Juguemos al carnaval
Amparo Peris Hernández

La escritora Mª Ángeles Chavarría recrea en su libro Juguemos al Carnaval un universo de emociones en torno a la infancia. Ella viene de un mundo donde los sueños son posibles gracias a su excelsa clarividencia que la conduce a escribir tanto poesía, diarios, novela y magníficos cuentos infantiles como los de este libro de relatos.

Pocos títulos ostentan el privilegio de haber sobrepasado los límites de la realidad consiguiendo adentrarnos de nuevo en ese juego tan entrañable que es el escondite ingenuo de la niñez, aún habitado por esos recuerdos aparcados en una esquina de nuestro cerebro educando nuestro presente literario, inquietud y avidez por leer libros que nos transporten, como en el viaje en un tren, a un universo en donde seamos nosotros mismos, sin habernos hecho todavía adultos, y aquí Mª Ángeles Chavarría consigue, una vez más, esa mágica persuasión: la voz de personajes como Lisa en el cuento de “La niña del gorro rojo”, no esperar nada que no esté dentro de nosotros mismos… Compartir la alegría de estrenar algo muy nuestro con los demás no es fácil, ya que esa complicidad que lleva consigo la amistad sólo la encontramos en personas afines, sencillas y que nos pueden ayudar en un momento dado de nuestra existencia y que realmente nos quieren y nos aceptan como somos.

Sólo los niños pueden entender ciertos mensajes que no llegan a los mayores. Esa inocencia desbordada de ilusión que ellos ponen en cada instante por aprender de las pequeñas cosas, investigar por sí mismos cuando se meten en la bañera y descubren cómo las burbujas jabonosas se elevan y se elevan y los ojos de la incredulidad se abren a preguntas aparentemente sin respuesta. Tan sólo se sienten indulgentes y satisfechos al comprobar que son capaces de interpretar por ellos mismos esas voces. Cuando el agua les salpica esa mirada audaz por aprehender con sus manos mojadas algo tan cercano como la caricia de un adulto, sabiéndose dueños absolutos de lo importantes que son para sus padres, o sus profesores. Alguien que les hace sentirse protagonistas y en cada momento pueden preguntar lo que quieran. No todos podemos sentir esa sensación de libertad para preguntar lo que no entendemos. Los niños son tan inteligentes que a veces no nos damos cuenta, y son ellos los que nos dan la respuesta.

“El Payaso psicólogo” nunca piensa en los años que tiene, vive la vida día a día. Ayuda los niños que van al Real Circo de la Fantasía con su sencillez de corazón, con su bondad y siendo sincero con ellos, sobre todo generoso poniendo sus cualidades al servicio de los que las necesitan. Un ser vitalista sin edad. Ya que la edad, dice, la marca el corazón, no los años que hayamos vivido. Ahí Mª Ángeles pone de manifiesto que mucha gente destruye su propia felicidad porque no saben interpretar la auténtica belleza. Se vive obsesionado con los años, con qué pensarán los demás olvidándonos de lo sencillo que puede resultar vivir el momento presente. Y los demás siempre son injustos, como leemos en el cuento. Uno piensa que tiene cien años, y el otro le dice que no se le notan las arrugas, que como mucho debe tener veinticinco. Cuando se dan cuenta de que con ese maquillaje, en realidad no aparenta la edad que tiene. Y lo divertido y lo apasionante es no saber nunca la edad. Éste es un cuento interesante porque enseña a los niños a encontrar psicólogo a un amigo cercano, a un payaso como Nacarino con el que aprenden que la mejor terapia para alargar la vida es la propia sonrisa y sobre todo a vivir el instante.

Así mismo Agus, el protagonista del siguiente cuento, nos da la razón a lo anterior, cuando vemos que un ser amargado consigo mismo y que se ciega al pensar que la vida que lleva no es la mejor que podría desear, y no se da cuenta de lo que realmente posee, amarga a los demás, se queda solo. Hasta que algo como “La manta de los tres disfraces” le da una buena lección al ponerse en el lugar de ese otro que desea ser; y  la ignorancia, que es muy atrevida, alerta de pronto como el timbre de un despertador para cambiar de actitud hacia su propia vida. Y sólo entonces se siente feliz consigo mismo.

El aventurero patito Glogló nos ofrece una visión del mundo a gran escala. Los viajes son imprescindibles para aprender a ser independientes. Sin ser demasiado egoísta, el patito se hace su propio camino, aunque los niños son mucho más frágiles para viajar y necesitan medio de transporte para moverse de un lugar a otro, y por supuesto, necesitan una cama para dormir, comer al menos tres veces al día, y llevar ropa suficiente. Pero, como nuestro protagonista es un pato, resuelve este tema de la forma más sencilla posible. Y es que podemos viajar con la imaginación, donde no necesitamos de esas cosas tan imprescindibles, pero sí podemos llegar muy lejos, y descubrir que las estrellas (pequeñas lamparitas colgadas del cielo) iluminan nuestros sueños. Nos reconcilian con nuestros padres. Glogló recuerda las historias que su mamá le cantaba por las noches. ¿Cómo no recorrer Italia? Aquí Mª Ángeles nos traslada de modo inmediato a un país al que siempre se debería regresar. Ciudades de ensueño desde las que nos despedimos con tristeza. Nuestro protagonista cruza los mares. Nadie se sorprende de nuestra presencia. Y es cuando volvemos a casa como seres excepcionales y llenos de sabiduría, que a veces reconocen los demás.

Los cuentos de Mª Ángeles tienen, por lo general, un tono filosófico y reflexivo dado por la lectura de esta inquieta escritora de cuentos infantiles, que por razones muy evidentes producen asombro e inquietud en los adultos que los leen. Cuentos eruditos y que forman parte de nuestra educación en la infancia. En los cuentos se reflejan ambientes de ciudades quedando reflejado en el de Glogló, el patito viajero. Tienen también expresados los anhelos y las ilusiones de esa edad anterior a la adolescencia. Asimismo, un aspecto simbólico que rebela las preocupaciones de una escritora como Mª Ángeles y que nos habitan a todos y cada uno de nosotros. Tal vez seamos como “Celeste la adivina”, pensando que la vida es magia y el mundo está encantado. Es necesaria esa pizca de ingenuidad e interés inteligente por descubrir algo escondido detrás de las estrellas, y a través de ellas conversar con los que nos rodean compartiendo nuestros conocimientos. En cambio, en relatos como “El perro Tranquilo”, “El cuaderno misterioso” y “Concurso de Historias” nos transmite que las apariencias sí engañan, no les damos valor y luego nos sorprenden como el perro que a pesar de tener suma docilidad, observa paciente y es capaz de salvarnos en el momento oportuno. En definitiva, todos los cuentos son tan extraordinarios que mientras avanzamos en su lectura (como leemos en uno de ellos) tomamos la decisión de que todos encierran historias maravillosas, llenas de una infinita ternura, ambientes risueños, tristes con los que nos identificamos y somos nosotros el propio protagonista del cuento. Ella, nuestra escritora, tiene esa capacidad para involucrarnos de lleno en cada relato. Aparte de razones más o menos literarias que pudieran volvernos un poco más cuerdos y doctos en la lectura con mensaje, como las buenas fábulas de Esopo, y los cuentos de los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen, Samaniego y Oscar Wilde. No es fácil centrar la atención de los niños, y menos aún de los que nos llamamos adultos, y este libro de cuentos logra con éxito que deseemos continuar leyendo, regresar a nuestra propia infancia, jugar en la calle de nuevo con nuestros amigos, y subir a casa con ese cansancio dulce, dar un beso a nuestra madre que nos esperaba con la merienda, y con todo el amor para que al acostarnos no tengamos miedo. La voz del narrador nos pertenece igual que los niños se sienten dueños de sus sueños, porque un día, tal vez, se harán realidad. No desprenderse de ser algo niños en la madurez es lo que nos salvará, incluso de nosotros mismos. En un ambiente de silencio el espíritu del cuento se impone, sujetamos el libro con las manos y asistimos expectantes a un acontecimiento extraordinario, como es vivir cada una de las historias que Mª Ángeles nos relata con acertada maestría.

Aprendemos a aceptar que no estamos solos como Teo que en “Las imágenes de las baldosas”, su mamá le lee un cuento hasta que se duerme. Aunque a veces se siente marginado; pero, como tantas veces, los relatos de historias inventadas hacen que se sienta cómplice con su hermano Gus, y se abracen y rían a carcajadas gracias a la imaginación, a contar cuentos que tanto les divertían.

Por último leemos el cuento que da título al libro: “Juguemos al carnaval”, ilustrado por el dibujo de Mª Ángeles de dos niños de la mano, charlando animadamente y caminando mientras Arduino, el dueño de la tienda de disfraces del pueblo de Darindón les contempla sonriente y feliz. La calabaza y el gorro de mago sirven escenario en un fondo azul que completa como en un círculo perfecto el conjunto de cuentos de este libro que aconsejo leer con detenimiento y sin perder esa pizca de ingenuidad que alcanzamos en la niñez.

Todos los niños han jugado alguna vez a disfrazarse. Se trata de mirar y seleccionar con criterio todos y cada uno de estos cuentos con estilo y personalidad propia que la autora se ha esforzado en transmitir y ha conseguido, desde luego, en escenas cotidianas, sobrias, exquisitas y que no nos dejan indiferentes porque con ellas podemos saborear el tiempo y vivirlo cada instante.

Mª Ángeles Chavarría consigue en este libro de cuentos que entendamos mejor la magia de una tormenta descargando el agua de la lluvia, e, incluso, que escuchemos mejor los latidos de las personas que más queremos, encontrando tal vez esa respuesta a nuestras preguntas, más allá de la infancia, donde los sueños se hacen realidad. 

Amparo Peris Hernández

Ir a índice de Europa

Ir a índice de Peris Hernández, Amparo

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio