La perfección
Orión de Panthoseas

… siglo XXI, tercer milenio, año 2009. Nueva Onu, nueva Unesco, nuevos retos y nuevo impulso. La Humanidad se muestra pletórica, a tal grado de sensibilidad y conocimiento ha llegado que, ante la imperiosa necesidad que siente de cimentar y estructurar sobre él su futuro, se acuerda establecer un emblema, un símbolo, una síntesis reveladora de sí misma. Ese es el reto, eso se ha determinado. En consecuencia, tras años de intensos debates entre Universidades, Fundaciones, Agencias del Saber y demás entes reconocidos, ya individuales, ya colectivos, con sus recomendaciones y dictámenes a escala planetaria, ha llegado la hora de llevar ante la autoridad de laboratorios determinantes la resultante de sus fuerzas creadoras, ha llegado en definitiva el momento de que veinte científicos, siete artistas y cinco filósofos hayan de trabajar sin descanso durante mucho tiempo con el fin de concebir a Victoria, la mujer del futuro, y la doten de ser.

Así, pues, aceptado de forma voluntaria el encargo, y tras disponer con asepsia y metodología rigurosa el proceso a seguir, el primer tramo del proyecto fue encomendado a los artistas, quienes, exaltados ante la posibilidad de un acto de creación sin precedentes, en un esfuerzo individual y colectivo de imaginación sin límites, comenzaron a bosquejar su trabajo con afán increíble, por lo que no sólo coordinaron y refundieron cuantas aportaciones habían sido capaces de diseñar acerca de la expresión concreta que debía mostrar su preciosa criatura o se dedicaron a ver y examinar relieves, fotos, pinturas e incrustaciones de mujeres bellísimas cuyos rastros cobijaba la Historia, sino que, con infinita paciencia y dedicación, se detuvieron en ellas y escudriñaron todos y cada uno de los rasgos y condiciones, anotaron detalles-fundamento, sistemas completos, e incluso también aquéllos meramente residuales sin aparente importancia ni probable clasificación, por lo que abrieron y completaron ficheros y ficheros haciendo ahora hincapié en un estilo de cabeza, luego en un respingue de nariz, o bien y simplemente más tarde en tenues y difusas líneas en que creyeron descubrir destellos luminosos de una ingente e inaudita belleza.

… ah, sin embargo, los artistas no se detuvieron ahí, pues, cuando cansados de definir labios, pechos, caderas y cintura, y anonadados ante sí mismos contemplaban el molde rígido de la mujer del futuro, fue cuando, requiriéndose a sí mismos un esfuerzo sobrehumano, decidieron llevar su chip imaginativo hacia delante y hacia arriba optando por introducirse en los mismos dominios de la ilusión y el movimiento, por lo que, una vez convencidos de que habían conseguido armonizar plenamente los reglajes de la forma con sus ritmos y tiempos exactos, se miraron seriamente sobrecogidos preguntándose entre sí ¿ será dado seguir…? puesto que habían constatado que el talle diseñado y el crepitar del fuego convergían, se hacían coincidentes, y ello, al transformarlo en realidad, provocaría tumultos y desórdenes públicos, abrasamientos, desbarajustes terribles por celos inauditos y amor desenfrenado entre los hombres.

Y prosiguieron. Y con nitidez jamás sentida se dieron cuenta de que, sin saber bien cómo, junto a la quimera de los efectos habían logrado alcanzar y aprehender la hondura, el poder y expresión seráfica de la divinidad. A cotas tan altas les había llevado la imaginación que, ésta, allá, en lo alto, tendía a diluírseles, a evanecérseles en torrentes de luz, por lo que una y otra vez se les extraviaba y no daban abasto a comprenderla, inmersos, como estaban, en el resplandor con que autoriza esta región luminosa del ser y el mundo. Fue asimismo cuando fascinados y embriagados de placer, miraron en todas direcciones y ya no eran hombres porque habían penetrado plenamente en dicha región, motivo por el que sintieron miedo y temieron no poder regresar y seguir la estela y tiempo propios de los hombres.

… porque, para el artista, el cielo siempre queda quieto cualquiera que sea la virtud emprendida o la barbarie del mal, al igual que quedan fijos y observados en su mente la mañana, los pomos de las puertas y el aire, el cual suele mostrar generalmente como inerte y despoblado de todo. El hombre artista capta, distingue estas cosas, pero su asombro es tan grande, y tan desmesuradas son su visión y revelaciones, que la mayor parte del tiempo lo pasa disimulando acerca de qué hay en las regiones que ve, qué es lo que allí brilla y por dónde acecha el huso invisible que teje y desteje las horas comunes de los mortales y la eternidad. Por eso, prestos ya a concluir su parte en la obra, se apercibieron de que Victoria - exuberante, sí, pero primigenia y natural – sería precipitada hacia la concreción con un instinto genuinamente salvaje, por lo que, alarmados, y sin pérdida de tiempo, se vieron en la necesidad de entregarla a los insignes pensadores para que al fragor del cuerpo procuraran instituirle y regularle el alma, dotándosela de un orden superior, acorde con la excelsitud resumida, pues sólo, sólo así podría comprender la humanidad.

Terminada por tanto su sublime aportación, pusieron el proyecto de mujer perfecta en manos de hombres filósofos, ancianos sabios éstos, escogidos y relucientes, los cuales habían llegado de los más dispares y alejados departamentos del planeta. Pero, con ser sabios, no habrían de gozar de facilidad para ponerse de acuerdo acerca de quién habría de donar a la mujer el más alto ideal, el mejor don. Antes bien, hubieron de proceder a dividir a Victoria en partes más y menos nobles - porque dijeron que todo era proporcional y que así se regía el mundo - dado que cada cual anhelaba otorgar a dichas partes sus ideas, su pasión, su sentimiento, las excelsas gracias de que cada cual era dueño y portador en dicha obra. Así, por ejemplo, y de este modo ¿ en qué órgano o ámbito de Victoria debería residir la discreción o a cuál asignarlo ? ¿ residiría en los labios, en los pies ? ¿ dónde ? ¿ y el matiz y sello del humor…? ¿ sería en algún rasgo de los ojos, en los de la sonrisa acaso…? No lograban saberlo. Entonces, y para resolverlo, fue cuando consintieron en quedarse dormidos y que cada parte de Victoria, de acuerdo con su esencia y necesidad futura, pudiera tomar adherencia el don requerido por sí misma. Y, así, durante años, los sabios durmieron junto a su sueño u obra de perfección.

… hasta que se despertaron sobresaltados un día en que se sintieron como dominados a un tiempo por un desvestimiento y un olvido, si bien se sintieron envueltos enseguida en un vórtice vivo que les habló a través de la conciencia y les alertó de la inmensa desprotección en que queda el hombre tras el abandono de la sabiduría, motivo por el que con tesón y esfuerzo retornaron a una vigilia viva logrando aunar con precisión y urgencia los trozos de Victoria. Recordaron, eso sí, que cuando la habían visto por última vez, ellos semejaban niños y que, por tanto, en aquel estado podían creerlo y esperarlo todo, o ponerse al sol delante de una pared blanca y morirse de mera transparencia y satisfacción, dado que rayaban ya en la desnudez misma de la desnudez salvífica. Y qué importaba, admitieron complacidos. Viéndola, los últimos acopios que los sabios habían obtenido de mundo les habían servido para contemplar su plenitud y aprender (dicen los que les velaron el sueño que, mientras éste duró, y antes de que terminasen por desaparecer, los durmientes pronunciaron nombres y palabras incomprensibles, y que al final, tras recoger las últimas briznas de su obra, quedaron ciegos, perdieron la voz, y, cual se narra acerca de Moisés, desde dentro habían emitido un intenso resplandor).

Y de esta suerte, de la mente y alma de estos cinco desaparecidos, recogieron los científicos la labor propia de un dios, puesto que hasta entonces ninguna máquina ni ingenio contrastado, ningún ultrasensor de onda o luz había servido para recoger e integrar el campo energético de la mujer perfecta. Esfuerzos gigantescos, inversiones astronómicas se habían llevado a cabo para conseguirlo, y nada. Cómo, cómo proyectar, sobrepujar la forma y aprehender y plasmar la vida - se preguntaban e insistían los científicos - cómo y en qué la labor, cómo y en qué compendio habría que condensar no sólo a un ser, sino a uno de semejante magnitud.

… y también, incansables, ellos prosiguieron. Veían con claridad que únicamente podían tener acceso satisfactorio por completo a la forma, a los genes, a los cromosomas, a lo químico y hereditario de Victoria, pero escasamente a la mente y al sentimiento, y ello – presumían que así fuera - por ser deudora de progenitores mortales, artistas y filósofos, de quienes habría inhalado sus disposiciones y capacidades. En cambio les turbaba dónde se hallaría y en qué podría consistir el verdadero ser de Victoria, dónde y en qué su individualidad, su espíritu, lo que aunara y dinamizara las potencias que debieran dar vitalidad a aquella representación portentosa.

… y no cejaron. Tras formularse y reformularse preguntas, y contrastar y volver a contrastar uno y millones de datos, la inercia, la conjugación y sintonía de la belleza y alma dadas, objeto de estudio, les condujo a diseñar un artefacto magnífico con el cual podrían sintetizar en una única célula todas las de los artistas y filósofos con sus genes respectivos, célula apta, por tanto, para desplegar con todo esplendor desde ella las ingentes e inherentes posibilidades de la forma. No obstante huieron de detenerse, pues durante mucho tiempo se les apagó el ingenio, se les apagó la imaginación y sintieron que corrían peligro de que acabara por resquebrajársele la serenidad.

Incluso después de analizar un espermatozoide fértil y descubrir en él la presencia de un átomo portador de fuerzas desconocidas - fuerzas de las que los demás espermatozoides carecían y que in términis supusieron que serían portadoras del espíritu - se preguntaron cómo, cómo y dónde podrían encontrar el átomo redentor que sintetizara el germen espiritual de todas las mujeres en aras de la mujer perfecta.

Y nadie, nadie fue capaz de identificar tal átomo ni reconocerlo de ningún modo ni en ninguna parte. Y tan incesante fue la búsqueda, que hasta los científicos creyentes empezaron a preguntarse una y otra vez que de dónde podría coger o sacar Dios aquélla supuesta y específica “materia” del espíritu. Pero los veinte científicos no tuvieron más remedio que callarse y ceñirse al silencio más estricto.
De este modo, su preocupación máxima derivó en descifrar qué cualidades morales deberían adornar al ser que se hiciera cargo de la célula sintética a clonar. Empeñados por tanto en concluir el proyecto, y convencidos de que la ley de afinidades requeriría, obviamente, de un ser semejante al definido, propusieron que se buscara en el mundo la mujer adecuada, aquella que habría de aportar su matriz para consumar en su seno la conformación de Victoria y la trajera al mundo.

A este fin, cantidades ingentes de publicidad fueron lanzadas a través de Internet, a través de las televisiones y las radios, e igualmente de periódicos y revistas dispersos por el mundo, y cómo no y por supuesto, de los miles y miles de octavillas que para agotar su empeño fueron arrojadas desde aviones en los lugares más inhóspitos y menos propicios en orden a la comunicación. Las especificaciones eran categóricas: se demandaba una mujer extraordinariamente bella y sugerente con éstas y aquellas medidas y con éstas y otras cualidades de naturaleza moral, a la manera exacta en que Victoria había sido enunciada y vista por los poseedores del arte, la sabiduría y la precisión. De hallarla, y en aras a motivar la participación, a la mujer ganadora se le aseguraba de por vida la concesión de un espléndido palacio renacentista, el equivalente a 10.000 millones de euros, y un título nobiliario con rango social preeminente de reconocida raigambre, al margen, naturalmente, de un festejo de fasto y solemnidad inefables como acto último de reconocimiento y coronación.

Así, pues, la solicitud produjo una conmoción mundial y la mayoría de las mujeres querían participar. Durante meses y meses se establecieron normas y módulos públicos de toda índole y condición para ver si eran coincidentes esencias y accidentes de las mujeres interesadas con las exigencias y normas solicitadas, pero nada. Al igual que en Cenicienta todo parecía imposible, por lo que, a petición masiva, volvió a establecerse un segundo y tercer turno, pero tampoco.

(en consecuencia, y ante tamaña dificultad, los científicos empezaron a dudar de que - y debido a algún error o accidente inadvertido, y ello sin saber si excelso o no - en el transcurso del proceso creativo, en algún lapsus indetectable, propio de la transustanciación, tal vez la mujer definitiva pudiera haber devenido sin sospecharlo en un ser ajeno por completo a este mundo).

Abatidos ante el hallazgo imposible, y yendo ya de vuelta varios miembros de la Comisión para África a lo largo de interminables y áridos pedregales somalíes, héteme aquí que ven venir de frente a una mujer descalza, sin edad y hermosa, la cual llevaba arrastrando sobre el polvo y las piedras un serón de esparto, lleno de naderías, del cual tiraba con una cuerda al hombro. En ese instante, configurando las horas, la tarde se situaba a espaldas de la mujer y cubría los montes sobre que caía de rojos y violetas; podían verse pasar manadas veloces de ciervos por las cercanías en dirección a aquel resplandor último; y por el aire, fulgiendo y en bandadas, aves de infinitos colores se transformaban en reflejos previos o insertos ya en el anochecer.
Agotados los resquicios de búsqueda, los comisionados para África frenaron bruscamente el todoterreno.

.- Mujer - le dijo una comisionada desde el auto al llegar a su altura - ¿ nos oirías un momento…?

La mujer del serón y la cuerda al hombro se detuvo. Los comisionados bajaron del vehículo y se acercaron rodeándola con pasmo y deleite, pues reconocían la extraña perfección de la mujer hallada de manera tan imprevista. Sin embargo, ante el silencio y gesto interrogante de ella, otro comisionado continuó:

.- Señora o señorita ¿ querría usted perdonarnos…? – pues eran educados.

Y comprendieron que la mujer, impasible y sin miedo alguno, permitía que le explicaran - porque no lo conocía - el plan mundial para la concepción y nacimiento de Victoria. Una vez que el comisionado calló, la mujer hermosa bajó la vista y la posó en sus propios pies, como si en silencio escrutara qué podría hacer entre el polvo y las piedras por el mundo. Viendo que no respondía, el mismo comisionado la urgió:

.- Por favor ¿ nos entiende, habla usted nuestra lengua, nuestras lenguas ? por lo que se dirigió a ella ahora en el habla de los hombres-pantera.
Pero ella, levantando levemente la barbilla, mirándolos con serenidad, en lengua de hombres-dioses respondió únicamente:

.- Probad.

Y enseguida, afanosos, se pusieron a pesarla, a medirle la forma y a continuación a hacerle las pruebas del carácter. E impresionados dijeron que todo era exacto y que en todo lo examinado había exquisita perfección, por lo que al terminar se sonrieron mutuamente y se sintieron felices, inenarrablemente felices. Serían acreedores al honor de haber hallado el resumen, la labor, la síntesis del tiempo, cual era haber coronado con éxito el plan creador más sublime y audaz llevado a cabo jamás. Serían famosos, serían recordados, sus nombres quedarían por siempre en los anales más insignes y honrosos de la historia de la humanidad.

… sin embargo, en ese mismo instante de júbilo y felicidad, una cobra escondida salió del serón de la mujer perfecta, cayó al suelo y le mordió en un pie. Locos de horror y desesperación los comisionados sacaron sus fusiles, sus machetes y pistolas, mataron a la cobra y de inmediato se dispusieron a curar y proteger con antídotos y remedios diversos la vida de la mujer-esperanza. Pero ella, contemplándose el pie herido, con sosiego y sin soltar la cuerda de sus pertenencias, exclamó:

.- Aceptaré a Victoria con una sola condición: que una vez recibida en mí, me dejéis seguir buscando la causa del dolor.

.- ¡ Oh mujer ! ¿de qué causa hablas, de qué dolor… ? Tu hija será perfecta, la única perfecta… - le dijeron con precipitación una y otravez asustados, temiendo por la felicidad de Victoria y el porvenir del mundo -. Pero, dinos ¿ en qué consiste esa causa y ese dolor que buscas, mujer…? volvieron a insistirle con impaciencia y ansiedad extremas.

Y ella, entonces, se lo explicó con la mirada. Sin embargo, ellos, absortos en los ojos de la mujer, ni siquiera vieron cómo aves de nieve cubrían el rubor de las cumbres, no vieron cómo caía la tarde-noche por un terraplén de brasas ni vieron emerger guerreros con lanzas que perseguían y ensartaban trozos de oscuridad echándolsela a la espalda. Los hombres y mujeres comisionados por el conocimiento no lo vieron. No lograron siquiera ver cómo la mujer herida y hermosa se marchaba a través de aquél ingente mar de polvo, ceniza y cobre.

Cuando consiguieron reaccionar, todos, sucesivamente, coincidían en haber sufrido probablemente el efecto de una insolación tardía, un desvarío común en plena ruta, o en último caso, y con seguridad, un desvanecimiento motivado por un sueño colectivo intenso y repleto de luces, voces y apariciones extraordinarias imposibles de explicar. Y sumidos ya en los derroteros de la noche, prosiguieron viaje.

Orión de Panthoseas
SIGLO XXI-POESÍA: Orión de Panthoseas ®
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