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Escribir siempre es ciego |
No
sé si el haber escrito siempre nada más que para mí mismo puede tener
algo que ver con la continua y no buscada presencia de los poemas de la
vocación en mi poesía, o con el hecho de que el yo que habla en mis
poemas tantas veces sea un yo que escribe o no, que escribiría, escribirá
o ha escrito, pero lo único cierto es que cuando me preguntan cosas como
las que me preguntan siento que una parte medular de mi poesía insiste en
tenerse presente a sí misma, y que lo que pueda decir fuera de ella no
será más que una tautología. Aquí y ahora se me ocurre que alguien
podría fijar su atención en versos cuya colocación puede indicar como
significativos, y así pienso en el primer verso de Hospital
de inocentes (“No es bueno apretar el alma, por ver si sale
tinta”), en el que inicia el poema que lleva el título de este libro
(“El papel en blanco jamás es sólo el papel en blanco”) o en la
sentencia que cierra el que lleva el de Ética confirmada y que aquí se reproduce (“una lengua la crea el
dolor, y yo he sido una lengua,/ el modo extraño en que alguien se
salva”). Los ejemplos podrían ser muchos, y también ahora recuerdo el
modo en que empieza un texto de Ética
confirmada: “Un poema puede salir de esta manera / o de otra o de
ninguna o de cualquiera”. Este
principio, en mí, resulta del todo verdadero. Porque yo he sido siempre
un escritor irreflexivo, que avanza o no guiado nada más que por el
instinto y que no suele corregir sus textos. Claro que ya todo está en la
lengua, esa especie de cajón de sastre en el que sólo el tiempo y la
urgente necesidad de cada tiempo nos hacen encontrar las herramientas
precisas, y que, en tanto que los lenguajes que importan son siempre los
que nos encontramos en los dedos, escribir –como anotó Pavese en su
Diario- siempre es ciego. Porque creamos un nuevo lenguaje sólo mientras
éste se funda a sí mismo, cuando el territorio en que se mueve nos
resulta desconocido. Obvio es que luego podemos reducirlo a unas cuantas fórmulas,
y que aplicándolas con mayor o menor paciencia podríamos crear muchos más
textos. Pero eso no tiene que ver con el arte sino con la industria, y
personalmente nunca he sentido ninguna devoción por los remendones y sus
versos recalentados. ¿Qué puede haber comparable a la fuerza (tan
destartalada a veces) de las creaciones verdaderas, y qué otra cosa puede
hacer que el arte poético sea –como quería Bergamín- arte de temblar,
de estremecerse de nuevo? Quizá y además sólo el escribir suelto puede
lograr que a veces, espontáneamente y sin pretenderlo, algunos textos
sean sólo espíritu trascendido, nada más conciencia. Aunque modos de
escribir podemos tener muchos, y ya se sabe que cada uno es el resultado
de un mismo corazón nuevo. Así cabría contemplar una obra como un juego
de contrapesos, a través del cual se alcanzan diversos puntos de
equilibrio; cuando a éstos se llega de manera independiente y no mimética,
simplemente porque los ha traído la dinámica natural de la lengua,
suelen tener su explicación y su reflejo –fiel a la vez que invertido-
en aventuras de distinto signo. En todo caso lo que hay que señalar es
que existen leguajes cuya modulación es moral, en tanto que fue la vida y
no la literatura quien los trajo, y que las obras que sólo vienen de sí
mismas tienen reglas de construcción propias. Por eso y en lo que al arte
importa hay, más que modos de escribir, estados de ser ante la lengua (el
escritor los funda, los interpreta y los explora), y por eso y gusten o no
a los demás o a mí yo no podría cambiar mis textos. También
por lo mismo, cuando me dieron la oportunidad de publicar (cosa que no había
imaginado) pensé que debía dar a conocer algunas de las cosas que había
hecho con más vida. Un criterio, claro, que a muchos puede parecer más
que erróneo. Mas me acordé de Guillén –“Mal escrito. Falta vida”-
y pensé que había muchas poéticas utilizables, defendibles y aun
plausibles, pero que esa era la de una honestidad más clara. Ya
se ve, en fin, que tengo o quiero tener poco que decir. Pero un escritor
no sabe lo que escribe, aunque puede ser que en algún momento y como en
una nebulosa tenga una visión exacta de la medida de su dignidad. Por
otra parte y además de ignorar cómo se hace un poema, yo no sé qué es
la poesía, a no ser que sea aquello en lo que hay una dignidad mayor. Lo
que sí quería hacer era aprovechar para decir que escribir es muy fácil.
Si no mentir, suele ser exagerar, mayormente un juego de aflojar y
desaflojar intensidades; pero siempre, cuando es lo que ha de ser,
escribir resulta inevitable. En este sentido digo que es muy fácil. Para
terminar estaba tentado de añadir que últimamente he vivido en el
descreimiento, es decir, sintiendo que escribir es como sufrir. Algo que
no mejora la vida, ni sirve de nada. Pero tampoco sé si vale la pena
anotarlo. |
Santiago
Montobbio
(Publicado en EL CIERVO, Nº 472, Barcelona, Junio 1990, en respuesta a la pregunta “¿Cómo se hace un poema?” y junto al poema “Ética confirmada”. Incluido en el libro
Cómo se hace un poema, Editorial Pre-Textos, Valencia, Octubre 2002.)
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