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Escribir siempre es ciego
Santiago Montobbio

No sé si el haber escrito siempre nada más que para mí mismo puede tener algo que ver con la continua y no buscada presencia de los poemas de la vocación en mi poesía, o con el hecho de que el yo que habla en mis poemas tantas veces sea un yo que escribe o no, que escribiría, escribirá o ha escrito, pero lo único cierto es que cuando me preguntan cosas como las que me preguntan siento que una parte medular de mi poesía insiste en tenerse presente a sí misma, y que lo que pueda decir fuera de ella no será más que una tautología. Aquí y ahora se me ocurre que alguien podría fijar su atención en versos cuya colocación puede indicar como significativos, y así pienso en el primer verso de Hospital de inocentes (“No es bueno apretar el alma, por ver si sale tinta”), en el que inicia el poema que lleva el título de este libro (“El papel en blanco jamás es sólo el papel en blanco”) o en la sentencia que cierra el que lleva el de Ética confirmada y que aquí se reproduce (“una lengua la crea el dolor, y yo he sido una lengua,/ el modo extraño en que alguien se salva”). Los ejemplos podrían ser muchos, y también ahora recuerdo el modo en que empieza un texto de Ética confirmada: “Un poema puede salir de esta manera / o de otra o de ninguna o de cualquiera”.

 

Este principio, en mí, resulta del todo verdadero. Porque yo he sido siempre un escritor irreflexivo, que avanza o no guiado nada más que por el instinto y que no suele corregir sus textos. Claro que ya todo está en la lengua, esa especie de cajón de sastre en el que sólo el tiempo y la urgente necesidad de cada tiempo nos hacen encontrar las herramientas precisas, y que, en tanto que los lenguajes que importan son siempre los que nos encontramos en los dedos, escribir –como anotó Pavese en su Diario- siempre es ciego. Porque creamos un nuevo lenguaje sólo mientras éste se funda a sí mismo, cuando el territorio en que se mueve nos resulta desconocido. Obvio es que luego podemos reducirlo a unas cuantas fórmulas, y que aplicándolas con mayor o menor paciencia podríamos crear muchos más textos. Pero eso no tiene que ver con el arte sino con la industria, y personalmente nunca he sentido ninguna devoción por los remendones y sus versos recalentados. ¿Qué puede haber comparable a la fuerza (tan destartalada a veces) de las creaciones verdaderas, y qué otra cosa puede hacer que el arte poético sea –como quería Bergamín- arte de temblar, de estremecerse de nuevo? Quizá y además sólo el escribir suelto puede lograr que a veces, espontáneamente y sin pretenderlo, algunos textos sean sólo espíritu trascendido, nada más conciencia. Aunque modos de escribir podemos tener muchos, y ya se sabe que cada uno es el resultado de un mismo corazón nuevo. Así cabría contemplar una obra como un juego de contrapesos, a través del cual se alcanzan diversos puntos de equilibrio; cuando a éstos se llega de manera independiente y no mimética, simplemente porque los ha traído la dinámica natural de la lengua, suelen tener su explicación y su reflejo –fiel a la vez que invertido- en aventuras de distinto signo. En todo caso lo que hay que señalar es que existen leguajes cuya modulación es moral, en tanto que fue la vida y no la literatura quien los trajo, y que las obras que sólo vienen de sí mismas tienen reglas de construcción propias. Por eso y en lo que al arte importa hay, más que modos de escribir, estados de ser ante la lengua (el escritor los funda, los interpreta y los explora), y por eso y gusten o no a los demás o a mí yo no podría cambiar mis textos.

 

También por lo mismo, cuando me dieron la oportunidad de publicar (cosa que no había imaginado) pensé que debía dar a conocer algunas de las cosas que había hecho con más vida. Un criterio, claro, que a muchos puede parecer más que erróneo. Mas me acordé de Guillén –“Mal escrito. Falta vida”- y pensé que había muchas poéticas utilizables, defendibles y aun plausibles, pero que esa era la de una honestidad más clara.

 

Ya se ve, en fin, que tengo o quiero tener poco que decir. Pero un escritor no sabe lo que escribe, aunque puede ser que en algún momento y como en una nebulosa tenga una visión exacta de la medida de su dignidad.

 

Por otra parte y además de ignorar cómo se hace un poema, yo no sé qué es la poesía, a no ser que sea aquello en lo que hay una dignidad mayor. Lo que sí quería hacer era aprovechar para decir que escribir es muy fácil. Si no mentir, suele ser exagerar, mayormente un juego de aflojar y desaflojar intensidades; pero siempre, cuando es lo que ha de ser, escribir resulta inevitable. En este sentido digo que es muy fácil.

 

Para terminar estaba tentado de añadir que últimamente he vivido en el descreimiento, es decir, sintiendo que escribir es como sufrir. Algo que no mejora la vida, ni sirve de nada. Pero tampoco sé si vale la pena anotarlo.  

Santiago Montobbio 
(Publicado en EL CIERVO, Nº 472, Barcelona, Junio 1990, en respuesta a la pregunta “¿Cómo se hace un poema?” y junto al poema “Ética confirmada”. Incluido en el libro Cómo se hace un poema, Editorial Pre-Textos, Valencia, Octubre 2002.)

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