Lo que Velázquez representa en la historia general del arte y en la pintura nacional

El estilo de Velázquez.  Influencia ejercida en él por las obras de «El Greco».

por Jacinto Octavio Picón

Velázquez se autorretrató, pintando, en 1656 en su cuadro más emblemático: Las meninas.

Para apreciar debidamente ía importancia y significación de Velázquez en la historia de la pintura basta fijarse en lo que ésta era antes de que él produjese sus maravillosas obras. Nuestros pintores del último tercio del siglo XVI, emancipados en gran parte de las enseñanzas extranjeras en que se formaron, empiezan a adquirir carácter nacional; pero la influencia italiana, así en lo especulativo como en lo práctico, es todavía grandísima. De Italia vienen a establecerse en nuestra Península muchos maestros, y allí van a perfeccionarse los aquí nacidos. Unos y otros, amoldándose al medio social, cuando trabajan en España, donde las costumbres eran menos suntuosas y el espíritu religioso más austero, comienzan a imprimir al arte patrio sello propio; el Renacimiento pierde en sus manos toda profanidad, se despoja de sensualismo pagano, de sentido literario, y gana en severidad y vigor lo que pierde en gracia, poesía y elegancia; nuestro arte, como nuestra vida, adquiere un tinte de grandiosa tristeza; sobre ambos impera la melancolía que destilan los libros místicos. En Italia la pintura despliega esplendidez extraordinaria, aun en los templos es alegre y eminentemente decorativa, y, además de verse empleada y protegida por la Iglesia, lo es tanto o más por las familias ilustres, los grandes señores y los Gobiernos de las pequeñas Repúblicas. En España, por el contrario, acaba de crecer y desarrollarse fomentada sólo por la devoción de los prelados, cabildos, comunidades y parroquias; hasta lo que manda pintar la piedad individual está dedicado al claustro y la capilla. La manifestación religiosa del espíritu nacional queda admirablemente interpretada y servida. En cambio, carecemos por completo de pintura histórica, familiar y de costumbres. En lo que se refiere a Jo externo del arte, medios de expresión, procedimiento, condiciones personales, nuestros tratadistas y pintores siguen influidos por el saber de los extranjeros: unos, como Luis de Vargas, imitan a Rafael; otros, como Pantoja, siguen a Antonio Moro; el Greco, aunque permaneció aquí tantos años, no renegó de su culto a Venecia.

Velázquez, por impulso de sus facultades ingénitas y por las condiciones en que se desarrolló su vida, es una personalidad independiente aislada en el arte nacional. Más influencia ejerce en la pintura de nuestros días que tuvo en la de su tiempo. ¿Puede llamársele iniciador o revolucionario? Si no lo fue en la intención, llegó a serlo de hecho; no porque le siguieran muchos, sino porque, apartándose de lo pasado, señaló el camino para lo porvenir. Su estética, puramente instintiva, consistió en no enmendar la plana a la Naturaleza con pretexto de buscar dignidad, corrección o gracia. Le bastó la verdad claramente expresada: si la pintura es tanto más excelente cuanto parece más real, es el primer pintor del mundo.

Componen la obra pictórica elementos diversos; dibujo, composición, color, ejecución, tan ligados entre sí, que no hay medio de considerarlos aisladamente, pero que es preciso diferenciar para entenderse. Pues bien; esta a modo de separación es dificilísima de establecer tratándose de Velázquez, porque en su trabajo, como en la realidad, se funden y compenetran. Dibuja con sencillez asombrosa, crea la forma, da vida al tipo, le imprime carácter; pero cuando nuestra mirada busca los trazos engendradores de cada cosa, no los halla, porque su dibujo no está hecho sólo con líneas, sino también con el color, con la distancia, con el aire. No alcanza por completo este resultado en sus comienzos, mas la pureza de su dibujo es tal, que precisamente es lo que más ayuda para distinguir sus originales de las copias o imitaciones que se le atribuyen.

Con frecuencia se ha dicho que era un colorista excepcional, pero conviene explicar en qué sentido es esto cierto.

De dos maneras cautiva el color a la vista: ya porque con su aspecto seduce, ya porque con su verdad persuade; lo primero fácilmente se logra con un trozo o parte de la composición a expensas de lo restante; lo segundo no se consigue sino entonando, armonizando el conjunto de modo que cada cosa tenga no sólo el color que le es propio, sino éste mismo, según el lugar que ocupa y modificado por lo que le rodea. De suerte que lo esencial es la relación de valores que crea la totalidad; descuidándola, se ostentan cualidades parciales. Así Rubens desplegó en el color más pompa, Tiziano más riqueza, el Veronés más variedad; en la verosimilitud de la impresión total, ninguno igualó a Velázquez.

Los críticos y biógrafos dividen lo que produjo durante su vida en tres épocas, queriendo ver en cada una un estilo o manera diferente.

El primero comprende lo que hizo antes de su venida a Madrid y en los comienzos de su estancia en la corte; entonces es seco y duro por buscar con tenaz empeño el modelado; su preocupación es conseguir la corporeidad; la Adoración de los Reyes y algunos retratos, como el de personaje desconocido número 1.279 del Museo del Prado, representan esta fase del desarrollo de sus facultades-

En el segundo, más suelto, más fácil, comienza a dar al claro-oscuro una importancia excepcional: el cuadro de Los borrachos representa una observación de la totalidad sin precedentes, pero aún no ha perdido en él aquella primitiva dureza. Las obras que dan más completa idea de este período son las que pintó en su primer viaje a Italia, La fragua de Vulcano y La túnica de José.

En el tercero, que abarca desde que vuelve del segundo viaje hasta que muere, llegan sus facultades y su saber combinados al límite de lo que puede realizar el arte: lo que pinta se confunde con la realidad.

Pero en rigor esta división es convencional; sólo sirve para clasificar sus obras con relación al tiempo en que las hizo. Su criterio en la interpretación de la Naturaleza es uno solo, constante, que va pasando por diversos grados. Sus aptítudes se perfeccionan por el tiempo y el estudio, sin sufrir alteración en lo fundamental.

El que se ha llamado su primer estilo es ya el propio de un maestro en vía de formación que indaga y analiza hasta la quintaesencia de lo que mira, apurando, concluyendo mucho en su ejecución, aun a riesgo de parecer duro; ya tiene conciencia de lo que hace, pero está todavía en lucha con la influencia de lo que le rodea y los modos de expresión que en torno suyo se emplean; ni la edad, ni la disciplina de discípulo, ni la falta de experiencia le permiten romper con lo que en su escuela se considera más acertado; entonces su pintura se asemeja a la de Zurbarán y otros que tuvo por compañeros.

Pronto, según acabamos de indicar, empieza a conseguir ciertas síntesis puramente técnicas con que antes nadie soñó; en el mismo cuadro de Los borrachos, donde aún no ha perdido toda su pasada dureza y sequedad, inicia la separación entre el contorno de las figuras y el fondo; su paleta se simplifica, y se ve ya el fruto maduro a cuya creación han contribuido sus facultades nativas, los medios de estudio y el caudal de observación que pudieron facilitarle las obras de algunos maestros reunidos en Madrid y en El Escorial.

En Italia da la más vigorosa muestra de independencia que la confianza en sí mismo puede sugerir a un artista. Otro menos seguro de su propia fuerza se hubiese prendado del modo de ver o la manera de ejecutar de alguno de aquellos pintores que llenaban con su gloria Venecia, Florencia y Roma; él se modifica progresando sin imitar a nadie, sin perder uno solo de los caracteres que desde un principio forman su personalidad. La fragua de Vulcano está pintada sin dejarse dominar por el prestigio de lo mismo que admira; pero así como antes fue su preocupación la intensidad del claro-oscuro, entonces puso empeño en conseguir el bulto sin sombras, modelando en claro.

En cuanto a 1a manera de componer, disposición y gusto para agrupar figuras, puede decirse que la pintura italiana debió de parecerle concebida para seducción y deleite de la vista, mientras lo que él se proponía era persuadir, llegando al límite de lo posible en la imitación de lo real.

Cuando a la distancia conveniente para examinar un cuadro abarcamos con la vista en una habitación o al aire libre una reunión de personas o una sola figura, no distinguimos más que su aspecto total; para que la mirada aprecie pequeñeces y minucias es necesario que las busque y se fije en ellas particularmente. Esta sencillísima observación es la base del último estilo de Velázquez, que consiste en ver lo natural ajustándose a tono y conjunto, prescindiendo de pormenores y detalles, síntesis a la cual llegó no sólo por virtud de sus facultades, que eran poderosísimas, sino ayudado de un trabajo constante. En su tiempo se usaban los espejos negros, los de reducción, la cámara oscura, el triguardo y otros aparatos de óptica aplicada que debió de manejar mucho, acostumbrándose a ver en globo, en conjunto, como está vista la escena de Las Meninas, donde dio la medida de lo que debe ser la pintura: la imagen de lo real que nos da el espejo, y esto es en verdad Las Meninas: un cuadro copiado de lo que los Reyes veían cuando Velázquez les estaba retratando. Así aportó al arte de la pintura un elemento nuevo o del cual se había hecho poco caso: el aire interpuesto no sólo entre cada miembro del cuadro, sino entre éste y quien 3o observa. De esta condición nace su indiscutible superioridad sobre todos los pintores. No se sabe cómo limita los planos, cómo espacia las distancias, cómo calcula la gradación y desvanecimiento de sombras, en una palabra, de qué modo consigue rodear a personas y cosas del ambiente que les circunda. Cerca del lienzo nada parece que está hecho; desde el conveniente punto de vista, la ilusión es completa.

Mucho se ha escrito, en particular por extranjeros, respecto de la influencia que sobre Velázquez ejercieron, primero sus maestros y luego otros pintores. Desde luego hay que descontar a Herrera el Viejo, con quien estuvo, siendo niño, muy poco tiempo y de cuya rudeza nada se le pegó[1]. En casa de Pacheco, tanto por disciplina cuanto por propio impulso, debió de dibujar muchísimo, pero dando ya en la elección de modelos humildes, frutas, animales y utensilios vulgares, la primer muestra de independencia; en lo demás ya nos dice Palomino que el mismo Pacheco conoció desde el principio, no convenirle modo de pintar tan tibio aunque lleno de erudición; y en verdad q.ue aquí no se sabe qué admirar más, si la discreta osadía con que el discípulo se apartaba de lo que a sus contemporáneos y superiores merecía tanto respeto, o la perspicacia con que el maestro adivinó y la tolerancia con que permitió explayarse aquellas facultades, opuestas a las suyas. Raro ejemplo y clara demostración de que para la enseñanza no suele ser más útil quien mejor ejecuta sino quien sabe colocar al aprendiz en condiciones propicias al desenvolvimiento de sus recursos propios.

Si de mozo no sedujo a Velázquez el clasicismo sabio, pero frío de Pacheco, tampoco se dejó deslumbrar por la magnificencia de Rubens, a quien seguramente vio, en su visita a Madrid, pintar originales y copias; ni su entusiasmo por Tiziano y Tintoretto, le hizo vacilar en aquel amor que mostró dentro de lo verdadero a lo más sencillo. Fortalecido en sus creencias se despidió de la Italia clásica y pagana, haciendo el retrato de Inocencio X.

Quien seguramente ejerció en él cierta influencia, fue el Greco. No pudo conocerle, pues murió en 1614 y Velázquez no salió de Sevilla hasta 1623; ni es de creer que el Greco fuese a Andalucía o que allí viera Velázquez trabajos suyos, porque la impresión que éstos le causan no se refleja en las obras del maestro hasta mucho tiempo después; llega, sin embargo, un período en que es de todo punto indudable. Mas este influjo no degenera en imitación. Las composiciones y figuras del Greco son tan verdaderas, sobre todo en la expresión de las cabezas, que causan impresión profunda, pero revelan un espiritualismo exaltado de que no llegó a participar Velázquez; lo que en aquel pintor extraordinario y poco estudiado le sedujo, fue el color[2]. El Greco era un colorista extraordinario; se complacía en contrastes tan enérgicos que parecen llegar hasta la disonancia; encontraba armonías tan delicadas que hacen posibles los efectos más opuestos; hay en él tintas agrias, atenuadas con pasmoso gusto, y se distingue principalmente por un particular empleo del blanco ya puro y violento, ya amortiguado en matices grises que lo enlazan, funden y dulcifican todo. Estos grises aparecen luego en las obras sucesivas de Velázquez, empleados con tal discreción y tan exquisito arte que sólo los pintores y los aficionados capaces de atenta observación, pueden distinguirlos. El retrato del Conde de Benavente, cuya armadura, banda y rostro recuerdan El entierro del Conde Orgaz, obra principal del Greco, es el cuadro donde esta influencia se ve más clara; pero en lo sucesivo esos grises persisten en los lienzos de Velázquez como un elemento nuevo, ya para dar energía y realce a los negros, ya para quitarles dureza y pesadez, y siempre para imprimir a la tonalidad general un sello de placidez y elegancia incomparable. Puede afirmarse que, exceptuando el Greco, ningún otro artista contribuyó a enriquecer la paleta de Velázquez.

Con verdadero asombro se observa que hombre dotado de tan extraordinarias facultades y cuyas obras están llenas de clara enseñanza, no dejase discípulos dignos de su maestría; porque su yerno Juan Bautista del Mazo, que fue diestro en copiarle e imitarle, no pasó de esta habilidad sin llegar a conquistar mayores méritos; su esclavo Juan de Pareja, se aficionó al exclusivo remedo de los venecianos, como atestigua el lienzo de la Conversión de San Mateo[3]; y a Carreño de Miranda que hizo excelentes retratos, le faltaron el dibujo, el aire y el buen gusto de su maestro; y aún quedan por bajo de los citados, Juan de Alfaro, Nicolás de Villacis, Tomás de Aguiar, Juan de la Corte y Burgos Mantilla; nuestra pintura no vuelve a tener un genio por intérprete hasta que nace Goya.

Por grandes que sean las condiciones intelectuales o la habilidad técnica de un hombre, ninguno puede erigirse conscientemente en reformador, porque no es dado a un individuo sobreponerse a lo presente, mucho menos en manifestaciones tan personales y libres como las artísticas; y en este sentido no fue revolucionario; pero la posteridad adjudica a cada uno el lugar que le corresponde en vista del alcance de sus obras; y como en las de Velázquez están contenidas y realizadas gran parte de las aspiraciones de la pintura de nuestros días, de aquí que se le considere como precursor de este modernismo, en el más alto sentido de la palabra, que a vueltas de errores y exageraciones busca con ansia la verdad. Aquello mismo que distingue y caracteriza a Velázquez, es lo que ahora se ansia con mayor empeño: la sinceridad en la expresión del sentimiento, la sencillez en la ejecución, la exactitud en la relación de valores por el estudio de la luz y el aire; precisamente todas las cualidades que nos suspenden y entusiasman ante Las Hilanderas y Las Meninas. Por eso vemos venir a Madrid para estudiarle tantos artistas extranjeros, y al viajar hallamos por doquiera el reflejo de su maestría.

En la historia general del arte es uno de los genios que apartándose de lo convencional muestran el camino de la verdad, fuente de toda belleza.

En el arte patrio es la personificación del instinto naturalista de la raza que hizo prevalecer el espíritu nacional sobre las tendencias del Renacimiento en lo que le eran ajenas o contrarias. Y aún tiene en nuestra Patria otra significación altísima, porque al reflejar lo real, !o hizo tan intensa y fielmente, que ciertos cuadros suyos son páginas de historia. No intervino en ello el propósito del hombre: lo dio de sí la naturaleza del arte. Sus bufones que eran pueblo envilecido; sus reyes que no merecían serlo; la plácida estupidez del bobo de Coria y la mandíbula prominente de los Austrias: ¿qué historiador ni qué crítico han dejado tales documentos y razones para el proceso de nuestra decadencia?

Como Cervantes pintó con la pluma, Velázquez escribió con el pincel. Las aventuras de un pobre loco, unos cuantos cuadros, rescataron para la Patria la gloria perdida por los más altos poderes del Estado,

Notas:

[1] No se le pegó la rudeza, pero sí el jugo.

 

[2] A Velázquez le gustaba Tintoretto y por tanto le gustaría el Greco, pero su color, no sus desdibujos.

 

[3] Número 1.041 del Museo del Prado.

 

La exposición Velázquez y la familia de Felipe IV

4 oct. 2013

La exposición Velázquez y la familia de Felipe IV, comentada por Javier Portús, Jefe de Departamento de Pintura Española (hasta 1700), comisario de la muestra. A través de una treintena de obras, la exposición Velázquez: y la familia de Felipe IV pretende introducir al espectador en dos temas profundamente interrelacionados. Por un lado, la actividad como retratista desarrollada por Velázquez en los once últimos años de su carrera, y la continuación de esa labor por sus sucesores Juan Bautista Martínez del Mazo y Juan Carreño durante las décadas de 1660 y 1670. Siendo una exposición sobre retratistas cortesanos, también lo es sobre la familia real. De hecho, en 26 de esos treinta cuadros se representa al rey, a su mujer o a sus hijos, cuyas peripecias personales tuvieron una repercusión europea, pues afectaban al equilibrio de fuerzas del continente. La exposición invita a reflexionar, así, no sólo sobre uno de los momentos más brillantes y con mayor personalidad de la carrera de Velázquez y de la historia del retrato cortesano español, sino también sobre cómo este tipo de pinturas se convirtieron en instrumentos de intercambio diplomático, y cómo reflejaban las expectativas que en toda Europa se tejieron en torno al devenir de la familia real. (Subtítulos en inglés y español)

Básicos de Madrid: Velázquez en el Museo del Prado

5 nov. 2009
El Museo del Prado es una de las más importantes pinacotecas del mundo, que recoge la obra de grandes artistas de pintura clásica. Entre otros, cuenta con la obra de Diego Silva de Velázquez. esMADRIDtv te invita a descubrir la obra de este pintor español. https://www.esmadrid.com/informacion-...

Otros ojos para ver el Prado: Las Meninas, de Velázquez

22 jun. 2012

Javier Portús, jefe de Conservación de Pintura Española (hasta 1700) del Museo Nacional del Prado y Jordi Romeu i Costa, Doctor en arquitectura cursados en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura Barcelona, comentan el tema "Arquitectura: el espacio real y fingido" en relación con Las Meninas de Velázquez. Es una de las obras de mayor tamaño de Velázquez y en la que puso un mayor empeño para crear una composición a la vez compleja y creíble, que transmitiera la sensación de vida y realidad, y al mismo tiempo encerrara una densa red de significados. El pintor alcanzó su objetivo y el cuadro se convirtió en la única pintura a la que el tratadista Antonio Palomino dedicó un epígrafe en su historia de los pintores españoles (1724). Lo tituló En que se describe la más ilustre obra de don Diego Velázquez, y desde entonces no ha perdido su estatus de obra maestra. Gracias a Palomino sabemos que se pintó en 1656 en el Cuarto del Príncipe del Alcázar de Madrid, que es el escenario de la acción. El tratadista cordobés también identificó a la mayor parte de los personajes: son servidores palaciegos, que se disponen alrededor de la infanta Margarita, a la que atienden doña María Agustina Sarmiento y doña Isabel de Velasco, meninas de la reina. Además de ese grupo, vemos a Velázquez trabajar ante un gran lienzo, a los enanos Mari Bárbola y Nicolasito Pertusato, que azuza a un mastín, a la dama de honor doña Marcela de Ulloa, junto a un guardadamas, y, al fondo, tras la puerta, asoma José Nieto, aposentador. En el espejo se ven reflejados los rostros de Felipe IV y Mariana de Austria, padres de la infanta y testigos de la escena. Los personajes habitan un espacio modelado no sólo mediante las leyes de la perspectiva científica sino también de la perspectiva aérea, en cuya definición representa un papel importante la multiplicación de las fuentes de luz. "Otros ojos para ver el Prado" es un proyecto realizado en colaboración con FECYT, el GISME y el Museo Nacional del Prado. (Subtítulos en español)

 

Jacinto Octavio Picón
texto tomado de "Vida y obras de Don Diego Velázquez"
Madrid, 1899. Castelar.
(Discurso de Ingreso en la Academia Española.) Madrid, 1900

Biblioteca Nacional de España (pdf)

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Jacinto Octavio Picón

Ir a página inicio

Ir a índice de autores