Homero Aridjis: Un poeta en movimiento

por César Antonio Molina

La primera vez que tuvimos noticia de Homero Aridjis fue a través de una antología de la poesía mexicana, seleccionada y anotada por Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y él mismo. El largo prólogo era Paz, titulándose el volumen Poesía en movimiento (México 1915-1966). En aquella quinta o sexta reedición (en 1976 iba por la décima) desde que se hubiera realizado su primera impresión en 1966 por la editorial Siglo XXI, Homero Aridjis figuraba como el poeta más joven, nacido en Contepec —Michoacán— en 1940, y autor a sus veintiséis años de libros como Los ojos desdoblados (1960), La difícil ceremonia (1963), Antes del reino (1963 y 1966) y Mirándola dormir seguido de Pavana para la amada difunta (1964); de los cuales antologaba varios poemas de Antes del reino y de Mirándola dormir. Posteriormente llegaría a una primera edición impresa en nuestro país de manos de Cristina Peri Rossi, bajo el simple título de Antología que incluía poemas de Antes del reino, Los espacios azules (1969), Ajedrez-Navegaciones (1969) y Quemar las naves (1975). Casi al mismo tiempo aparecía otra recopilación de su poesía amorosa bajo la denominación general de uno de los libros más importantes Mirándola dormir, en la que además había poemas de Ajedrez-Navegaciones, y de El poeta niño (1971).

Y para terminar este repaso bibliográfico sobre las ediciones españolas del autor, citaré otras dos más publicadas en el último año. Una es otra antología poética prologada por Guillermo Sucre, incluyéndose poemas de Vivir para ver (1976), Quemar las naves, El poeta niño, Ajedrez-Navegaciones, Los espacios azules, Antes del reino, Los ojos desdoblados, su opera prima escrita en 1960 gracias a una beca del Centro Mexicano de Escritores concedida el año anterior

El otro, de más reciente aparición, recoge bajo el título de Nuche de Independencia también a Mirándola dormir.

Homero Aridjis fue profesor de literatura mexicana en la Universidad Iberoamericana. Conferenciante en varias universidades norteamericanas (George Washington, Yale, Weslcyan, Fordham)y nuevamente profesor de literatura en la universidad de Indiana y de Nueva York. Durante 1965 trabajó de redactor jefe de la revista Diálogos, y un año después como editor de Correspondencias, dedicada a la poesía. A partir de 1972 desempeña la Consejería Cultural de la Embajada de México en los Países Bajos.

Esta introducción bio-bibliográfica tiene el deseo de llamar la atención sobre uno de los poetas actuales más importantes en lengua castellana y que, a pesar de las ya numerosas ediciones publicadas en nuestro país, todavía es un gran desconocido incluso para los mismos círculos poéticos. ¿Cuáles serían esas razones? Además de las normales que acarrea la poesía, desconocemos cualquier otro tipo de motivos, porque Homero Aridjis no es un poeta parcial imbuido dentro de un mundo propio inescrutable, sino que por el contrario es un escritor de múltiples voces en donde la observación del exterior vital le sirve de material ingente y único para su elaboración conceptual.

Esas múltiples voces lo convierten en un poeta único pero de carácter polivalente. Para la realización de un mínimo trabajo introductorio a su obra, es necesario desglosar su creación en cuatro aspectos fundamentales. Uno de ellos abarcaría el tema amoroso unido a una recreación erótica del cuerpo, el otro tocaría aspectos de la crónica cotidiana y existencial tanto personal como colectiva, un tercer impulso iría dirigido hacia los temas de carácter indigenista y la recapitulación sobre el pasado y el presente de su país, y por fin uno último en el que el poeta se siente comprometido lo suficiente como para no eludir las protestas y las críticas de contenido social. Pero también es necesario aclarar, para evitar torpes equívocos, que estos cuatro aspectos de su poesía no son compartimentos estancos, sino que su interrelación, su interdependencia, están totalmente compaginadas. Quizás en un libro la carga de uno de ellos esté muy por encima de los demás, pero siempre percibiremos esa mezcla, esas amalgamas de materia prima original perfectamente mezcladas con un resultado que le otorga esa personalidad incuestionable. De todas formas, con la licitud dada por la recepción artística, como lector siento una serie de preferencias encaminadas —sobre todo— hacia su faceta erótico-amorosa. El Homero Aridjis de Los ojos desdoblados, Antes del reino, Mirándola dormir, Ajedrez-Navegaciones, Pavana para la amada difunta y Sobre una ausencia. Y de todos ellos Sobre una ausencia y Mirándola dormir adquieren una categoría inusitada en la actualidad de la poesía hispánica. Pero tampoco el amor y el erotismo entendido de una manera unívoca, sino por el contrario heterogénea y diferente, pues —por ejemplo— nada tiene que ver la clasicidad de Antes del reino con el barroquismo de Mirándola dormir, aunque hay una complementación entre ambos. El primer Aridjis está abarcado por un formalismo meditativo y controlado, debatiéndose la idea amorosa (todavía no es un hecho) como un ente abstracto, como el inicio de un combate en la bruma contra 110 se sabe quién ni qué. La clasicidad y la pulcritud de su dicción son el reflejo de un mundo en ebullición, heredero de una tradición lejana de sus propias raíces mestizas, desde la cual se intenta partir

Amo tu confusión

los pájaros revueltos de tu lengua

tus palabras simultáneas

tu Babel tu Delfos

sibila de voces enemigas.

Ello sucede fundamentalmente en los poemarios Antes del reino, Los espacios azules y Ajedrez-Navegaciones., donde unos versos dicen:

Los libros son abiertos y las mujeres

     amadas

en la página justa en el círculo

     henchido.

En el otro Aridjis el amor es un hecho real y físico del poder de consumación. El amor se concreta como un acto esperanzador de salvación de la vida cotidiana presidida por cierta soledad y vacía máscara tras la cual se esconde la muerte y se iguala el juego erótico. A partir de aquí el lenguaje cambia, la expresión formal también, pasándose de la restricción impuesta por el poema (verso a verso) a la prosa poética. El lenguaje se transforma haciéndose más americano y a la vez más personal. Aparece entonces el “yo” imbuido dentro de lo cotidiano, muchas veces como un reportaje de sí mismo. Desde aquí el tránsito continúa por el dolor y el placer de lo inconsumado. Hay cierto deseo “voyerista” en esa contemplación del cuerpo, en ese descubrimiento continuo y constante de una geografía inédita; pero a la vez cierto temor a descifrar todas sus claves, sus nombres, sus caminos. Esa contemplación del cuerpo extendido (me estoy refiriendo particularmente a Mirándola dormir), quieto o en movimiento durante el sueño, le da pie al poeta para construirlo, destruirlo, cambiarlo y dibujarlo de diferentes formas y actitudes, confundiendo en su imaginación un erotismo de cientos de faces. Esa expectación está unida a una esperanza de posesión, de vida. Pero hay temor a ese existir, hay engaño en esa Eva que extiende su cuerpo con vehemencia a la llamada. Mientras ella duerme (ese tú múltiple representado por los diferentes nombres propios histórico-literarios) hay esperanza en su misterio a descubrir, hay fe en la imaginería del poeta que la está creando. Pero Eva, Berenice, Perséfone, etc., se despierta, y el deseo vence, la consumación se produce y con ella la pequeña muerte. El poema, la narración, se convierte en una especie de variación sobre sí mismo, de baile en crescendo, circular, en donde el lector debe salir a una pista con la intención de dejarse llevar hasta el último aliento, hasta caer rendido en el centro. Esto sí que lo ha visto Joaquín Marco cuando en el prólogo a Noche de Independencia y a Mirándola dormir afirma: “El lector debe avanzar en el texto sin oponer resistencia. No hay más lógica que la que dicta el texto mismo y la que nos otorga el creador. Es así como, lanzado por el discurso entre las imágenes desbordadas, se sitúa en el justo camino de la comprensión de uno de los más bellos, profundos y renovadores poemas de amor de nuestra lengua”. Esa nueva poesía del cuerpo, del erotismo, es un juego-duelo para revitalizar el sueño letárgico de los sentimientos y sensaciones naufragadas en la gran triste anécdota, cruel, que es la existencia:

Ay de ti que duermes navegando.

Como el pájaro que duerme con los

ojos abiertos.

Con la imperfecta serenidad de la

que irradia perfectamente

trastornada.

Con las manos tensas y el mentón

altivo; los ojos un poco inclinados

hacia dentro, un poco de soslayo,

un poco a la manera del que mira sin mirar.

Pero no debe verse en estos aspectos diversos del amor-erotismo una evolución temporal. Primeramente porque sería totalmente falso desde el punto de vista cronológico; luego porque sería intentar reducir el “yo” poético disperso, en la búsqueda de una geografía inédita. Pavana para la amada difunta, poema final con el que completa Mirándola dormir y Sobre una ausencia correspondiente al poemario Ajedrez-Navegaciones, completarían esc tríptico extraordinario. En la Pavana el juego-duelo mortal no está suplido por el deseo, sino por la misma muerte en un sentido panteísta. La tierra actúa nuevamente como claustro maternal.

Tal vez lo hubieran hecho en el

lugar donde hablaba su sed,

cuando me abandonó

y yo quedé como un desolado otoño.

 

Pero lo preciso en esta tarde es una

atmósfera liviana, un residuo del

tiempo de lluvias,

un deseo inmortal en las cosas,

un deseo inmortal de aceptar la luz

que invita generosamente al campo.

En Sobre una ausencia el juego amoroso se equiparaba a una diversión del azar en donde todo es posible, en donde siempre existe un perdedor que intentará rectificar algún paso ya dado hacia el límite de la partida. Una partida que no es última mientras exista,

el retrato sobre el muro de una

muchacha desnuda.

Hemos dado, hasta ahora, repaso a una parte de la poética de Homero Aridjis, pero todavía quedan tres aspectos más, ya citados al comienzo. “Con Quemar las naves, Aridjis ha optado por un título radical para uno de sus libros. Ese radicalismo se justifica y, a su vez, esta justificación tiene un sentido irónico no menos radical. La frase, suscita de inmediato el recuerdo de un hecho histórico muy mexicano...”, así nos lo presentaba Guillermo Sucre. Este libro podría ser un ejemplo del aspecto social, pero entendido ¿de qué manera? No simplemente intentando realizar una lista de reivindicaciones inmediatas, tendentes a paliar parcialmente las necesidades del hombre, sino mostrando la verdadera razón de la vida como disfrute del cuerpo, del paisaje, de la tierra, en su unión total en la plenitud retrasada y prohibida por la dialéctica de esas otras “verdades’' impuestas por la política. Para ello hay que partir de cero, “quemar la naves” que significan simbólicamente el lastre de un pasado nada alentador. El poeta de este modo incita a una aventura nueva partiendo de cero.

Quemar las naves

para que no nos sigan

las sombras viejas

por la tierra nueva

para que los que van conmigo

no piensen que es posible

volver a ser lo que eran

en el país perdido

para que a la espalda

sólo hallemos el mar

y en frente lo desconocido

para que sobre lo quemado

caminemos sin miedo

en el aquí y ahora.

En Vivir para ver es quizás donde noto mayor predominio de la preocupación por intentar conjugar la raigambre de las antiguas culturas precolombinas con la tradición impuesta por los colonizadores. Y así, a la pregunta de si en'realidad Homero Aridjis busca hacer una poesía autóctona, contestaríamos por boca de Octavio Paz en su prólogo: “La expresión poesía mexicana es ambigua: ¿poesía escrita por mexicanos o poesía que de alguna manera revela el espíritu, la realidad o el carácter de México? Nuestros poetas escriben un español de mexicanos del siglo xx, pero la mexicanidad de sus poemas es tan dudosa como la idea misma del genio nacional... Es discutible la existencia de una poesía francesa, alemana o inglesa; no lo es la realidad de la poesía barroca, romántica o simbolista. No niego las tradiciones nacionales ni el temperamento de los pueblos; afirmo que los estilos son universales o, más bien, internacionales...” Lo que no impide en absoluto esa mirada de mestizaje, llevada a su máxima expresión en “Fuego nuevo”, poema al que de todas formas consideramos un poco fallido por esa insistencia en la reconstrucción del espectáculo sagrado de los aztecas, sin ningún atisbo de recreación, incluso con cierta frialdad no superada por la vistosidad de lo cálido y colorista del festejo.

Noche de Independencia podría, finalmente, cubrir el apartado dedicado a la crónica de lo cotidiano, al ejercicio de elevarlo de noticia periodística a tragedia o romance popular. Esa crónica de la muerte después de la fiesta, el drama pasional entre el bullicio, es el reflejo de que el duelo amor-muerte también se encuentra detrás de la plenitud del goce como último castigo o supremo placer.

En toda la obra poética de Homero Aridjis podemos observar algunos cambios si bien no radicales en el tono de escritura, sí importantes. La recreación, el barroquismo, el juego lingüístico, las claves de —por ejemplo— Mirándola dormir, Perséfone, la Pavana o Sobre una ausencia, desaparecen en sus libros más próximos como Vivir para ver o Quemar las naves. Una brillante claridad, una gran desnudez para suplanar ese halo de misterio, se vuelca sin límite. Y aunque, personalmente, estoy en absoluta comunicación con el Aridjis barroco, comprendo y estimo esta nueva búsqueda atrevida y quizás más compleja que la anterior.

 

por César Antonio Molina

 

Publicado, originalmente, en: Periódico de Poesía  Nueva época núm.  9 Primavera 1995

Periódico de Poesía es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, a través de la Dirección de Lteratura,

Link del texto: http://www.archivopdp.unam.mx/index.php/4267

 

Ver, además:

Homero Aridjis en Letras Uruguay

 

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