Tolstoi-Tchaikovsky: un desencuentro  

Ensayo de Enrique Martínez Miura 

Piotr llich Tchaikovsky, retrato de Nikolai Dmitriyevich Kuznetsov

León Tolstói. Retrato de Iván Kramskói - 1873

Seria ciertamente difícil encontrar dos personalidades de la cultura rusa de la segunda mitad del siglo XÍX más dispares que León Nikolaevich Tolstoi y Piotr llich Tchaikovsky. El escritor, aristócrata por nacimiento y mujik por voluntad, no podía estar más lejos, con su entendimiento del arte como educación de las masas y su apego a los valores de la milenaria tierra rusa, del músico y su patética necesidad de comunicar la tragedia intima, su espíritu delicado y las veleidades occidentalizantes de que hacía gala. Así y todo, la posibilidad de tender un puente entre los dos hombres existió en un momento determinado. Especular sobre hasta dónde se hubiera llegado de quedar efectivamente expedito el camino es un ejercicio inútil que no vamos a emprender aquí. En todo caso, no cabe pensar en óperas conjuntas —al autor de Guerra y Paz esta forma de teatro musical le parecía absurda—, como mucho en alguna canción.

El acercamiento

Tolstoi, doce años mayor, y Tchaikovsky se conocen en Moscú a finales de 1876. Por estas fechas aquél trabaja en Ana Karenina, en tanto que éste comienza a preparar su Cuarta Sinfonía. El músico había mejorado su limitada formación jurídica con voraces lecturas de Gogol, Pushkin, Ostrovsky y Dostoievsky, practicando un auténtico culto por Tolstoi. Piotr llich, como una muestra más de su borrascosa personalidad, temió en un primer instante que la penetración psicológica que el novelista evidenciaba en sus obras se diera también en el trato personal, confiesa a su diario: «Me sentí como poseído por el miedo y una especie de embarazo cuando me encontré frente a él. Me pareció que no podía esconder todo el lodo que guardo en el fondo de mi alma a ese gran conocedor del corazón humano». Sin embargo, el entendimiento fue posible —continúa Tchaikovsky—, porque «... era de una comunicación tan directa y tan sincera y hacia tan poca ostentación de esa omnisciencia que tanto yo temía. Conmigo no quiso sino hablar de música, que en esa época le interesaba vivamente». El punto de acercamiento inicial, el diálogo sobre temas musicales, llevaba ya en su interior el embrión de la venidera incomprensión. Tchaikovsky se sintió sorprendido y desorientado por las opiniones del literato sobre Beethoven, Schumann y Berlioz. Al menos estuvieron de acuerdo en algo: ambos adoraban a Mozart. Por iniciativa de Tchaikovsky, que insistió ante Nicolai Rubinstein, se agasajó al novelista con la interpretación del Andante del Cuarteto en re mayor del propio Piotr llich. El acto tuvo lugar en el Conservatorio de Moscú. Tolstoi no se resistió a la emoción que siempre le causaba la música. El compositor anota en su diario: «Nunca en la vida me sentí tan halagado y orgulloso de mi capacidad creadora como cuando León Tols-loi, sentado junio a mi, dejó rodar las lágrima* por sus mejillas mientras escuchaba mi Andante». Los dos artistas se despidieron con regalos —Tchaikovsky hizo entrega al admirado autor de su poema sinfónico sobre Shakespeare La Tempestad y la Sinfonía nº. I «Sueños de Invierno»— y promesas de intercambio intelectual y afectivo para el futuro.

Poco tiempo después Piotr llich Tchaikovsky recibía una carta de Tolstoi, fechada en Yásnaia Poliana el 21 de diciembre de 1876: «Le envío a usted, querido Piotr llich, las canciones. Y además las he revisado. Este maravilloso tesoro queda en sus manos. Mas, por Dios, transcríbalas y aprovéchelas en el estilo de Mozart y Haydn, y no en el de Beethoven, Schumann y Berlioz, estilo artificioso que busca lo inesperado. ¡Cuánto me quedó por hablar con usted! No dije incluso nada de lo que quería, no hubo tiempo. Fue para mí un deleite. Esta mi última estancia en Moscú quedará para mi como uno de los mejores recuerdos. Jamás obtuve tan cara recompensa por mis obras literarias como esa prodigiosa velada. (...) Y en cuanto a lo que sucedió conmigo en la sala circular, eso no puedo recordarlo sin estremecerme. (...) Las cosas de usted aún no las he visto, pero cuando lo haga escribiré mis opiniones con valentía, pues he tomado cariño a su talento. Adiós, con un amistoso apretón de manos. Suyo. L. Tolstoi». Pero las canciones, el «maravilloso tesoro», le parecieron al músico desprovistas por completo de interés, En realidad su actitud hacia el escritor se había enfriado mucho. Le acusaba en cartas a Modest, su hermano y libretista de algunas de las óperas, de «decir cosas burdas e indignas de un genio». Se sintió incluso enormemente disgustado con la lectura de Ana Karenina —que se publicaba en esas fechas por entregas—, a la que llegó a tachar de «repugnante y vulgar». Pese a esta primera impresión avanzó en la lectura de la obra y, una vez que el efecto de las opiniones musicales de Tolstoi perdió fuerza, Tchaikovsky recuperó su capacidad de juicio literario, reconociendo al fin que la novela era una de las mejores de las salidas de la pluma del conde. Los dos hombres no volvieron a verse y tampoco hubo más contactos epistolares. Tchaikovsky, aunque siguió admirando las obras literarias de Tolstoi, quedó convencido de que cuando éste trataba temas musicales lo hacia poco menos que con la osadía del desconocedor.

En gran medida habría que estar de acuerdo con Tchaikovsky cuando ignoró al Tolstoi filósofo en favor del novelista. En la actualidad, las ideas estéticas vertidas por el escritor en Sobre el Arle y en ¿Qué es el Arte? pueden parecer incluso de una pobreza desoladora. Mas Tolstoi no era una persona sin preparación en materia de música. Tocaba el piano aceptablemente y eran normales las sesiones a cuatro manos con su esposa Sonia. En 1856 la audición en París de obras de Beethoven le llenó de entusiasmo. Fue una fase de fervorosa entrega a la música. Tocaba él mismo Sonatas beethovenia-nas en veladas caseras. En 1858 su actividad tomó un cariz público, organiza conciertos y redacta los estatutos de una orquesta de cámara. Tolstoi reconocía en la música un «terrible poder», lo mismo para el bien que para el mal, pero la pasión que provoca inclina más a lo segundo que a lo primero. El «terrible poder» está presente en las vidas de sus personajes de las novelas, especialmente como fatalismo que todo lo arrasa en La Sonata a Kreutzer. Cuando el novelista descubrió el credo de que la obra de arte debía tener una finalidad moral, sus ideas musicales cambiaron radicalmente. Toda autoridad inamovible —Bach, Beethoven, «glorias prefabricadas», según sus palabras— fue rechazada, aun la belleza y muchísimo más la técnica perdieron su valor ante la emoción. Tolstoi odia el esteticismo: la música, toda forma de arte en general, tiene una sola función que cumplir, la educación, la mejora moral del pueblo. Tolstoi fue, por lo tanto, plenamente consecuente al preferir las canciones populares a la ópera, puesto que nada está más cerca del pueblo, y es capaz de emocionarle, que lo salido directamente de él. Se explican asi, al menos en parte, las opiniones de Tolstoi que tanto molestaron a Tchaikovsky, su creencia de que los grandes románticos «expresaban sentimientos enfermizos y nerviosos» o su condena de la Novena Sinfonía de Beethoven porque no comunicaba un sentimiento religioso. Un punto crucial de su actitud se da en su rechazo visceral de Wagner —si bien en esto Tchaikovsky habría estado mucho más de acuerdo-al que niega lo esencial en toda otra artística, la unidad, pues veía en su estilo una disociación entre los significados de la música y la palabra. Para Tolstoi, Wagner es el paradigma del artista que no cumple su función. Cuando asistió a una representación de Siegfried en Moscú le pareció «insoportable y absurda» y la música «hábil pero vacia».

Sin caer en fáciles determinismos, casi resulta inevitable reconocer que Tolstoi y Tchaikovsky no estaban llamados a comprenderse. La relación directa no volvió a reanudarse nunca más, pero ninguno de los dos perdió interés por lo que hacia el otro. El 8 de noviembre de 1878 Tolstoi escribe a Turgueniev y reconoce que le «interesa muchísimo» Eugene Onegin, cuya partitura vocal se acababa de editar, y no había tenido oportunidad de conocerla todavía. TUrgueniev le contestó criticando el libreto y alabando calurosamente el lirismo de la música. El propio Tolstoi opinó en su momento que la ópera era «desigual pero verdadera». Por su parte, el compositor siempre leyó con pasión los sucesivos escritos de León Nikolaevich. Tchaikovsky anota en su diario el 12 de agosto de 1886 estas frases que resumen su veneración por el autor de Resurrección: «Leí LA muerte de Ivan llich. Ahora, más que nunca, estoy persuadido de que León Tolstoi es el escritor-pintor más grande que existe y ha existido en el mundo. Basta con un hombre como él para que los rusos no tengan que bajar la cabeza cuando se habla delante de ellos de todo lo grande que ha producido Europa. En mi convicción de la importancia enorme, casi divina de Tolstoi, el patriotismo no influye para nada».

 

Ensayo de Enrique Martínez Miura
 

Publicado, originalmente, en: Scherzo revista de información y de investigación musical Año IV nº 37 pág. 72 setiembre de 1989

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