Carta africana
Orión de Panthoseas

María, cariño: te estoy escribiendo esta carta sobre una piedra lisa que tenemos a la puerta de la cabaña mientras los gamos, asustados, corren por la falda del monte y las nubes marchan ladera arriba hasta el cielo y se tiñen de púrpura, porque el mundo, María, cuando se pone así, parece que se prendiera y ardiera entre esta luz violeta, tan extraña y hermosa.

En este instante Aidoro ha ido a por un feje de palos al cauce del río y Shaína duerme en el lecho de hojas de maíz molidas que perteneció a nuestra madre. Por eso puedo escribir, porque estoy solo. El río ¿ sabes ? no se encuentra lejos, y a pesar de que los libros dicen que no es un río muy grande, siempre coge arrastres que luego, cuando baja la marea o las crecidas, los dejan sobre los cantos de las orillas, sobre los verdines. Entonces cogemos los palos abandonados y son nuestros.

Aidoro tardará por lo menos dos horas o más en volver. Anda muy despacio y tengo que reñirlo para que me obedezca y no tarde en hacer las cosas. Pero Sahína no es así. Sahína es menuda y, como tiene seis años, le gusta gritar para impresionarme; pero yo ya lo sé y le cojo las manos y la subo en el aire como a un cachorrillo. Así se calla y me obedece.

María, me ha costado mucho encontrar este lápiz con el que te estoy escribiendo, he tenido que buscar y buscar por detrás de las vigas caídas donde mi madre, antes de morirse, guardaba los libros y los papeles. ¿ Quieres que te la presente, María… ? Pues mira, se llamaba Addara Moicar Karssán, la señora maestra del poblado de Síram, esposa de Murkenif el mayor, los del poblado de Melai. Todas las mañanas, después de lavarnos y cosernos las ropas, con mi hermana a la espalda y Aidoro y yo a cada lado, caminaba varios kilómetros hasta la escuela. Comíamos a la vuelta, cuando el sol se pone colorado como una sandia enorme partida a la mitad y todavía queda tiempo para bañarse en el río y tirarse a secar en las piedras. Mi madre se hizo maestra en la capital un poco antes de que empezara otra vez la guerra, con una de esas ayudas que nos dais vosotros, los de los países que tienen escuelas bonitas, televisión y libertad. Dicen que cuando vino mi madre a Melai, y así que la vio, mi padre se casó con ella. Pero él hace tiempo que se marchó río arriba con dos o tres mujeres, huyendo de la guerra. El año pasado, justo en el momento en que iban a empezar las lluvias, llegaron los soldados con una camioneta a la escuela de Síram, se llevaron a mi madre y a otras niñas y en la calle las violaron, y luego, porque lloraban, las mataron dándoles en la cabeza con culatas y machetes. Mis hermanos y yo la enterramos a las afueras de Síram, nadie nos quiso ayudar para traerla a Melai. Mi padre ya se había ido, y aquel día me acuerdo que lloramos mucho, y también al día siguiente, María, y lo mismo al otro y al otro. Y pasamos mucha hambre, hasta que nos dormíamos y ya llegó otro día.

Ahora no asistimos a ninguna escuela ni vamos todos los días a por agua, y cuando tenemos algo duro que comer, compramos cerillas y lo ponemos al fuego para que se ablande deprisa.

No me creerás, pero hace poco, entre mis amigos y yo cogimos un gamo, lo asamos, y durante días y días comimos de él. Sahína tiene diarrea. Hay unas hierbas muy buenas que cocidas la quitan. Como el agua sabe muy mal, ella no las quiere, pero yo la obligo porque soy Calú, el jefe de la familia y le mando, aunque me parece que a mi hermana no la sé educar muy bien, yo no sé. A lo mejor debiera tener otra madre, o irse a vivir con otra familia en la que hubiera una mujer que… Pero yo cuidaré de ella porque tiene que aprender y Saína es mi hermana.

Con la guerra y la sequía la gente se marcha o se muere, nadie puede decir que volverá a subirse a la pared del eco o a pasar por el Camino de los Chacales, que es el que tiene cocoteros y está al otro lado del río.

Nuestra cabaña, María, cuando vivía mi madre y mi padre estaba aquí, era más grande, tenía la chimenea entera y parecía una casa, pero ahora, más que una casa es una cabaña casi caída del todo. Por más que la recubrimos y embadurnamos por fuera con boñigas y barro, todo está tan reseco que, en pocas horas, vuelve a desgranarse y a desmoronarse. Pero no creas, he ido escribiendo en un cuaderno las cosas que sé que hay que hacer y cómo se hacen y así no se me olvidan. Y tampoco pueden olvidárseles ni a Aidoro ni a Sahína. Porque si les hace falta y yo no estoy, lo leen y ya saben.

Los libros son, como decía mi madre, nuestra sangre, y mis hermanos y yo los leemos. Bueno, yo un poco más. Lo digo porque, al atardecer, cuando el sol empieza a ponerse rojo como la sandía, los cojo a los dos y hago que se sienten en las piedras de la entrada y me pongo a enseñarles como hacía mi madre. Ahora ya los tengo acostumbrados, bueno, así, así, porque al principio no había manera de atarlos y tenerlos quietos, cada uno a lo suyo y en su piedra. Aidoro es listo, pero es vago. Como te decía, anda muy despacio y él no lo sabe, claro que sólo tiene nueve años. Pero ya lo haré andar, ya…

Melai, nuestro poblado, tiene más de cuarenta casas si contamos las chabolas pequeñas, pero no tiene calles, así, como las vuestras, ni plaza como la de la capital. Está en un sitio alto y muy llano entre el río y las montañas, viniendo de Azzira y andando un buen rato antes de llegar al mar, porque el mar está para allá, siguiendo la vía del tren a la derecha. Algunas veces vamos hasta allí. Cuando llueve fuerte y de repente, se forman charcos alargados y los chicos y las chicas corremos y nos bañamos en ellos hasta que se secan. Mi madre no nos dejaba, decía que podíamos coger enfermedades porque se crían sapos y ranas y andan los mosquitos. Pero nosotros lo hacemos siempre. Correr por el agua y salpicarnos entre los renacuajos es muy divertido, y, además, nos gusta espantar y ahogar a manotazos los mosquitos.

Como te dije antes, por ahí cerca pasaba un tren, pero sólo queda la vía. Sí, era el tren de la mina, pero no, no me acuerdo, María, de qué mina era… Bueno, es la vía de la mina y ya está. Es muy larga. Mira, para que me entiendas, es una vía que va pa’llá, pa’llá… Algunos dicen que a lo mejor hasta da la vuelta a todo el mar. Te lo juro, yo no sé, pero seguro que había un sitio de ésos para barcos grandes que llevaban piedras de mineral ¿ cómo se llama, jolín ? ah, sí, un puerto, eso es, habría un puerto. De todas formas, alrededor de los raíles es adonde voy con mis hermanos a por carbón. Escarbamos con palos y hierros, encontramos trozos y luego los vendemos. Saco poco porque, al ir a la ciudad a venderlo, a los chicos nos gritan siempre y quieren engañarnos, pero yo ya voy para hombre, y además sé leer muy bien, a veces les miro a los ojos y hasta les hago las cuentas.

Todavía tengo un libro que nos trajo mi madre cuando tuvo que volver a la capital. Se titula “La isla del tesoro”. Trae dibujos preciosos, y yo, cuando estoy triste, lo cojo y subo bien a lo alto al árbol de los leones y estoy mucho rato con él, mirándolo y leyendo. Aidoro dice que le lea yo, y Sahína, como es pequeña, se pone pesada y todo el rato está preguntando cosas. Pero yo les leo siempre un poco para que se contenten y ya está.

María, un poco antes de ponerme a escribir, oímos decir a unas mujeres que pasaban que desde el otro lado del río vendrían otra vez los soldados, que mañana casi seguro que estarían aquí. Si es así, no sé qué pasará. Son muy malos. A toda la gente le pegan sólo por divertirse y nada más, y también la matan, como hicieron con mi madre. Si mi padre no se hubiera marchado… Ahora, claro, los Murkenif de los otros poblados no vienen, y ni siquiera nos hablan porque somos huérfanos y pobres.

Pero dicen por ahí que vosotros nos veis por televisión cada poco. Yo no lo sabía. Igual me has visto alguna vez correr por los charcos o por el río, o cuando subo a leer arriba, al árbol…

Nosotros, en cambio tenemos la pared del eco bastante cerca. Está si sigues el río y tirando a la izquierda, casi casi entre el monte y el mar. Y, aunque tú no la ves, yo te lo cuento. Cuando vamos a verla, los chicos lo pasamos muy bien. Hay que subir por unas rocas muy altas y escarpadas, y luego, desde allí, hay que ponerse de cara al mar y gritar ¡ ah, ahh, ahhh, y luego eh, ehh, ehhh… ! muy fuerte, muy fuerte y todo seguido. En la pared del eco, como todos somos de luz, nos vemos por dentro, y es como si voláramos y nos hiciéramos de humo y no pesáramos nada. Y después de haber gritado mucho y todos a una, allá arriba, muy arriba, muy arriba y alto, se nos reflejan las caras en el aire y se nos hacen muy grandes, y como si las tuviéramos pintadas de colores y miráramos a todas partes sin saber. Es maravilloso, María. Algunas personas, aunque consiguen subir no se hacen de luz y a otros sólo les chispea un poco. Pero es lo más divertido de todo porque, en el aire, no parecemos niños ni pobres, y al vernos altos y grandes, más grandes que todo, parece como si pudiéramos pasar por encima de la montaña y coger agua del mar con la mano.

Y nada más, María. A lo mejor un día me ves en televisión. Ah, tengo que contarte una cosa. Como quiero que seas mi mejor amiga, te diré un secreto que… Bueno, el caso es que ya me está gustando Onnela, la hija del Jafúm. El Jafúm ¿sabes? es feo y delgado y es el hechicero, y me ha dicho que me va a matar si me vuelve a ver con Onnela en la pared del eco o bañándome con ella por la tarde en el río. Onnela es de luz roja, roja, roja… Si la vieras, María, se pone tan guapa que…

Orión de Panthoseas
SIGLO XXI-POESÍA: Orión de Panthoseas ®
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