La gran cacería de las serpientes de cascabel

cuento de Albert Robida

Con notable rapidez y favorecido por los vientos del noroeste, el moderno trasatlántico “Hudson” enfilaba su proa hacia el gran puerto de Nueva York.

A bordo del elegante navío, orgullo de la compañía naviera “Bine Star”, viajaba Saturnino Farándula, el extraordinario héroe de aventuras más extraordinarias aún, que apasionaran, en un momento, a toda la opinión mundial al ser publicadas en las primeras planas de los principales periódicos del mundo entero. Con el iba, claro está, su gran amigo y lugarteniente el capitán Mandíbula.

El tiempo que duró la travesía desde El Havre a Nueva York, nuestros dos héroes lo emplearon en largas conversaciones sobre la inestabilidad de las cosas humanas, la fragilidad de los imperios y sobre las desilusiones que causa la política.

—Mi querido Mandíbula —decía casi siempre Farándula al terminar—. abandono definitivamente toda idea de emprender nuevas aventuras y me lanzo con las velas desplegadas por el océano de la gran industria y del comercio.

En semejante estado de ánimo descendió del barco nuestro héroe en el puerto de Nueva York, rodeado por una nube de periodistas y fotógrafos que rivalizaban por obtener de Farándula declaraciones y fotografías para la prensa de la gran ciudad americana. Satisfecha la curiosidad de los reporteros, Farándula se instaló en el Gran Hotel Empire, donde, después de descansar de las fatigas naturales de un viaje trasatlántico, dispúsose junto con su gran amigo Mandíbula, a elaborar planes a fin de encontrar la empresa digna de su genio y audacia sin par, y que sirviera al mismo tiempo para dar ocupación inmediata a los hombres que lo acompañaron en circunstancias difíciles y por lejanas tierras y que, ¡oh, corazones fieles y valientes!, quisieron seguir la suerte de su bravo capitán, por tierras de América.

—Tengo una idea colosal —comenzó Farándula— con la cual puedo sorprender al mundo de los negocios americano. La famosa catarata del Niágara se halla a una enorme distancia de Nueva York, o que hace difícil que muchas personas puedan visitarla con comodidad y sin mayores gastos. Podríase excavar un canal desde el Lago Erie hasta el Río Hudson, a poca distancia de Nueva York, y trasladar hasta allí la gran catarata, la isla americana y la gruta de los vientos. Construirnos después y explotamos por nuestra cuenta, un ferrocarril que vaya desde la ciudad a la catarata, y sus enormes beneficios cubrirán rápidamente todos nuestros gastos. Lo único que falta, pues, son los accionistas que inviertan su dinero.

—¿Y la crisis financiera? —preguntóle Mandíbula.

—No hay duda de que la crisis actual perturbará bastante mis planes pero como deseo lanzarme sin tardanza a los negocios, buscaré uno en el que no tenga que tropezar con semejante obstáculo.

Dicho y hecho. Gracias a su buena estrella y a su gran visión comercial Farándula tomó a su cargo la tarea de aprovisionar de pieles de serpiente de cascabel a una importante fábrica de calzado de lujo.

Lo que a simple vista parecía una tarea sencilla, estaba sin embargo llena de peligros. Pero el genio de Farándula y los múltiples recursos que le sugiriera su poderosa mente, encontraron el medio sencillo y genial a la vez para sortearlos y salir victorioso de la empresa.

Como a Farándula le repugnara el aparecer ocupado en vulgares cuestiones de zapatería, hizo correr la voz de que había recibido el encargo de aprovisionar de campanillas a todos los presidentes de los parlamentos de los países americanos, lo cual le permitiría realizar al mismo tiempo una obra humanitaria, tal como la de liberar al Brasil de todas sus serpientes de cascabel.

Una verdadera explosión de entusiasmo provocó la noticia al aparecer en todos los periódicos de Nueva York y ser trasmitida más tarde por telégrafo y cable submarino a todas las capitales europeas. Cuando esto sucedía, ya nuestro héroe desembarcaba con su expedición en Macapá. en el norte del Brasil, frente a la desembocadura del gran río Amazonas.

Avanzando audazmente a través de la selva, la expedición llegó hasta la confluencia del río Madeira con el Amazonas, lugar del territorio brasileño que debía ser centro de operaciones de la expedición organizada por Farándula, Mandíbula y Cía.

En fila india, machete en mano, internáronse en plena selva nuestros valientes expedicionarios seguidos por indígenas contratados en el lugar, que llevaban grandes cajones sobre sus hombros.

—Señor Mandíbula —preguntó uno de los antiguos marineros al lugarteniente de Farándula—. ¿Qué diablos llevan esos indios? ¿Qué contienen esos cajones?

—Espera y verás —le contestó con tono misterioso.

—¿Son armas? ¿Serán lazos como usan los gauchos de las pampas o trampas de cazadores? —volvió a preguntar el marino.

—Espera y verás —contestóle nuevamente sonriendo Mandíbula.

En efecto, al llegar a un gran claro situado en mitad de la selva, se instaló el campamento y se dio comienzo a la apertura de los cajones.

Los marineros, y, sobre todo, los indígenas, comprobaron estupefactos que contenían una gran cantidad de botas brillantes y una pequeña partida de globos de goma de color rosa. Lo más extraño del caso era que esas botas extraordinarias y maravillosas, que llevaban espuelas de una longitud inverosímil, no formaban pares. Tornasol, que también formaba parte de la expedición, más curioso que los otros, comprobó este hecho raro y dirigiéndose respetuosamente a Farándula le dijo:

—Perdóneme, señor, la pregunta. ¿Cómo nos calzaremos estas botas si no solamente no forman pares sino que, además, no hay más que 17 del pie izquierdo y 80 del pie derecho?

Farándula, dirigiéndose a todos sus amigos y en forma solemne, les explicó:

—Queridos amigos míos, ha llegado el momento de desengañaros. Hasta ahora habéis creído que la caza de serpientes la haríamos con el fusil en la mano y el ojo alerta. Como hombres que desconocen el miedo, os preparabais a correr todos los peligros afrontando a los terribles reptiles. ¡No, amigos míos! ¿Cómo podía yo arriesgar vuestras preciosas vidas en una vulgar y simple operación comercial? He encontrado el medio de hacer de la caza de la terrible serpiente de cascabel, una cuestión tan fácil y sencilla como la de cazar conejos. Me preguntaréis, ¿cómo y con cuáles armas? ¡Os contestaré que con estas botas! ¡Sí. amigos míos! Pensad un poco. Si uno de los indígenas que nos acompañan, los cuales no conocen el uso de las botas, quiso comérselas, las serpientes de cascabel, que las conocen menos todavía, caerán con más facilidad en el engaño. Señores, estas botas no son, ni más ni menos, que trampas para serpientes.

Y a renglón seguido, dio minuciosas indicaciones a los hombres encargados de poner las botas en acción.

Internándose en la selva, estos hombres colocaron unas quince trampas en lugares apropiados para la caza de serpientes. Las botas, puestas de pie, brillaban a! sol como espejos, mientras que unos globitos de color rosa atados a las botas por medio de un piolín, ondeaban en el aire, mecidos por la más leve brisa.

Terminada la labor, los hombres volvieron al campamento, donde se entregaron a gozar de las dulzuras de la siesta.

Permanezcamos nosotros al lado de una de las botas y conoceremos en toda su belleza la ingeniosa invención de Farándula.

Después de un breve lapso, en medio del silencio de la selva, oyéronse los gritos espantados de unos papagayos que se alejaban despavoridos, saltando de rama en rama. Por el tronco de un árbol descendía lentamente, desenroscándose, una enorme serpiente de cascabel a la que el brillo de la bota había llamado la atención.

¡Mirad! La enorme serpiente se desliza sin hacer casi ruido por la hierba, hacia la reluciente bota que la atrae y la fascina. Al llegar alza su cuerpo y mueve lentamente su cabeza, mirando con fijeza la bota. De pronto lanza un silbido, se precipita sobre la bota y la traga. Al llegar a la espuela tiene que hacer un esfuerzo, pero logra también hacerla desaparecer en sus fauces enormes. En aquel momento se oye un ruido estridente. La serpiente parece como si hubiera recibido una descarga eléctrica, abre la boca y su cuerpo queda recto como un poste.

La ingeniosa trampa de Farándula ha obrado con rapidez y eficacia. Al presionar sobre la espuela, la serpiente hizo saltar un resorte colocado dentro de la bota, que al estirarse en forma repentina, formó una especie de columna vertebral dura y rígida. Sin poder moverse, la serpiente tiene que esperar a que llegue el cazador guiado por el globo rosa que ondea en las alturas.

Otra ventaja de la trampa ideada por Farándula consistía en que la bota podía ser utilizada varias veces.

Demás está decir que en pocos meses nuestros valientes cazadores de serpientes limpiaron toda una extensa zona del Brasil de estos peligrosos reptiles y llevaron consigo a Nueva York una gran cantidad de pieles. Estas se transformaron pronto en una respetable suma de dólares que fue repartida entre los miembros de la expedición de acuerdo a los méritos de cada uno.

Una vez en Nueva York, no pasaron muchos días si que Farándula convocase a sus amibos a una reunión.

—Nosotros -—comenzó a decir Farándula— somos hombres de acción y no nos asustan los peligros. Estamos siempre dispuestos a correr la aventura, no importa el lugar ni la época, ni los obstáculos que se nos interpongan, Todo lo nuevo y todo lo extraño nos atrae.

—¡Es verdad! —le interrumpió uno de los presentes.

—Pero también tenemos derecho a gozar de la vida placentera. Siempre he soñado con ser un patriarca mormón, rodeado por numerosa familia. Os propongo, pues, que nos dirijamos al país de los mormones, a la ciudad que se levanta a orillas del Lago Salado.

—¡Hurra! —gritaron los quince bravos secuaces, puestos de pie, entusiasmados por la maravillosa idea del jefe insigne.

 

Albert Robida (Francia)
Revista "El Cielo" (Argentina)

Año I Nº 3 Nov / dic de 1969

 

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