Un joven poeta de 80 años llamado Homero Aridjis ensayo de Aníbal Salazar Anglada
|
El nombre de Homero Aridjis ha de inscribirse con letras de molde en el Parnaso de la poesía contemporánea de ámbito hispánico. A sus recién cumplidos 80 años —nace en Contepec, Estado de Michoacán, el 6 de abril de 1940—, y con más de una treintena de libros publicados, es hoy en día uno de los escasos clásicos vivos de la poesía mexicana. Lejos queda ya, en el tiempo, aquella antología que hizo época, Poesía en movimiento. México, 1915-1966 (Siglo XXI, 1966), compuesta a cuatro manos por Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y el propio Aridjis. Por puro azar, abría la antología un jovencísimo Aridjis, al ser el poeta de menor edad entre todos los congregados. En contra de la tradición antológica, Poesía en movimiento siguió un criterio inverso a la hora de ordenar los nombres que integraban la selección: comienza con los poetas de la hora, algunos de los cuales ni siquiera habían publicado por entonces un solo libro, y cierra con los padres de la modernidad (algunos miembros de Contemporáneos, Reyes, Tablada, López Velarde). La explicación de este orden inusitado la proporcionaba el propio Paz en el prólogo a la antología: se trataba de seguir el rastro de la tradición moderna en los poetas nuevos, en ese movimiento hecho ritual que consiste en bosquejar el futuro a partir de la reformulación del pasado. Dicha imagen viva y dinámica de la poesía conecta con el título de la antología, que debe atribuirse a Paz, y que este define, en otra de sus formulaciones, como “poesía en rotación”. Con ello quería Paz señalar que la tradición no es estática sino voluble, al estar sujeta a relectura, y que, por este motivo, se reformula y actualiza con cada nuevo examen. Las antologías, como es sabido, son un campo de batalla, por cuanto que inciden en la instalación de un canon literario, es decir, tratan de imponer una imagen determinada sobre otras posibles. En este sentido, como su antecesora Laurel (Séneca, 1941), Poesía en movimiento estuvo rodeada de agrias disputas, tal como ha expuesto Anthony Stanton en un trabajo esencial[1], motivadas sobre todo por el control que quiso ejercer Paz con tal de imponer sus tesis acerca de la poesía moderna y de la modernidad misma. Desde luego, para comprender en toda su extensión la polémica suscitada por el artefacto antológico, este debe ser examinado en el contexto de los años 60. Por aquel tiempo, el campo intelectual mexicano empezaba a tensarse de forma preocupante, no solo por las diferentes ideas en torno a la cultura, la poesía o el arte, sino también —o, mejor dicho, sobre todo— por la injerencia de las ideologías en el ámbito de las letras. Llegado de la provincia en 1957 para estudiar periodismo en la Ciudad de México, Aridjis se instala en casa de una tía suya, hermana de la madre, que vivía en el 70 de la calle Mazatlán. No saciado del todo con sus estudios de periodismo, se matricula en la UNAM para cursar la carrera de Filosofía. En sus ratos de ocio, acude a los cafés donde se reunía la muchachada intelectualoide y, asimismo, curiosea asiduamente por las librerías Zaplana, donde encuentra las novedades literarias. Uno de los encargados, el del almacén de la calle de la Palma, al ver la voracidad lectora de aquel joven, su curiosidad insaciable, le recomendó acudir al taller literario de Juan José Arreola, sito en la calle Río Volga nº 3, en la colonia Cuauhtémoc. Allí conocerá Aridjis a otros jóvenes que, como él, aspiraban a ser escritores: Fernando del Paso, José Agustín, Carlos Payán, Elena Poniatowska, Jorge Arturo Ojeda, Elsa Cross, René Avilés Fabila. Por los mismos días en que Aridjis acude a las lecciones del maestro de Zapotlán, empieza a frecuentar el Centro Mexicano de Escritores (CME), que estaba ubicado en la planta superior del mismo edificio donde Arreola impartía su taller. De este modo, Aridjis, que apenas contaba con 18 o 19 años, empieza a familiarizarse con los círculos literarios capitalinos y, acaso sin tener mucha conciencia de ello, inicia su andadura como hombre de letras, entregado a la poesía. Y se inicia con buen pie, ya que, en 1959, y de forma inesperada, le conceden una beca en el CME para escribir poesía. Ello le granjeó no pocos recelos de algunos amigos también aspirantes a escritores que frecuentaban el Centro, como es el caso de Juan Martínez, hermano del crítico José Luis Martínez, quien se sintió muy ofuscado pues pensaba que era a él a quien debían otorgarle la beca. En realidad, por aquel entonces, Homero Aridjis era un poeta sin obra; apenas había alcanzado a publicar un solo libro, La musa roja (1958), hoy inencontrable. El primer volumen de poesía digno de consideración lo escribirá a finales de la década de 1950, y se publicará en 1960 en la editorial La Palabra: Los ojos desdoblados. Al año siguiente, en la misma editorial, da a conocer un poema largo titulado La tumba de Filidor, que llamará poderosamente la atención de Paz. El título del poema remite a una combinación determinada del juego del ajedrez, en el que Aridjis era muy diestro. A tal punto que Arreola, obsesionado con el ajedrez, quiso hacer de él un campeón, y organizaba en su casa auténticos torneos en los que Aridjis siempre salía victorioso frente a campeones locales. Al tiempo que supervisaba las partidas, Arreola solía recitar a sus poetas dilectos (Quevedo, López Velarde, Federico García Lorca). Armándose de valor, el joven Aridjis envió a Paz aquella composición extensa, que acompañó con una carta de presentación. En ese entonces, Paz vivía en París, donde ejercía como miembro de la embajada mexicana en la capital francesa. Enseguida se sintió atrapado por la lectura del poema, obra de un joven y desconocido poeta de provincias, a quien Paz respondió con una carta elogiosa, aunque también le hizo algunas recomendaciones puntuales[2]. Más tarde tuvo lugar un hecho llamativo, un nuevo señalamiento de Octavio Paz (nada inocente, desde luego), quien pondrá el nombre de Homero Aridjis en el centro de todas las miradas. Sucedió en 1962, cuando Paz estaba a punto de trasladarse a la India para seguir desempeñando funciones diplomáticas, además de continuar con su labor poética y ensayística. En una entrevista concedida al periódico Excelsior, al ser preguntado por la vitalidad de la poesía mexicana, Paz declaró sin ambages que en México la poesía gozaba de buena salud y, entre los poetas nuevos, señaló un nombre: el de Homero Aridjis, el poeta joven con mayor futuro en México, afirmó. Con esta unción de manos del entonces Pontifex Maximus de la poesía nacional y gran teórico de la modernidad, Aridjis conseguía el aval con que todo joven sueña. Sin embargo, aunque Aridjis mantuvo durante muchos años una relación de amistad con Paz, nunca fue uno de los intelectuales del círculo paciano, como sí lo fueron, entre otros, José Emilio Pacheco, Marco Antonio Montes de Oca o Gabriel Zaid. En la década del 60, Aridjis se entrega de lleno a la escritura poética, lo que le reportará algunos reconocimientos importantes en México. En 1963 publica en la editorial Era un nuevo libro: Antes del reino, del que en 1966 se publicará una edición corregida y aumentada. En este tiempo prolífico, Aridjis conocerá a la que será su esposa, Betty Ferber, una joven neoyorquina que, como tantos norteamericanos a fines de los 50 y en los 60, se sentía atraída por México y quiso viajar a este país antes de iniciar en la Universidad de Columbia un programa de doctorado en Literatura Comparada Medieval y Renacentista. En 1964, Homero Aridjis recibe uno de los más importantes galardones que otorga la cultura mexicana en el ámbito de la literatura: el Premio Xavier Villaurrutia, por su libro de poesía Mirándola dormir, publicado por la reputada editorial Joaquín Mortiz en un volumen que incluye otros dos poemas largos: “Pavana por la amada presente” y “Pavana por la amada difunta”, a las que el autor suele referirse coloquialmente como “las Pavanas”. Si al recibir con 19 años la beca del CME, Aridjis se convertía en el escritor más joven entre los que hasta entonces habían sido becados, en ese año ’64 le cabe el honor de ser el escritor que a más temprana edad recibía el Xavier Villaurrutia. En esta ocasión, el jurado del premio estaba compuesto por Octavio Paz, Carlos Pellicer, Rodolfo Usigli y Francisco Zendejas. Entre la terna de finalistas estaba Carlos Fuentes con su novela La muerte de Artemio Cruz, quien receló del premiado y mostró su disgusto por no haber sido él el galardonado. Nuevamente, parece que la mano hacedora de Paz se decantó por Aridjis, otorgándole su favor y el camino a la consagración. La maniobra de promoción alcanzaría su cénit con la ya mencionada antología Poesía en movimiento, publicada en 1966 por Siglo XXI, en la que Aridjis ocupa un lugar preponderante, por ser uno de los antólogos y abrirse con su nombre la antología, dada su fecha de nacimiento. Ese mismo año será clave en la trayectoria de Aridjis como escritor, fundamentalmente en el terreno de la poesía —el Aridjis novelista y el dramaturgo habrían de llegar más tarde, en los años 80—, no solo por su destacada participación en Poesía en movimiento. Inicia en este año una gira por los EE. UU. para impartir conferencias sobre poesía mexicana en diversas universidades: George Washington, Maryland, Queens, Yale… Pero además, en el mes de julio, tendrá lugar en Nueva York el Congreso mundial del PEN Club, la prestigiosa asociación dedicada a velar por los derechos de los escritores, artistas, intelectuales, presidida entonces por el neoyorquino Arthur Miller, quien ostentaría el cargo entre 1966 y 1969. Aridjis fue invitado a participar en el congreso como delegado mexicano, aunque su participación fue mucho más allá. Dado que la organización norteamericana del PEN Club quería hacer visible la realidad latinoamericana (cabe recordar que la Revolución Cubana comandada por Fidel Castro, triunfante en 1959, había dado alas al comunismo no solo en las repúblicas latinoamericanas sino en los EE. UU.), el entonces presidente del PEN Club americano, Lewis Galantière, solicitó a Aridjis, en un encuentro celebrado en Nueva York en febrero de 1966, una lista con los nombres de los escritores latinos más relevantes del momento. Y así fue como fueron invitados al congreso una serie de escritores, consagrados o noveles: Pablo Neruda, Ernesto Sábato, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Mario Vargas Llosa, Nicanor Parra, Victoria Ocampo, Joāo Guimarāes Rosa, Emir Rodríguez Monegal, algunos de los cuales formarían parte del llamado “Boom” latinoamericano. Aunque se ha escrito mucho sobre el “Boom”, el dato acerca de la intervención de Aridjis con aquella lista de escritores latinoamericanos es poco conocido. Por azares de la vida, el escritor mexicano estaría destinado, con el tiempo, a ser presidente del PEN Club Internacional, cargo que desempeñó a lo largo de dos mandatos consecutivos: 1997-2000 y 2000-2003. El punto de inflexión en el itinerario vital, poético y geográfico de Homero Aridjis se produce al recibir, también en el ’66, la prestigiosa beca de la John Simon Guggenhein Foundation para escribir poesía, lo que lo convertía —una vez más— en el autor mexicano más joven en obtener dicha beca. La beca Guggenhein, además de asegurarle el sustento económico durante unos años, supuso para Aridjis el poder disfrutar de una larga temporada en Europa. El escritor resume así esos años (del ’57 al ’66) en que vivió con intensidad la vida literaria de la capital mexicana: “En un pequeño radio de esta inmensa ciudad escritores en ciernes y escritores consagrados anduvimos las mismas calles, frecuentamos los mismos lugares, intercambiamos libros y amantes, jugamos ajedrez, bebimos, comimos y dejamos nuestras huellas en la historia literaria de México”[3]. En el curso de ese “tour” por Europa que Aridjis inicia entonces (visita Francia, Reino Unido, Holanda, Italia, Grecia, España, Portugal…), y que abarca hasta finales de los años 70, el horizonte creativo del escritor mexicano se ensanchará considerablemente, no solo en lo que tiene que ver con el conocimiento de nuevas geografías, sino por su contacto personal con grandes nombres de la poesía a nivel internacional, y de la literatura en general, amén de la ampliación del campo de lecturas —que le lleva a descubrir, por ejemplo, la poesía mística española (Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León)—. La producción poética de Aridjis es, por estos años, imparable, encadenando un libro con otro: Perséfone (Joaquín Mortiz, 1967); Ajedrez-Navegaciones (Siglo XXI, 1969); Los espacios azules (Joaquín Mortiz, 1969); El poeta niño (Fondo de Cultura Económica, 1971); El encantador solitario (Fondo de Cultura Económica, 1972); Quemar las naves (Joaquín Mortiz, 1975); Vivir para ver (Joaquín Mortiz, 1977). Los primeros poemarios —Los ojos desdoblados, La tumba de Filidor, Antes del reino, Mirándola dormir, Perséfone— están signados por un erotismo exultante, a tal punto que Cristina Peri Rossi tildó la poesía de este primer periodo de “panerótica”. Son libros experimentales en lo formal, que muestran un gran despliegue de imágenes, y en los que el autor rompe los corsés del verso y se desliza cómodamente hacia la poesía en prosa o la prosa poética. Esta cuestión de los géneros híbridos es esencial en la obra de Aridjis, quien se considera fundamentalmente un poeta y, como tal, extiende las raíces de la poesía hasta los terrenos de la narrativa. En una entrevista con el escritor mexicano que realiza Emir Rodríguez Monegal a finales de los años 60, a tenor de la publicación de Perséfone, el crítico uruguayo aborda la cuestión del género poético-narrativo. La posición de Aridjis es clara al respecto: “Desde que concebí el libro, en realidad, nunca he deslindado los géneros. He trabajado sobre él considerándolo novela y poema”. Y continúa con una sustanciosa reflexión que merece la pena reproducir: “Mientras estaba escribiendo Perséfone leí un ensayo de Virginia Woolf sobre el libro del futuro; un ensayo cargado de nostalgia sobre cierto tipo de literatura. Ella decía que el libro del futuro pertenecía al género ambiguo, pues el lector que lo leyera como poema hallaría también una novela, y el que lo leyera como novela encontraría un poema”[4]. Con la publicación en 1975 de Quemar las naves, la poesía de Aridjis introduce un tema que va a estudiar y desarrollar el autor no solo en su poesía, sino también en su obra novelística y teatral: el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo y, en particular, la destrucción de México-Tenochtitlan. Una vez pasa a un segundo plano el erotismo y el amor sublimado, se impone la historia. La historia del continente latinoamericano, la de México (no solo el descubrimiento y la conquista: también el Segundo Imperio de Maximiliano, la Revolución Mexicana…) y la historia mundial. El propio título del libro —a su vez el de una de las secciones que lo componen y de uno de los poemas que integran dicha sección— remite a un conocido pasaje, entre la historia y la leyenda, de la figura de Hernán Cortés. En concreto, aquel que cuenta que el aguerrido conquistador quemó las naves al llegar a las costas de México, para que los que iban con él formando parte de la empresa no pudieran regresar a España: “Quemar las naves/ para que no nos sigan/ las sombras viejas/ por la tierra nueva”. La leyenda proviene, al parecer, del historiador novohispano Juan Suárez Peralta “el Viejo”, quien vivió en el siglo XVI, y aparece asimismo descrita en otras crónicas de Indias (Francisco López de Gómara, Antonio de Solís), aunque en ellas lo que se dice es que Cortés mandó barrenar las naves, es decir, agujerearlas para que se hundiesen. Al mismo tiempo que Aridjis muestra atención al personaje histórico de Cortés, se interesa por las leyendas y tradiciones aztecas, y por aquellos pasajes principales de la conquista de México-Tenochtitlan, como el de “La matanza del Templo Mayor”:
El capitán buscaba oro en el templo
del dios En Quemar las naves se apunta otra de las líneas temáticas que van a singularizar en adelante la poesía de Homero Aridjis: el nuevo Apocalipsis, que, a diferencia del de san Juan de Patmos y de lo que dicen los comentaristas de la tradición bíblica, no provendrá de la mano de Dios, sino que será obra del hombre, poseído este de un afán predador que está destruyendo la biodiversidad de nuestro planeta y, con ello, la especie humana misma. A esta nueva forma del Apocalipsis la llama Aridjis “Apocalipsis ecológico”, que tiene como principal actor global al ser humano[5]. El poema “Profecía del hombre” resume bien la sensación de que nuestro mundo se está agotando de forma preocupante, por causa de la irresponsabilidad que tanto políticos como grandes corporaciones, así como los individuos, muestran ante la necesidad urgente de preservar la riqueza medioambiental:
Las nubes colgaron como hollejos Este poema constituye una de las primeras muestras artísticas de la preocupación de Aridjis por el medioambiente, que se va a convertir desde mitad de la década de 1970, y aún más en los 80, en uno de los temas fundamentales de su obra poética, narrativa, teatral, ensayística y periodística. Sobre todo, con la fundación en 1985 de la plataforma ecologista Grupo de los Cien, cuyo manifiesto inaugural lo firman intelectuales mexicanos de primera fila, escritores latinoamericanos residentes por entonces en México y científicos de relieve internacional de la talla de Edward Goldsmith, Lester Brown o Amory Lovins. El escritor mexicano comienza a vislumbrar, con preocupación, el destino fatal a que se aboca el ser humano en un escenario de mundo degradado como el que muestra el poema. Contaminados los ríos, extinguidas cientos de miles de especies animales, talados los bosques y arrasadas algunas importantes reservas naturales, el Paraíso bíblico ha derivado en un “jardín negro” inhabitable. A partir de los poemarios Imágenes para el fin del milenio (Joaquín Mortiz, 1986) y Nueva expulsión del paraíso (Joaquín Mortiz, 1990), las preocupaciones ambientalistas se harán muy presentes en la poesía aridjisiana, a la par que el autor se consolida como una referencia mundial del ecologismo. Condensar en unas pocas páginas sesenta años de poesía, que son los que lleva a sus espaldas nuestro escritor homenajeado, resulta imposible. Desde aquel primitivo La musa roja (1958) hasta el más reciente de sus poemarios, La poesía llama (FCE, 2018), han corrido ríos de tinta, de imágenes y de sueños. De modo que quedan pendientes numerosos aspectos de la poesía del mexicano y el comentario de determinados libros que explicarían la valía de un autor como Homero Aridis. Pero si hubiera que resumir el calibre de su obra, y de su poesía en concreto, cabría aplicarle a Aridjis aquello que dijo Doris Lessing de otro grande, J. M. Coeetze: “No se limitaba a mantenerse en contacto con la mejor tradición, él mismo era la tradición”[6]. Es desde la perspectiva del “sentido histórico”, defendida por T. S. Eliot, que debe ponerse en valor la obra poética de Aridjis, pues en sus versos aflora la mejor tradición occidental y otras tradiciones menos cercanas, al tiempo que el escritor dialoga con sus contemporáneos y consigo mismo de un libro a otro. Esta idea de una voz ecuménica, la de la poesía, que atraviesa los siglos desde los primeros cantores y juglares, y llega hasta el presente, es la que subyace en un poema sin título perteneciente a Quemar las naves, en el que Aridjis invoca a la tradición: “Ven poeta ancestral siéntate/ sacude las sombras de tu boca/ y quita de tu traje las tinieblas”. El poema termina diciendo: “ven a este momento/ y da a las cosas que se van un verso ahora”. Ese “poeta ancestral” es toda la poesía, con su multiplicidad de voces y acentos. Tendremos que agradecer un día, con mayor justicia, los aportes de Homero Aridjis a esa música inmemorial, infinita, que llamamos poesía. Notas: [1] Anthony Stanton: “Tres antologías: la formulación del canon”, en Inventores de tradición: ensayos sobre poesía mexicana moderna. México: El Colegio de México-Fondo de Cultura Económica, 1998, págs. 21-60. [2] Dicha carta, de puño y letra de Octavio Paz, cuyo original conserva Homero Aridjis en su archivo personal, tiene fecha de 7 de septiembre de 1961. [3] Estas palabras pertenecen a un texto inédito de Homero Aridjis, titulado “Epitafio para un poeta”, y escrito con motivo de las celebraciones del centenario de Octavio Paz en 2014. [4] Emir Rodríguez Monegal: “Homero Aridjis”, en El arte de narrar. Caracas: Monte Ávila, 1968, págs. 12-13. [5] Al tiempo que se redactan estas páginas, está en preparación un nuevo libro de Homero Aridjis, titulado El nuevo Apocalipsis (Antología), que publicará la editorial madrileña Verbum. Se trata de una antología de textos poéticos, teatrales, novelísticos y ensayísticos. La edición, que consta de un aparato crítico y notas bibliográficas, corre a cargo de José Carlos Rovira, Víctor M. Sanchis Amat y quien esto escribe. [6] Doris Lessing: “On not winning the Nobel Prize”, Nobel Lecture 2007. En https://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/2007/lessing-lecture_en.html [Consultado el 20/02/2020]. El autor Aníbal Salazar Anglada / Es doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Sevilla. Desde 2008 es profesor en la Universitat Ramon Llull de Barcelona. Ha sido Profesor Visitante en diversas universidades en Europa, Latinoamérica y EE. UU. Ha publicado diversos trabajos sobre Leopoldo Lugones, Jorge Luis Borges, Juan Gelman, Raúl Zurita, Gabriel Zaid y Homero Aridjis. En relación a este último, ha dirigido el portal dedicado al escritor y ambientalista mexicano en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, y ha publicado en Ediciones Cátedra una Antología poética (1960-2018) (2018). |
|
|
|
|
|
|
ensayo de Aníbal Salazar Anglada
Publicado, originalmente, en: Periódico de Poesía Dossier 6 abril, 2020
Periódico de Poesía es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, a través de la Dirección de Lteratura
Link del texto: https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/un-joven-poeta-de-80-anos-llamado-homero-aridjis/
Editado por el editor de Letras Uruguay
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
Ir a índice de ensayo |
Ir a índice de Aníbal Salazar Anglada |
Ir a página inicio |
Ir a índice de autores |