voz hacía de mi corazón un músculo indomable, acentuado en sus acentos, lleno a rebosar de futuros imposibles, de presentes edulcorados de esperanza. Oirla hablar me convirtió en un mártir de sus palabras. Igual que ver, o respirar. Una palabra suya era un soplo de aire fresco, una ráfaga de vida. Me la imaginaba susurrándome sus silencios al oído. Silencios tan llenos de Amor, de un Amor aventurero, nómada, desinteresado. De un Amor infinito, duradero, para siempre. Me había enamorado perdidamente de ella; como el que se encapricha de unos zapatos viejos, de unos zapatos hechos a mi medida. Tardé un mes en conocer su nombre, dos en saber dónde vivía, un año en compartir sus aficiones. Aún desconozco el día de su cumpleaños, la marca de su perfume, el color de su ropa interior. No sé porqué me enamoré perdidamente de ella; como el que se encapricha de unos calcetines rotos, unos calcetines rotos a mi medida.

 

Aquella locura de Amor que había germinado en verano, sin querer y a destiempo, se fue haciendo crónica con la llegada del otoño. Tuve que dejar de oir su voz para ver si su ausencia curaba mi adicción. Aquel año noviembre se me hizo interminable.

 

Tal vez por perseverancia o por pura casualidad llegó a mis manos su número de teléfono. Necesitaba volver a oir su voz, volver a encontrar en sus palabras el significado de las mías. No quería que mi Amor muriera como mueren las flores en los floreros, como puntual y calculador, siempre a su hora, el veranillo de San Miguel asfixia el último aliento que le queda al verano.

 

Al final me decidí y marqué:

 

Nueve. Cuatro. Nueve. Tres. Ocho. Tres. Siete. Dos. Tres.

 

Una y otra vez repasaba de memoria lo que iba a decirla. La espera se hizo eterna. Cuatro tonos después una voz femenina, mecánica y distante, contestó:

 

- Si, dígame.

 

Los nervios perpetuaron mi silencio. Pero aquella voz femenina, mecánica y distante insistió:

 

- ¿Si?

 

Contesté.

 

- ¿Daniela?

 

Y esa voz femenina, mecánica y distante dijo antes de colgar:

 

- Lo siento, se ha equivocado.

 

 

Amado Storni
poesia68@hotmail.com

 

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