Poemas de la oficina:
La poesía burocrática de Mario Benedetti
Jaime Ibáñez Quintana
Universidad de Burgos (España) 
jibanez@ubu.es
 

1. INTRODUCCIÓN

Poemas de la oficina[1] (1953-1956) constituyó el primer gran éxito como escritor de Mario Benedetti, y el libro que le abrió camino en la literatura uruguaya[2]. Con él se iniciaría la siempre creciente popularidad de la obra de nuestro autor. Así lo reconocía el propio poeta en una entrevista concedida a Ernesto González Bermejo:

(...) El primer libro mío que llega a un sector considerable de público no es por cierto ni mi primero, ni mi segundo, ni mi tercer libro; es el octavo: Poemas de la oficina.

(...) Hasta ese momento publicaba ediciones de quinientos, de mil ejemplares, de las cuales me quedaba la mitad y de la otra mitad, parte regalaba a los amigos. Que era más o menos la situación no sólo de casi todos los escritores de mi generación sino también de los mayores. Hoy en día Poemas de la oficina sigue siendo uno de los libros más vendidos de mi producción.[3]

Estos poemas encuentran su inspiración en los Cuentos de la oficina (1925) del escritor argentino Roberto Mariani[4], integrante de la Escuela de Boedo, grupo que destacó por su marcada preocupación social.

Los Poemas de la oficina rompieron con el canon de la poesía uruguaya, al cultivar unos motivos considerados hasta entonces como no poéticos, apostando por las “menudas anécdotas, hechos triviales, desgracias de poca monta (...) desechos de la literatura «prestigiosa»”[5]. El propio autor explicaba:

A partir de la vida burocrática, de esa cosa gris que tiene la vida oficinista, yo traté de encontrar una esencia poética. (...) (En Uruguay) había surgido una poesía de corzas y gacelas y madréporas y cosas así, que empleaba como base de metáforas una flora y una fauna ni siquiera existentes. En cierto modo, yo atribuyo el éxito[6] repentino y sorpresivo de Poemas de la oficina, en gran parte, a que fue una cosa diferente a eso que se venía haciendo (...).[7]

Benedetti fue el primero en romper con aquel lirismo vacío, que la tradición aún imponía. Esa poesía que se había venido cultivando durante décadas traía como consecuencia según nuestro autor que “(...) el lector uruguayo le huía en general al libro nacional. Y le huía (...) porque no encontraba temas comunes, casi ni palabras comunes con aquellas que formaban su lenguaje, que expresaban su vida, sus preocupaciones, sus esperanzas y sus frustraciones. Creo que el mérito que puedan tener los Poemas de la oficina, (…) es haber intentado llevar ese lenguaje, esas preocupaciones, esa problemática cotidiana, a la poesía”[8]. En el aspecto editorial y comercial las expectativas no eran más alentadoras:

En esos momentos la poesía que se escribía tanto en Uruguay como en Argentina era muy hermética, misteriosa, poesía de evasión (...), toda una retórica que parecía que espantaba a los lectores y consecuentemente no se vendía nada, lo cual era bastante dramático para los poetas. Ninguna editorial quería publicar libros de poesía, así que el poeta tenía que ir llevando los libros a las librerías y pasaban a los tres o cuatro meses y retiraban la misma cantidad que habían dejado; era bastante decepcionante. Yo no escribí esos poemas para hacer una poesía en contra de ésta, sino que no me sentía inclinado a escribir este tipo de poemas.[9]

“¿A quién se le ocurriría, pensaron muchos lectores, dedicar el discurso poético a cosas comunes, sin “estro” lírico, como la vida triste y burocrática del oficinista (...)”[10]. Pero, como reconoce Ruffinelli, fueron “estos poemas de temática tan poco prestigiosa desde el punto de vista literario, (los que) nos abrieron los ojos al país gris y triste que éramos. (...) La visión que nos daban del país (cambiaba) nuestra óptica, y hasta nuestro modo de leer la literatura”.[11]

Al igual que Juan Carlos Onetti había inaugurado pocos años antes para la narrativa uruguaya los ambientes urbanos[12], Benedetti, continuando con este espacio[13], introduce por primera vez en la poesía de su país el universo de la oficina, el de la clase media montevideana. Prontos los lectores se identificaron con dichos contenidos, pues reconocían su triste vida reflejada en los poemas de nuestro autor. Pero no se trata, como señala Miguel Ángel Oviedo, de un simple “(...) canje de motivos poéticos (en vez de los bosques, escritorios; en vez de encuentros en el jardín, citas en el café) sino de una rotación total de la actitud creadora exigida por la presencia de nuevas realidades concretas. La oficina no sólo es un paisaje (o un no-paisaje): es un modo de sentir el mundo, porque configura todo un destino humano dentro de las características inconfundiblemente mezquinas”.[14]

Mario Benedetti explicó, en una entrevista concedida a Hortensia Campanella, qué era lo que de verdad le inquietaba de todo ese mundo oficinesco: “(...) En esa época yo estaba muy preocupado por la influencia que la vida burocrática del país tenía sobre el desarrollo de cada individuo en particular. Había como una obsesión burocrática en el país. Eso traía una rutina que llevaba a la frustración. En esos momentos, yo conocía a una cantidad de ejemplares humanos que eran formidables por lo lúcidos, por lo inteligentes, por lo sensibles, y que, a poco, se iban agrisando, como opacando”[15]. Su intención en nuestro poemario y los distintos libros de este periodo era clara: “Todos esos libros, los Poemas de la oficina, Montevideanos, El país de la cola de paja, La tregua, y también las crónicas humorísticas, eran como distintas formas que yo encontraba de «picanear» a la gente, de tratar de despertar a los montevideanos de esa rutina y de esa frustración”.[16]

Nuestro autor ve en ellos a hombres medianos pero no mediocres, seres que pueden escapar de esa situación, si se lo proponen: “El mediocre es un tipo sin posibilidades de elevarse, es un tipo chato; digamos que su grisura, su vida gris, no dependen de las condiciones o del contexto sino que están en él mismo. En cambio, el mediano para mí es un individuo que lleva una vida gris y rutinaria y sin mayor horizonte, porque está cercado, bloqueado por las condiciones económicas, por un sórdido clima familiar, o por una falta de desarrollo cultural. O sea que el mediano es un ser recuperable para la vida en su acepción más plena. En cambio, el mediocre puede ser un tipo que ha tenido todas las oportunidades en la vida, incluidas las económicas, y sin embargo no ha salido de su chatadura”.[17]

De toda América Latina, únicamente en Uruguay podía convertirse la oficina en el gran símbolo de su sociedad. Pocos años después, en su conflictivo ensayo El país de la cola de paja (1960) Benedetti mantendría:

Si mi intención fuera dar a este capítulo un color satírico, tendría que empezar diciendo que el Uruguay es la única oficina del mundo que ha alcanzado la categoría de república. Pero no sé hasta qué punto sería lícito tomar a la chacota uno de los aspectos más oscuramente dramáticos de nuestra vida nacional. Digámoslo pues en serio: El Uruguay es un país de oficinistas. No importa que haya también algunos mozos de café, algunos peones de estancia, algunos changadores del puerto, algunos tímidos contrabandistas. Lo que verdaderamente importa es el estilo mental del uruguayo, y ese estilo es de oficinistas.
    Todo el país piensa en términos de oficina.[18]

Esa gris realidad de la burocracia se había extendido hasta dominar casi por entero la vida cotidiana de la gente:

(Estamos ante) un país que era famoso, y ha sido recogido en varios libros incluso hechos por extranjeros, por su burocracia. El municipio de Montevideo creo que tiene el triple de funcionarios que el de Londres, a pesar de la enorme diferencia en cuanto a la cantidad de habitantes de ambas ciudades. Los empleados llegaban media hora antes para poder conseguir una silla porque había muchos más empleados que sillas, y esto es un dato que puede ser jocoso pero que es absolutamente verdadero, al menos en aquella época. Eran escasas las familias uruguayas que no tenían por lo menos un empleado público, un funcionario, un burócrata; pero a su vez aquéllos que no eran burócratas, que trabajaban en el comercio o en la industria, tenían una mentalidad burocrática, todo el país era como una gran oficina. Eso generaba una suerte de religión, que era la seguridad; todo el mundo quería estar seguro de su trabajo, de su sueldo, lo cual era una aspiración muy razonable pero no hasta el punto de que esa seguri­dad condicionara otros aspectos más vitales de cada ciudadano.[19]

Sin duda fue su propia experiencia lo que le permitió interpretar con tal profundidad la frustración y mediocridad de la oficina. Desde muy joven habitó en ese mundo:

Mi primer trabajo, a los catorce años, fue en una oficina comercial; después pasé a una oficina pública donde estuve cinco años. Es decir que casi siempre trabajé en oficinas, por lo menos en esos años formativos de todo individuo.[20]

Pero era sólo el principio, “(...) porque además de la contaduría (de lunes a viernes y de siete y media a una), lleva la contabilidad y la correspondencia en inglés del escritorio de importaciones y exportaciones de Otto Kubler y tres noches por semana es el taquígrafo[21] de la Federación de Básquetbol del Interior. No será hasta 1945, al fin, que pueda cambiar esos tres empleos por uno al ingresar en La Industrial Francisco Piria, S. A. Se quedará allí quince años completos, hasta 1960”.[22]

Por otro lado, destaca también en la obra el enfoque propio de la narrativa que se aplica a la voz poética, con la que Benedetti no se identifica, como nos aclara: “(...) He utilizado procedimientos narrativos en la poesía. Por ejemplo, libros como Poemas de la oficina o Poemas de otros son libros que están concebidos con una técnica narrativa, porque el yo de Poemas de la oficina o el yo de Poemas de otros no soy exactamente yo, son como personajes inventados a partir de los cuales yo invento su yo, como lo puede hacer un narrador con un personaje de una novela o de un cuento”[23]. No obstante, sabemos que las vivencias laborales del autor han sido aprovechadas en estas composiciones, por lo que el elemento autobiográfico no ha sido excluido por completo.

Por lo que respecta a los protagonistas de los poemas, éstos padecen continuamente la cosificación de un trabajo en el que únicamente importa la función que en él se desempeña, por ello carecen de nombre, identificándoselos por el cargo que ocupan o alguna característica relacionada con su labor: el jefe, el nuevo, el dactilógrafo, el pensionista.[24]

2. FRUSTRACIÓN Y DESESPERACIÓN

La tristeza y la desolación dominarán en buena parte de las composiciones del poemario.

“SUELDO” recoge los anhelos, esperanzas y sueños que el futuro no hizo realidad:

Aquella esperanza que cabía en un dedal,
aquella alta vereda junto al barro,
aquel ir y venir del sueño,
aquel horóscopo de un larguísimo viaje
(p. 561)

El fracaso se asume con resignación.[25] El trabajo de oficinista y su humillante sueldo han provocado que la vida se escape sin aprovecharla, sin valorarla lo necesario:

aquella esperanza que cabía en un dedal
evidentemente no cabe en este sobre
con sucios papeles de tantas manos sucias
que me pagan, es lógico, en cada veintinueve
por tener los libros rubricados al día
y dejar que la vida transcurra,
gotee simplemente
como un aceite rancio.[26]
(p. 561)

“ÁNGELUS” se reafirma en el desencanto. En esos momentos del final de la tarde, hora de rezar el ángelus, la voz poética, encerrada como si de un religioso se tratara, reconoce con impotencia que su presente nada tiene que ver con lo que había soñado, y que su vida se pierde sin ninguna posibilidad de reacción:

Quién me iba a decir que el destino era esto.
                     (...)
Aquí no hay cielo,
aquí no hay horizonte.
                     (...)
Otro día se acaba y el destino era esto.
(pp. 575-576)

Los últimos versos constituyen una especie de irónico y dramático final sorpresivo, una pequeña ruptura en el tono de fracaso asumido que domina en el texto:

Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:
siempre suena una orden, un teléfono, un timbre,
y, claro, está prohibido llorar sobre los libros
porque no queda bien que la tinta se corra.
(pp. 575-576)

En “COSAS DE UNO”, el hombre poco a poco pierde su identidad, su personalidad, los rasgos que lo caracterizan individualmente. Esto hace que el oficinista no sienta como propio su más fiel instrumento de trabajo, su mano, aunque quizá sea el hombre el verdadero instrumento de la mano. Ésta no le pertenece, pues toda su actividad la realiza para otros:

Yo digo ¿no?
esta mano
que escribe mil doscientos
y transporte
y Enero
                     (...)
que suma cifras de otros
cheques de otros
que verdaderamente pertenece a otros
yo digo ¿no?
esta mano
¿qué carajo
tiene que ver conmigo?
(p. 568)

En “CUENTA CORRIENTE”, el sujeto lírico, consciente de su fracaso, reacciona con enorme dureza, llegando incluso a animalizar a los que en su misma situación no son capaces de darse cuenta del vacío de su existencia, hundidos en la monotonía y el hastío de unas vidas sin sentido:

Usted que se desliza
sobre el tiempo,
(...)
usted, modesto anfibio,
usted que firma con mi pluma fuente
y tose con su tos y no me escupa,
usted que sirve para
morirse y no se muere,
(...)
¿cómo hace noche a noche
para cerrar los ojos
sin una sola deuda
sin una sola deuda
sin una sola sola sola deuda?
(pp. 564-565)

En “ELEGÍA EXTRA”, sólo el domingo permite escapar de las miserias oficinescas de la semana. El tiempo parece detenerse para que se pueda disfrutar de los pequeños lujos cotidianos, de algo similar a una feliz rutina:

Hoy
un domingo
como cualquier otro
uno de ésos
que Dios ha reservado
para el mate
la radio despacito
para el amor
repetido en los parques
para el descanso
el vino
y el Estadio
para la dulce farra
de la siesta
(p. 573)

No es casual el título del poema “Elegía extra”, porque en este domingo se producirá un hecho digno de ser llorado -como corresponde al tipo de composición de tradición grecolatina que nos ocupa-, y nada puede haber más desolador que tener que dedicar al mezquino trabajo el día de descanso anhelado durante toda la semana:

precisamente hoy
un domingo cualquiera
debo abrir puertas
de silencio horrible
debo juntarme
con mi aburrimiento
debo enfrentar mi mesa
empecinada
asquerosa de tinta
y de papeles.
(p. 573)

Y mientras en Montevideo el día avanza, la interminable tarea va hundiendo al protagonista en la impotencia y la desolación:

el sol va recorriendo
tranquilamente
el muro
y yo como un intruso
y yo como una pieza
dislocada
yo frente al miedo
de la Ciudad Vieja
más allá del fervor
y el pesimismo
porque a mis dedos
ya
nadie los mueve
y quedan más planillas
más planillas
más inmundas planillas
todas
con siete copias.
(p. 574)

“LUNES”

Y después del domingo, el lunes, el retorno al trabajo tras el breve descanso. El personaje no se rebela en ningún momento, abatido por completo se hunde en la tristeza, sin saber hasta cuándo seguirá todo igual. De nuevo el poeta recurre a la animalización, pero si en “Cuenta corriente” nos hallábamos ante un “modesto anfibio”, ahora lo haremos ante “cualquier gusano”. Y como si de un pozo sin fondo se tratara, el protagonista se sumerge en “el atraso” y la rutina del que “llama”, del que “manda”:

Volvió el noble trabajo
pucha[27] qué triste
que nos brinda el pan nuestro
pucha qué triste
me meto en el atraso
hastacuandodiosmío
como un viejo tornillo
como cualquier gusano
me meto en el atraso
y el atraso me asfixia,
dos veinte, cinco quince,
me aplasta, me golpea,
once setenta, mil
trescientos veintiuno,
se me perdió una cifra
estaba aquí y ahora
tres falsos contrasientos
gotean de mi bolsillo
alguien llama alguien manda
pucha qué triste
(p. 566)

Rendido y sin aspiraciones de ningún tipo, sólo encuentra un amago de esperanza en un aliciente tan falso y pobre como es el próximo domingo, desgraciadamente muy lejano todavía:

Volvió el noble trabajo
aleluya
qué peste
faltan para el domingo
como siete semanas.
(p. 566)

En “VERANO”, por una vez el oficinista decide tomar la iniciativa, romper con su encierro. Es verano, diciembre en Montevideo, y el calor y el cansancio hacen imposible seguir trabajando:

Voy a cerrar la tarde
se acabó
no trabajo
tiene la culpa el cielo
que urge como un río
tiene la culpa el aire
que está ansioso y no cambia
se acabó
no trabajo
tengo los dedos blandos
la cabeza remota
tengo los ojos llenos
de sueño
yo qué sé
(p. 564)

Ahora aprecia con claridad de qué está hecho el asfixiante y angustioso mundo burocrático:

veo sólo paredes
se acabó
no trabajo
paredes con reproches
con órdenes
con rabia
pobrecitas paredes
con un solo almanaque
(p. 564)

Sin embargo todo era un espejismo. El conformismo, la falta de voluntad e iniciativa vuelven a imponerse[28]. La reacción duró sólo un instante. Como señala José Miguel Oviedo: “Hay un homo burocraticus (...), que ha sido amansado y domesticado hasta volverse puramente útil (...). Aunque alienado, el hombre de la oficina tiene relámpagos de lucidez, asomos de santa cólera; de poco le sirven porque se agotan en la protesta verbal, que no es otra cosa que una nueva coartada para justificarse”:[29]

Iba a cerrar la tarde
pero suena el teléfono
sí señor enseguida
comonó cuandoquiera.
(p. 564)

“LICENCIA”

Y en las breves vacaciones, apenas quince días, hay que intentar disfrutar de la vida que el resto del año se malgasta en la rutina laboral. Pero este amago de felicidad a contrarreloj pronto se tiñe del pesimismo inevitable de todo cuanto rodea a la voz poética:

Aquí empieza el descanso.
En mi conciencia y en el almanaque
junto a mi nombre y cargo en la planilla
aquí empieza el descanso.
Dos semanas.

Debo apurarme porque hay tantas cosas
recuperar el mar
eso primero
recuperar el mar desde una altura
y hallar toda la vida en cuatro olas
gigantescas y tristes como sueños

mirar el cielo estéril
y encontrarlo cambiado
hallar que el horizonte
se acercó veinte metros
que el césped hace un año era más verde
y aguardar con paciencia
escuchando los grillos
el apagón tranquilo de la luna.
(p. 578)

De poco nos sirve autoengañarnos, pues sabemos que ahí a la vuelta, siempre demasiado cerca, nos espera el infame trabajo[30]:

Una noche cualquiera acaba todo
una mañana exacta
seis y cuarto
suena el despertador como sonaba
en el resto del año
un alarido.

Aquí empieza el trabajo.
En mi cabeza y en el almanaque<
junto a mi nombre y cargo en la planilla.

Aquí empieza el trabajo.
Mansamente.
Son
cincuenta semanas.[31]
(p. 579)

“DESPUÉS”

Y cuando todas la esperanzas se han perdido, la única que pervive se encarna en la jubilación[32]. La auténtica felicidad sólo se alcanzará cuando uno pueda abandonar para siempre la oficina:

El cielo de veras que no es éste de ahora
el cielo de cuando me jubile
durará todo el día
todo el día caerá
como lluvia de sol sobre mi calva.
(p. 571)

A pesar de todo, esos años de descanso, de ocio, llegarán demasiado tarde. La vida se habrá malgastado sin disfrutarla, sin posibilidad alguna de recuperar el tiempo perdido, la salud se habrá ido escapando, y sólo restará esperar a que poco a poco nos alcance la muerte:

Yo estaré un poco sordo para escuchar los árboles
pero de todos modos recordaré que existen
tal vez un poco viejo para andar en la arena
pero el mar todavía me pondrá melancólico
estaré sin memoria y sin dinero
con el tiempo en mis brazos como un recién nacido
y llorará conmigo y lloraré con él
estaré solitario como una ostra
(...)
y me pondré sombrero para mirar la luna
nadie pedirá informes ni balances ni cifras
y sólo tendré horario para morirme
pero el cielo de veras que no es éste de ahora
ese cielo de cuando me jubile
habrá llegado demasiado tarde.
(pp. 571-572)

3. “DACTILÓGRAFO”

Mientras redacta una carta comercial, el oficinista recuerda el Montevideo de su infancia, los miedos de su niñez, que sin duda los prefiere a esa vida vacía que ahora soporta:

Montevideo[33] quince de noviembre
de mil novecientos cincuenta y cinco
Montevideo era verde en mi infancia
absolutamente verde y con tranvías
muy señor nuestro por la presente
yo tuve un libro del que podía leer
veinticinco centímetros por noche
y después del libro la noche se espesaba
y yo quería pensar en cómo sería eso
de no ser de caer como piedra en un pozo
comunicamos a usted que en esta fecha
hemos efectuado por su cuenta
quién era ah sí mi madre se acercaba
y prendía la luz y no te asustes
y después la apagaba antes que me durmiera
el pago de trescientos doce pesos
a la firma Menéndez & Solari
y sólo veía sombras como caballos
y elefantes y monstruos casi hombres
y sin embargo aquello era mejor
que pensarme sin la savia del miedo
desaparecido como se acostumbra
(p. 569)

Tenía toda la vida por delante, un futuro feliz como lo fue su infancia, pudiendo elegir qué caminos seguir. Pero el tiempo no trajo eso, sino el frustrante trabajo que desempeña, sin libertad y sin salidas, y un Montevideo que nada tiene que ver ya con aquél imposible de recuperar:

en un todo de acuerdo con sus órdenes
de fecha siete del corriente
era tan diferente era verde
absolutamente verde y con tranvías
y qué optimismo tener la ventanilla
sentirse dueño de la calle que baja
jugar con los números de las puertas cerradas
y apostar consigo mismo en términos severos
rogámosle acusar recibo lo antes posible
si terminaba en cuatro o trece o diecisiete
era que iba a reír o a perder o a morirme
de esta comunicación a fin de que podamos
y hacerme tan sólo una trampa por cuadra
registrarlo en su cuenta corriente
absolutamente verde y con tranvías
y el Prado con caminos de hojas secas
y el olor a eucaliptus y a temprano
saludarnos a usted atentamente
y desde allí los años y quién sabe.[34]
(p. 570)

La simultaneidad de su trabajo mecánico (carta comercial) y su actividad mental (recuerdos de la infancia)[35], que le permite en cierta medida evadirse de su presente, se plasma en el texto con la intercalación aparentemente aleatoria de ambos planos, inconexos en sus contenidos.[36]

4. “ORACIÓN”

Este poema aparece ya recogido en su primera novela, Quién de nosotros (1953)[37], bajo el título “La oración del auxiliar segundo”, y atribuido a uno de sus personajes, Fortunati[38]. El yo de la composición no coincide con el del autor, fruto de esa técnica narrativa empleada en los Poemas de la oficina.

Dios, interlocutor habitual de numerosas oraciones -y, como es lógico, también de nuestra composición- no tiene cabida en el desolador universo de la oficina. Allí, el burócrata prefiere la soledad absoluta, pues nada puede rescatarlo de su desesperación:

Déjame este zumbido de verano
y la ausencia bendita de la siesta
déjame este lápiz
este block
esta máquina
este impecable atraso de dos meses
este mensaje del tabulador
déjame solo con mi sueldo
con mis deudas y mi patrón
déjame
(p. 572)

Pero una vez fuera del alienante lugar de trabajo, en la auténtica vida, Dios de nuevo es necesario:

pero
no me dejes
después de las siete
menos diez
Señor
cuando esta niebla de ficción
se esfume
y quedes Tú
si quedo Yo.[39]
(p. 572)

5. “AMOR, DE TARDE”

En Poemas de la oficina este sentimiento apenas está presente, exceptuando la composición que nos ocupa y la breve referencia de “Elegía extra”, donde el amor se limita al domingo, pues en los días laborables no hay tiempo para él:

Hoy
un domingo
como cualquier otro
uno de ésos
que Dios ha reservado
            (...)
para el amor
repetido en los parques
(“Elegía extra”, p. 573)

Aunque la oficina no parece el lugar más indicado para que florezca este sentimiento[40], la voz poética añora a su amada en el lento transcurrir del horario de trabajo, con su insoportable monotonía:

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro las piernas como todas las tardes
y hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me doblo los dedos y les saco mentiras.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cinco
y soy una manija que calcula intereses
o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
o un oído que escucha cómo ladra el teléfono
o un tipo que hace números y les saca verdades.
(p. 576)

Sólo el amor, la presencia de la mujer querida, puede salvarlo, al menos momentáneamente, de tan amarga rutina. Sin embargo es sólo un deseo que no consigue hacerse realidad, al igual que el beso que los uniera (dos últimos versos), convirtiendo por una vez a la oficina en un rincón de felicidad:

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las seis.
Podrías acercarte de sorpresa
y decirme «¿Qué tal?» y quedaríamos
yo con la mancha roja de tus labios
tú con el tizne azul de mi carbónico.
(p. 576)

6. LOS JEFES

La oficina constituye un fiel reflejo de la sociedad burguesa montevideana. En ella se hace inevitable la diferenciación jerárquica entre jefes y subordinados, como muestran los poemas “Ellos”, “Oh” y “Kindergarten”.

En “ELLOS”, el pronombre personal que da título al poema manifiesta ya la ruptura absoluta que entre unos y otros se da. Nada tienen que ver, aunque compartan un mismo espacio. Las cuatro estrofas se inician con un mismo verso:

Ellos saben si soy o si no soy,
(p. 561)

que deja patente el poder sin límite de los jefes, la aceptación sin lucha alguna de los designios de los que mandan. Sus decisiones van más allá del horario de oficina. El futuro de los empleados está en sus manos:

ellos abren la puerta y dicen: «Pase»,
                      (...)
endosan el destino como un cheque
(pp. 561-562)

Pero la voz poética nos muestra su desprecio[41] por ellos, incidiendo en sus rasgos más negativos:

y eructan, aquiescentes, sin provocar a nadie.
                       (...)
y sencillos y escupen y recelan
y traspiran a veces en dos dedos de frente.
                       (...)
y sueldo y providencia y mal aliento
(p. 562)

La hipocresía y la falsedad los caracteriza en su comportamiento y en su relación con los empleados:

miran y relativamente son felices,
                       (...)
hablan y relativamente son ingenuos
                       (...)
viven y relativamente son milagros
                       (...)
pasan y relativamente son nombrados,
(p. 562)

Los versos segundo, séptimo, duodécimo y decimoséptimo:

ellos abren la puerta y dicen: «Pase»,
                       (...)
por detrás de los dientes dicen: «Hola»,
                       (...)
ellos cierran la mano y dicen: «Pero»
                       (...)
ellos miran al cielo y dicen: «¿Cuánto?»,
(pp. 561-562)

nos sitúan en lo que sería el inicio de una conversación entre jefe y subordinado (sujeto lírico):

«Pase. Hola. Pero, ¿Cuánto...?»
(pp. 561-562)

Sin embargo el empleado, admitiendo su cobardía, no se atreve a decirle lo que de verdad siente:

pero yo, como ellos me instruyeron,
no digo ni caramba ni ahí te pudras.
(p. 562)

En “OH”, la rutina que inunda la oficina alcanza también al jefe. Su existencia está tan vacía como la de sus empleados, aunque en ese mundo de apariencias, de disimulos, que habitan cuantos lo rodean, no sean capaces de darse cuenta:

Jefe
usté está aburrido
aburrido de veras
hace veintiocho años
que sabe sus asientos
que comprueba los saldos
y revuelve el café.
(...)
Jefe
usté está aburrido
nadie lo sabe
nadie.
(p. 577)

Con amarga ironía la voz poética nos desvela qué provoca el comportamiento a menudo irascible del jefe. Es ese descontento vital que a todos afecta, pero que el patrón paga con los empleados, nada se lo impide:

Pero ahora que está solo
ahora que no ven Ellos
desahóguese
grite
discuta
diga mierda
dé golpes en la mesa
vuélvase insoportable
por favor
diga no
diga no muchas veces
hasta quedarse ronco.

No cuesta nada
jefe
haga la prueba.
(pp. 577-578)

“KINDERGARTEN”

La ocasional guardería en que se convirtió un día la oficina, llenándola por unas horas de inocencia y alegría, no cambia las cosas. El abuso de poder es algo innato en la relación subordinado / patrón, sólo es cuestión de tiempo:

Vino el patrón y nos dejó su niño
casi tres horas nos dejó su niño,
indefenso, sonriente, millonario,
un angelito gordo y sin palabras.

Lo sentamos allí, frente a la máquina
y él se puso a romper su patrimonio.
Como un experto desgarró la cinta
y le gustaron efes y paréntesis.

Nosotros, satisfechos como tías,
lo dejamos hacer. Después de todo,
sólo dice «papá». El año que viene
dirá estádespedido y noseaidiota.
(pp. 568-569)

7. OTRAS REALIDADES DEL MUNDO OFICINESCO

Aunque en la oficina tienen cabida otras muchas vivencias -la inocencia del recién llegado, el poder sin límite de la dirección, la experiencia compartida con el hermano, la inevitable corrupción, el ansiado aguinaldo-, todas ellas comparten el gris de la frustración, la decepción, la agonía.

“EL NUEVO”

El empleo público, por su seguridad, es la gran aspiración en el Uruguay de mediados de siglo[42]. Conseguirlo significa toda una vida por delante de supuesta comodidad, en un trabajo envidiado y respetado socialmente[43]. Todo ello nos permite entender el entusiasmo con el que el nuevo empleado afronta su labor:

Viene contento
el nuevo
la sonrisa juntándole los labios
el lápizfaber virgen y agresivo
el duro traje azul
de los domingos.
(...)
Agacha la cabeza
escribe sin borrones
escribe escribe
hasta
las siete menos cinco.
Sólo entonces
suspira
y es un lindo suspiro
de modorra feliz
de cansancio tranquilo.
(pp. 562-563)

Pero por experiencia la voz poética sabe que el futuro no será tan idílico. La oficina deshumaniza, cosifica, degrada física y psíquicamente:

Claro
uno ya lo sabe
se agacha demasiado
dentro de veinte años
quizá
de veinticinco
no podrá enderezarse
ni será
el mismo
tendrá unos pantalones
mugrientos y cilíndricos
y un dolor en la espalda
siempre en su sitio.
(p. 563)

Ante ello, y como apunta José Miguel Oviedo: “Las explosiones de iracundia son estériles: la rabia se disuelve en insultos, en vulgaridades verbales (...). Su inútil código de venganzas -injuriar al jefe cuyas órdenes siempre acaba por cumplir- sólo lo deja más irritado e insatisfecho de sí mismo”:[44]

No dirá
sí señor
dirá viejo podrido
rezará palabrotas
despacito
(p. 563)

Sin embargo, en las pocas ocasiones que la lucidez aflora, es consciente de que aceptó su derrota sin luchar lo más mínimo:

y dos veces al año
pensará
convencido
sin creer su nostalgia
ni culpar al destino
que todo
todo ha sido
demasiado
sencillo.[45]
(p. 563)

“DIRECTORIO”

Desgraciadamente el lugar que debieran ocupar la rebeldía y la lucha lo ocupa la admiración. El empleado envidia a su patrón, y quisiera llegar alguna vez a donde él está. Por ello, el protagonista del poema se siente orgulloso de ser el objeto de discusión en una junta de dirección:

De pronto uno difunde
el alerta.
Otros gritan.
Éste dice: «Jamás»
y aquéllos dicen: «Nunca».

Los reproches golpean
la tímida mampara
pero yo estoy tranquilo
tranquilo e importante.

Un orgullo pueril
me enciende
y sobriamente
reconozco que ahora
están hablando de mí.
(pp. 567-568)

“HERMANO”

Es el único texto auténticamente autobiográfico[46] del poemario. Con sutil ironía, Benedetti denuncia el inmovilismo laboral en el que él y su hermano[47] llevan sumidos durante años:

Qué suerte
siempre iguales
hermano
vos y yo
desde aquella alegría
de nuestro primer sueldo
siempre iguales
hermano
(...)
siempre en el mismo cargo
siempre en el mismo sueldo
(pp. 570-571)

“COMISIÓN”

La corrupción moral domina en la sociedad uruguaya. Para cualquier tipo de trámite burocrático, en este caso la adquisición de unos terrenos, la comisión se ha convertido en una obligación si queremos que nuestra gestión llegue a buen puerto:

Mírela y no proteste
ésta es su tierra
amigo
ella lo está esperando
(...)
yo no sé si mañana
estará como ahora
ahí nomás tan cerquita
al lado de su mano
delante de su pie
(...)
piénselo usted la paga
en treinta años
qué son
treinta años para el mundo
treinta años para Dios
un abrir y cerrar
de ojos
un suspiro
además
claro
bueno
comonó comonó
ésta es su tierra
amigo
no se olvide
de abonarme la seña
es más seguro.[48]
(pp. 574-575)

“AGUINALDO”

Cuando llega el anhelado aguinaldo las deudas pendientes son tantas que sólo queda una posibilidad para disfrutar de él, no pagar; pero autoengañarse no va a resolver las cosas: 

Ya he sacado mis cuentas
y no le pago
a nadie.

Ni al sastre que me hizo estas solapas
como alas de palomo
ni al pobre almacenero
que no me vende azúcar
ni al Banco que me ahorca
ni al librero que gime
(...)
Cobraré el aguinaldo en billetes de uno a uno
y me iré caminando por Dieciocho
silbando un tango amargo
como otro distraído.
(pp. 565-566)

8. CONCLUSIÓN

En Poemas de la oficina, junto al análisis psicológico y los motivos existenciales, comienzan a aparecer los contenidos morales y sociales. El poeta enfoca su crítica social desde un posicionamiento ético-moral, y no político-histórico, como sucederá en poemarios posteriores, donde el soporte ideológico del marxismo le permitirá llevar a cabo una lectura política de la realidad.

Así, debemos tener presente que Poemas de la oficina constituye un primer paso hacia la conciencia social. Benedetti empieza a interesarse por la realidad de su país, actitud que de ahora en adelante nunca abandonará tanto en su vida como en su literatura. El propio autor nos facilita la clave para encontrar el origen de tal posición:

Poemas y cuentos tuyos anteriores al año 59 ya denotaban una preocupación, si no política, social (Pregunta de Jorge Ruffinelli).

—Eso sí, claro. Pero como actitud humana, más que como actitud intelectual. Nació del contacto con la gente. En los Poemas de la oficina, en los cuentos de Montevideanos e incluso en algunos de Esta mañana, esa actitud fue algo que se impuso a pesar de mis intereses intelectuales en ese momento.[49]

Ese mundo alienante de la oficina reflejado en sus páginas, se corresponde fielmente con la situación de la sociedad uruguaya. De este modo Benedetti se convierte en el cronista, en el historiador de su patria, como indica Gloria Da Cunha-Giabbai:

Con el descubrimiento literario de esta humanidad silenciosa, Benedetti adquiere también la calidad de historiador que, con rigor, examina y recrea personajes reales, de vida media, con ilusiones e ideales medios, con conflictos psicológicos medios (...). (...) Benedetti historió la conciencia de este ser descubierto y fue registrando, como en el diario de un descubridor, sus pequeñas aventuras e insignificantes tragedias.[50]

Esta toma de conciencia del Uruguay de los años 50 va acompañada de la correspondiente denuncia. Se rebela contra la situación, más de un modo individual, como autor, que colectivo, pues no parecía factible que los burócratas de sus versos fueran capaces de hacerlo[51]. No obstante, sus Poemas de la oficina lograron que la clase media montevideana se reconociera en ellos, pues distinguía su tragedia cotidiana en los versos de nuestro autor[52], si bien tampoco demostró ninguna capacidad de reacción.

En Poemas de la oficina imperará el análisis de la alienante realidad del burócrata montevideano, logrando adentrarse a través de lo cotidiano, como observa Luis Paredes “en lo ontológico e histórico del pueblo uruguayo”[53]. Pero Benedetti no se limitó a recoger en sus composiciones las frustraciones de un determinado grupo social, aunque fuera el más numeroso de Uruguay, sino que logró trascender desde su a menudo triste cotidianeidad hasta las claves vitales de todo ser humano: el amor, el paso del tiempo, la vejez, la muerte. Esta conquista reforzó aún más su comunicación con los lectores.

Notas:

[1] Mario Benedetti, Inventario Uno. Poesía Completa (1950-1985), Madrid, Visor, 1997, 10ª ed. 4ª reimpr., pp. 559-579. Anotaré el título del poema y el número de su página en el texto principal, tomando siempre como referencia esta edición.

[2] Mario Paoletti explicará al respecto: “Pero serán los Poemas de la oficina los que darán a conocer el nombre de Mario Benedetti entre sus compatriotas. Mario venía trabajando en ellos desde tiempo atrás y decide ofrecerle una selección a Marcha, que los publica de forma destacada. Es un exitazo. El director de Marcha, Carlos Quijano, lo llama esa misma mañana a su puesto en Piria para felicitarlo. (...) Todavía hoy, (...) Mario siente el repelús de aquel primer reconocimiento profesional, porque era el primero, sin duda, pero también porque provenía del hombre que en ese momento ocupaba el centro del protagonismo cultural. Era una especie de consagración. Había que aprovechar la bolada y el diligente Mario la aprovechó: se agregaron algunos poemas a la selección de Marcha y fue lanzada a la calle una edición de mil libros. Se agotó en quince días. Era la primera vez que esto ocurría en Montevideo con un poeta «desconocido» y fue también la última vez que Mario tuvo que pagar una edición de su propio bolsillo (...)” (El Aguafiestas. Benedetti. La biografía, Madrid, Alfaguara, 1996, pp. 79-80).

[3] Ernesto González Bermejo, “Con Mario Benedetti”, Casa de las Américas, La Habana, marzo-junio 1971, pp. 148-149. Ésta misma entrevista ha sido incluida por Jorge Ruffinelli (Ed.) en el volumen Mario Benedetti: Variaciones Críticas, Montevideo, Libros del Astillero, 1973, p. 27, con el título Ernesto González Bermejo, “El caso Mario Benedetti”.

[4] “Cronología”, y Mercedes Rein, “La poesía de Benedetti: Balance provisorio”, Jorge Ruffinelli (Ed.), Mario Benedetti: Variaciones Críticas, op. cit., pp. 12 y 160.

[5] Hugo Alfaro, Mario Benedetti (detrás de un vidrio claro), Montevideo, Trilce, 1986, pp. 23-24.

[6] Hugo Alfaro reconoce este éxito y nos explica sus causas: “Por aquella época aparecen también los Poemas de la oficina y recuerdo una página entera de Marcha en que Rodríguez Monegal adelantó una sección. Fue un impacto para Montevideo, nada acostumbrado a esa poesía accesible y conversacional, y no obstante rigurosa. Un hecho inédito se dará: con Benedetti resultaba fácil leer poesía en los ómnibus. “Es una lástima que no estés conmigo/ cuando miro el reloj y son las seis/ Podrías acercarte de sorpresa/ y decirme “¿Qué tal?” y quedaríamos/ yo con la mancha roja de tus labios/ tú con el tizne azul de mi carbónico”. ¡Oh, no es sublime! (ni trata de serlo). Pero rompe con naturalidad y encanto discreto la capa de albayalde que almidona tanta prestigiosa poesía de amor. Consecuencia inmediata: la tendera de Caubarrère y el estudiante de Academias Pitman se sintieron incluidos en el texto, no como de costumbre excluidos. Esa poesía cotidiana los ponía en el lugar que antes poblaban corzas y gacelas. (...) Mario consigue que la poesía ingrese en el comercio de los hombres. (...) La voz horizontal de Mario nos expresaba a todos, sin avillanarse ni regalarnos nada. Diciéndonos lo que todos sentíamos pero... nadie había dicho” (Ibíd., pp. 28-29).

[7] Jorge Ruffinelli, “Mario Benedetti: perfil literario”, Studi di Letteratura Ispano Americana, Lettere dell’ Uruguay, 13-14, Cisalpino-Goliardica, Milano, 1983, p. 105; “Cronología”, Jorge Ruffinelli (Ed.), Mario Benedetti: Variaciones Críticas, op. cit., p. 12. 

[8] Ernesto González Bermejo, “Con Mario Benedetti”, Casa de las Américas, op. cit., p. 149; Ernesto González Bermejo, “El caso Mario Benedetti”, Jorge Ruffinelli (Ed.), Mario Benedetti: Variaciones Críticas, op. cit., p. 27.

[9] Carmen Alemany Bay, Poética coloquial hispanoamericana, Alicante, Universidad de Alicante, Servicio de Publicaciones, 1997, p. 204.

[10] Jorge Ruffinelli, “Mario Benedetti: perfil literario”, Studi di Letteratura Ispano Americana, op. cit., p. 105.

[11] Jorge Ruffinelli, “Mario Benedetti y mi generación”, Carmen Alemany, Remedios Mataix y José Carlos Rovira (Eds.), Mario Benedetti: Inventario cómplice, Alicante, Universidad de Alicante, Servicio de Publicaciones, 1998, p. 29.

[12] Hortensia Campanella, “Mario Benedetti en la poesía actual”, Nueva Estafeta, 20, Madrid, julio 1986, p. 85.

[13] Benedetti nos explica su preferencia por el espacio urbano: “El ser «urbano» es algo bastante previsible en la literatura uruguaya. Cada vez hay menos escritores que tratan temas del campo y más escritores que tratan temas de la ciudad porque cada vez hay más gente que viene a la ciudad. En este momento la mitad de los dos millones y medio de habitantes del Uruguay viven en Montevideo” (Jorge Ruffinelli, “Mario Benedetti: perfil literario”, Studi di Letteratura Ispano Americana, op. cit., pp. 106-107).

[14] José Miguel Oviedo, “Un dominio colonizado por la poesía”, Jorge Ruffinelli (Ed.), Mario Benedetti: Variaciones críticas, op. cit., p. 149.

[15] Hortensia Campanella, “Mario Benedetti: A ras de sueño”, Anthropos, Mario Benedetti. Literatura y creación social de la realidad. La utopía, empresa y revolución de la historia, n.º 132, Barcelona, mayo 1992, p. 28.

[16] Ibíd., p. 28.

[17] Eileen M. Zeitz, “Entrevista a Mario Benedetti”, Hispania, 63, Worcester, Massachusetts, mayo 1980, pp. 417-418. Este tipo de hombre continuará estando presente en la literatura de Benedetti: “Aún en los libros posteriores sigue apareciendo un personaje que me atrae mucho como tema literario, es el hombre no mediocre sino mediano, ese hombre que lleva una vida un poco oscura, un poco gris, pero que lleva dentro un mundo que es muy rico y muy enriquecedor. Un hombre con ciertas timideces, con ciertas limitaciones pero también con un fondo de inteligencia, también un poco ético (...)” (Margarita Fiol y Antonio Puertas, “Entrevista a Mario Benedetti”, Caligrama, Vol. I, Palma de Mallorca, 1984, p. 73). Incluso en su relato “Más o menos hipócritas”, nuestro autor vuelve a emplear la distinción entre mediano y mediocre, en esta ocasión aplicada a un escritor (Buzón de tiempo, Madrid, Alfaguara, 1999, p. 91).

[18] Mario Benedetti, “Rebelión de los amanuenses”, El país de la cola de paja, Montevideo, Arca, 1973, 9ª ed., p. 51. 

[19] Margarita Fiol y Antonio Puertas, op. cit., pp. 73-74. 

[20] Jorge Ruffinelli, “La trinchera permanente”, Palabras en orden, Xalapa, México, Universidad Veracruzana, 1985, p. 152.

[21] Sobre su trabajo como taquígrafo nos explica Mario Paoletti: “(...) El Contador General de la Nación decide aprovecharse de sus servicios. Y como este señor era además presidente de la Comisión Nacional de Educación Física, y había ideado un fantasmagórico proyecto del deporte -irrealizable y jamás realizado- se lo lleva a Mario Benedetti por todo el país, para que le tome en taquigrafía sus nebulosos discursos (...)” (Op. cit., p. 59). Benedetti rememorará con cariño aquella época en la sección tercera su cuento “Testamento holográfico”, de contenidos claramente autobiográficos, aunque el relato se halle en boca de un personaje de ficción (Buzón de tiempo, op. cit., pp. 168-172). Al igual que Benedetti, Rogelio Velasco recorrerá el país taquigrafiando los discursos del Plan de Educación Física (Ibíd., p. 170); y como él añorará aquellos tangos bailados con las estudiantes (Ibíd., pp. 170-172). Estas vivencias las recoge también Mario Paoletti (Op. cit., pp. 59-60).

[22] Ibíd., p. 58. Francisca Noguerol especifica alguna de estas labores y añade otras: “(...) Trabajó de 1934 a 1969 en oficinas diversas. Primero ocho horas diarias en Will L. Smith, S. A., repuestos para automóviles; luego como funcionario público en la Contaduría General de la Nación, como tenedor de libros en una firma inmobiliaria y como taquígrafo en la Facultad de Química de la Universidad de Uruguay” (Mario Benedetti: Los espejos las sombras, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1999, p. 35). Pero Benedetti siempre supo que ése no iba a ser su futuro, que sólo se trataba de algo transitorio: “(...) Nunca consideré que la burocracia fuera mi destino; de algún modo intuía que, tarde o temprano, iba a extraerme a mí mismo de ese marco” (Hugo Alfaro, op. cit., p. 26). Finalmente, treinta y cinco años después de haber empezado a trabajar en el universo de la oficina, nuestro autor podrá vivir de su labor como periodista y escritor: “(Desde 1969) ya Benedetti no realizará más trabajos burocráticos, por lo cual también puede caracterizarse este año como el fin del prolongado período oficinesco (...)” (Eduardo Nogareda, “Introducción: Apuntes bio-literarios”, La tregua, Madrid, Cátedra, 1978, p. 22).

[23] Hortensia Campanella , “Mario Benedetti: A ras de sueño”, Anthropos, 132, op. cit., p. 27. 

[24] Luis Paredes, Mario Benedetti: Literatura e Ideología, Montevideo, Arca, 1988, p. 95 y Corina S. Mathieu, Los cuentos de Mario Benedetti, Nueva York, Peter Lang Publishing Inc., 1983, p. 65. 

[25] Como indica Luis Paredes: “Cada vez el yo poético reconoce con mayor profundidad su ineficacia y su tiempo malgastado al verse sumergido en un cuadro absorbente del trabajo que destruye su condición de hombre libre sintetizándolo en uno humillado, inerte, que muere lentamente víctima de la rutina laboral que le ha marcado el sistema” (Op. cit., pp. 72-73). 

[26] El sueldo como motivo central aparece también recogido en el cuento de Montevideanos, “El presupuesto” (Cuentos Completos, Madrid, Alfaguara, 1998, pp. 77-81).

[27] El Diccionario de la Lengua Española define pucha como una “interjección usada para expresar disguto” (Madrid, Real Academia Española, Vigésima Segunda Edición, 2001).

[28] La voz poética es consciente de su pasividad y falta de iniciativa para cambiar las cosas. Benedetti describía y criticaba con enorme dureza esta actitud que caracterizó al Uruguay de la década de los 50 y dio título a su ensayo El país de la cola de paja: “Ahora bien, el especial estado de ánimo que la jerga popular ha dado en llamar cola de paja, es precisamente una antesala de la cobardía. No es la cobardía en sí, pero es la disposición de ánimo que va a caracterizar el decisivo minuto que la precede. Si tener cola de paja es sentirse culpable, esa culpabilidad tiene una determinada dirección: la de una actitud que es urgente asumir, y no se asume. No se precisa ahondar mucho en el actual estilo de vida del Uruguay para reconocer que la cola de paja es algo así como un símbolo de ese estilo” (Op. cit., “Del miedo a la cobardía”, p. 15).

[29] José Miguel Oviedo, “Un dominio colonizado por la poesía”, Jorge Ruffinelli (Ed.), Mario Benedetti: Variaciones críticas, op. cit., p. 149. Parecer muy similar mantiene Corina S. Mathieu: “Los personajes demuestran una y otra vez la incapacidad de sobreponerse a las circunstancias; (...) Existe una apatía, una cobardía individual que les impide tomar decisiones drásticas y romper los lazos con lo preestablecido. La rutina de la oficina los ahoga, pero no existen intentos de liberación. Las proclamas de independencia no pasan de amagos o intentos frustrados” (Op. cit., p. 27).

[30] Martín Santomé, el protagonista de su novela La tregua, es plenamente consciente de ello: “Me siento un poco extraño sin la oficina. Pero quizá me sienta así porque tengo conciencia de que esto no es el verdadero ocio, de que es tan sólo un ocio a término, amenazado otra vez por la oficina” (“Jueves 22 de agosto”, La tregua, op. cit., p. 217). 

[31] Santomé enfrenta con la misma desesperación el final de las vacaciones y el inevitable retorno a la oficina: “Se acabó la farra. Mañana otra vez a la oficina. Pienso en las planillas de ventas, en la goma de pan, en los libros copiadores, en las libretas de cheques, en la voz del gerente, y el estómago se me revuelve” (Ibíd., “Domingo 1.º de setiembre”, p. 227). 

[32] Así le sucede también a Martín Santomé: “Sólo me faltan seis meses y veintiocho días para estar en condiciones de jubilarme. Debe hacer por lo menos cinco años que llevo este cómputo diario de mi saldo de trabajo” (Ibíd., “Lunes 11 de febrero”, p. 81). Como es lógico, la impaciencia aumenta a medida que se aproxima la jubilación: “Es curioso: cuanto más me acerco al descanso, más insoportable me resulta la oficina. Sé que me restan sólo cuatro meses de asientos, de contrasientos, balancetes, cuentas de orden, declaraciones juradas. Pero daría un año de vida por que esos cuatro meses se redujeran a cero” (Ibíd., “Sábado 7 de setiembre”, p. 231). Por fin llega el momento tan esperado durante años: “Último día de trabajo. (...) Allí quedó mi mesa. Nunca pensé que me importara tan poco desprenderme de la rutina” (Ibíd., “Viernes 28 de febrero”, p. 254). Pero la felicidad tampoco residía en el ocio: “Se acabó la oficina. Desde mañana y hasta el día de mi muerte, el tiempo estará a mis órdenes. Después de tanta espera, esto es el ocio. ¿Qué haré con él?” (Ibíd., “Viernes 28 de febrero”, p. 255).

[33] Este es el único Montevideo que conoce Martín Santomé: “Yo conozco el Montevideo de los hombres a horario, los que entran a las ocho y media y salen a las doce, los que regresan a las dos y media y se van definitivamente a las siete” (Ibíd., “Martes 19 de febrero”, p. 86). Sin embargo existe otro Montevideo: “Pero está la otra ciudad, la de las frescas pitucas que salen a media tarde recién bañaditas (...); la de los hijos de mamá que se despiertan al mediodía (...); la de los viejos que toman el ómnibus hasta la Aduana (...); la de las madres jóvenes que nunca salen de noche (...); la de las niñeras que denigran a sus patronas (...); la de los jubilados y pelmas varios (...)” (Ibíd., “Martes 19 de febrero”, p. 86).

[34] La realidad de algunos no quedaba muy lejos de lo que el poema recoge. Así lo explica el propio autor a Hugo Alfaro: “Años después, me conmovió mucho una anécdota que me contaron. Un dactilógrafo del Banco Comercial, en un momento de poco trabajo, se puso a leer disimuladamente mis Poemas de la oficina, y llegó a “Dactilógrafo”. De pronto empezó a llorar desconsoladamente y no tuvo escrúpulos (delante de compañeros clientes) en cruzar los brazos sobre la Underwood y esconder allí su afligida cabeza” (Op. cit., pp. 28-29).

[35] Esta misma capacidad la posee Martín Santomé: “Lo que menos odio es la parte mecánica, rutinaria, de mi trabajo: el volver a pasar un asiento que ya redacté miles de veces, el efectuar un balance de saldos y encontrar que todo está en orden, que no hay diferencias a buscar. Ese tipo de labor no me cansa, porque me permite pensar en otras cosas y hasta (¿por qué no decírmelo a mí mismo?) también soñar. Es como si me dividiera en dos entes dispares, contradictorios, independientes, uno que sabe de memoria su trabajo, que domina al máximo sus variantes y recovecos, que está seguro siempre de dónde pisa, y otro soñador y febril, frustradamente apasionado, un tipo triste que, sin embargo, tuvo, tiene y tendrá vocación de alegría, un distraído a quien no le importa por dónde corre la pluma ni qué cosas escribe la tinta azul que a los ocho meses quedará negra” (“Viernes 15 de febrero”, La tregua, op. cit., pp. 82-83). Tal habilidad aparece también en el cuento de Esta mañana, “No tenía lunares” (Cuentos Completos, op. cit., pp. 58-65). En el apartado 4 se emplea fielmente la misma técnica, pero en este caso se distinguen tipográficamente ambos planos. Rafael Arias realiza un informe a su director en el que le detalla la irregularidad acaecida con un cheque al portador, y simultáneamente reflexiona sobre las decisiones a tomar en la infidelidad de la que está siendo víctima por parte de su mujer y un compañero de trabajo. Como podemos comprobar las similitudes con respecto a nuestro poema son evidentes: “«Señor Director: De acuerdo con su comunicación de fecha 18 del corriente, por la que se me designa para investigar la irregularidad denunciada en el movimiento de Caja y Bancos correspondiente al día 27 del pasado mes de febrero míster Cuckold es cierto nunca lo supe pero paso a informar a usted, lo siguiente: Al efectuarse el arqueo en la última media hora de trabajo del día 27, el subjefe señor Mieres comprobó la falta de un cheque al portador la certeza final la certeza final en realidad desde el principio todo estuvo claro y yo no estoy desesperado solo decidiéndome girado contra la Caja Nacional de Ahorros y Descuentos por la firma Lanza, Salgado & Cía., por un importe hacia adónde ahora de $ 7.625,68 (siete mil seiscientos veinticinco pesos con sesenta y ocho centésimos moneda nacional)” (Ibíd., pp. 60-61). Los apartados 1, 2 y 3 mantienen esta diferenciación tipográfica entre su fracaso matrimonial y la rutina oficinesca por un lado, y por otro, en cursiva, la reconstrucción y análisis del adulterio (Ibíd., pp. 58-60).

[36] Luis Paredes comenta al respecto: “No sólo encontramos un juego de tiempos y hablante mediante el contenido, sino que este juego se afirma mediante la estructuración de dos poemas intercalados en los versos de la poesía total. Podemos leer perfectamente una carta (“Montevideo, quince de noviembre...”) puramente comercial que representa el presente con todos sus atributos; y un cuadro que nos lleva a la evocación y reestructuración de la niñez que complementa al hablante con su ciudad adoptiva. La poesía en sí es una profunda evidencia del mundo de la alienación que comparte el hablante” (Op. cit., p. 77). 

[37] Madrid, Alfaguara, 1999, pp. 103-104. 

[38] Curiosamente será Lucas, uno de los protagonistas de la novela y creador de este personaje, quien juzgue con dureza el poema, aunque admita su atracción por él: “La oración del auxiliar segundo es un poema ordinario y prosaico y que sin embargo me gusta. Ésta es además una buena ocasión para verlo publicado, atribuyéndolo canallescamente a un personaje tan inocente como miserable” (Quién de nosotros, op. cit., p. 103, n. 23). Las diferencias entre la composición de la novela (Ibíd., pp. 103-104) y la del poemario (Inventario Uno. Poesía Completa (1950-1985), op. cit., p. 572) son mínimas. En la novela, los versos segundo y séptimo finalizan en punto y aparte; en el poemario no poseen ningún signo de puntuación. En el verso octavo de la novela “sólo” funciona como adverbio; en el poemario, como adjetivo “solo”. El verso decimoprimero de la novela: “pero no me dejes”, constituye dos versos en el poemario: “pero / no me dejes”. Lo mismo sucede con el verso decimoquinto de la novela: “cuando esta niebla de ficción se esfume”, que en el poemario se recoge: “cuando esta niebla de ficción / se esfume”. De este modo, el texto de Quién de nosotros posee diecisiete versos, y el de Inventario Uno. Poesía Completa (1950-1985), diecinueve.

[39] Luis Paredes afirma sobre esta ambigua relación con Dios: “El recurso de interpretar la cosificación mediante el abandono de Dios y su salvación por medio del regreso a la fe, es una técnica para dar una importancia secreta o irónicamente restarle valor a la forma de aceptar el destino” (Op. cit., p. 69). 

[40] Sí lo fue en La tregua, donde los amores entre Martín Santomé y Laura Avellaneda lograron superar las múltiples dificultades de dicho espacio, siendo únicamente la muerte quien frustrara tal relación. 

[41] En términos no menos contundentes se expresa Martín Santomé. Su honda animadversión por los jefes llama aún más la atención, pues nos hallamos ante un personaje en el que la prudencia es una de sus características dominantes: “Esta mañana estuve hablando con dos miembros del Directorio. Cosas sin mayor importancia, pero que alcanzaron, sin embargo, para hacerme entender que sienten por mí un amable, compresivo desprecio. Imagino que ellos, cuando se repantigan en los mullidos sillones de la sala de Directorio, se deben sentir casi omnipoten­tes, por lo menos tan cerca del Olimpo como puede lle­gar a sentirse un alma sórdida y oscura. Han llegado al máximo. Para un futbolista, el máximo significa llegar un día a integrar el combinado nacional; para un místi­co, comunicarse alguna vez con su Dios; para un senti­mental, hallar en alguna ocasión en otro ser el verdade­ro eco de sus sentimientos. Para esta pobre gente, en cambio, el máximo es llegar a sentarse en los butacones directoriales, experimentar la sensación (que para otros sería tan incómoda) de que algunos destinos están en sus manos, hacerse la ilusión de que resuelven, de que disponen, de que son alguien. Hoy, sin embargo, cuando yo los miraba, no podía hallarles cara de Alguien sino de Algo. Me parecen Cosas, no Personas. Pero, ¿qué les pareceré yo? Un imbécil, un incapaz, una piltrafa que se atrevió a rechazar una oferta del Olimpo. Una vez, hace muchos años, le oí decir al más viejo de ellos: «El gran error de algunos hombres de comercio es tratar a sus empleados como si fueran seres humanos». Nunca me olvidé ni me olvidaré de esa frasecita, sencillamente por­que no la puedo perdonar. No sólo en mi nombre, sino en nombre de todo el género humano. Ahora siento la fuerte tentación de dar vuelta la frase y pensar: «El gran error de algunos empleados es tratar a sus patro­nes como si fueran personas». Pero me resisto a esa ten­tación. Son personas. No lo parecen, pero son. Y perso­nas dignas de una odiosa piedad, de la más infamante de las piedades, porque la verdad es que se forman una cáscara de orgullo, un repugnante empaque, una sólida hipocresía, pero en el fondo son huecos. Asquerosos y huecos. Y padecen la más horrible variante de la sole­dad: la soledad del que ni siquiera se tiene a sí mismo” (“Sábado 17 de agosto”, La tregua, op. cit., pp. 213-214).

[42] Así lo confirma en El país de la cola de paja: “No deben ser muchas las familias montevideanas en las que no milite algún empleado público, o por lo menos algún aspirante a serlo. Mal que bien, la burocracia representa para unos la seguridad, para otros la esperanza, y contribuye poderosamente a que no abunden quienes, en el fondo de su alma y de su presupuesto, deseen realmente que se opere un cambio radical en ese statu quo” (Op. cit., “El recurso de la chacota”, p. 23).

[43] El oficinista conoce el prestigio de su profesión, por lo que frecuentemente cae en la prepotencia. Benedetti critica tal actitud: “En el Uruguay se piensa siempre en términos de clase media, y el obrero no pertenece a ella. (...) Muchas veces el obrero gana más que el empleado; sin embargo, es casi inevitable que éste se piense a sí mismo en un nivel superior. El oficinista es una especie de símbolo de la clase media y tiene una oscura conciencia de esa condición. (...) El oficinista (...) se cree más importante de lo que sus zarandeados méritos lo autorizan a pensar, y frecuentemente se siente poseedor del gran remedio que salvará al país” (Ibíd., “Rebelión de los amanuenses”, pp. 58-59).

[44] José Miguel Oviedo, “Un dominio colonizado por la poesía”, Jorge Ruffinelli (Ed.), Mario Benedetti: Variaciones críticas, op. cit., p. 153.

[45] Benedetti rescataría poco después el motivo de este poema en El país de la cola de paja: “Antes de conseguir el puesto en la oficina, la gloria es la oficina; después de conseguirlo, la gloria se convierte en el infierno, pero no todas las veces el oficinista tiene plena conciencia de esa transformación” (Op. cit., “Rebelión de los amanuenses”, p. 51).

[46] Los versos:

yo
usando lo que sé
brindando lo que tengo
ecuaciones
inglés
teneduría
alemán
buena letra
logaritmos
(p. 571)

nos confirman el autobiografismo de la composición. El conocimiento del alemán y las matemáticas tiene su origen en “el Deutsche Schule”: “(...) El Colegio Alemán de Montevideo, al que asistiría durante cinco años, de los nueve a los trece, y determinaría una buena parte de sus vocaciones. (...) (Allí nuestro autor) (...) aprendió el alemán, que, como todos los idiomas, es una manera distinta y especial de ver las cosas, y se relacionó con el mundo abstracto de los números (...)” (Mario Paoletti, op. cit., pp. 28-30). Esta experiencia educativa aparece también recogida por Hugo Alfaro (Op. cit., pp. 12-13).

[47] Se trata de Raúl Benedetti, único hermano del autor, ocho años menor que él (Ver Hugo Alfaro, op. cit., p. 14 y Mario Paoletti, op. cit., p. 216).

[48] En su ensayo El país de la cola de paja (1960) Benedetti profundizó en el análisis de esta forma de corrupción burocrática, coloquialmente conocida en Uruguay como “la coima”. A continuación recojo las opiniones más representativas al respecto: “La coima excede toda autorización y, aún hoy, sigue siendo una palabra inconveniente, sólo usada por los grandes partidos cuando militan en la oposición. En la intimidad (es decir, en los despachos o en los mostradores) se llama propina o regalito, pero más a menudo se la rodea de metafóricas alusiones. Sería estúpido no confesar algo que es de dominio público: para que un certificado sea expedido a tiempo, o un libro rubricado sin demora, o para que no haya problemas de último momento en ocasión de una boda, un divorcio o un entierro, o para que la muerte no le gane de mano a la jubilación, es necesario a veces auspiciar el celo funcional con la atención contante y sonante. Las dudas del obligado dadivoso rara vez tienen que ver con los principios morales: se limitan a preguntarse si el empleado en cuestión será de los que agarran o de los quisquillosos. Quisquilloso es aquí un mero sinónimo de decente, pero de todos modos es una categoría que más bien está ligada a la incómoda sensación de quedar en blanco, de hacer el ridículo, de quedar mal. El que está dispuesto a otorgar una coima, siempre prefiere que se la acepten. El rechazo podría provocarle un verdadero choque, que acaso le llevara a una revisión general de los valores que da por admitidos. En consecuencia, mejor es que todo siga como está. Hay veces en que la corrupción se vuelve tan escandalosa, que es necesario camuflarla con una parodia de escarmiento. Pero en esos casos, siempre cae el pez chico; el pez grande es, por lo general, de los que reclaman a voz en cuello un castigo que aplaste a los venales” (Op. cit., “Rebelión de los amanuenses”, pp. 61-62). Pero la generalización de la coima reconoce distintas etapas: “En la primera, el hombre con escrúpulos morales no daba ni recibía coimas, sólo el inmoral las aceptaba. En esta segunda etapa que vivimos, el hombre con escrúpulos morales sigue resistiéndose a recibir coima, pero en cambio se siente empujado a darla, aún con todas las repugnancias que el hecho implica y al solo efecto de no verse infinitamente postergado. La tercera etapa (ojalá nunca llegue) se iniciará cuando ese mismo individuo, considerándose a sí mismo un rezagado, abdique su anacrónica decencia, archive definitivamente sus últimos escrúpulos, y se incorpore, también él, a esa nueva y cretina concepción de la oferta y la demanda” (Ibíd., “La otra crisis”, pp. 13-14).

[49] Jorge Ruffinelli, “La trinchera permanente”, Palabras en orden, op. cit., p. 152.

[50] Gloria Da Cunha-Giabbai, “Benedetti y el porvenir de su pasado”, Carmen Alemany, Remedios Mataix y José Carlos Rovira (Eds.), op. cit., p. 54. También Hugo Alfaro resalta esta faceta en la literatura de Benedetti: “Nadie contó esa historia en este país como viene contándola, con penetrante sagacidad y desde hace cuarenta años, Mario Benedetti. Con rebeldía y espíritu crítico, también; porque todos en parte somos ese oficinista, capaces de otros destinos pero prendidos a la telaraña burocrática. No se trata, pues, de una historia de algunos. En el sector terciario, que nos come vivos, revistamos muchísimos de los relativamente pocos uruguayos que somos” (Op. cit., p. 23).

[51] Así lo ve también Dante Liano: “(...) Lo que da (...) su carácter de denuncia es la paciencia, la pasividad, la mansedumbre con la cual los personajes aceptan los condicionamientos sociales como si fueran un destino riguroso” (“«Álbum de familia»: La pequeña burguesía en la narrativa de Mario Benedetti”, Studi di Letteratura Ispano Americana, Lettere dell’ Uruguay, 13-14, Cisalpino-Goliardica, Milano, 1983, p. 210).

[52] Hortensia Campanella aprecia al respecto: “(...) Benedetti fuerza la entrada en la poesía de un sector social considerado «poco poético», la clase media montevideana, con lo cual logra, entre otras cosas, una mayor armonía y entendimiento entre el poeta, el lector y el contexto inmediato en ambos, (...) una relación de identificación en el público que, mayoritariamente, veía su mundo reflejado en esos versos” (“Mario Benedetti en la poesía actual”, Nueva Estafeta, op. cit., p. 85).   

[53] Luis Paredes, op. cit., p. 94. 

 

© Jaime Ibáñez Quintana 2006
Universidad de Burgos (España)
jibanez@ubu.es
 

Tomado de Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
Autorizado por el autor

 

Sobre Mario Benedetti en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

Facebook: https://www.facebook.com/letrasuruguay/  o   https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

Círculos Google: https://plus.google.com/u/0/+CarlosEchinopeLetrasUruguay

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Ibáñez Quintana, Jaime

Ir a página inicio

Ir a índice de autores