La carrera de árboles

poema de Salvador Rueda
Del libro "Antología poética"

 

   Se oyó un hondo zumbido de bosques agitados,

volvió la muchedumbre los ojos con pavura,

y viéronse los árboles venir arrebatados

en una apocalíptica carrera de locura.

 

   Los árboles frenéticos de todas las ciudades,

los que adornaron calles y plazas y jardines,

sonando a remolinos de intensas tempestades

vinieron desde el fondo de todos los confines.

 

   Los hombres desgarraron sus nidos y sus frondas,

los hombres deshicieron sus ramas en pedazos,

los hombres les hirieron con piedras y con hondas,

los hombres les rompieron los troncos y los brazos.

 

   Y como roto ejército que emigra de la guerra,

venían retemblando los árboles heridos,

con las raíces hondas sacadas de la tierra

en medio de un tumulto de ciegos alaridos.

 

   Sus pies como madejas de elásticos alambres,

huían impelidos con paso monstruoso,

echando sus tentáculos de trémulas raigambres

como la planta enorme de un cíclope asombroso.

 

   Pasaban sacudidos lo mismo que banderas

deshechos en jirones al dardo de las balas,

sin pompas del estío ni verdes primaveras,

sin risas y sin luces, sin nidos y sin alas.

 

   Vedlos, temblando avanzan con furia arrolladora

trocados en tragedias sus rústicos placeres,

y consternados vuelven la cara indagadora

a ver si vienen hombres, o niños, o mujeres.

 

   Silbando como fustas sus trémulos ramajes

van cual en un desfile de homéricas zancadas,

huyendo de las hordas temibles de salvajes

con las temblantes hojas de miedo alborotadas.

 

   Buscan las vastas selvas, buscan los bosques altos,

el maternal origen que les prestó su aliento,

y por las cordilleras irán a grandes saltos

buscando de sus cunas de riscos el asiento.

 

   Vosotras, cordilleras, eternos oleajes

de un temporal inmenso de bloques de granito:

es buscan vuestros árboles de bíblicos ramajes;

alzadlos a vosotras y toquen lo infinito.

 

   Ellos semejan torres que él sol viste de lumbres,

guardianes que dominan los grandes horizontes,
son altos obeliscos que Dios plantó en las cumbres,

son bíblicas pirámides que Dios puso en los montes


   Los hombres no merecen tener por compañía

los cedros de altas crestas y troncos perennales

los pinos resistentes de hombruna bizarría,

las cúpulas soberbias de palmas orientales.

 

   Ved la esbeltez del álamo pasar en la carrera

tronchadas sus aristas y vástagos lucientes;

y la olorosa acacia que cruza lastimera

llorando mustias hojas y cálices dolientes.

 

      Cipreses inflexibles cual índices cristianos,

laureles de áureos triunfos y glorias revestidos,

pasan igual que un roto tropel de soberanos,

pasan como un desfile de dioses destruidos.

 

      ¡Oh torbellino ciego de locos vegetales

que a vuestras selvas madres subís por las laderas;

huid de entre los hombres terribles y brutales,

y os llenará de nidos el sol las cabelleras!

 

      En épocas remotas de siglos venideros

en que en las almas entre la luz de otra cultura,

bajad entre los hombres y sed sus compañeros

cuando sus frentes sepan de amor y de hermosura.

 

      Los árboles son torres que el sol viste de lumbres,

guardianes que dominan los grandes horizontes,

son altos obeliscos que Dios plantó en las cumbres,

son bíblicas pirámides que Dios puso en los montes.
Biblioteca Nacional de España


poema de Salvador Rueda
del libro "Antología poética"

Compañía Iberoamericana de Publicaciones (S.A.)

Renacimiento (Madrid/Buenos Aires)

Este libro pertenece a los fondos de la Biblioteca Nacional de España, a quien se le agradece.

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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