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Escribir novela negra
Manu de Ordoñana
serescritor.com@gmail.com

 

Estas tres palabras contenidas en el título del libro desvelan su interior. Se dan consejos sobre la escritura de la novela en general y sobre la novela negra, en particular. Se analizan varias novelas para mostrar todos los recursos que ayudarán al futuro novelista. El autor del mismo es el fecundo escritor británico H.R.F. Keating (1926-2011). Es quien, tras crear un gran número de clásicas novelas de detectives, publicó varios ensayos relacionados. Además fue presidente de la Crime Writers’ Association entre 1970 y 1971 y presidente del Detection Club entre 1985 y 2000.

Keating insiste en que una novela negra tiene como finalidad el entretenimiento y como tema principal el asesinato en todas sus variantes. Es además una ficción que antepone siempre el lector al escritor; hay un pacto invisible con él, un pacto con el que se trata de no engañarle, de jugar limpio. En ese pacto está el que dentro de los posibles sospechosos se esconda el asesino. Este tipo de novelas resultan atrayentes porque tanto el crimen como el mal existen. El mal es lo que más fascina al ser humano, se manifiesta en nuestra propia naturaleza o surge en las relaciones entre los seres humanos.

Nunca hay que olvidar que la novela negra es ante todo una historia. Por esto convendría encontrar un argumento que surja de algo sobre lo que realmente se quisiera escribir: un tipo determinado de persona, una situación conocida… Resalta que una buena novela detectivesca surgirá cuando el rompecabezas se solucione y a su vez revele lo que la novela debía comunicar.

Valor económico del idioma

Categoría (General, Las lenguas) por Manu de Ordoñana el 22-06-2014

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La lengua es la herramienta que utilizaban los seres humanos para conocer la realidad, hasta que alguien descubrió su enorme valor como instrumento de dominación. Se convirtió así en firma aliada de los imperios, para perpetuar la autoridad de la metrópoli, cuando, tras la conquista, las armas perdían su poder disuasorio. En nuestros días, la situación no ha cambiado mucho, aunque timbales y clarines se hayan acallado para invocar su valor económico.

Las hazañas bélicas del pasado valieron para que el castellano sea hoy la segunda lengua más hablada del mundo como lengua nativa, tras el chino mandarín —aunque nadie discute la supremacía del inglés como medio de comunicación internacional—, con 450 millones de usuarios (casi 500, si se incluyen las personas que lo han aprendido como lengua extranjera), y una capacidad de compra equivale al 9 por 100 del PIB mundial. Es también la segunda lengua de comunicación en Internet.

Estos datos imponen una reflexión sobre la naturaleza económica de la lengua, más allá de su condición de bien intangible de dominio público, ya que representa uno de los activos más importantes que tienen los países que lo practican para generar riqueza y ocupar a la población con salarios mejor retribuidos. Así lo ha entendido Fundación Telefónica que, desde el año 2006, está patrocinando un amplio estudio bajo el rótulo general “Valor económico del español: una empresa multinacional”.

Su lectura prueba que la influencia del castellano está en alza. Se estima que, en 2030, el 7,5% de la población mundial será hispanohablante (un total de 535 millones de personas), porcentaje que destaca por encima del ruso (2,2%), del francés (1,4%) y del alemán (1,2%). Para entonces, solo el chino superará al español como grupo parlante de dominio nativo. Si no cambia la tendencia, dentro de tres o cuatro generaciones, el 10% de la población mundial se entenderá en español, dado que el crecimiento demográfico en el ámbito hispano es más alto que en el chino o en el inglés.

En Estados Unidos, vive la segunda comunidad hispana más grande del mundo —después de México— y se espera que, en 2050, sea la primera, con 132 millones de miembros, casi un tercio de la población norteamericana, de los cuales, más de un 70% utiliza el castellano en sus hogares. Es además el grupo inmigrante que más mantiene el dominio de su lengua a través de las sucesivas generaciones y el que congrega más hablantes adoptivos.

Compartir lengua multiplica por cuatro los intercambios comerciales y por siete las inversiones provenientes del exterior. Eso explica el valor que el idioma español tiene para los que buscan trabajo. En Estados Unidos, el “premio salarial” por su conocimiento puede llegar hasta un diez por ciento. Las empresas ya saben lo que hacen: se estima que esa capacidad de compra de los hispanos alcanzará niveles del 12 al 13% del PIB mundial, en un futuro no muy lejano, debido a las perspectivas de crecimiento económico que se prevén en el continente americano.

El español es la segunda lengua más utilizada en las redes sociales (Facebook y Twitter) y la tercera lengua en la web por número de usuarios. De los casi 2.100 millones de internautas que hay en todo el mundo, el 7,8% se comunica en español, detrás del inglés y del chino, pero con un potencial de crecimiento mucho más alto. El uso del español en la red se ha multiplicado por ocho en el periodo 2000-2011, mientras que el inglés lo ha hecho sólo por tres, debido a la incorporación de usuarios latinoamericanos, aunque el nivel de penetración es todavía bajo, comparado con la media europea, por lo cual es posible que ese porcentaje del 7,8% se acerque al 10% en unos pocos años.

Los diez idiomas más usados en Internet

Sin embargo, la autoridad del español no se corresponde con su nivel de difusión. Siendo una de las lenguas oficiales de la ONU, es sólo la tercera en uso y no es idioma de trabajo de su secretaría. En Europa, su importancia declina, ya que tan sólo es la quinta más hablada en la Unión Europea —junto con el polaco—, tras el alemán, el inglés, el italiano y el francés. Ni siquiera es lengua oficial en la Corte Internacional de Justicia, con sede en La Haya, cuyo estatuto dispone que sean el francés y el inglés sus idiomas oficiales, lo que pudo tener su justificación en el momento de su fundación, pero no setenta años después.

Hasta hace poco tiempo, el ICANN no admitía el registro de dominios con la letra “ñ”. Ahora ya es posible, pero poco útil, ya que los ordenadores del universo no hispano carecen de esa letra en sus teclados, con lo cual el acceso es más complicado (Alt + 165). Los desvelos de la Real Academia de la Lengua no consiguieron evitar que, por razones económicas, la Unión Europea aprobara en 1991 los teclados sin “ñ”, un símbolo de identidad de la cultura hispánica en el mundo, a pesar de ser un sonido usado por numerosas lenguas, aunque con grafías de dos letras (“gn” en francés e italiano, “nh” en portugués, “nj” en neerlandés, croata, serbio, finés y albanés, entre otras). Es que la marca “España” está algo devaluada, por encima de los Pirineos.

Este discurso laudatorio tiene una sola objeción, pero muy importante: el poco respeto que tiene el español en el mundo. Porque ésa es la cualidad que hay que mejorar, la reputación del idioma, no para competir con el inglés —la  lengua franca del mundo globalizado—, sino para consolidarlo como la segunda realidad lingüística —dejando aparte  al chino, por su singularidad nacional—, por delante del francés, que todavía hoy goza de un prestigio residual de pasados esplendores como lengua diplomática.

Para ello, sería necesario que los gobiernos afectados adquirieran conciencia de los beneficios que la lengua puede aportar a la economía de sus países. Se estima que el español genera el 15% del PIB y ocupa de forma directa o indirecta al 16% de la población activa en España. A poco que se realicen actuaciones pertinentes para reconducir la opinión pública hacia su reconocimiento como bien cultural de garantía internacional, su peso en la economía tenderá a crecer, paliando así los efectos de una crisis que todavía durará unos cuantos años. Argumentos que reforzarían las ventajas que proporciona la demografía los hay a montones, desde la calidad de la literatura escrita en castellano, hasta su ubicación geográfica en un continente llamado a ser el contrapeso del gigante que emerge al otro lado del Pacífico.

Pero hay más cosas que se pueden hacer. Una de ellas es la ortografía. Si ya en 1997, Gabriel García Márquez proponía jubilar la ortografía en el discurso inaugural del I Congreso de la Lengua Castellana (Zacatecas, México), el año pasado, el escritor colombiano, Fernando Vallejo, se dirige a las academias de la lengua para que el español deje de ser un idioma “estúpido” y no siga cediéndole espacios al inglés por no adoptar un sistema ortográfico basado en la fonética y no en la etimología.

Su propuesta consiste en asignar un sonido a cada letra y viceversa, mediante una relación biunívoca indestructible, una fórmula que ya adoptó en la antigüedad la lengua fenicia y todas las que vinieron detrás. A este alfabeto le sobran ocho consonantes, las tildes y la diéresis, para convertirlo en un instrumento acorde a los requisitos de Internet y facilitar la lectura y su aprendizaje. De esta forma, su manejo sería más simple que el inglés, lo que permitiría ganar usuarios y consolidar con holgura la segunda posición internacional.

¿Y la otra…? En la última etapa de mi vida profesional, tuve la suerte de frecuentar ese hermoso país que es Brasil y, más concretamente, el estado de Rio Grande do Sul y su capital Porto Alegre. Allí se habla un dialecto derivado del castellano y el portugués que ellos denominan “portuñol”, surgido de forma espontánea —luego he constatado que también existe algo parecido en la frontera hispano—portuguesa de Extremadura— y muy fácil de entender. Lo utilizan habitualmente unos veinte millones de habitantes que viven en los cuatro países ribereños (Argentina, Uruguay y Paraguay, además de Brasil) del río Uruguay, como han podido comprobar los miles de hispanoparlantes que se han desplazado a Brasil para seguir el Campeonato del Mundo de Fútbol que se celebra en este momento.

Pues bien, se trataría de crear una lengua única que sustituyera a las dos originarias con los numerosos elementos comunes que poseen y los más calificados entre los discordantes, incorporando los bellos sonidos de la lengua lusa a los más rudos del castellano y las muchas voces propias con lustre de las lenguas autóctonas radicadas en sus territorios —tanto en la Península, como en el continente americano— para construir el idioma más rico del mundo en cuanto a raíces y vocablos, adaptado a la era digital y consumido por 750 millones de ciudadanos. Ambas son lenguas próximas y también lo son sus culturas. Creo que el proyecto no es un dislate.

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Desde que la historia detectivesca alcanzó su cénit entre 1920 y 1940, se han ido introduciendo continuos cambios y tendencias. Se intenta clasificar, puntualizar los distintos tipos pero si la distinción teórica es clara, en la práctica la línea divisoria se encuentra muchas veces borrosa. Aún así se mencionan algunas variantes.

Surgió la llamada “historia invertida” que comienza cuando al asesino se le ve cometiendo el crimen y, al final, es descubierto pese a la aparente perfección de su método. Luego el howdunit o cómo-lo-hizo, donde se sabe quién es e interesa demostrar cómo ha podido cometer semejante crimen. El whydunit, por-qué-lo-hizo, donde importa  por qué esa persona es capaz de llevar a cabo el asesinato.

Más adelante y en oposición a la primigenia historia detectivesca apareció la novela detectivesca, que es la que tiene un tema, la que trata de algo. Cuanto más interesante sea el asesinado, mejor puede ser el libro; la víctima debería ejemplificar, de algún modo, el tema principal. “Personalmente, con esta denominación, me refiero a una obra en la que el factor rompecabezas se reduce, los personajes son mucho más vívidos y reales que los que se necesitaban para la historia detectivesca y sus características y comportamientos son tratados con mucho más peso. Después aparecerá la novela criminal, es decir, la novela detectivesca desarrollada que otorga todavía un mayor énfasis a los personajes, y, sobre todo, y especialmente, a su medio, a todo aquello que los rodea. Pese a seguir manteniendo el crimen como uno de sus elementos esenciales y estando también concebidas como entretenimiento, este tipo de novelas no considerarán el elemento rompecabezas como un factor principal.

Es más fácil reconocerla que definirla. Se trata de la novela de suspense. Aunque se asemeja bastante al thriller, éste está pensado para estremecer; frente a aquella donde predomina la noción de suspense a lo largo de toda la novela. Las novelas de Patricia Highsmith contienen un estilo diferente de suspense, puesto que toma casos extremos. Ella misma reconoce que lo que enciende su imaginación es siempre toda esa gente que es capaz de traspasar los límites. Y es que ella ha elogiado a los criminales, a quienes considera “gente activa, de espíritu libre y que no se arrodilla ante nadie.”

Existe también la novela de fondo histórico. Aquí tendrán relación el lugar, la comunidad o el modo de vida particular donde se va a producir un determinado crimen. El autor de este libro tuvo dificultad a la hora de vender sus primeras novelas criminales a las editoriales puesto que las calificaban de “demasiado británicas”. Por eso, alejó la historia de su entorno, la alejó tanto que decidió situarla en la India, a pesar de que él nunca había estado allí. “La India es un lugar en el que las cosas no llegan a ser nunca perfectas. No poder ser perfecto junto con intentar ser lo más perfecto posible era uno de los grandes problemas del ser humano que también encendía mi imaginación.” Así apareció en 1964 The Perfect Murder, su primer libro publicado en América y con el que logró entrar a ese mercado.

Si se echa la vista atrás, hay que mencionar a Edgar Allan Poe, quien fue el iniciador de todo el género detectivesco. Con sus historias aportó muchas de las características esenciales del género. Creó la figura del ayudante (de Watson por ejemplo de Sherlock Holmes), que en realidad no es algo imprescindible. Pero sí que lo son muchos otros elementos como los que menciona P.D. James al describir la historia detectivesca como un relato en el que siempre hay una misteriosa muerte; también un círculo cerrado de sospechosos, quienes deben tener una razón creíble para cometer el asesinato y un detective que será el personaje central que resolverá el misterio mediante una lógica deductiva.

En cuanto al detective, la figura del detective se ha convertido en el gran detective gracias a personajes como Miss Marple de Agatha Christie, Auguste Dupin de Poe, Sherlock Holmes creado por Conan Doyle… Todos ellos se caracterizan por ser investigadores dotados de poderes que van más allá de los de cualquier otro mortal. Intentan conocer hasta el más mínimo detalle de la vida de los sospechosos, se introducen en la mente de otras personas, unen lo intuitivo con lo racional… No se pueden dejar de lado estos monstruos a la hora de inventar esta figura y sobre todo es bueno tener presente que deberá ser él quien lo averigüe todo. El autor opina que el detective que se vaya a crear puede ser como su inspector Gothe, quien, aparentemente, está muy lejos de ser un héroe, pero cuya actuación sí que resulta creíble, que es lo que debe importar.  Añade que se debe tener mucho cuidado si se elige al tipo que no se parece en nada a uno mismo, porque costará reflejar sus intuiciones y pensamientos con naturalidad. Ágatha Christie en su Autobiografía cuenta cómo cuando estaba creando a Poirot, jugó con la idea de hacer de su detective casi un colegial. Lo veía atractivo, novedoso y pícaro. Pero astutamente se dio cuenta de que sería mucho más difícil ver a través de unas lentes juveniles que a través de unas de origen belga.

Hay que dedicarle tiempo al personaje principal, que sea diferente a los demás, por eso viene bien caracterizarlo con un rasgo marcado y definitorio. Incluso la primera vez que se describa, ese rasgo se puede exagerar para que quede su imagen fija en la mente del lector; así más adelante bastará con mencionarlo. Éste es un pequeño truco que Keating aprendió leyendo un voluminoso estudio sobre el gran Joseph Conrad.

El gran éxito de la compleja historia criminal acabó produciendo en California las potentes historias del investigador privado, el héroe desde cuyos ojos vemos la historia. Este personaje es una persona de acción, investiga personalmente. En realidad, es una vuelta a los caballeros andantes, de ahí que Chandler coja el nombre de Malory por el autor de La muerte de Arturo o Robert Parker llame a su héroe Spenser por el poeta de The Fairy Queen. Estas historias según, uno de sus mayores exponentes, Raymond Chandler “devolvieron de nuevo el asesinato a esa clase de gente que lo comete por alguna razón y no sólo para tener un cadáver”. El germen de este tipo de relatos está en las revistas baratas americanas de los años veinte o treinta (pulps). Posteriormente hay que decir que el género cruzó con éxito el Atlántico pese a ser americano en su origen.

Las pistas forman parte del juego que mantienen escritor y lector. Dorothy L. Sayers afirmó que cualquier tonto puede mentir, pero que el escritor de novelas detectivescas inteligente sabrá contar la verdad de tal manera que sean los mismos lectores quienes acaben engañándose a sí mismos. Según Keating la mejor manera de engañar a los lectores es poniéndoles delante la pista que les va a llevar a la solución, parecerá que esa pista está para todo excepto para que la vean. Mejor si la pista está frente al lector, expuesta de un modo arriesgado y audaz, desafiándolo a descubrirla. Y en estos casos, sobre todo, es cuando hay que cerciorarse de que un detalle nos puede dar mucho juego: el carácter del personaje. Puede reflejar el tema del libro, puede ser un elemento que adelante la acción de la historia… y sería fantástico si pudiera hacer todo esto a la vez.

En cualquier historia novelesca aparecerán dos elementos imprescindibles: por un lado, la trama, esto es, el asesinato y cómo ocurrió y, por otro, la historia, lo que tiene lugar de una forma concatenada. A la hora de contarla, entra en escena la forma. En este tipo de novelas la forma debe ser concreta y determinada. Se parte del asesinato, se va ampliando con la aparición de varios sospechosos y casi en el último momento se comprime y acaba de nuevo en el tema central, es decir, el asesinato. Este es un esquema principal que puede ampliarse añadiendo otro asesinato hacia el final. Un gran secreto de Keating es: “…si escribes, piensa a quién le estás hablando, y después cuéntale lo que quiere oír”.

En el momento de crear el asesinato, es necesario escribirlo paso a paso. Esto ayudará a la credibilidad de la obra, aunque se sepa que nunca aparecerá en la novela, puesto que el asesinato es lo que queda oculto y nunca se cuenta.

Por lo que respecta a los sospechosos, Keating hace hincapié en que el número de ellos no debiera ser muy alto. Cuatro sería una cifra de sospechosos suficiente. Y es que siempre hay que hacerle caso a Graham Greene: “Una historia no tiene espacio más que para un número limitado de personajes inventados”.

Una novela es acción y más este tipo de novelas. La acción son acontecimientos. Y la clave para escribir escenas de acción es limitar al máximo las descripciones. Sorprendentemente una sencilla descripción puede atrapar al lector, para esto hay que procurar exponer los hechos de forma detallada,  de modo creíble. Graham Greene dijo en uno de sus libros autobiográficos que “la emoción es algo sencillo. Debería ser descrita sin rodeos, sin envoltorios metafóricos, ya que éstos son reflejos de pensamientos que pasan por la mente de quien escribe. Pero la acción es cuando no hay tiempo para reflexionar.”

Los diálogos y la narración serán activos, vivaces, porque el detective privado siempre se está moviendo a la caza de la pista. Los interrogatorios no deben ser grises ni aburridos. De repente el interrogado debería decir algo inesperado, o callarse o mentir para así conservar viva la curiosidad del lector.

No se cansa de repetir el autor de este libro que hay que mantener al lector con nosotros, mantenerlo expectante y esto es una cuestión de ritmo. Y compara el ritmo a la conducción: “Igual que en un coche, existe una velocidad adecuada para cada tramo del camino, y no se puede ir demasiado rápido en sucesos importantes ni tampoco perder demasiado tiempo describiendo algo trivial”.

Ya se sabe que iniciar una novela no es algo baladí, y finalizarla menos. En este tipo de novelas muchos se precipitan y Keating confiesa que su mujer (la actriz Sheila Mitchel) se lo ha echado en cara tras leer varias de las suyas. Para que el lector acabe la historia a gusto, hay que redondear la obra de manera que pueda notar el final no sólo visualmente sino de un modo mucho más sentido y profundo. Insiste: “Deberíamos tratar de conseguir un efecto similar al de las últimas notas de una sinfonía; oyéndolas, aquel que las escucha sabe que ha llegado el final, que el trabajo está acabado”.

A la hora de ponerse a escribir, da el consejo de todos los demás autores, “escribe”. Y otro consejo también conocido por todos: es necesario tener en cuenta a los grandes novelistas del pasado, esos cuyas obras demuestran intensidad aún hoy. Opina que esa intensidad reside en las palabras. “Tenían el don de saber utilizar la palabra exacta, y no otra. Y esa aspiración es la que todos deberíamos tener en mente. Cada vez que usamos una palabra que no es la correcta generalmente no nos molestamos en eliminarla de esa vívida descripción que podemos haber escrito. Y hacerlo de forma repetida puede acabar ofuscando nuestra historia.” Reconoce que no es fácil conseguir esa palabra justa, pero para que nadie desista alude a que el mismo Simenon tenía que cambiarse de camisa tras una hora ante su máquina de escribir debido al sudor que generaba su esfuerzo.

Keating también reconoce que de Graham Greene aprendió a llevarse a la cama lo escrito ese día para leerlo. Así el subconsciente se prepara para el trabajo del día siguiente, aunque no está de más releer las últimas páginas antes de empezar.

Asimismo no olvida lo que el novelista indio R. K. Narayan pronunció en un programa de televisión. Dijo que cada vez dedicaba más tiempo a la corrección y revisión del texto “para poder hacer que valga la pena que se imprima”. Por esto, Keating afirma que al final, una vez escrita la novela, “hay que intentar acallar al creador para dejar salir al crítico”. Porque está convencido de que “es en los pequeños detalles donde radica la diferencia entre un libro que está bien y un libro que el lector no olvidará, o quizá entre un libro que rechace un editor y uno que esté deseando publicar”.

Manu de Ordoñana
serescritor.com@gmail.com

Publicado, originalmente, en "Ser escritor" http://serescritor.com/

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