Historia novelada o novela histórica: el general Bolívar en el laberinto de García Márquez

ensayo de Eusebio V. Llácer Llorca y Esther Enjuto Castellanos
Universitat de Valencia

En inglés, el término historia se desdobla en dos vocablos, history y story, que en castellano pueden identificarse como la historia y una historia, respectivamente. Gabriel García Márquez, periodista y novelista, asegura la originalidad de cada una de sus obras, historias en las que, partiendo de imágenes reales, ni una sola línea es inventada. Así sucede en El general en su laberinto, novela basada en hechos históricos que no hace sino convertir la historia en una historia. Con ella revive también, en cierta forma, el trabajo periodístico de su juventud, condenado por demasiado novelesco cuando escribió La hojarasca e Historia de un náufrago. A la inversa, en El general en su laberinto parece estar presente este espíritu periodístico, ya que bien puede analizarse como un reportaje actualizado del pasado.

La originalidad —como apunta Robert N. Pierce (1988)— supone en el autor colombiano un principio sagrado. No quiere repetirse a sí mismo, por lo que su estilo no es uniforme ni único: cada tema requiere el suyo, y la función del autor es hallarlo. Tampoco quiere repetir lo escrito por otros autores, por lo que, antes de ponerse a la obra, se informa sobre lo que ya ha sido dicho. Esta actitud informa el espíritu en el que fue escrito El general en su laberinto.

La historia es correcta en su originalidad, no apartándose del camino de la veracidad salvo en momentos en los que el novelista se permite algunas digresiones perfectamente lícitas a su profesión y expande los hechos, los completa desde su visión subjetiva y personal, sin que los historiadores ni los críticos puedan rebatirlo, ya que son conjeturas apoyadas en datos históricos. En este libro, el objetivo de crear una imagen más auténtica del Libertador es también una originalidad que responde al proceso de creación de una identidad propia, para y entre los hispanoamericanos.

García Márquez es consciente de su popularidad y ascendiente sobre su gente, lo cual va a utilizar para reivindicar a Bolívar, un héroe americano que actuó en nombre de América, “nuestra nación” (Uslar Pietri 1983:6). Para él, la guerra de la independencia era un conflicto entre América y España, no entre hermanos de una misma entidad cultural, social y, si lograba su objetivo, política. Así lo pone de manifiesto en el decreto de Trujillo de 1813: “Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables” (Lynch 6).

Hoy en día el mismo reto sigue en pie, y García Márquez lo acepta: debe crearse una conciencia cultural y continental propia entre los hispanoamericanos. Ya Vallejo y Neruda lograron que los americanos se leyeran a sí mismos. Ahora, con la polémica suscitada por El general en su laberinto Márquez logra avivar la discusión sobre un tema típicamente americano. Desde la publicación de la obra en marzo de 1989, los debates, críticas y escándalos han proliferado por todo el mundo hispánico: Larry Rohter (1989) recoge en su artículo la opinión de Belisario Betancur, que afirma haber sentido una “inmensa desolación” al terminar el libro, o la de Fidel Castro, que da la bienvenida a una imagen “pagana” del Libertador. Contra los muchos que han criticado las contradicciones y anacronismos de la novela, Manuel Vicente Magallanes, presidente de la Sociedad Boiivariana de Venezuela, llama la atención sobre la identidad novelesca del libro, que, por eso mismo, ni se sujeta ni debe sujetarse a las esclavitudes de la historiografía.

Márquez, a su vez, si bien piensa corregir las inexactitudes que tan presto le han puesto de manifiesto muchos lectores hipercríticos, se siente, más que resentido, satisfecho, y declara a Susana Cato: “If studying History became fashionable, we would be saved. We need to discoverourselves”(Cato 1989:60).

Aunque la primera idea fue la de escribir un relato puramente ficticio, según el autor declara en una reciente entrevista (García Márquez 1982), pronto se daría cuenta de que, para dotarlo de verosimilitud, debería antes conocer la verdadera personalidad del general. Decidida la investigación, Márquez se propondría ser fiel a la realidad, afirmando: “I committed myself not to fool my readers” (Cato 1989:60). Más de cien biografías de Bolívar, tres mil cartas —las únicas que se han conservado de las diez mil que el general escribió—, varios borradores de la novela corregidos por historiadores a lo largo de tres años de estudio e investigación constituyen la materia prima con la que el Nobel colombiano reconstruye los últimos días del héroe americano.

Después de largas lecturas, el autor concluye que los documentos más fiables no son los miles de artículos y libros escritos sobre el tema, sino las cartas que de su puño y letra el general escribió. Y, a partir de lo que la mayoría de las biografías resumen en dos líneas —que vienen a decir "al final de un penoso viaje por el río Magdalena, murió en Santa Marta, solo, pobre y olvidado”—, Márquez reinventa los últimos días del Libertador. Como muy bien subraya Kathleen McNemey (1989), el autor acomete la tarea con un espíritu reivindicativo, reaccionando contra los cuentos que aún muestran en las escuelas hispanoamericanas a un Bolívar sobrenatural, un providencial salvador despojado de atributos terrenales.

Como mito, sus retratos más tardíos borran cualquier vestigio africano que pudiera aparecer en los más tempranos. El novelista colombiano se rebela contra esta tergiversación, cuyos orígenes considera puramente racistas, y reivindica al Bolívar caribeño, de piel oscura, cabello negro ensortijado y temperamento fuerte y controvertido. La historia lo transformó, reconstruyendo su personalidad a partir de un rasgo predominante que anula otros contradictorios, tan poco apropiados en la descripción de un mito.

No está de acuerdo García Márquez, que siente más real y coherente la imagen proyectada por las tres mil cartas conservadas: la de un ser cuyas contradicciones y dudas, a excepción del sueño tenaz de la unidad panamericana, no disminuyen ni su valor histórico ni su carácter de héroe popular. En una entrevista, el autor llega a calificar este libro como una venganza contra los creadores de mitos. En realidad, Márquez no hace sino reescribir lo que ya muchos historiadores han negado a la historia mitificadora de las escuelas. Con ello, cumple un propósito establecido de antemano y, seguro de sí mismo, declara, “This is the only one of my books about which I am absolutely calm” (Rohter 1989: 13).

La imagen de Bolívar flotando inerte en un baño de agua tibia va a repetirse periódicamente a lo largo de todo el libro. Efectivamente, el general tenía la costumbre de tomar estos baños, como pone de manifiesto Manuela Sáenz en una carta dirigida a Daniel F. O’Leary: "Cuando entró, estaba en baño tibio” (O’Leary 1920:417). Márquez utiliza este dato para presentar una imagen en la que se mezcla el misticismo y la indefensión: “El estado de éxtasis en que yacía a la deriva parecía de alguien que ya no era de este mundo” (García Márquez 1989: 11). Con una sola frase, el autor sitúa al lector en posición de ver a Bolívar desde su punto de vista: un hombre de cualidades excepcionales, auténtico en su desnudez, casi divino que, sin embargo, yace a la deriva, indefenso en su grandeza, perdido el control de la situación revolucionaria.

A partir de esta imagen, real, el autor utiliza no su fantasía, sino su imaginación para recrear de forma verosímil la increíble historia de un hombre excepcional; para reivindicar, ante todo, las contradicciones que, en efecto, caracterizaron la personalidad del héroe americano. Márquez remite siempre a lo que el denomina “realidad imposible" de su continente que produce los hechos más inimaginables para la mentalidad occidental europea, que permite que hombres como Orellana recorran el Amazonas en busca de El Dorado, o Cabeza de Vaca el sur de Estados Unidos y norte de México en pos de la fuente de la eterna juventud. En el mismo espíritu identifica la personalidad del Libertador, un hombre que, con un físico descrito como “a fine body, elegant and finely tempered, like a Toledo blade" (Caldera 1981:48), recorrió seis millones de kilómetros cuadrados en quince años de guerras en los que siempre manteniéndose al mando, logró la independencia de seis países.

Estas paradojas constantes que la novela de García Márquez pone de manifiesto -un día decide empezara redactar sus memorias, y al siguiente las arrincona, o determina no volver a escribir más cartas— son cualidades extraídas de los papeles escritos de su puño y letra. El ideal es el principio rector tanto en la vida como en la muerte del general de García Márquez. Así, un hombre educado en las mejores escuelas de Caracas y que viajó por Europa, amante de los vinos y de la lengua francesa, gran bailarín y galante caballero, no es sin embargo el típico burgués criollo, pues prefiere dormir en su hamaca y sustenta principios políticos opuestos a sus intereses: Bolívar, uno de los hacendados mas prósperos de su tierra, lucha por el abolicionismo y la igualdad, comprendidos en el ideal de libertad, "the only object worth the sacrifice of a man´s life (Lynch 1983:6).

En aras del objetivo unitario se contradice también como soldado: magnánimo con Páez, en lo que Joaquín Posada Gutiérrez considera un gravísimo error político, no duda en ajusticiar al general Piar. Este último general dotado de sobresalientes cualidades militares, tenía gran ascendiente sobre la población mulata -él mismo era un "pardo"- y junto a Padilla y Mariño, se mostró reticente a la autoridad de Bolívar que, en juicio sumario, lo lo declaro "culpable de deserción, insurrección y traición" (García Márquez 1989:233) John Lynch ratifica la sentencia transcripta por Márquez, matizando las acusaciones: "for proclaiming the odious principles of race war and for encouraging anarchy" (Lynch 1983:7) 

En El General en su laberinto Bolívar vive estos episodios como un recuerdo aterrador y amargo que lo hace abandonar a toda prisa la villa de Soledad, en la que se encontraba en el décimo tercer aniversario de la ejecución. Pero la inspiración que dictó tan cruel sentencia fue el afán ejemplificador contra la disgregación, el miedo visceral a lo que intuía el gran peligro de la independencia, y que lo acompañó hasta sus últimos momentos. En El general en su laberinto aparece este sentimiento: “En aquél, su último viaje, el sueño estaba ya liquidado, pero sobrevivía resumido en una sola frase que él repetía sin cansancio: “Nuestros enemigos tendrán todas las ventajas mientras no unifiquemos el gobierno de América,,, (García Márquez 1989: 105). Es tan fuerte para Márquez la certeza y persistencia de este principio en Bolívar que le hace repetir la sentencia con la afirmación tajante: “Volvería a hacerlo" (García Márquez 1989:234).

El lenguaje empleado por Bolívar en la novela ha sido objeto de numerosas y airadas críticas. Rohter, experto en Bolívar, prefiere “remain with the majestic image I have of Bolívar than to accept this foul-mouthed" (Rohter 1989:17). Evidentemente, los términos con los que el general se expresa en ciertas ocasiones en la novela son rudos y agrios, soeces incluso: “Parece que a los muy maricones se les enfrió la pajarita" (García Márquez 1989:62), exclama en la noche del atentado del 25 de septiembre; en otra ocasión llama “coño de madre” (García Márquez 1989: 104) a un viajero que recoge su comitiva en el Magdalena. Más adelante, concluye un breve discurso ante el coronel Santa María con un tajante “¡lo demás son pingadas!” (García Márquez 1989: 207). Como último ejemplo, lo encontramos anotando de su puño y letra en una carta recientemente dictada a su amanuense: “Como usted se dará cuenta, Martell está hoy más imbécil que nunca” (García Márquez 1989:229).

.Este lenguaje parece estar, a primera vista, en clara disonancia con un hombre que recibió la más selecta educación y, como ya se ha apuntado, fue consumado bailarín y exquisito gourmet. Por otra parte, su calidad de ávido lector lo define como un personaje culto e ilustrado, devoto de la razón y el orden. Sin embargo, en una muestra más de las contradicciones de su personalidad, nada más lejos del carácter del Libertador que la mesura y el método. Márquez recoge la anécdota de la sorpresa del librero limeño cuando descubrió en un catálogo de los libros del general “desde filósofos griegos hasta un tratado de quiromancia [...] lecturas pasionales que lo marcaron por el resto de su vida” (García Márquez 1989: 101).

Hobbes, Locke, Montesquieu, Voltaire o Rousseau quedaron grabados para siempre, pero no modificaron una inclinación natural al habla del Caribe, que prefiere al castellano típico de los españoles. Bolívar, un venezolano caribeño, americano por encima de todo, que dedicó su vida a la creación y reconocimiento de una nación americana independiente de España, no podía ceder su identidad en algo tan personal como el lenguaje. Márquez así lo entiende, y resalta, con tonos de orgullo, las expresiones del general "en caribe puro" (García Márquez 1989:207) que. por otra parte, el autor asegura no haber inventado: transcribe el habla que encontró en los cientos de documentos consultados durante su investigación.

Otro de los temas tratados por Márquez en su libro es la menguada fortuna del Libertador al final de sus días. En una muestra más de los constantes contrastes que rodearon la personalidad y la vida del Libertador, en las primeras páginas hay una poética contraposición entre la “alcoba de paredes áridas” y “el estuche de terciopelo rojo con los instrumentos de afeitarse, todos de metal dorado” (García Márquez 1989:13). Hombre educado en el refinamiento, dilapidó su fortuna en las guerras de la independencia. Una de las mayores de la zona, en 1810 ascendía a 200 000 pesos y en mayo de 1830 apenas alcanzaba los 17 000. Su generosidad personal encuentra eco en la novela de Márquez, en la que se lee:

La mayoría de sus tierras las repartió entre los numerosos esclavos que liberó desde antes que fuera abolida la esclavitud... se levantó de su hamaca en que estaba durmiendo y se la regaló a un baquiano para que sudara la fiebre [...] los caballos que tanto amaba se los iba dejando a los amigos que encontraba a su paso (García Márquez 1989: 195).

Manuela Sáenz describe conmovida la generosidad del Libertador, y el coronel Posada Gutiérrez lo considera un hombre magnánimo, que atribuye, por otra parte, las dádivas excesivas de sus últimos días a la obsesión por mantener su gloria en la posteridad, viendo su ideal definitivamente desmoronado. Este desengaño es la causa de la enfermedad mortal del Libertador, una enfermedad cruel que le robó la vida poco a poco, dolorosamente.

Los estragos que la tuberculosis causó en el físico del general, descritos en las biografías y memorias, han sido certeramente recogidos por Márquez. Todo empezó en el Congreso de Panamá en 1826, tras el cual se lamenta de que, a pesar de haber liberado el continente, “nadie es más feliz” (García Márquez 1989: 37). Posada Gutiérrez lo describe a su llegada a Bogotá el 15 de enero de 1830:

pálido, extenuado; sus ojos tan brillantes y expresivos en sus bellos días, ya apagados; su voz honda, apenas perceptible, los perfiles de su rostro, todo en fin, anunciaba en él [...] la próxima disolución del cuerpo y el cercano principio de la vida inmortal (Posada Gutiérrez 1920:61).

García Márquez a su vez lo ve con “costillar de perro y piernas raquíticas” (García Márquez 1989: 81) y añade: “la gloria se le había salido del cuerpo (García Márquez 1989:23); pero ese cuerpo derrengado tenía aún el aliento, el ansia de vida, y a alguien que trató de ayudarlo “le sorprendió la tensión de la energía que circulaba debajo de la piel, como un torrente secreto sin ninguna relación con la indigencia del cuerpo” (García Márquez 1989:44). En este sentido resalta O’Leary la increíble resistencia física del general, y relata cómo “after a days march. enough to exhaust the most robust man, I have seen him work five or six hours, or dance as well” (Lynch 1983:7).

En general, Márquez no enfatiza los estragos de la apatía producida por el mortal desengaño que se deduce tras la lectura de las memorias de Urdaneta, O’Leary y Posada Gutiérrez. En la novela, Bolívar sentencia enérgicamente: “Estamos tan fregados que nuestro mejor gobierno es el peor” (García Márquez 1989: 149) y, en un arrebato, exclama “¡Qué cara nos ha costado esta mierda de independencia!” (García Márquez 1989:176). Incluso liega a decir, casi sin creérselo él mismo: “Cómo será, que en estos días estoy deplorando hasta la insurrección que hicimos contra los españoles” (García Márquez 1989:150).

En El general en su laberinto la agom'a del cuerpo es una agonía del alma atormentada; repite obsesivamente que nadie entendió nada y con un cuerpo putrefacto que “ardía en la hoguera de la calentura, y soltaba unas ventosidades pedregosas y fétidas” (García Márquez 1989: 18), Bolívar sentencia lacónico: “Ya no soy yo” (García Márquez 1989: 52). Posada Gutiérrez ratifica esta visión cuando afirma que el general sufre “más por los dolores del alma [...] reducido a la inanición moral y física” (Posada Gutiérrez 1920:173) y, en definitiva, asegura que “había dejado de ser el que era” (ibid.: 53). Márquez, sin embargo, no cede en la convicción de que el general se mantuvo firme hasta el final en el propósito que guió su vida:

Ya sé que se burlan de mí porque en una misma carta, en un mismo día, a una misma persona le digo una cosa y la contraria, que si aprobé el proyecto de monarquía, que si no lo aprobé, o que si en otra parte estoy de acuerdo con las dos cosas al mismo tiempo [...] Pues bien: todo eso es cierto, pero circunstancial... porque todo lo he hecho con la sola mira de que este continente sea un país independiente y único, y en eso no he tenido ni una contradicción ni una sola duda (García Márquez 1989:206-207).

La relación con muchos de los personajes históricos que aparecen en la novela ha constituido otro de los aspectos más polémicos del libro.

Con los más controvertidos históricamente Márquez se muestra cauteloso, esforzándose por atribuir defectos y virtudes equitativamente. Rafael Urdaneta aparece en términos bastante grises, provocados por las constantes alusiones a su resentimiento. Algunas historias acusan a este general de promover conjuras contra el Libertador y de aliarse con los liberales que, en apoyo de Santander, presentaron la mayor oposición y enemistad a Bolívar en sus últimos meses. Posada Gutiérrez lo desmiente, y Márquez ni siquiera nombra estos hechos. Sí, en cambio, hace referencia al enfriamiento de lo que fuera un amistad proverbial entre ambos generales.

En la novela la razón principal de esta enemistad es un discurso de Bolívar pronunciado en el Parlamento, en el que declaraba a Sucre “el más digno de los generales”. Según el autor de El general en su laberinto fue ésta la razón del rencor y la inquina de Urdaneta, mientras que en las memorias de Posada Gutiérrez se asegura que esta frase, que el Libertador, en efecto, pronunció, fue atribuida por Urdaneta a un lapsus linguae y no constituyó mayor problema. Por otra parte, el mismo Posada Gutiérrez juzga una razón de peso la actuación de Bolívar tras la conjura del 25 de septiembre de 1828.

El tema de la conjura conduce al de la controvertida relación entre el Libertador y el compatriota de García Márquez, el general Santander, acusado como uno de sus principales instigadores. El novelista lo juzga en relación a Bolívar, dato que no puede perderse de vista a la hora de sopesar las opiniones y juicios de valor esparcidos a lo largo de toda la novela. Según el autor colombiano dedujo de sus lecturas sobre el tema, Santander, a quien el Libertador se refiere con el pseudónimo de “Casandro”, es una asignatura pendiente en su carrera política y personal. Cuando habla la voz narrativa, se contrasta en forzado equilibrio la crueldad militar con las cualidades civiles del general antioqueño. Pero en boca de Bolívar sólo aparece una y mil veces el rencor y la rivalidad, cuya causa atribuye al hecho de que “Santander no pudo nunca asimilar la idea de que este continente fuera un solo país [...] la unidad de América le quedaba grande” (García Márquez 1989: 125).

Por lo demás, Márquez lo describe como parsimonioso en sus decisiones, y perfectamente consciente de su papel histórico: “Se veía a simple vista que las escribía [las cartas] con la conciencia de que su destinatario final era la historia” (García Márquez 1989:228). También lo describe como sensato y valiente, aun probada su participación protagonista en el 25 de septiembre, sobre la cual dicen que juzgaron la sentencia de muerte pronunciada por Urdaneta —en cuyas memorias no se refiere este hecho— como “más que merecida, no tanto por la culpa de Santander en el atentado, como por el cinismo de ser el primero que apareció en la plaza mayor para darle un abrazo de congratulación al presidente” (García Márquez 1989:63). Bolívar anulará esta sentencia, y explicará su conducta en una carta dirigida a O’Leary: “Es menester juzgarle más bien con clemencia que con rigor por causa de ser mi enemigo” (O’Leary 1920:432).

En sus memorias, O’Leary afirma airado que “todo debía esperarse del general Santander” (O’Leary 1920: 507) y cuenta cómo en el juicio negó en principio las acusaciones, para terminar confesando su decisión de, tras entrevistarse con los conjurados, abandonar el país durante los acontecimientos, para volver después del golpe a ofrecer sus servicios como presidente de la República. Santander, a su vez, lamenta desde el exilio las calumnias de que había sido objeto por parte de los liberales: “¿Por qué atribuir a todos mis actos perversidad de corazón y fines siniestros? Esta es ligereza, injusticia y ociosidad” (Posada Gutiérrez 1920:100). Posada Gutiérrez reivindica a Santander, a la vez que a Bolívar, con el siguiente párrafo:

A Bolívar se le acusa injustamente de tener una ambición que ha sido la de muchos grandes hombres; a Santander, con igual injusticia, de latrocinios nacionales, tramas criminales, perversidad de corazón. ¿Cuál de los dos quedaba más afrentado? (Posada Gutiérrez 1920:100).

En relación a la apreciación que de los Estados Unidos se hace en la novela cabe destacar también el punto de vista muy personal del novelista. Mientras Bolívar demostró siempre gran admiración por ellos, y llegó a denominarlos “tierra de la libertad”, en El general en su laberinto asegura que “el golpe mortal contra la integración fue invitar a los Estados Unidos al Congreso de Panamá [...] Era como invitar al gato a la fiesta de los ratones” (García Márquez 1989:194). En opinión más personal los define “omnipotentes y terribles, y con el cuento de la libertad terminarán por plagamos a todos de miserias” (García Márquez 1989:227). Los tonos quizá no sean los más apropiados, pero lo cierto es que O’Leary recoge un testimonio del Libertador en el que declara: “Mejor sería para la América adoptar el Corán que el gobierno de Estados Unidos, aunque es el mejor del mundo” (O’Leary 1920:577).

Un último aspecto de importancia es la visión profética de Bolívar, cualidad resaltada tanto por los historiadores como por Márquez. El Libertador no juzga la guerra de Independencia sino como un paso previo y necesario antes de alcanzar el verdadero objetivo: la gran nación americana, la Gran Colombia. Arturo Uslar Pietri (1983) resalta esta cualidad y la explica, convencidos de que Bolívar conocía la importancia de este paso en favor del equilibrio mundial. Esa Nueva América, lejos de ser una réplica del Viejo Mundo, se adelantaría en su modernidad y pujanza.

Así lo entiende Márquez, cuyo Bolívar exclama: “La Independencia era una simple cuestión de ganar la guerra [...] los grandes sacrificios vendrían después, para hacer de estos pueblos una sola patria” (García Márquez 1989: 106) y, en su agonía, se lamenta de aquellos que “sólo querían hacer la independencia, que era algo inmediato y concreto, y ¡vaya si lo han hecho bien!” (García Márquez 1989:225).

El lector encuentra varios puntos en común entre García Márquez y Simón Bolívar. No se trata solamente del sentimiento negativo que en ambos despierta la ciudad de Bogotá, o los recuerdos nostálgicos que sugiere el olor de la guayaba, al que Márquez dedica unos poéticos párrafos y también utiliza para titular uno de sus libros. Es más que eso, el sentimiento de soledad que acusan todos los dictadores y grandes hombres, presente también en los escritores; en este sentido define la profesión de los escritores en una entrevista sostenida con Plinio Apuleyo como “el oficio más solitario del mundo” (García Márquez 1982:40). Cree en la vocación como una manifestación del destino inapelable, y es este destino el sello que también marca la vida del Libertador.

Por último, aunque considera muy tópicos los ideales boli varíanos, el escritor colombiano cree en su vigencia actual. Algunos historiadores consideran que el fracaso de Bolívar radica en lo prematuro de su acción: era un adelantado a su tiempo, y, por eso, un incomprendido. Márquez, comprometido activamente en la política hispanoamericana, “embajador oficioso” de la paz en Centroamérica y las relaciones intercontinentales, dedica uno de sus libros a la figura controvertida de Bolívar, a la que, lejos de destruir como héroe, la ensalza en sus excepcionales valores humanos, envolviéndola en una nueva dimensión que resalta los rasgos sobresalientes de su autenticidad y su grandeza.

El general en su laberinto es esencialmente un relato histórico personalizado. Que el autor expone datos históricamente comprobables, es evidente. Que añade un punto de vista muy personal, también. Pero la ficción deja de parecerlo un tanto en cuanto García Márquez se involucra en su relato con una autenticidad y solidaridad con el personaje que desarma al lector en busca de una mera verosimilitud histórica. Seguro de haber conseguido su propósito, el autor ha declarado: “I am absolutely certain that this is the way Bolívar really was” (Rohter 1989: 17).

Bibliografía

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Cato, Susana, “News from García Márquez”, World Press Review, 36 (junio 1989), p. 60.

García Márquez, Gabriel, El olor de la guayaba, entrevista con Plinio Apuleyo Mendoza, Barcelona, Bruguera, 1982.

---, El general en su laberinto, Madrid, Mondadori, 1989.

Lynch, John, “Simón Bolívar and the Spanish American revolutions”, History Today, julio 1983, pp. 5-10.

McNemey, Kathleen, Understanding Gabriel García Márquez, Columbia, S.C., University of SC Press, 1989.

O’ Leary, Daniel F., Últimos días de la vida pública de Bolívar, Madrid, Editorial América, 1920.

Pierce, R.N., “Fact or fiction?: the developmental joumalism of Gabriel García Márquez”, Journal of Popular Culture, verano 1988, pp. 63-82.

Posada Gutiérrez, J., Últimos días de la Gran Colombia y del Libertador, Madrid, Editorial América, 1920.

Rohter, Larry, “García Márquez portrays Bolivar’s feet of clay”, The New York Times, 26 junio 1989, C13.

Urdaneta, Rafael, Memorias, Madrid, Editorial América, 1920.

Uslar Pietri, Arturo, “Bolívar the Liberator (1783-1830) Undimmed by time, a bright visión of a New World”, UNESCO Courier, febrero 1983, pp. 4-8.

 

Ensayo de Eusebio V. Llácer Llorca y Esther Enjuto Castellanos
Universitat de Valencia
Publicado, originalmente, en revista "Cuadernos Americanos" Nueva Época - Año XVI Vol. 3 mayo/junio 2002

Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)

Link de la publicación: http://www.cialc.unam.mx/ca/ne/NE-93.pdf

 

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