La voluntad y la fortuna de Carlos Fuentes: las significaciones del crimen ensayo de Monique Plaa Université Marne-La-Vallée, LISAA EA4120
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Cranach, Caravagio, Goya o Géricault, entre otros, lograron hacer de una cabeza cortada un objeto digno de las representaciones más fascinantes. Fuentes, muy interesado por cuanto sale de los límites estrechamente racionales de nuestro "aquí y ahora", hizo hablar en una de sus novelas la cabeza cortada del Bosco. El narrador de La voluntad y la fortuna es una cabeza cortada, la de Josué, que en las primeras páginas de la novela el lector descubre en la playa de Acapulco donde un machetazo acaba de mandarla a rodar. En las últimas páginas, el lector descubrirá quién ha cortado aquella cabeza y por qué sin embargo este descubrimiento no parece importar mucho ya que el crimen metastaseado ha invadido la totalidad del universo construido por el novelista. Contrariamente a lo que podríamos haber esperado, la cabeza cortada del narrador, nunca centrada en su propio desastre, imprime un sesgo jocoso a un mundo donde el crimen reina bajo una gran diversidad de formas. En las primeras líneas de La región más transparente, Carlos Fuentes escribe que en México no hay tragedia porque todo es ofensa[1]. En La voluntad y la fortuna, la cabeza cortada de Josué declara que en lugar de la ausente tragedia, no sólo en México sino en todo el mundo, se halla la radio novela, el culebrón y la película de vaqueros, de modo que, añade Josué, hemos acabado por adoptar la visión simplificadora y maniquea característica de esos géneros. Aunque La voluntad y la fortuna dista mucho de ofrecer un enfoque maniqueo, es cierto que Carlos Fuentes modificó su forma de escribir. Muy lejos de las majestuosas operas que conforman algunas de sus novelas, La voluntad y la fortuna se caracteriza por la yuxtaposición, por orden cronológico, de breves unidades con numerosas anécdotas sencillas y truculentas contadas con un tono folletinesco por un narrador que hace de guía y se muestra muy preocupado por llamar y retener la atención del lector. En las primeras novelas de Carlos Fuentes, el crimen tenía la grandeza de las cosas imaginadas y figuradas. Hoy en día, su fuertísima y obsesionante presencia en la realidad mexicana parece haber quitado al crimen algo del prestigio que solía prestarle la escritura de Carlos Fuentes. Ahora, entre teatro de guiñol, picaresca y folletín, el crimen se manifiesta de muchas y diversas formas.
Y como pequeña muestra de esta diversidad podemos mencionar el emblema burlesco de la criminalidad, un tal Rubalcava, un abogado pícaro, con miles de facetas truculentas y mucho talento para progresar en el arte de portarse mal que, termina por dedicarse a matar con mucho gusto:
Aprendió a matar. Se despachó a tiros a numerosos rivales del narco y le agarró un gusto especial a cortarles la cabeza después de matarlos[2]; o, en una categoría muy diferente, podemos citar el caso de aquellos niños que pagan por un crimen que no cometieron y llevan, en la cárcel, una vida entre rejas que depende de la buena y sobre todo de la mala voluntad de sus carceleros. En un registro muy diferente, está el crimen de Estado : movido por una exaltación a la Raskolnikov, Jericó, uno de los protagonistas principales de la novela, decide tomar el poder valiéndose del modelo de intentona que le sirvió a Trotsky para triunfar en Petersburgo tal y como se puede leer en el libro de Malaparte[3]. Partiendo de la idea de que hay que hacer algo por un país donde la ignorancia y el paro llevan al crimen y donde la criminalidad invade todas las esferas de la vida pública[4], muy rápidamente, Jericó se convence de que las muchedumbres son hordas animales que colaborarán a la hora de tomar el poder por poco que se les ofrezca, para compensar su mal estar y su mal vivir, el visto bueno que les permita cometer cuantos crímenes se les antojen - ¿A
quiénes quieres arruinar? ¿a quién le quieres hacer pagar sus culpas?[5] En esta presentación, no nos centraremos en las diversas manifestaciones del crimen ni tampoco en el anclaje de la ficción en la realidad sino que nos preguntaremos cómo, mediante su escritura, Carlos Fuentes, con esta obra cuyo telón de fondo es el crimen generalizado, cuestiona de forma renovada la índole del crimen. Primero pondremos en evidencia e interrogaremos el esquema familiar que, a pesar de una aparente dispersión, se va revelando poquito a poco, al leer al obra. Luego, a partir de este esquema, nos preguntaremos si el síntoma del crimen de los tiempos nuevos no es el deterioro del vínculo que une a los seres entre sí y, finalmente, nos plantearemos el problema de saber si la elaboración en la novela del personaje de Max Monroy, personaje clave tanto del país como del esquema familiar, no sugiere una relectura del crimen de los orígenes. La ciudad, como una nueva Babilonia, parece abrumada por miles de manifestaciones criminales que al cabo, y esa revelación posiblemente sea una de las novedades que la novela nos invita a tomar en cuenta, resultarán de una u otra manera relacionadas unas con otras en un esquema familiar que el lector va descubriendo poco a poco. Los protagonistas principales de la novela son dos jóvenes que, por casualidad, se encuentran en el colegio, por casualidad, viven bajo el mismo techo, por casualidad, se separan y se encuentran nuevamente y, por casualidad, se ven tutorados por el mismo profesor de derecho que colocará a uno de los jóvenes con el Presidente de la República e invitará al otro a realizar unas prácticas con el primer empresario del país y, al mismo tiempo, le invitará a visitar la cárcel donde habrá de recoger el material que le sirva para redactar su tesis de derecho. Conforme vamos avanzando en la lectura, con lo que viene insinuado aquí o allí y lo que se aclara allá o acá, con este cabo que parece poder atarse con aquél, resulta finalmente que la casualidad no es realmente lo que se creía en un principio. Así, el lector acabará por entender que el preso Miguel Aparecido, quien se empeña en vivir encerrado para no matar a la persona a quien más tendría que amar, teme matar a su padre, y su padre es precisamente Max Monroy, el mayor empresario del país; un poco más adelante, el lector entiende que los dos muchachos, Josué y Jericó, son hermanos. Finalmente descubrimos que Miguel Aparecido, el hombre que teme convertirse en parricida; Josué, el narrador que se conforma con su papel de observador de lo que pasa en la cárcel y de observador de la vida del primer empresario del país; y Jericó, el hombre que intentó apoderarse por la fuerza del poder, entendemos que estos tres muchachos son hijos de un mismo padre: Max Monroy. Por fin, para tener una idea más precisa del esquema familiar que las sucesivas revelaciones descubren, hay que añadir que los tres jóvenes tienen la misma madre y dos de ellos, Josué y Jericó, están enamorados de la misma mujer, Asunta Jordán, que resulta ser la amante de Max Monroy, el padre de ambos. En este esquema familiar se concentra una fuerte densidad criminal. Hay un incesto llevado a cabo, Josué es de forma momentánea el amante de la querida de su padre; un incesto frustrado, Jericó no logra convertirse en amante de la querida de su padre; y un incesto que casi se lleva a cabo entre los dos hermanos, Josué y Jericó. La larga lista de los crímenes es heteróclita y no se limita al contexto amoroso: incluye el encierro en un manicomio de la madre de los tres hermanos por la voluntad enérgica y maligna de la suegra quien, Yocasta enamorada de Edipo, pretende controlar la vida y hacienda de su hijo, Max Monroy y con este fin, comete un crimen tras otro y no duda en echar de la casa al mayor de sus nietos, Miguel Aparecido. Miguel Aparecido, más tarde, se privará de libertad para huir del parricidio que le obsesiona. Esta larga lista de crímenes incluye además la actuación de Asunta Jordán que procura enemistar a los dos hermanos, Josué y Jericó, con la esperanza de verlos destrozarse y devorarse uno a otro. De modo que cuando, al final de la novela, Asunta Jordán está a punto de dar la orden de matar a Josué, no nos sorprende leer: El rostro de Asunta Jordán. Ya no sé si las luces agonizantes del día le dieron ese aire casi mitológico de gran vengadora: una Medea enloquecida (...) Quizás porque ella sabía esto, se elevaba a sí misma de Medea celosa a Gorgona vengadora. Amada por Poseidón, poseída por nuestro padre Monroy, ¿había que matarla para que de su sangre naciera un puñal dorado que la matase a ella antes de que ella me matase a mí, y a Miguel Aparecido, y a Sibila Sarmiento y al propio Max Monroy, como quizá había matado a Jericó? En los ojos de tiniebla fulgurante de Asunta Jordán vi la simplicidad de la fortuna y la complejidad de la ambición. ¿O tendría el tiempo Asunta Jordán de mirarme para convertirme en piedra?[6] No hay tragedia en México pero casi todos los personajes llevan nombres que remiten a los Testamentos y encierran el eco todopoderoso de iras bíblicas cercanas a las cóleras fatales cantadas por la tragedia griega. De modo que, más allá de la acumulación de episodios carnavalescos, en La voluntad y la fortuna asoma la inalterable modernidad de la barbarie antigua. El libro es un lento descubrimiento de identidades ocultas y, como en Edipo rey, finalmente queda una trama escueta basada en una familia, una simple trama que revela un esquema de profundidades arquetípicas al que van a dar todos los hilos de todos los crímenes que ocurren a lo largo de la novela. En las primeras novelas de Carlos Fuentes, el país contenía a la familia, en cambio en La voluntad y la fortuna, después de la múltiples y sucesivas revelaciones, resulta que la familia concentra el crimen y contiene al país. Podríamos creer que la terrible realidad del crimen en el mundo fuera de novela, realidad que uno de los protagonistas esenciales, el profesor de derecho San Ginés, lamenta con fuerza - Lamentaba la falta de seguridad porque identificaba a la democracia con el crimen -[7] repercute en la elaboración del mundo de la ficción. El crimen ha perdido la prestigiosa aureola romántica y surrealista que tuvo antes y paralelamente, a partir del momento en que el crimen está en el centro de todo, el prestigio de lo que está al margen se ve mermado y pierde buena parte de su poder de seducción. Por ejemplo, la droga en La voluntad y la fortuna aparece bajo un enfoque desilusionado y amargo. Es como si hubiera una relación entre, por una parte, la irrupción del crimen en la realidad de México y, por otra parte, el desprestigio que sufre el crimen en la ficción, y parecería también que hay que plantearse la cuestión del vínculo posible entre, por un lado, las manifestaciones del crimen tan variadas y numerosas que resultan triviales, y por otro lado, la reencarnación del crimen en un esquema primigenio y originario, el de la familia, lo cual trae como consecuencia, como ya se ha dicho, incluir al país en la familia. Más allá de estos cambios notorios, lo que sigue igual en La voluntad y la fortuna es la fuerza de la relatividad: el juego constante de las revelaciones que encubren otras revelaciones señala que ninguna verdad es definitiva. Carlos Fuentes ha colocado el crimen en el centro de sus novelas más importantes, ha indagado con profundidad la cuestión de la culpabilidad y del culpable. Y dado que, para él, como para los Griegos, el conflicto tiene que ver con los valores y no con las virtudes, cada persona de una u otra manera se ve implicada y el crimen lleva al lector a reflexionar más que a condenar. Por ejemplo, al final de la La voluntad y la fortuna, asistimos al asesinato en directo del narrador por sicarios a las órdenes de Asunta Jordán, la amante de padre. Asunta Jordán afirma que el motivo del crimen es su firme intención de hacerse con la herencia. En el epílogo que viene a continuación, el profeta Ezequiel, con el prestigio que le da su ascendencia bíblica, ofrece al narrador, ahora residente del cielo, un sobrevuelo por la ciudad y también un sobrevuelo por lo que acaba de ocurrir: sería muy posible, dice Ezequiel, que Asunta Jordán hubiera acudido al machete asesino por amor a su amante, tu padre, Max Monroy, porque la perspectiva de tener un heredero le angustiaba sobremanera -los viejos temerosos de que los jóvenes los amenacen[8]. Sin poderlo evitar, para el lector, semejante hipótesis pone en tela de juico el andamiaje de las interpretaciones que ha armado hasta aquí. Y, precisamente, la última parte de esta presentación, será dedicada a la representación del crimen que induce esta hipótesis. Pero primero hay que tomar en cuenta otro aspecto esencial: la fractura del vínculo. Habría que preguntarse si esta fractura, que se manifiesta como una novedad en La voluntad y la fortuna es causa, efecto o síntoma del crimen pero ahora nos limitaremos a examinar tres categorías de fractura: la fractura del vínculo que une el hombre a la mujer, la fractura del vínculo que une el hombre al hombre y, finalmente, la fractura del vínculo que une el ser a los demás seres. En todas sus novelas, Carlos Fuentes declina constantemente las variaciones del vínculo erótico, siempre esencial y siempre susceptible de revelar la parte del ser que menos se deja enajenar por el marco social y sus obligaciones. Hay muchos personajes femeninos en La voluntad y la fortuna. Antigua Concepción, Sibila Sarmiento Monroy, Lucha Zapata, Asunta Jordán, cada una de estas mujeres ofrece imágenes diferentes, complementarias y contradictorias de Eros. La relación temáticamente dominante es la que Josué mantiene con Asunta Jordán la ayudante y amante del empresario Max Monroy. Ahora bien, dicha relación, totalmente controlada por la mujer, se ve reducida al episodio de una noche sin más consecuencias que la de generar una constante frustración en el hombre: el erotismo, según las reglas del juego impuestas por la mujer, es un ingrediente de las relaciones profesionales y, como tal, forma parte de las estrategias del poder. Al pregonar que es la amante de tiempo completo de Josué, lo que de hecho nunca ha sido, la mujer omnipotente destruye a Jericó y lo transforma en Caín. Valiéndose de la confianza que le tiene Josué, lo atrae a Acapulco, donde ya ha armado fría y cerebralmente la trampa que le quiere tender. Entre el erotismo y la estrategia de conquista del poder social, económico e incluso financiero, existen, en la novela, vínculos muy estrechos; y, ya lo señalamos, Asunta Jordán declara que si mató a Josué fue con el fin de hacerse con la herencia —Yo quiero heredarlo todo[9]. Dicho motivo remite a los ingredientes predilectos de la novela policíaca, del culebrón y de otras formas de la narración melodramática. Pero en el carnaval de la La voluntad y la fortuna, Asunta Jordán parece ser el síntoma de un mundo nuevo, un mundo fundamentalmente invadido por el crimen que atenta a la esencia de la vida. Entre las múltiples manifestaciones del crimen, Eros cae traspasado, cae asesinado. Pero Eros no es la única víctima del crimen; tan esencial como la fractura del vínculo que une el hombre a la mujer, está la fractura del vínculo que une el hombre al hombre. Desde un principio, el índice de la novela invita al lector a interrogar el crimen más allá de sus manifestaciones aparentes. La novela consta de un preludio, "Cabeza cortada", y de un epílogo, "Subida al cielo", que enmarcan cuatro partes, la primera se llama "Castor y Pólux" y la última "Caín y Abel"; ambos títulos remiten a los dos hermanos Josué y Jericó. Los hermanos que desconocen, al principio, su estatuto de hermanos han entablado una amistad fundada en las ideas y en una vida cotidiana compartida. La fascinación que Jericó siente por el poder así como el golpe de estado que promueve provocan entre los dos hermanos un proceso de distanciamiento primero físico y luego moral. La etapa siguiente, la que justifica el título de la cuarta parte, "Caín y Abel", como ya señalamos, resulta del empeño de la amante del padre en separar a los hermanos urdiendo une falsa rivalidad amorosa que los mueva a matarse uno a otro[10]. Sin embargo, a lo largo de la parte titulada "Caín y Abel" corre, en filigrana, una como elegía al amigo perdido, al hermano entrañable, a Cástor a quien nadie hubiera tenido que separar de Pólux; pese a las actuaciones criminales contra el Estado, pese a los arrebatos de la pasión criminal, Josué procura, sin lograrlo, salvar el vínculo que a pesar de todo y de todos lo une a Jericó. Hasta el final preguntará por Jericó de quien todos misteriosamente le dicen que "está a buen recaudo". Hasta el final, incluso cuando ya se está acercando la hora de su propia muerte, Josué procura exorcizar a Caín y Abel para volver a encontrar a Castor y Pólux. Desde siempre, en la obra de Carlos Fuentes, está la figura del doble pero en La voluntad y la fortuna, posiblemente por primera vez, el doble coincide con la fraternidad, en su dimensión más sencilla, Jericó y Josué tienen la misma madre y el mismo padre, y en su dimensión más esencialmente fracturada. Entre las múltiples manifestaciones del crimen, la fraternidad cae traspasada, cae asesinada. Detrás de las manifestaciones carnavalesca del crimen pasan cosas esenciales: los pilares que sostienen la relación con el otro, de la mujer con el hombre, del hombre con el hombre, se están tambaleando y, para colmo, surge une fractura inesperada: la que desgarra el vínculo del ser con los demás porque la relación del ser consigo mismo se halla escindida. En La voluntad y la fortuna hay seres que, a la deriva respecto a los demás y respecto a sí mismos, la emprenden contra los demás y contra sí mismos. Para ilustrar la aparición de esas nuevas víctimas de un crimen recién metastaseado tomaremos tres ejemplos: primero, Lucha Zapata, la amada y amante de Josué; luego, una chiquilla que forma parte de un grupo de niños presos con la que se encuentra Josué cuando visita la cárcel; el último ejemplo será el grupo de jóvenes con los que José se topa por casualidad en el centro de la ciudad. Lucha Zapata irrumpe de forma imprevista en la vida del narrador: Josué, sin nunca haberla visto antes, la protege de los policías que la quieren arrestar cuando intenta despegar con el avión que acaba de robar[11]. Fuentes hace un retrato conmovedor de esa muchacha perdidamente enamorada de la droga que la aliena y destruye. Aunque su nombre, Lucha Zapata, sugiere la determinación en el combate, Lucha Zapata, sin oponer la menor resistencia, se deja llevar por el crimen y los criminales con quienes anda: jóvenes sin meta alguna pero también gente mayor perita en toda clase de prácticas delictivas y sin más perspectiva que el crimen --matones, asesinos a sueldo, expertos en la cuchillada, alcahuetes, mancebos de burdeles, gente joven, sin destino aunque también viejos criminales sin más salida que el crimen, soldados viejos, pensionistas arruinados[12]. Primero pide a Josué que la ayude, que la proteja de sí misma -protégeme, ¿De qué ? De mí misma-[13], y luego rechaza la mano que le tiende el narrador y, de manera muy significativa, en las confidencias que la chica finalmente acepta hacer a Josué, hay el relato de un sueño en el que se ve de niña, ahora bien la niña en el sueño rechaza a Lucha gritándole: No te queremos. Vete de aquí[14]. Lucha Zapata es una herida en carne viva que busca la vida en la muerte hasta el punto que, finalmente derrotado en su intento por salvarla, el narrador la invita a apresurar la llegada de aquella muerte que tanto anhela[15]. Lucha Zapata es una doble fractura: la primera destroza su propio ser y la segunda, consecuencia de la primera, cava un abismo entre su ser y otro ser. Es el vínculo del ser consigo mismo y con el otro que la dolorosa deriva de Lucha Zapata asesina. El segundo ejemplo es el de una chiquilla a quien metieron en la cárcel porque la casualidad y la desgracia hicieron de ella une presa útil para el mundo del crimen antes de convertirla en víctima. La chiquilla mira con odio al narrador:
Hubiera deseado que la niña me atacase físicamente. Sólo me observó con esa distancia que quería herirme a mí y al mundo entero, el mundo que la había enviado aquí (...) ¿Qué iba yo a decirle? No había avenida alguna abierta entre mi presencia y su separación[16] Precisamente, nos encontramos ante esa misma "avenida" ausente, hecha por su misma ausencia barranca esencial y existencial que separa al ser de los demás, cuando el narrador se ve metido, por acaso, entre una pandilla de jóvenes que se la pasan matando el tiempo en la Glorieta de Insurgentes. Entonces, leemos: Sentí que el país no me pertenecía, había sido apropiado por los muchachos entre quince y veinte años, millones de jóvenes mexicanos que no compartían mi historia y hasta negaban mi geografía, creando una república (...) la otra nación, nación amenazada y amenazante, país rechazado y rechazante[17]. Para hacer más flagrante la índole de aquella fractura que separa al ser de los demás porque el ser la lleva consigo mismo y en sí mismo, ante esa nueva "tribu mexicana" de j óvenes enflaquecidos que se automutilan, el amigo que hace de guía para el narrador explica que aquellos chicos y chicas están empeñados en sacar un dolor con otro: Sólo tratan de suplir un dolor con otro. Por eso se cortan los brazos. Por eso se perforan las orejas[18] Nuestros últimos comentarios van a proponer, como ya señalamos, otra lectura del crimen, una lectura inducida por la luz nueva que echan las últimas páginas de la novela en la figura del padre. Ya mencionamos que en la obra de Carlos Fuentes, la noción de culpabilidad siempre está puesta en tela de juicio. Y dicha puesta en tela de juicio resulta esencialmente de la escritura misma de Carlos Fuentes. Carlos Fuentes compone los seres y las cosas descomponiéndolos en imágenes a veces concordantes y a veces discordantes; y al lector le toca arriesgar una interpretación para los distintos y variados desplomes de la lisibilidad que le ofrece el texto. Desde este punto de vista, La voluntad y la fortuna no escapa de la regla general y, hasta el punto final, los naipes son barajados una y otra vez, y las máscaras nunca terminan de caer. Así el postrer discurso de Ezequiel convierte a Lucha Zapata en un inesperado y vengador ángel de la guarda, a San Ginés, el hombre de leyes, en un titiritero perverso, y a Max Monroy en un hombre más complejo de lo que teníamos pensado hasta aquí. A lo largo de la novela, Max Monroy se mueve a la misma altura que el Presidente de la República, al que pone sin miramientos en su lugar cuando ambos se enfrentan, por otra parte, los distintos discursos que remiten al personaje persuaden al lector de que hay en el mundo de la empresa, tal y como lo concibe Monroy, una posibilidad nueva que el Estado ha dejado de ofrecer, de modo que, finalmente, el lector acaba por pensar que Max Monroy, de nombre programáticamente sonoro, es un posible héroe de la era tecnológica de principios del siglo XXI. Además, de manera tanto simbólica como didáctica, la sede de la empresa de Max Monroy está en la torre "Utopía" del barrio de "Santa Fe". "Utopía" y "Santa Fe" son nombres que encierran promesas profanas y sagradas para los tiempos venideros. Por lo menos eso es lo que podríamos creer. En sus distintas novelas, Carlos Fuentes prestó mucha atención a la epopeya de los fundadores siempre relacionada con el crimen de las fundaciones. En La voluntad y la fortuna, el concepto de fundación y de fundador y por lo tanto también de crimen original, aunque muy presente, resulta tratado de modo bastante secundario y, novedad muy sorprendente, ha sido tratado de modo cómico. La Antigua Concepción, de lo más hondo de su tumba, da una versión graciosamente pintoresca de la Revolución y de los inicios de su fortuna: primero se quita de encima a un marido idiota que piensa el poder siempre a partir del cañón de su escopeta, luego se hace cargo sin miramientos de sus inversiones constantemente obsesionada por aumentar sus beneficios y por supuesto sin preocuparse para nada por la ley agraria. Con el fin de consolidar su fortuna recién adquirida y también de consolidar el dominio castrador que pretende ejercer sobre su hijo, Antigua Concepción lo obliga a casarse como a ella le conviene. Ahora bien, al hijo así programado, Carlos Fuentes le presta una doble rebelión: primero se enamora de la mujer con quien su madre lo obligó a casarse, luego se aleja del imperio latifundista erigido por su madre para fundar el suyo propio mediante las tecnologías de la comunicación; y, lo más asombroso es que el nuevo imperio así fundado no se ve manchado por el crimen de los orígenes ya que para prosperar la epopeya económico-social de Max Monroy no necesita sembrar la muerte. Así pues, el lector se siente naturalmente tentado de ver en Max Monroy a un héroe épico de la utopía contemporánea. Ahora bien, el último discurso de Ezequiel pone en tela de juicio esa tentación: Tu lejano padre Max Monroy, tan impenetrable por ser su propio partido, partido único, tan seguro de no perder nunca, convirtiendo la mentira en la verdad y la verdad en la mentira para desde allí moverse y afirmar el poder de los viejos temerosos de que los jóvenes los amenacen, trastornando el origen probable de todas las cosas, que ellos crearon[19]. Ningún signo de exclamación, nada viene a subrayar el contenido de estas palabras del profeta, sin embargo su alcance resulta singularmente importante. Estas palabras ya no se centran en los orígenes ni el en crimen propio de los orígenes, ni en la filiación como posibilidad de rescatar el crimen (como pasa en muchas novelas de Fuentes) sino en la filiación como amenaza existencial para un ser que, al igual que Cronos, elige devorar a sus propios hijos. En La voluntad y la fortuna, la idea general contenida en las palabras que acabamos de citar se ve ilustrada muy didácticamente por el profeta cuando toma el ejemplo de los tres hijos de Max Monroy: el mayor, Miguel Aparecido, obligado a vivir en la calle por el férreo rechazo de la madre de Max Monroy, resulta devorado por la obsesiva tentación de matar al padre y acaba por crear en la cárcel que le sirve de refugio un inquietante imperio paralelo al de su padre[20]; Jericó, el segundo hijo, intentó un golpe de estado que le mereció estar "a buen recaudo", o sea en el mejor de los casos encarcelado y en el peor asesinado; en cuanto a Josué, el narrador, como ya señalamos, los sicarios de la amante de su padre le cortarán la cabeza. El discurso de Ezequiel se vuelve cada vez más explícito: si Max Monroy educó a su hijos desde lejos facilitándoles lo estrictamente necesario pero nada más y sin revelarles nunca el nombre de su padre, no es porque, afirma Ezequiel, el padre quería que los hijos encontraran su camino en la vida según sus méritos sino para que sintieran todo el peso de la mano del que los engendró encima de ellos. Al final de la novela, ninguno de los hijos puede competir con el padre: uno ha muerto, el otro ha desaparecido y posiblemente haya muerto, el tercero está encarcelado y derrotado por su obsesión del crimen. El centro de gravedad del crimen ha sido desplazado: ya no está en las fundaciones de un mundo nuevo sino en la herencia y, peor todavía en los herederos. El crimen ya no sirve para crear un mundo nuevo vuelto hacia el futuro, ahora amenaza con destruir el futuro con la inminencia de la muerte que se cierne en el mundo tal y como está en el presente. (...) padres e hijos se devorarán, entre sí, la casa rebelde se sentará sobre los alacranes, los hogares desolados se extinguirán, los cadáveres se inclinarán ante los ídolos y las casas serán antorchas[21]. En pocas palabras, es muy probable que una cabeza cortada que rueda por la playa de Acapulco y va volando, por la gracia de las alas de Ezequiel, por el cielo ya para nada transparente de la ciudad de México disponga de una perspectiva lo bastante panorámica como para captar los matices del mundo y del crimen en su singular complejidad. La voluntad y la fortuna ofrece una reescritura del crimen recién encarnado en el esquema familiar que abarca al país. Posiblemente haya que interpretar esta encarnación como un intento de exorcizar el riesgo de insignificancia que va a la par de la omnipresencia y la banalización del crimen. El tema de la tesis de Josué es la creación del Estado a partir de los escritos de Maquiavelo. Con la descomposición del Estado como telón de fondo, Fuentes capta en su novela las manifestaciones del crimen en su profundidad, en la familia, fundamento y arquetipo del vínculo, en la fractura que destroza los vínculos del ser consigo mismo y con los demás. Las palabras "voluntad" y "fortuna" del título vienen de Maquiavelo que intentaba valorar la fuerza de la primera para tener bajo control lo aleatorio de la segunda cuando se trata de levantar los cimientos del poder. En la novela de Carlos Fuentes, traídas y llevadas en la dinámica titiritera del conjunto, las palabras "voluntad" y "fortuna" sufren constantes malabarismos y terminan, como otras muchas palabras, "necesidad", "libertad" o "crimen", por significar una y otra cosa, de modo que ya resulta imposible saber si hay que reír o llorar ante la inminencia del Apocalipsis anunciado, ante el repentino y perverso surgimiento de la figura apocalíptica del padre cuya tremenda sombra se cierne, como la de Cronos o Uranos, sobre las generaciones futuras a las que amenaza con devorarlas y, como la de sus aterradores antepasados, la sombra amenaza la tierra entera y México en particular con la vuelta al Caos. NOTAS [1] Carlos Fuentes, La región más transparente, Alfaguara, 1998, p. 21. [2] Carlos Fuentes, La voluntad y la fortuna, Alfaguara, 2008, p. 503. [3] Curzio Malaparte, La technique du coup d'Etat, Grasset (premiere ed. 1931), 1948, p.10-34. [4] Carlos Fuentes, La voluntad y la fortuna, op. cit., p. 359. [5] Ibid., p. 403. [6] Ibid., p. 537. [7] Ibid., p. 506. [8] Ibid., p. 547. [9] Ibid., p. 536. [10] Ibid., p. 447. [11] Ibid., p. 151. [12] Ibid., p. 438. [13] Ibid., p. 137. [14] Ibid., p. 220. [15] Ibid., p. 223. [16] Ibid., p. 121. [17] Ibid., p. 523. [18] Ibid., p. 523. [19] Ibid., p. 547. [20] "En ese imperio en parte se aceptan las reglas monstruosas de la cárcel, en parte se juega con ellas. La revelación de ese estado de cosas le llega a Josué mediante un coro de voces que se dirige a él tratándole de "Tú" mientras está soñando. La fuerza y autoridad de la revelación viene de su procedencia: del coro anónimo precisamente". Carlos Fuentes, La voluntad y la fortuna, op. cit., p. 510-517. [21] Ibid., p.547. « C'est pourquoi les peres dévoreront les fils au milieu de toi et les fils dévoreront leurs peres ; j'exécuterai chez toi des chatiments et je disperserai tout ce qui restera de toi a tout vent. » Ezequiel, V, 3-10. |
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ensayo de Monique Plaa
Université Marne-La-Vallée, LISAA EA4120
Publicado, originalmente, en:
Inti: Revista de literatura hispánica
No. 83, Article 11.
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Link del texto: https://digitalcommons.providence.edu/inti/vol1/iss83/11
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