Notas de aproximación a Tarumba, de Jaime Sabines

Ensayo de Mónica Plasencia Saavedra
Universidad de La Laguna

Abstract

When the mexican poet Jaime Sabines published Tarumba, his readers didn’t understand the great poetical work he was able to compose. Now, at this time, we can say that Sabines elaborated an innovating and peculiar text, especially if we note the composition year: 1956.

Cuando el poeta mexicano Jaime Sabines (Chiapas, 1926) publicó Tarumba, sus lectores no alcanzaron a comprender la dimensión de aquella desconcertante y excepcional obra poética, porque, como afirma José Emilio Pacheco, Sabines se atrevió a adelantarse a su tiempo, elaborando un texto más propio de los años 70 que de mediados del siglo XX[1]. Los choques y contrastes entre elementos dignificantes o «cultos» y la interferencia de un coloquialismo innovador atrajeron muy pronto la atención de la crítica. En algunos momentos, las imágenes de este nuevo «vanguardismo» fueron consideradas tan llamativas que suscitaron incluso la polémica. Así, por ejemplo, Elías Nandino afirma en 1956:

Su poesía es directa, limpia (agua fresca de cántaro), íntegra, sencilla, honda. Si es así, ¿para qué entonces recurrir a palabras procaces? [...] Cuando se está gozando una catarsis con su poema, son como una pedrada en un espejo[2].

También Edmundo Valadés orienta su crítica hacia los «excesos escatológicos» de Jaime Sabines en Tarumba:

Y sin embargo, Sabines, con esa terrible sinceridad, a pesar de que usa un idioma nada pulcro, deja en Tarumba uno de los testimonios poéticos de las nuevas generaciones que uno debe tratar de comprender, sin dejarse influir por esos excesos escatológicos3.

Las opiniones de estos dos importantes estudiosos de la literatura mexicana son, al menos así lo creemos nosotros, un claro ejemplo de la incomprensión que rodeó a Tarumba en la década de 1950. Si Jaime Sabines escribe: «[...] Tengo miedo de no saber, /de estar aquí como mi abuela/mirando la pared, bien muerta./ Quiero ir a orinar a la luz de la luna./Tarumba, parece que va a llover»[4] (pág. 94), es porque, realmente, desea arrojar su piedra —aquella de la que hablaba Nandino—, contra el espejo, contra todos los espejos del mundo y romperlos en mil pedazos, y lo va a hacer con plena conciencia lírica. No nos parece, por tanto, que se trate de una tara poética, sino de una asombrosa virtud creadora.

Lo cierto es que Jaime Sabines nos sorprende en Tarumba con la elaboración de una realidad otra, sometida a una lógica particular, donde el equilibrio y las jerarquías tienden a desaparecer. Y es que, posiblemente, la única manera que el autor chiapaneco tiene de huir del ambiente hostil y provinciano que le rodea, es aferrarse a una cosmovisión que bien podríamos denominar de ruptura, por medio de la cual consigue modelar un mundo aparte que funciona como eje alrededor del que gira la estructura interna del amplio poema. Y hablamos de poema, y no de libro, porque nos encontramos, realmente, ante toda una serie de cambios internos que, lejos de desvanecer la unidad profunda del conjunto, la subrayan. No estaríamos, pues, ante un libro compuesto por varios poemas, sino frente a un amplísimo poema que ocupa todo un libro. Transcribimos a continuación un ejemplo de lo que venimos diciendo:

En el agua estabas como una serpiente

y tus ojos brillaban con el verde que les corresponde a esas horas.

Entró el viento conmigo

y le subió la falda a la delicia, que se quedó inmóvil.

El reloj empezó a dar la una

de cuarto en cuarto, con una vela en la mano.

La araña abuelita tejía

y la novia del gato esperaba a su novio.

Afuera, Dios roncaba.

Y su vara de justicia, en manos del miedo ladrón,

dirigía un vals en la orquesta... (p. 101).

No sabemos exactamente qué o quién es «Tarumba», y este desconocimiento nos sitúa a la altura del hablante lírico, ya que también él duda de la naturaleza del supuesto personaje. Quizá cabría pensar, en un primer momento, que se trata simplemente de la conciencia del autor (escindida conciencia). Esta, mediante un singular proceso de dramatización, se desdoblaría en dos seres distintos, unas veces vinculados entre sí, y otras completamente opuestos (debemos señalar que el uso de la segunda persona del singular es constante). Por ello, también nos parece válido identificar la figura de Tarumba con todos los hombres y mujeres que conviven junto al poeta en su mismo entorno:

No sé qué cosa eres,

cuál es tu nombre verdadero,

pero podrías ser mi hermano o yo mismo.

Podrías ser también un fantasma,

o el hijo de un fantasma,

o el nieto de alguien que no existió nunca.

Porque a veces quiero decirte: Tarumba,

¿en dónde estás? (p. 95).

De hecho, a través de su extrema sensibilidad a la hora de percibir el mundo, Jaime Sabines advierte que ningún aspecto de la realidad excluye a otro y que Tarumba, por lo tanto, puede concretarse al mismo tiempo que volverse abstracción e imagen cifrada.

Oigo palomas en el tejado del vecino.

Tú ves el sol.

El agua amanece,

Y todo es raro como estas palabras.

¿Para qué ha de entenderte nadie, Tarumba? (p. 97).

Que Tarumba se convierte en un pretexto creado por el poeta para comunicarse con la realidad, es algo casi indiscutible. Gracias a este personaje protagonista, Sabines consigue aprehender todos y cada uno de los pormenores del entorno que le rodea. como afirma Raúl Leiva.[5] (parafraseando al autor chiapaneco), el poeta hace suya la realidad y toma para sí «el día y la noche en su eterno combate, las estrellas alucinadas y el vertedero del sol». Efectivamente, la voz poética de Tarumba denota una sorprendente capacidad para captarlo todo con absoluto dominio y conocimiento. Podemos leer, por ejemplo:

Todo lo sé, lo adivino, lo siento.

conozco los matrimonios, los adulterios,

las muertes.

Sé cuándo el poeta grillo quiere cantar,

cuándo bajan los zopilotes al mercado,

cuándo me voy a morir yo.

Sé quiénes, a qué horas, cómo lo hacen,

curarse en las cantinas,

besarse en los cines,

menstruar,

llorar, dormir, lavarse las manos (p. 96).

Así pues, parece que en Tarumba cualquier hecho está en sí mismo saturado de tiempo, sabiduría y eternidad, y que ello evidencia importantes vínculos con un orden superior que no deja de entretejerse con el destino terrenal de los hombres. Es lo que vendría a decir Sabines en su prólogo, también versificado:

El libro no soy yo, ni es mi hijo,

ni es la sombra de mi hijo.

El libro es sólo el tiempo,

un tiempo mío entre todos mis tiempos, (p. 93).

Entendemos entonces, que para el poeta chiapaneco la poesía no tiene por objeto la realidad, sino el conocimiento sobre ella que, a su vez, remite al conocimiento de uno mismo. Para Sabines existe una verdad profunda y esencial ante la cual el hombre se ciega, pero que es inmanente en él, innegable, por tanto. Se trata de un sentimiento de respeto que sitúa su fe más allá de cualquier razón, dotando a la vida de significado. De esta forma el ser humano recupera en sí mismo al hombre primordial. Además, es frecuente encontrar entre los versos de Tarumba un claro sentimiento de culpa y de vergüenza porque el poeta, incapaz de eliminar el materialismo y la frivolidad de su forma de vida, cae, como la mayor parte de los hombres, en el error de ponerle precio a todo:

A la casa del día entran gentes y cosas,

yerbas de mal olor,

caballos desvelados,

aires con música,

maniquíes iguales a muchachas;

entramos tú, Tarumba, y yo.

Entra la danza. Entra el sol.

Un agente de seguros de vida

y un poeta.

un policía.

Todos vamos a vendernos, Tarumba (p. 94).

Por esta razón, aparece en Tarumba un ferviente deseo de salvarse de aquello que resulta vano, huero, insubstancial; un deseo de alejarse de los tráfagos superficiales, redundantes y convencionalmente instituidos:

Estos días, iguales a otros días de otros años,

con gentes iguales a otras gentes,

con las mismas horas y los mismos muertos,

con los mismos deseos,

con inquietud igual a la de antes;

estos días, Tarumba, te abren los ojos,

el viento largo y fino te levanta.

No pasa nada, ni estás solo.

Pasas tú con el frío desvelado

y pasas otra vez. No sabes dónde,

a dónde, para qué.

Oyes recetas de cocina,

voceadores, maullidos.

¡Fiestas de la barriga, navidad, año nuevo,

qué alegres estamos,

qué buenos somos!

Tú, Tarumba, te pones tus alas de ángel

y yo toco el violín.

Y el viejo mundo aplaude con las uñas

y derrama una lágrima, y sonríe (pp. 99-100).

claro que Tarumba, como el resto de la obra de Jaime Sabines, no excluye las dudas ni las vacilaciones propias del ser humano, ni tampoco la angustia existencial que caracteriza al hombre moderno. De este modo, Sabines observa con gran aflicción el tiempo que habita, la fugacidad de la vida, la muerte que le acecha a cada instante:

En medio de los remolinos, Tarumba,

quisiera escribir mi testamento:

te dejo a ti la virtud que no tengo,

a ti mi cabellera, a ti mi primer libro,

a ti mis uñas.

Estoy tan definitivamente ahíto,

tan envenenado, tan podrido,

tan cayéndome en costras,

que no quiero ya un pedazo de esta vida feliz

ni un trozo de eternidad para roer.

               [...]

Oigo una gota, tomo un trago,

pienso en el cadáver que haría,

me estiro.

¿Qué testamento escribiré algún día?

No te dejo nada.

Te dejo nada más mi entierro (pp. 112-113).

No obstante, esta angustia de la que hablamos debe ser entendida no como simple temor ante el porvenir inmediato, sino como aquello que nos obliga a interrogarnos sobre nosotros mismos. Se trata, pues, de tomar conciencia de la ambigüedad fundamental que nos rodea, de esa mezcla asombrosa de finito e infinito, de tiempo y absoluto, de todo y nada, de plenitud y vacío. Y en virtud del dolor que vulnera la solidez de sus convicciones, Jaime Sabines comienza su búsqueda personal, aunque sabe que jamás conseguirá apartar de sí el sentimiento de extravío, de limitación y de cotidianidad que lo envuelven y que forman parte de su esencia, según puede verse en este extenso poema:

Miras pasar, Tarumba, el río del mundo,

las cabezas, los brazos,

los escorzos, las bocas.

Miras pasar a los amantes separados

y a los sabios del odio,

los dueños de la soledad,

nadando en gritos,

ahogándose en la espuma de su sangre.

En el fondo, piedritas y raíces

sopla el agua y arrastra.

¿Me miras?, ¿me reconoces?, ¿me descifras?

Yo puedo, Tarumba, ser un pulpo,

una araña del agua,

o una burbuja.

Puedo ser una hormiga.

O puedo ser un ojo grande con dos patas pequeñas

y una cola.

Trabajo has de tener para encontrarme,

pero si le pisas el callo a un ángel, yo grito,

y si molestas al lagarto con prédicas de buena voluntad,

te daré un colazo.

Pertenezco a la clase de los anfibios,

de los que pueden vivir también del aire.

¿No ves mi corazón, vejiga inflada,

y mis ojos, hinchados, que se me salen? (p. 105).

Una constante en la obra de Sabines es el sufrimiento, sin embargo, aunque la mayor parte de las veces domina en sus versos un tono pesimista, trágico, desgarrado incluso, el poeta se guarda de caer por completo en el desconsuelo. Al contrario de lo que afirma Leiva, sí hay momentos de felicidad en Tarumba; nótese la vitalidad que desprenden los versos que transcribimos a continuación:

¡Qué alegría del cuerpo liberado, Tarumba,

en el amanecer después de la lluvia,

con el manso estar del aire penetrándote

y a la mano de tus ojos el cerro con nubes! (p. 108).

conviene recordar también que Sabines se aferra a una fe fortísima gracias a la cual se encuentra a salvo de la destrucción. Más allá de la creencia cristiana del hombre como propiedad de Dios, antepone la voluntad de no truncar el viaje en el que se está embarcado. El hombre debe llegar a su fin de la mejor manera posible:

La primera lluvia del año moja las calles,

abre el aire,

humedece mi sangre.

¡Me siento tan a gusto y tan triste, Tarumba,

viendo caer el agua desde quién sabe,

sobre tantos y tanto!

Ayúdame a mirar sin llorar,

ayúdame a llover yo mismo sobre mi corazón

para que crezca como la planta del chayote

o como la yerbabuena.

¡Amo la luz adolescente

de esta mañana

y su tierna humedad! (p. 103).

De este modo, si observamos atentamente y en su conjunto la gran obra poética que es Tarumba, nos daremos cuenta de que Jaime Sabines no sólo confiesa la derrota y el cansancio; también es capaz de mantener la esperanza:

Esto es difícil

pero si pones atención aprenderás a hacerlo.

Te sacas la lengua poco a poco

y la enrollas en el carrete de hilo negro.

Guardas tus ojos en un barril de vino

y en la bodega, junto a los estantes,

llamas a Dios tres veces:

Cabalabula-bulacábala-bulabo.

               [... ]

Entonces, sobre la tierra,

los hombres empiezan a volar como los ángeles.

En los mercados venden la felicidad.

Los niños son los jueces.

En todas las esquinas hay una caja de música

y una pila de agua (pp. 102-103).

Naturalmente, Sabines sabe conjuntar una amalgama de luces y de sombras; una alquimia de desconciertos y oscuridades que nos llevan por un túnel poético donde, al final, siempre se atisba una tenue llama de iluminación epifánica.

Bibliografía

Debicki, Andrew P., «La sugerencia, el punto de vista y la alegoría: la poesía concreta y universal de Jaime Sabines», Poetas hispanoamericanos contemporáneos: punto de vista, perspectiva, experiencia, Madrid: Gredos, 1976 (pp. 191-212).

Grande, Félix, «Palabras sobre Jaime Sabines», Once poetas y un dios. Ensayos sobre literatura hispanoamericana, Madrid: Taurus, 1986 (pp. 33-41).

Klahn, Norma Fernández, Jesse, Lugar de encuentro. Ensayos críticos sobre poesía mexicana actual, México: Editorial Katún, 1987.

Mansour, Mónica (ed.), Uno es el poeta. Jaime Sabines y sus críticos, México: S.E.P., 1985.

Pacheco, José Emilio, «Nuevo recuento de poemas», Vuelta (México), n° 9 (9 de agosto de 1977), pp. 34-36.

Sabines, Jaime, Nuevo recuento de poemas, México: Editorial Joaquín Mortiz, 1996 (17a reimpresión).

Notas:

[1] José Emilio Pacheco, «Nuevo recuento de poemas», Vuelta (México D.F.), vol. I, 9 de agosto de 1977, p. 34.

[2] Elías Nandino, «Carta reseña de Tarumba», Uno es el poeta. Jaime Sabines y sus críticos, Introducción y recopilación de Mónica Mansour, México: S.E.P., 1985 (p. 111). El subrayado es nuestro.

[3] Edmundo Valadés, «Tarumba de Jaime Sabines», en M. Mannsour (ed.), ob. cit., p. 115.

[4] Los versos transcritos aparecen compilados en la obra de Jaime Sabines Nuevo recuento de poemas, México: Editorial Joaquín Mortíz, 1996 (también citada en la bibliografía). En adelante, citaremos por esta edición, con números de página entre paréntesis.

[5] Raúl Leiva, «Jaime Sabines», en M. Mansour (ed.), ob. cit., p. 123.

 

Ensayo de Mónica Plasencia Saavedra
Universidad de La Laguna


Publicado, originalmente, en: Revista de Filología de la Universidad de La Laguna, n° 16, 1998, págs. 315-322

Revista de Filología de la Universidad de La Laguna es una publicación editada por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna
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